—¿Qué pasa? -y vino a mirar la pantalla por encima de mi hombro.
—No mucho, sólo el mensaje de un admirador felicitándome por una metedura de pata.
—¡Beelzebub! La verdad es que tienes amigos por correspondencia muy interesantes.
Beelzebub había enviado su mensaje a través de un servicio de reenvío de correo anónimo, por supuesto. De hecho, hubiera apostado que había encadenado al menos media docena de estos servicios para evitar que pudiese rastrear la ruta que había seguido el mensaje. Por mi parte, no tenía la menor intención de perder el tiempo con aquella absurda cacería.
Nos acercábamos a septiembre y a otra Triple Hora Bruja, y durante los dos últimos meses yo había estado demasiado atareado para terminar de invertir la compilación del virus. Decidí ponerme a trabajar en ello. Recordaba que no habíamos descubierto todavía cómo calculaba la fecha, ya que parecía hacerlo de manera independiente del calendario interno del sistema infectado.
Al concentrarme en aquel problema, conseguí algunos avances. Lo que descubrí me sorprendió.
—Al, ven a ver esto -dije.
No me di cuenta de lo tarde que era (casi las tres de la madrugada) ni de que Al se había quedado dormida en el sofá. Bostezó y vino con paso vacilante. Se agarró al respaldo de mi silla y miró la pantalla.
—¿Recuerdas que nos preguntábamos cómo calculaba la fecha el virus THB? Creo que la obtiene de Wyrm.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Está en la red, mira esto.
Escribí una serie de mandatos y recibí la siguiente respuesta:
10684999
La última cifra iba cambiando de valor en sentido decreciente mientras observábamos.
—Es una cuenta atrás desde diez millones de segundos -dije.
—¡Oh, Dios mío! -susurró Al-. ¿Cuándo llegará a cero?
Activé el programa de la calculadora.
—Parece que el 31 de diciembre a eso de las siete de la tarde. No, espera, este cálculo lo he hecho con el horario de verano. Entonces serán las seis.
—¿Qué hora es en el horario de Greenwich?
—Medianoche.
Cuando sus ojos se adaptaron a la oscuridad, empezaron a reconocer el lugar. Se hallaban en una gran estancia subterránea que tenía las paredes cubiertas de nichos. El lugar de entrada, como siempre, estaba cerca de un hito marcado con el símbolo del ouroboros.
—¡Uf! -exclamó Zerika con un escalofrío-. ¡Catacumbas! ¿Qué clase de MUD dijiste que era éste?
—Se llama BloodMUD -contestó Gunnodoyak, encogiéndose de hombros-. Aquí es donde se supone que encontraremos el castillo de Drácula, así que podéis sacar vuestras propias conclusiones. Además, fuiste tú quien quiso venir aquí. Sigo pensando que debimos seguir la pista del troll e ir primero a FuzzyMUD.
—¡Dos veces uf! -dijo Zerika-. Prefiero los no-muertos a los Fuzzys en cualquier caso.
—Veamos si podemos ponernos en contacto con un mago o un personaje similar para que nos enseñe este lugar -sugirió Tahmurath.
—Muy bien, espera un segundo -dijo Gunnodoyak-. Tengo a uno que se llama Radu. ¿Eres mago, Radu?
—No, estoy en la pantalla de bienvenida. ¿Dónde estás tú?
—En las catacumbas.
—Iré enseguida.
—Estoy seguro de que encontraremos lo que buscamos.
Al cabo de unos minutos de esperar a Radu, Gunnodoyik le envió otro mensaje y, mientras esperaban respuesta, una sección de las sombras se separó del resto y avanzó hacia ellos.
