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Authors: Jeff Carlson

Tags: #Thriller, #Aventuras, #Ciencia Ficcion

Antídoto (22 page)

La tierra volvió a detenerse. Era la agitación del propio grupo la que extendía el caos, y D Mac y Newcombe empezaron a calmar a los demás.

—¡Parad! ¡Parad!

—¡Ya está, ya ha parado!

Entonces el suelo volvió a moverse. Ruth dio un grito ahogado y se quedó en el suelo, pero aquel movimiento era muy diferente. Era más ligero, como una réplica.

—¡Tranquilos! —gritó Newcombe.

Pero Hiroki empezó a quejarse de nuevo y Alex gritaba sin parar sin decir nada.

—¡Ahhh! ¡Ahhhh!

Hilos de polvo y polen llegaban por el oeste de la montaña que tenían tras ellos, elevados por el viento provocado por el temblor. Formaba franjas marrones y amarillas y avanzaba hacia el este.

Ruth estaba tumbada de costado al otro lado de la pila de granito y observaba la inimaginable marca del cielo. Cam se acercó a abordarla de nuevo. Cuando la cogió de la cintura, ella sintió algo más que miedo animal. Sintió gratitud. Con su intento de escapar a la roca no había conseguido mucho, pero había revelado sus prioridades. Había dejado a todo el mundo atrás por ella.

Samantha estaba llorando y Alex daba pequeños pasos entre los otros chicos y se apretaba los puños contra la cabeza.

—¡Cabrones! —dijo—. ¡Putos cabrones!

El resto guardaba silencio. El instinto de esconderse era muy fuerte, y Brandon emitió un pequeño quejido mientras su padre le secaba las heridas con la manga sucia de su camisa para detener la hemorragia.

—Nueve minutos y medio —comentó Newcombe mientras miraba su reloj de nuevo.

Su autocontrol era increíble, y Ruth le increpó sin pensar, llena de envidia e incredulidad. —¿¡Qué estás haciendo!? —gritó.

—Han pasado aproximadamente nueve minutos y medio desde la detonación hasta el primer temblor —explicó Newcombe.

Parecía más bien que estuviese hablando consigo mismo, como si estuviese intentando memorizar la información, y Ruth sabía que lo escribiría en su cuaderno en cuanto tuviese la oportunidad.

—¿Y eso qué significa? —preguntó—. Debe de haber sido cerca.

—No lo sé —dijo Newcombe.

—¡Debe de haber sido en Utah, o incluso en alguna parte de Nevada! —No lo sé.

Samantha se apretó contra D Mac sollozando. Hiroki y Kevin se recogieron en otro lado con las manos en el suelo. Entonces Ruth se dio cuenta de que ella también estaba llorando. ¿Cuándo había empezado? Se pasó la mano por la humedad de su rostro y apartó la cara de los niños. Deseaba con todas sus fuerzas apoyarse en Cam y cerrar los ojos, pero no se había ganado ese derecho. Sólo podía pasarse el brazo sano por encima de la escayola y abrazarse a sí misma.

De todos modos, él ya estaba ocupado con Newcombe y Alex. El chico se había agachado con los dos hombres y formaban una tensa barrera alrededor de la radio. No habían encontrado nada excepto la constante estática, emisora tras emisora.

—David Seis, aquí George —dijo Newcombe—. David Seis, ¿me recibes? Nada.

—¿Alguien me recibe? Volved. Quien sea. ¿Me recibís? Aquí California. Nada.

—Sé que funciona —dijo Newcombe—. ¿Lo ves? Las baterías funcionan, y debemos de estar lo suficientemente lejos como para que el sistema de circuitos no se vea afectado por el pulso electromagnético.

—¿Entonces qué pasa?-preguntó Alex.

—El cielo. Míralo. Hay demasiadas interferencias.

Newcombe sacó sus prismáticos y miró hacia el este, después al norte y al sur.

