Read Venus Prime - Máxima tensión Online

Authors: Arthur C. Clarke,Paul Preuss

Venus Prime - Máxima tensión (32 page)

Aunque la mayoría de los aparatos microminiaturizados de la estación consumían sólo unas cantidades insignificantes de electricidad, su extremada densidad formaba puntos calientes que fosforecían en los teléfonos y cadenas de datos. Todas las pantallas planas y vídeos fosforescían con los mismos alfanuméricos, gráficas o imágenes de rostros humanos que tenían en pantalla en el momento de cortarse la energía. Y aquellos lugares que habían sido tocados por manos o pies humanos durante la última hora resplandecían a causa del calor ocasionado por el paso de tales seres humanos. De haber ratas en las paredes, Sparta las habría visto.

Afuera, en los salones y pasillos, las luces de emergencia destellaron rápidamente abastecidas por sus propias baterías autónomas; lanzaban rayos duros y desnudas sombras de estróbica sobre los pasillos, que estaban abarrotados. La gente se movía como bandadas de calamares, avanzando con un único propósito hacia la parte central del núcleo; la mayoría de ellos se movían en silencio, silencio roto únicamente por algunos gritos de miedo a los que se respondía de inmediato con órdenes tranquilas cuando el personal de emergencias cogía a remolque a los recién llegados, muy atemorizados, y los conducía con firmeza hasta un lugar seguro.

La pérdida de presión es el primordial temor en el espacio, pero los residentes habituales en Port Hesperus habían pasado con tanta frecuencia por simulacros rutinarios para ese tipo de eventos precisamente, que cuando se producía uno de verdad se consideraba casi como una rutina más. Los más antiguos se encontraban a sabiendas de que era tan enorme el volumen de aire existente en tan sólo un sector del núcleo de Port Hesperus, que harían falta ocho horas antes de que la presión bajase desde aquel lujoso valor habitual, propio del nivel del mar, a la escasez de la cima de las montañas de los Alpes. Y mucho antes de que eso sucediera, los equipos de reparaciones habrían terminado su trabajo.

Sparta procuró mantenerse en la oscuridad, evitando los pasillos y las muchedumbres; flotaba entre el tenue resplandor de infrarrojos existente en los pasadizos de acceso, avanzaba a lo largo de los conductos de carga y pasaba junto a las tuberías e hileras de cables que había en los túneles de ventilación mientras se dirigía hacia el lugar donde se encontraba la escotilla volada. Se movía en sentido opuesto al gentío, pero en la misma dirección que el aire; solamente necesitaría unos breves momentos de escucha para localizar con exactitud la dirección del viento, pues éste ululaba al pasar por la plancha de presión volada y hacía sonar el núcleo como si de un gigantesco órgano se tratase.

Mientras volaba sentía la brisa; al principio ésta se removía con suavidad, pero luego fue haciéndose cada vez más refrescante. A veinte o treinta metros del agujero, el flujo de aire alcanzaba una velocidad propia de huracán, y si Sparta se veía obligada a saltar por encima de aquella imaginaria linde, sería absorbida por aquel embudo supersónico y saldría disparada igual que una bala de rifle. Tendría que acercarse a aquel lugar, pero no tanto.

La escotilla abierta se hallaba en la cámara de descompresión Q3 y el propósito de este segundo acto de sabotaje estaba muy claro para Sparta: alguien había tenido necesidad de provocar algo que distrajera la atención de la gente de la
Star Queen
, algo que convirtiera las inmediaciones en un lugar inseguro. Alguien mucho más inteligente de lo que Sparta había sospechado. De modo que la muchacha atajó a toda velocidad por las calles traseras de la estación espacial para intentar llegar a la
Star Queen
mientras el culpable estuviera aún a bordo.

Se le ocurrió, mientras se aproximaba al compartimiento de descompresión a través del tramo final de uno de los conductos de ventilación, que aquella distracción no sólo había sido inteligente, sino también astuta, pues había provocado el máximo temor con un mínimo riesgo de daños personales. Las únicas personas en las inmediaciones de la escotilla que habían volado eran guardianes pertrechados con trajes espaciales, de manera que aunque hubiesen sido absorbidos al vacío de la bahía de aterrizaje habrían estado lo suficientemente protegidos. ¿Se trataría de un malvado con buen corazón?

No el que había volado el abastecimiento de oxígeno de la
Star Queen
. Quizás en este caso la seguridad fuera más aparente que real, producto accidental de un plan fundamentalmente pragmático.