Zerika fue la primera en reaccionar: se apartó de un salto y desenvainó sus armas; los demás la imitaron de inmediato
La sombra siguió acercándose a ellos hasta que pudieron distinguir más detalles. Se trataba de un joven alto y pálido, de cabellos oscuros que le caían sobre los hombros, iba vestido con elegancia y llevaba una capa negra con forro que podía ser de seda roja, aunque en la penumbra parecía casi negro. Les saludo con un reverencia y sonrió, enseñando unos colmillos asombrosamente largos.
—Soy Radu -dijo-. Bienvenidos. ¿En qué puedo ayudaros?
Zerika recobro la compostura y contestó:
—Pues para empezar, podrías responder a algunas preguntas
—¿Por ejemplo?
—La primera iba a ser: ¿Cuál es el tema del MUD? Pero supongo que es de vampiros.
—Acertaste.
—¿Todos los jugadores lo son?
—¡Oh, no en absoluto! Hay vampiros, brujas, algunos licántropos, monstruos diversos y humanos vulgares y corrientes.
—«Humanos vulgares y corrientes» suena un poco complicado. ¿No tenéis una definición mas breve?
La sonrisa de Radu se amplió y mostró aún más sus gigantescos caninos.
—Comida -respondió.
—Entiendo. Parece que la mayoría de los jugadores prefieren ser vampiros.
—De echo todos empiezan como humanos normales. Para ser vampiro tienes que convertirte en uno.
—¿Siendo mordido por otro vampiro?
—En parte si, pero no basta con eso. En general sólo mordemos a los humanos para alimentarnos. Si pierden toda la sangre, mueren.
»En realidad el verdadero reto es jugar con un personaje no vampiro he intentar sobrevivir. Sin embargo es más fácil decirlo que hacerlo. Creo que, tal y como fue concebido inicialmente este MUD, sólo algunos jugadores deberían convertirse en vampiros, pero no ha sido así en la práctica. Ahora los novatos solo duran una semana más o menos antes de desangrarse o convertirse. Además ser vampiro tiene muchas ventajas.
—¿Por ejemplo?
—¡Oh! fuerza sobrehumana, velocidad, vitalidad, inmunidad a la mayoría de heridas y enfermedades, inmortalidad… Otras ventajas especiales dependen del personaje, por ejemplo, algunos podemos hacer esto.
Se alzó una columna de humo y Radu desapareció. En su lugar apareció un murciélago especialmente grande y repulsivo, que revoloteó por la estancia unos segundos antes de convertirse de nuevo en Radu.
—¿Tiene alguna desventaja ser vampiro?
—Si, cuando te has convertido en vampiro, necesitas sangre para sobrevivir. En los niveles inferiores puede ser cualquier clase de sangre, incluso los jugos de un insecto.
—¡Puaj!
—Exacto. A medida que adquieres poder, tienes que ascender en la cadena alimenticia. Los vampiros más poderosos pueden sobrevivir sólo con sangre humana. Si intentan comer cualquier otra cosa, pueden quedar inactivos durante semanas. ¿Alguna pregunta más?
—Sí. ¿Dónde está el castillo de Drácula?
—En vuestro lugar, no me preocuparía por eso. Tendréis que quedaros por aquí un buen rato antes de podáis alejaros siquiera un kilómetro.
—¿Has estado allí?
—En realidad, no. He oído que hay que tener un grupo bastante fuerte para llegar y sobrevivir; un jugador solitario no tiene ninguna posibilidad. ¡Ah!, y los únicos que lo han conseguido, incluso formando grupos, son vampiros. Lo máximo que han logrado los intrépidos cazadores de vampiros es ser empalados en las estacas que rodean el castillo.
—¿Hay ahora un Drácula allí?
—Por supuesto.
—¿Quién es?
—Seguramente es uno de los programadores, aunque algunos creen que es parte del programa, un
bot.
Los jugadores que han estado no dicen nada.
—¿Cuándo piensas ir?
—Llevo meses intentando formar un grupo -dijo con expresión contrariada-. Los pocos que son lo bastante poderosos ya lo han hecho, y los demás son demasiado inexpertos.