—Ha sido muy intenso —dijo en voz baja—. Desde mi punto de vista ha sido más allá del horizonte, ¿verdad?

Ruth necesitaba oír aquello.

—Ni siquiera podríamos verlo si fuese en Colorado, ¿verdad? Está demasiado lejos.

—No lo sé.

Newcombe desplegó el mapa de Norteamérica. Colocó su cuaderno a un lado y apuntó: «9.5».

—¿A cuánto está Leadville? ¿A mil ciento treinta kilómetros de aquí? Digamos mil ciento sesenta. ¿Qué otro lugar podría ser un objetivo? ¿White River?

—Espera, esto lo sé —dijo Mike tapándose todavía los ojos con las palmas de las manos—. Con la curvatura del planeta... A mil ciento treinta kilómetros sólo podríamos verlo si fuera, eh...

—Pero White River ya se ha rendido —dijo Newcombe—. ¿Por qué iban a atacarles a ellos? Y menos con una bomba nuclear. Ni siquiera con una bomba de neutrones. La tierra es demasiado valiosa.

—Sólo podríamos verlo si estuviese a noventa y cinco kilómetros de altura —les dijo Mike—. Es imposible.

—Pero debe de haber sido en las montañas —dijo Newcombe—. No hay nadie por debajo de la barrera, de modo que han debido atacar un punto elevado.

—Leadville está sólo a tres mil metros de altura.

—Pero era como un foco, ¿verdad? Joder, mirad como está todo —dijo Newcombe olvidando que Mike estaba medio ciego—. Atravesó el cielo.

—La atmósfera no mide noventa y cinco kilómetros —insistió Mike.

Pero se equivocaba. En un punto tan bajo como el pico del Monte Everest ya no había cantidades de oxígeno suficientes para la vida, a ocho mil ochocientos cincuenta metros de altura, pero Ruth sabía que las capas gaseosas que envolvían el planeta se elevaban por encima de la órbita de la estación espacial, a más de trescientos veinte kilómetros por encima del nivel del mar, aunque los puntos más lejanos de la exosfera eran muy finos.

Ruth tenía que creer en lo que había visto con sus propios ojos. Debía tener en cuenta la formación de Newcombe. Leadville era la ciudad más poderosa del continente, el objetivo más valioso, y la luz de una bomba tan catastrófica a aquella altitud podría haberse desplazado perfectamente por el cielo. Quizá el fogonazo hubiese rebotado. No cabía duda de que la columna de calor tras la luz se había elevado por encima de las nubes y su fuerza había retumbado a cientos de kilómetros.

¿Llegaría a alcanzarles? «La radiación», había dicho Cam. Y Ruth sintió que el salvaje vaivén de sus emociones volvía a cambiar. Empezó a llorar. No había hecho muchos amigos durante su corto periodo en Leadville, pero los miembros de la EEI estaban allí, junto a casi todas las personas que conocía en su vida: James Hollister, sus compañeros de investigación, y otra gente que había hecho todo lo posible por ayudan Cuatrocientos mil hombres y mujeres. Con toda probabilidad se habrían evaporado, pero no sabía qué pensar de Gary LaSalle y las armas tecnológicas que había desarrollado para apoyar los planes dementes e inhumanos de Kendricks y del consejo presidencial.

¿De qué iba todo aquello? ¿Quién había lanzado el misil? ¿Los rebeldes? ¿Un enemigo extranjero?

Ruth apoyó su mano sana en la tierra y pasó los dedos por una huella, como si las marcas fuesen una especie de braille. Como si hubiese respuestas.

—No puede haber sido en Colorado —dijo Mike.

—¡Mira, chico, alguien acaba de soltar unas cuantas cabezas nucleares! —gritó Newcombe—. ¡Haz el f...!

Cam intervino.

—Tranquilos —dijo.

Llevaba varios minutos callado, y Ruth sabía que aquélla no era la primera vez que se había apartado para observar el estado de ánimo de los demás antes de solucionar un problema.

—Da igual —dijo.