Sparta golpeó el panel del extremo del conducto de ventilación y lo vio alejarse, arrastrado por la corriente de aire; se asomó por el agujero y contempló una desolación oscura y clamorosa. Las proximidades del comportamiento de descompresión de la zona de seguridad se hallaban desiertas. Los guardias, en el caso de que no se encontraran en un mal sitio a la hora precisa y no hubieran sido lanzados hacia afuera, habrían recibido ya órdenes de despejar la zona. Eso sería lo que el autor de los hechos planeaba, lo que necesitaba.

Y si Sparta estaba en lo cierto, el individuo aún se encontraría a bordo de la nave; habría dejado la escotilla abierta de par en par, sin malgastar el tiempo poniéndose el traje espacial, y estaría a punto de volver a salir en cualquier momento.

Sparta le impediría la huida. Se dio impulso y salió del conducto de ventilación. Pegándose a las paredes para resistir mejor el absorbente vacío, avanzó adelantando una mano detrás de la otra hasta entrar en el tubo de aterrizaje de la
Star Queen
. Siguió adelante lentamente mientras aquel viento atroz le desgarraba las orejas. Por fin llegó a la escotilla principal de la nave.

Una vez dentro de la misma manipuló los interruptores y contempló cómo la escotilla se cerraba sola herméticamente tras ella; dentro de la cámara de descompresión de aire reinaba el más absoluto silencio. Vio la fosforescencia de algunas huellas de manos en los interruptores y en los travesaños de la escalera, huellas de manos pertenecientes nada más a una persona.

Allí estaban los dos solos. Sparta se inclinó para acercarse más a una de aquellas huellas fosforescentes e inhaló su esencia química. No se trataba de nadie que hubiera conocido en Port Hesperus, nadie que hubiera tenido ocasión de tocar desde hacía semanas. Aquel penetrante dibujo de aminoácido, al hacerse plenamente visible para ella, le tomaba el pelo a su memoria, pues no se encontraba en ningún lugar a donde ella tuviera acceso...

En un posible guión, Sondra Sylvester habría estado en la bodega tratando de robar Los siete pilares de la sabiduría; pero dos minutos antes, Sylvester se encontraba a dos kilómetros de allí. En otro guión, que era el favorito de Sparta, habría sido Nikos Pavlakis quien se encontrase en la nave, en la cubierta de vuelo, disponiendo los sistemas automáticos para hacer despegar la nave y lanzarla disparada de la estación en dirección al sol, para enterrar allí definitivamente las pruebas de traición por parte suya y de sus socios. Pero, sin cómplices, Pavlakis no había tenido tiempo de poner en marcha un alboroto que causara distracción.

Sparta se adentró en la nave con cautela, pasó por la cubierta de almacenamiento de víveres y allí se detuvo; luego bajó flotando a través de la cubierta de vuelo. La fosforescencia de las luces de la consola, alimentadas por baterías, formaba un suave caleidoscopio circular en medio de la oscuridad. Se detuvo de nuevo, escuchando...

Un movimiento cauteloso y distante, el roce de un guante, quizás, o el suave roce de un pie contra la superficie metálica. Lo localizó; su presa estaba en la bodega A. Y no era quien ella esperaba encontrarse.

Si quienquiera que se hallase en la bodega no era Sylvester, entonces era uno de sus agentes. No Nancybeth, que, incapaz de concentrarse en nada que no fueran sus propias necesidades y placeres durante más de un minuto seguido, resultaba tan localizable somáticamente como un niño pequeño. Las comunicaciones dirigidas a y procedentes de la Helios habían sido rigurosamente monitorizadas; alguien que había estado a bordo de la Helios, pues. Sparta se dio cuenta de que había sido una tonta...

Se arrastró poco a poco, ingrávida, por el pasillo de la cubierta de soporte de vida con todos sus hiperdesarrollados sentidos alerta, y pasó por la escotilla de la cámara de descompresión de aire que había en la bodega —que estaba entreabierta— hasta que tuvo la cara a sólo unos centímetros de la escotilla exterior de la bodega A. Ésta también se encontraba abierta. Avanzó en silencio, dándose impulso con los dedos sin producir casi fricción, y entró en la cámara de descompresión.

—No tengas miedo de mí —le dijo él. Tenía la voz tan cálida como antes, pero esta vez se elevaba desde una base tonal más firme y profunda. Estaba bastante cerca—. Necesitaba averiguar una cosa.

Sparta pensó que aquel hombre hacía gala de un control extraordinario. Si hubiera tomado las huellas de su voz, las palabras de él no hubieran revelado falta de sinceridad.

