Read Venus Prime - Máxima tensión Online

Authors: Arthur C. Clarke,Paul Preuss

Venus Prime - Máxima tensión (30 page)

Sparta se encontraba en una habitación escondida, no lejos del tubo de desembarque, y en realidad no le estaba prestando atención a la pantalla de expedientes, que era sólo un apoyo. Había acordado con Proboda que traerían a los pasajeros a aquella habitación siguiendo un orden específico, y ya se había deshecho de la mayoría de ellos, incluidos el profesor japonés y los árabes con sus familias, además de varios ingenieros y viajantes de comercio.

En aquel momento estaba intentando meter prisa a las muchachas holandesas para que siguieran su camino.

—Ya no tendremos que retenerlas más —les dijo con una sonrisa amistosa—. Espero que el resto del viaje les resulte más divertido.

—Ésta ha sido la mejor parte —dijo una de ellas.

Y otra añadió con un rápido batir de pestañas que estaba dedicado a Proboda:

—Realmente nos está gustando su compañero.

La tercera muchacha, sin embargo, parecía tan remilgada como el propio Proboda.

—Por aquí, por favor —les dijo éste—. Todas ustedes. A la derecha. Vamos, vamos.

«Vikee» notó la divertida mirada de Sparta desde la pantalla de vídeo, pero consiguió meter prisa a las chicas para que salieran y después hizo entrar en la habitación a Percy Farnsworth, todo ello sin tener que mirar a la imagen de Sparta directamente a los ojos.

—El señor Percy Farnsworth, de Londres, representante de «Lloyd's». —Farnsworth entró en el cubo de interrogatorios mordiéndose espasmódicamente el bigote—. Señor Farnsworth, la inspectora Troy —le indicó Proboda señalando la pantalla de vídeo.

Farnsworth se las arregló para mostrarse enérgico y sin aliento a la vez.

—Deseo servirle de ayuda en su investigación, inspectora. No tiene más que decirlo. Esta clase de cosas son mi especialidad, ya sabe.

Sparta se quedó mirándolo, inexpresiva, durante dos segundos; un timador veterano para el que ya habían pasado los buenos tiempos y ahora trabajaba para el otro lado. Ésa era su historia, de cualquier modo.

—Ya ha sido usted útil, señor. Nos ha dado muchas pistas. —Sparta fingió leer con detenimiento el expediente de aquel hombre en la pantalla simulada—. Mumm. Su compañía, «Lloyd's», parece haberse mostrado bastante entusiasta respecto a la
Star Queen
. Aseguraron la nave, la mayor parte de la carga y la vida de los tripulantes.

—Así es. Y, como es natural, me gustaría ponerme en contacto con «Lloyd's» lo más pronto posible, redactar un informe preliminar y...

Sparta lo interrumpió.

—Bien, de manera extraoficial yo diría que las compañías de seguros han dado por terminado todo este asunto un poco a la ligera...

Farnsworth reflexionó durante unos instantes sobre aquella información. ¿A qué se refería la mujer exactamente? Llegó a la conclusión de que, por lo visto, la inspectora estaba dispuesta a mostrarse amistosa con él.

—Eso es muy alentador —dijo; y luego bajó la voz hasta convertirla en un murmullo confidencial—. Pero, ¿le importaría mucho a usted... este asunto de Grant...?

—Supongo que lo que a usted le gustaría saber es si legalmente ha sido un accidente o un suicidio. Ésta es la pregunta importante en este caso. Desgraciadamente los abogados tendrán que litigar para dilucidarlo, señor Farnsworth. Yo no tengo nada que añadir a la grabación que se ha hecho pública. —Utilizó un tono que no sonaba precisamente amistoso—. Aceptaré su amable ofrecimiento de prestarme ayuda. Por favor, pase por esa puerta de la izquierda y espéreme dentro.

—¿Ahí?

Una puerta que daba a un horrible tubo de acero se había abierto de repente en la moqueta. Farnsworth se asomó vacilante, como si esperase que le saliera al encuentro un animal salvaje.