—¡¿Cómo que da igual?! —exclamó Alex.

—Fuese lo que fuese, tenemos que decidir qué vamos a hacer. Opino que deberíamos empezar a movernos. Hoy. Ahora —Cam señaló hacia el este, hacia el valle que tenían a sus pies—. Tenemos que intentar llegar hasta el mayor número de gente posible y marcharnos de las montañas.

Por un instante solo se escuchó el viento.

—Antes de que lancen más bombas —terminó Cam.

—Sí. Sí, de acuerdo —respondió Newcombe.

Los exploradores estaban confundidos. Mike aún se tapaba los ojos y Brandon se apretaba la palma de la mano contra la mejilla herida.

—Nos separaremos —dijo Cam con un tono agresivo.

Entonces señaló a Ed y Alex.

—Tres grupos. Tú, tú y nosotros. Es lo mejor.

Estaba de espaldas al agujero del cielo, de cara a ellos.

—Tenemos que hacerlo —dijo—. Levantaos. Nos vamos.

D Mac y Hiroki siguieron a Ed hasta su campamento para recoger las demás mochilas y sacos de dormir mientras Cam se quitaba el vendaje de la mano izquierda de nuevo. Volvió a abrirse el corte de cuchillo que se había abierto antes y vertió su sangre en una taza de hojalata.

—No —suplicó Samantha a su hermano—. Por favor, no.

Brandon negó con la cabeza.

—No podemos quedarnos aquí, Sam, y lo sabes.

Alex bebió de la taza rápidamente y Kevin hizo lo mismo. El líder de los jóvenes volvió a cogerla al ver que Samantha se negaba.

—Tiene razón —dijo Alex—. Vamos. Tiene razón.

—Quédate conmigo —le pidió ella.

El suelo volvió a temblar ligeramente, y luego oyeron a uno de los chicos gritar desde la cima de la montaña. Entonces la tierra dio una sacudida. Ruth seguía sentada, pero perdió el equilibrio de inmediato. Pensaba que había rebotado. Cam y Newcombe cayeron de golpe alrededor de ella. Uno de los dos le dio una patada en el brazo y sintió un dolor tan intenso que casi pierde el conocimiento. Entonces escuchó unos gritos: el de Samantha, el de Brandon y el suyo propio.

Poco a poco se dio cuenta de que se había acabado. Buscó a Cam y vio su rostro de dolor. Estaba tumbado de lado, sacándose la tierra del corte de su mano herida. Kevin se quejaba mientras se palpaba el tobillo. Ruth oyó más gritos procedentes desde arriba.

—¿Qué está pasando? —dijo Mike.

—Todas las fallas del continente se deben de estar resintiendo —dijo Newcombe— O eso creo. ¿Alguien ha visto otro estallido?

Todos negaron con la cabeza.

—Vosotros vivíais aquí —continuó—. ¿Hay alguna falla cerca?

—Es California —dijo Mike—. Claro.

—El primer temblor ha sido la bomba. Puede que el segundo también. No lo sé. Joder. Esperemos que ya se haya terminado.

—Detrás de ti —dijo Cam.

Al este, la mañana había vuelto a convertirse en noche. Ruth estaba convencida de que la inmensa distorsión de la atmósfera estaba avanzando más despacio, pero ahora una mancha negra y tóxica ascendía desde el punto más lejano del horizonte y avanzaba tras la onda expansiva. Se acercaba como una fina y creciente masa de oscuridad.

Era lluvia radiactiva, restos pulverizados que por un momento se habían vuelto más calientes que el sol.

Todos bebieron, incluso Samantha. Después cogieron las mochilas y guardaron los cuchillos y unos cuantos recuerdos valiosos. Hiroki tenía una vieja y reluciente moneda de veinticinco centavos. Se la mostró a Mike y después la apretó contra su mano como si le diera un regalo. Brandon repitió el gesto con su gorra de los Gigantes y se la ofreció a Alex.