Zerika y Tahmurath conversaron entre murmullos. Luego se volvieron hacia Radu, y Zerika le dijo:
—¿Te gustaría venir con nosotros?
Radu, asombrado, guardó unos momentos de silencio. Luego se echó a reír.
—¡Muy buena, ésta!
—No estoy bromeando.
—¿No me has oído? Una pandilla de novatos no tiene la menor oportunidad, aunque pudiese convertiros a todos en vampiros ahora mismo.
—No somos exactamente novatos. Y no será necesario que nos conviertas en vampiros. Demuéstraselo, Tahmurath.
Tahmurath hizo un gesto con el bastón y murmuró un breve encantamiento. Unos brazos surgieron de la pared de piedra que se hallaba detrás de Radu y lo sujetaron con un pétreo abrazo. Forcejeó inútilmente; entonces se transformó en murciélago y se alejó volando, dejando a los brazos de piedra abrazando sólo el aire. Sin embargo, Tahmurath ya estaba lanzando un segundo hechizo. Una burbuja salió de su boca y creció hasta alcanzar el tamaño de una cabeza. La burbuja persiguió al murciélago hasta alcanzarlo, lo envolvió y regresó flotando hacia Tahmurath. El murciélago agitaba las alas para liberarse, mas la estructura aparentemente delicada de la burbuja no se rompió. Radu recobró su forma humana, pero la burbuja aumentó proporcionalmente de tamaño y siguió resistiendo sus intentos de romperla, incluso cuando utilizó los colmillos.
—Parece que os menosprecié al llamaros «pandilla de novatos» -reconoció-. Muy bien, si queréis ir al castillo de Drácula, yo también. Juntos podremos sobrevivir. Sin embargo, ahora no podemos ir porque tengo que desconectarme.
Zerika no iba a dejarle irse de rositas con tanta facilidad.
—Muy bien. Entonces, ¿cuándo?
Hubo un tenso silencio.
—Mañana por la noche. A las diez, hora del Atlántico.
—Allí estaremos.
Radu se desconectó.
—Muy bien, la noche es joven -dijo Zerika-. ¿Qué queréis hacer mientras tanto?
—Sé que no te apetece nada, Zerika -dijo Tahmurath-, pero creo que debemos visitar el FuzzyMUD.
—¡Oh, mierda!
—¿Qué es el FuzzyMUD? -preguntó Ragnar.
Un pelaje negro y reluciente cubría su figura elegante y sinuosa. Sus ojos, oscuros y brillantes, observaron al grupo con curiosidad y cierta desaprobación. Resultaba obvio que la criatura era de sexo femenino: el aspecto de su torso tenía una forma claramente humana
y
no estaba oculto por ninguna clase de ropa.
—Parece salida de una película X de Walt Disney -susurró Ragnar
—Soy Natasha -dijo la mujer nutria-. Me gustaría ser vuestra anfitriona, pero antes…
Zerika levantó una mano para interrumpirla.
—Ya lo sé, estamos fuera de juego, ¿verdad? No te preocupes, ya nos íbamos
—No tan deprisa -dijo Tahmurath-. Aún no hemos encontrado lo que hemos venido a buscar.
—Dudo que encontremos nada en un MUD como éste -comentó Zerika, arrugando la nariz de asco.
—No estés tan segura.
—Bueno, no podéis ir por el FuzzyMUD con este aspecto. -les advirtió Natasha.
—Yo me encargo de eso -dijo Tahmurarh.
Se volvió hacia Megaera, hizo unos gestos y murmuró unos encantamientos. De las puntas de sus dedos surgió una nube de humo azul que la envolvió; cuando se dispersó, Megaera tenía la piel cubierta de un pelaje anaranjado e iba tan poco vestida como el mustélido que actuaba en calidad de anfitriona. Abrió desmesuradamente sus ojos, que ahora eran grandes y verdes, con aspecto felino, y emitió maullido escandalizado.