Sparta lo empujó.

—No lo retendré ahí más de diez minutos, señor Farnsworth. Siga, ¿eh?

Murmurando «de acuerdo», Farnsworth pasó por la puerta. Justo en el momento en que hubo pasado, la puerta se cerró tras de él. Proboda abrió rápidamente la puerta que daba al tubo de desembarque.

—El señor Nikos Pavlakis, de Atenas; es el representante de las «Líneas Pavlakis» —informó Proboda—. Ésta es la inspectora Troy.

Pavlakis movió de un lado a otro aquella gran cabeza suya y dijo:

—Buenos días, inspectora.

Sparta no se dio por enterada hasta que hubo terminado de leer algo en la pantalla. Entretanto Pavlakis se tiraba nerviosamente de los puños de la ceñida chaqueta.

—Veo que ésta es su primera visita a Venus, señor Pavlakis —le dijo Sparta al tiempo que levantaba la vista—. Y en circunstancias lamentables.

—¿Cómo está el señor McNeil, inspectora? —le preguntó Pavlakis—. ¿Se encuentra bien? ¿Puedo hablar con él?

—Los médicos ya le han dado de alta. Pronto podrá usted hablar con él. —A Sparta le pareció sincera la preocupación de aquel hombre, pero ello no la desvió ni un ápice de su línea—. Señor Pavlakis, advierto que la
Star Queen
tiene un número de registro nuevo, aunque, sin embargo, la nave tiene en realidad treinta años. ¿Cuál es su número de registro anterior?

El fornido hombre se encogió, asustado.

—Ha sido completamente restaurada, inspectora. Todo es nuevo, excepto el chasis básico, que ha sido reacondicionado con unos cuantos...

Viktor Proboda interrumpió la nerviosa improvisación de Pavlakis.

—La señorita le ha preguntado cuál era el número de registro anterior.

—Yo..., creo que era NSS 69376, inspectora.

—Kronos —dijo Sparta. La palabra fue como una acusación—. Ceres, en el 67, dos miembros de la tripulación muertos, una tercera mujer herida, todo el cargamento perdido. Estación de Marte en el 73, colisión al aterrizar, lo que produjo la muerte de cuatro trabajadores de la estación y la destrucción del cargamento de una de las bodegas. Desde entonces ha sufrido numerosos accidentes con pérdida de cargamento. Varias personas han resultado heridas, y por lo menos otra muerte más se ha atribuido a un mantenimiento por debajo de lo que suele ser normal. Tenía usted buenas razones para rebautizar la nave, señor Pavlakis.

—Kronos no era un buen nombre para una nave espacial —comentó Pavlakis.

Sparta asintió solemnemente.

—Un titán que se comía a sus propios hijos. Debía de resultar difícil reclutar tripulaciones cualificadas.

Los fuertes dedos de Pavlakis recorrían una y otra vez las cuentas de ámbar.

—¿Cuándo se me permitirá examinar la nave y el cargamento, inspectora?

—Responderé a sus preguntas lo mejor que sepa, señor Pavlakis. En cuanto termine con este procedimiento. Por favor, espéreme ahí..., pase por esa puerta que hay a su izquierda.

De nuevo la puerta invisible bostezó inesperadamente en el frío tubo de acero. Con un aspecto terrible y mirando por encima del bigote, Pavlakis pasó a través de la puerta sin pronunciar una palabra más.

Cuando la puerta se hubo cerrado, Proboda admitió al siguiente pasajero procedente del tubo de desembarque.

—La señora Nancybeth Mokoroa, de Port Hesperus, sin empleo conocido. —La muchacha entró enojada, mirando furiosa a Proboda y sin decir palabra; luego miró con desprecio hacia la pantalla de vídeo. Una vez que se cerró la puerta que daba acceso al pasillo y que la joven quedó encerrada dentro, Proboda dijo—: Ésta es la inspectora Troy.