Antes de dividirse, los exploradores se abrazaron unos a otros, gritaron y lloraron. D Mac se volvió de manera espontánea hacia Cam y le abrazó también. Y de repente los niños envolvieron a Ruth. Mike le hizo daño en el brazo. Alex le dio un beso en la mejilla.

Era la despedida perfecta contra el cielo enturbiado. Ruth jamás olvidaría su coraje y esperaba volverlos a ver de nuevo. Pero cuando comenzó a descender la colina tras Cam en dirección este apretó los puños y se preguntó hasta qué punto avanzaría contra el viento la lluvia radiactiva en dirección este.

15

—Espera. —Cam se movió rápido a su derecha, dejando a Ruth sentada en un tocón cercano. Seguramente, las serpientes que había visto no eran de cascabel. Las serpientes de Gopher eran muy parecidas y bastante comunes antes de la plaga, pero aun así, no se quedó tranquilo. Hasta las mordeduras no venenosas podían infectarle con la plaga y dejar heridas que le hicieran más vulnerable, sin contar que la sangre atraería a los insectos.

Le ayudó a quitarse las botas. Luego, le puso el guante en la cadera, buscando su mirada. Ruth respiraba profundamente a causa de la máscara, pero mantenía la cabeza gacha y no pudo ver más que las gafas y la capucha. Su propio traje parecía especialmente sucio después de pasar la noche en la montaña, sintiendo el frío en su piel desnuda.

Newcombe se subió al tocón que había detrás de ellos. Cam se giró y volvió rápido tras sus pasos, hacia el este, siempre al este, usándose como referencia para sondear su rastro en el bosque. Ahora estaba completamente dedicado a ella. Cualquier pensamiento de alejar a Ruth en un avión era ya una fantasía. La idea de quedarse allí con los exploradores, reconstruyendo las cosas lentamente, obviaba la necesidad y la desesperación del resto del mundo. Debería haberlo sabido antes. Por supuesto que los enemigos de Leadville iban a volver a atacar, sólo habían estado esperando una oportunidad.

Pensaba que había sido cosa de los rebeldes. Habían destruido Leadville para terminar la competición por conseguir a Ruth. Sería bueno que lo hubiesen conseguido, pero tenía que actuar como si no fuese así. Si llegaba ayuda, perfecto. Si no, lo único importante era mantenerla a salvo a través del valle hasta la cima más cercana. Al cabo de veinte minutos habían esquivado una nube de saltamontes, más serpientes y dos colonias de hormigas furiosas que llevaban sus huevos a cuestas. Las moscas seguían yendo y viniendo entre los pinos. Cam deseó que los exploradores no hubieran vuelto. Los temblores ya eran bastante malos de por sí. Aún no habían dejado de estremecer el valle, y agitaban a los reptiles e insectos que había por todas partes.

Newcombe tenía razón. La bomba había actuado como un martillo v activado el movimiento de las tallas más peligrosas. Cuando aquellas enormes masas de tierra cayeron y chocaron habían debido de empujar otras regiones, venciendo cualquier punto débil que tuviesen. Una vez terminara la reacción en cadena, California quedaría excepcionalmente estable durante varios años, pero ahora las montañas rugían y se convulsionaban. Cam se alegró de haber escapado de las tierras bajas. Estaba claro que las presas y los diques seguirían desmoronándose, lo que provocaría más maremotos a lo largo de la costa y dentro de la bahía.

—Quedaos conmigo —dijo.

Más adelante había otro enorme tronco caído. Cam avanzó lateralmente a través de la rampa en vez de arriesgarse a cruzar el paso. Había nidos de serpiente en el suelo, y aquello le puso nervioso. Dio un par de patadas a las hojas de pino del suelo hasta ver las ramas caídas, para asustar a cualquier bicho que no estuviera a la vista.

Pero el movimiento que esperaba tuvo lugar por encima de su cabeza. Los árboles se estremecieron. La luz del sol parpadeó.

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