—¡Vaya! Esto da un nuevo significado a la denominación
humo mágico -
comentó Ragnar.
—¿Humo mágico? ¿Qué se supone que quiere decir? -preguntó Megaera.
—¿No lo sabes? Es lo que hace funcionar un chip.
—Es un chiste, ¿verdad?
—Ni hablar. ¿Has visto alguna vez quemarse un chip?
—Humm, no, que yo recuerde.
—A veces sucede. Entonces sale humo del interior del chip, y éste deja de funcionar. Así sabemos que era el humo mágico que había en su interior lo que lo hacía funcionar.
Entretanto, Tahmurath había acabado de transformar a los demás miembros del grupo. Ragnar se había convertido en centauro, Alí en mantícora y Gunnodoyak tenía la cabeza y los colmillos de un jabalí.
—¡Eh! ¿A santo de qué? -protestó.
—Te he visto comer, ¿sabes? -dijo Tahmurath-. Vale, vale, a ver qué te parece esto.
Canturreó otra vez y, cuando se despejó el humo, Gunnodoyak tenía la cabeza, la melena y el pelaje de un león.
—Esto me gusta más.
—¡Genial! -comentó Ragnar-. ¿Qué tienes en contra de este MUD, Zerika?
—Tal vez sólo estoy en contra de llevar pieles, ¿vale?
—En tal caso, probaremos algo diferente para ti -dijo Tahmurath.
Cuando el humo azul se disipó, Zerika se hallaba cubierta de plumas suaves y refulgentes.
La mujer-nutria estaba impresionada por esta última transformación.
—¡Oooh, me encanta! Creo que también debería probarlo un día de éstos.
Por último, Tahmurath se transformó en un ser parecido a un gigantesco oso de peluche.
—Mucho mejor. Ahora, si me acompañáis, os mostraré este lugar.
Mientras los guiaba por una senda hecha de tablones de madera, Megaera susurró a Zerika:
—¿A qué te referías cuando te dijiste «un MUD como éste»?
—Ya lo verás -contestó, entornando los ojos.
El grupo llegó a un claro lleno de una docena de criaturas similares a su anfitriona: animales con rasgos antropomórficos o humanos en diversos estadios de licantropía. Estaban abrazándose, besándose, oliéndose, mordisqueándose, o practicando otros actos más íntimos y bastante más escandalosos, en una orgía de combinaciones entre distintas especies.
—¿Qué coño de MUD es éste? -exclamó Megaera.
—Modera tu lenguaje, por favor -la advirtió la mujer-nutria.
—¿Lenguaje? -dijo Megaera, estupefacta-. Estas personas, o lo que sean, están haciendo todo eso, ¿y tú te molestas porque he dicho coño?
—Te he avisado -replicó, remilgada-. No me obligues a llamar a un administrador.
—Bueno, estoy del lado de Zerika -dijo Megaera, sin prestar atención a la anfitriona-. Propongo que salgamos de este jod… de este sitio cuanto antes. Es repugnante.
—No seáis mojigatas -dijo Tahmurath, que se volvió hacia la mujer-nutria y le explicó lo que andaban buscando. Al cabo de unos segundos, la nutria meneo negativamente la cabeza.
—No tenemos auténticos dragones -dijo-. Al menos, no en el sentido habitual de la palabra. Tal vez estéis buscando el penesaurio.
—¿El qué? -exclamó Zerika, que parecía aún más escandalizada que antes, si es que era posible.
—Bueno, en realidad no es un auténtico penesaurio, sólo es un apodo que le hemos dado.
—¿Dónde está? -preguntó Tahmurath.
—Frecuenta varios lugares. Seguid aquel camino y tomad el desvío de la izquierda. Llegaréis a un estanque y luego a un jardín. Suele estar por allí.
—Vamos, no quiero pasarme toda la noche despierto -los apremió Tahmurath.