—Señora Mokoroa, hace un año usted puso un pleito para romper un contrato de compañerismo de tres años de duración con el señor Vincent Darlington; fue poco después de que ustedes dos llegasen aquí. Su demanda se basaba en incompatibilidades sexuales. ¿Estaba entonces el señor Darlington al corriente de que, de hecho, usted se había convertido en compañera de la señora Sondra Sylvester?

Nancybeth se quedó mirando fijamente y en silencio a la imagen que veía en la pantalla de vídeo; su rostro adoptó una expresión de desprecio, semejante a una máscara, que era producto de una larga práctica...

...y que Sparta reconoció fácilmente como tapadera de un desesperado nerviosismo. Decidió esperar.

—Somos amigas —repuso Nancybeth con voz ronca.

Sparta dijo:

—Eso es muy bonito. ¿Entonces el señor Darlington tenía conocimiento de que también eran ustedes amantes?

—¡Sólo amigas, eso es todo! —La joven lanzó una mirada enloquecida por toda aquella claustrofóbica habitación enmoquetada y miró al enorme policía que se encontraba a su lado—. ¿Qué demonios piensa usted que va a probar? ¿Qué es toda esta...?

—Muy bien, de momento dejaremos ese tema. Ahora, si es tan amable...

—Quiero un abogado —dijo Nancybeth gritando; había decidido que el ataque era la mejor defensa—. Aquí dentro, y ahora mismo. Conozco mis derechos.

—Haga el favor de contestar sólo una pregunta más —terminó tranquilamente Sparta.

—¡Ni una puñetera palabra más! Ni una palabra más, uniforme azul. Éste es un arresto ilegal. Registro irrazonable... —Sparta y Proboda intercambiaron una mirada. ¿Registro?—. Ofensa a la dignidad —continuó diciendo Nancybeth—. Calumnia. Premeditación maliciosa...

Sparta estaba a punto de sonreír.

—No nos ponga un pleito hasta que haya oído la pregunta, ¿de acuerdo?

—Así no tendremos que arrestarla antes de hacérsela —añadió Proboda.

Nancybeth se atragantó de rabia al darse cuenta de que se había precipitado. Todavía no la habían arrestado. Y posiblemente no lo harían.

—¿Qué quieren saber? —De pronto parecía agotada.

—Nancybeth, ¿cree que alguno de ellos, Sylvester o Darlington, sería capaz de cometer un asesinato..., por usted?

A Nancybeth le sorprendió tanto la pregunta que se echó a reír a carcajadas.

—¿A juzgar por cómo hablan el uno del otro? Los dos estarían dispuestos a hacerlo.

Proboda se inclinó hacia ella.

—La inspectora no le ha preguntado lo que ellos...

Pero Sparta lo hizo callar con una mirada desde la pantalla de vídeo.

—Muy bien, gracias, puede marcharse. Por esa puerta de la derecha.

—¿La de la derecha? —preguntó Proboda; y Sparta asintió vivamente con la cabeza. El policía abrió la puerta.

Nancybeth mostraba recelo.

—¿A dónde da?

—Al exterior —le dijo Proboda—. Fruta y disfraces. Está usted libre.

La joven miró otra vez en torno a la habitación con los ojos muy abiertos y los orificios temblándole casi imperceptiblemente a causa de la cólera que sentía. Después salió precipitadamente por la puerta, como un gato salvaje liberado de una trampa. Proboda miró a la pantalla de vídeo, exasperado.

—¿Por qué ella no? A mí me ha parecido que tiene mucho que ocultar.

—Lo que ella oculta no tiene nada que ver con la
Star Queen
, Viktor. Pertenece a su propio pasado, creo yo. ¿Quién es el próximo?

—La señora Sylvester. Mire, tengo que decirle que espero que ahora actúe con más tacto que...

—Llevemos el juego tal como acordamos.

Proboda lanzó un gruñido y abrió la puerta que comunicaba con el tubo.

—La señora Sylvester, de Port Hesperus, jefe ejecutivo de la «Compañía Minera Ishtar» —dijo con voz tan formal y tan cargada de respeto como la de un mayordomo.

Sondra Sylvester entró lentamente en la pequeña habitación enmoquetada; la pesada ropa de seda que llevaba se le ceñía al cuerpo.

—¿Viktor? ¿Tenemos que pasar otra vez por esto?

—Señora Sylvester, quisiera presentarle a la inspectora Troy —dijo Proboda en tono apologético.

—Estoy segura de que usted arderá en deseos de llegar a su despacho en seguida —le dijo Sparta—, así que procuraré ser breve.

—Mi despacho puede esperar —repuso Sylvester con firmeza—. Me gustaría descargar mis robots de esa nave de carga.

Sparta hundió la mirada en la falsa pantalla de expedientes y luego miró a Sylvester a los ojos. Las dos mujeres se miraron a los ojos a través de la electrónica.

—Usted nunca antes había tenido tratos con las «Líneas Pavlakis» —comenzó a decir Sparta—, y sin embargo ayudó a convencer tanto a la Junta de Control del Espacio como a las compañías de seguros de la nave de que se saltasen la norma de la tripulación de tres.

—Creo que ya le he dicho al inspector Proboda por qué. Tengo seis robots mineros en la bodega, inspectora. Y necesito ponerlos a trabajar pronto.

—Pues ha tenido mucha suerte. —La voz relajada de Sparta no daba señales de sentirse presionada—. Habría podido perderlos todos.

—Poco probable. Menos probable aún que el hecho de que un meteoroide chocase con la nave. Lo cual en modo alguno tiene nada que ver con el número de miembros de la tripulación de la
Star Queen
.

—Entonces, ¿usted habría preferido confiarle sus robots, asegurados en aproximadamente novecientos millones de dólares, según creo, a una nave no tripulada?

Sylvester sonrió al oír aquello. Era una pregunta astuta, con connotaciones económicas y políticas que difícilmente nadie se hubiese esperado nunca de un inspector de investigación criminal.

—No hay cargueros interplanetarios sin tripulación, inspectora, gracias a la Junta de Control del Espacio y a una larga lista de otras instituciones que pertenecen a esa predecible clase de grupos de intereses. Yo no pierdo el tiempo con preguntas hipotéticas.

—¿Dónde pasó usted las últimas semanas de vacaciones en la Tierra, señora Sylvester?

Una pregunta decididamente no hipotética..., y a Sylvester le costó ocultar la sorpresa.

—Estuve de vacaciones en el sur de Francia.

—Alquiló usted una villa en la Isle du Levant, en la cual, excepto el primer día y el último y en otras dos ocasiones en que fue usted de visita, permaneció sola la señora Nancybeth Mokoroa. ¿Dónde estuvo usted el resto del tiempo?

Sylvester le dirigió una ojeada a Proboda, que evitó mirarla. El previo y superficial interrogatorio a que él la había sometido no la había preparado para enfrentarse con este tipo de detalles.

—Estuve..., estuve resolviendo asuntos privados.

—¿En los Estados Unidos? ¿En Inglaterra?

Sondra Sylvester no contestó nada. Con visibles esfuerzos, consiguió mantener serenas las facciones.

—Gracias, señora Sylvester —dijo Sparta con frialdad—. Pase por esa puerta de la izquierda. —La joven notó que Proboda tardaba un poco más en abrir la puerta oculta, para suavizar el impacto de la sorpresa—. Será necesario retenerla un rato. No más de cinco o seis minutos.

Sylvester mantuvo la máscara de tranquilidad mientras pasaba por la puerta, pero no pudo disimular que sentía cierta aprensión.

Other books

Kiss the Morning Star by Elissa Janine Hoole
Wanderers by Kim, Susan
Never Trust a Dead Man by Vivian Vande Velde
The Teacher's Funeral by Richard Peck
Cocaine's Son by Dave Itzkoff
Missing! by Bali Rai
Come Fly with Me by Sherryl Woods
Los señores del norte by Bernard Cornwell


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024