La muchacha se detuvo donde estaba, sin aliento, a fin de poder pensar un poco. Podía oírlo y olerlo, sabía aproximadamente dónde estaba, pero iba desarmada y él no quedaba en el punto de mira.

—No tienes que dejarte ver —le dijo él—. No estoy seguro de dónde estás, en realidad, aunque creo que puedes oírme fácilmente. Déjame que te explique.

Transcurrieron unos segundos que Sparta aprovechó para acercarse centímetro a centímetro a la escotilla interior. La oscuridad de la bodega era fría y negra, al menos lo que ella podía ver, a no ser por el débil resplandor rojo que se percibía en los lugares que él había tocado.

El dibujo que formaban las huellas mostraba claramente lo que aquel hombre andaba buscando..., el espacio donde antes descansase el estuche de «Styrene» del libro ahora era un hueco frío y vacío.

—Voy a partir del supuesto de que estás dispuesta a escucharme —dijo él.

Sparta ya lo tenía localizado, pero no con tanta precisión como hubiera querido. Él acechaba en la parte de dentro de la cámara de descompresión. Aquel sonido... estaba producido probablemente por una mano o una cadera de aquel hombre al rozar ligeramente el revestimiento de la bodega, a no mucho más de unos cincuenta centímetros de la cabeza de ella. Tenía que hacer que siguiera hablando, hablando y moviéndose del modo inconsciente que entraña el hablar, que siguiera hablando un minuto más y ella sabría dónde agarrar...

—Necesitaba echarle un vistazo a este libro antes de que tú dieras permiso para que lo sacasen de la nave —siguió diciendo él—. Tú me dijiste que estaba aquí, pero yo tenía que saber si el libro que habías visto era el auténtico. Tú no eres una experta. Yo sí.

La muchacha avanzó unos centímetros más, respirando tanto hacia dentro como hacia fuera en largas, lentas y controladas inhalaciones y exhalaciones que ningún otro oído más que el de ella misma podía captar. La respiración del hombre, como Sparta se encontraba tan cerca, era una nube visible de calor que palpitaba lentamente en el aire oscuro al otro lado de la cámara de descompresión.

En la oscuridad, a treinta centímetros de distancia, él continuaba dándole explicaciones.

—Siempre cabe dentro de lo posible que alguien que disponga de tiempo y de un montón de dinero para gastar falsifique un libro de principios del siglo xx. Habría tenido que buscar artesanos que trabajen tipos de metal, para empezar; e impresores dispuestos a imprimir un libro al estilo antiguo, línea a línea, a partir de un texto que consta casi de un tercio de millón de palabras. Habrían tenido que hacer los moldes de la linotipia, cosa que llevaría meses, y eso contando con que tal persona poseyera la habilidad necesaria, a no ser que la caja de tipos original aún existiera y hubiesen conseguido hacerse con ella. Habrían tenido que encontrar papel antiguo de la clase apropiada, o imitarlo, con filigrana y todo, y hacer que pareciera antiguo. Luego quedaría la encuadernación, el estuche jaspeado, las pastas de piel... ¡Figúrate qué maña, qué habilidad tan increíble!

En su apasionamiento ante el objeto que estaba describiendo, aquel libro peculiar y antiguo, dio la impresión momentáneamente de que se hubiese olvidado de Sparta.

Ésta titubeó, y luego habló en un susurro que sólo podía llegar hasta él.

—Te estoy escuchando. —No obtuvo respuesta Quizás él se hubiera sobresaltado por la proximidad—. ¿Por qué es tan importante ver el libro ahora? ¿Por qué no esperar? —susurró Sparta.

—Porque es posible que el libro auténtico aún se encuentre a bordo.

¿Esperaría ser él el primero en encontrar el libro auténtico? ¿O todo esto se trataba sólo de una elaborada coartada porque ella ya lo había sorprendido con el libro auténtico en las manos?

—Sondra Sylvester voló hasta Washington y luego volvió a Londres tres semanas antes de embarcar en la Helios —continuó diciendo la muchacha—. Hizo otros viajes de Francia a Inglaterra. ¿Qué estuvo haciendo allí?

—Fue a Oxford. Hizo construir un libro. —La voz del hombre era ahora más atrevida, más oscura, como madera dura y antigua—. Yo lo tengo ahora en la mano.

Un obturador chasqueó en la mente de Sparta, una pared descendió, tomó una decisión. Deslizó las manos por encima del borde de la escotilla y se dio impulso con fuerza, entrando velozmente en la bodega. Se incorporó contra los anaqueles de acero que se hallaban situados frente a la escotilla y se volvió de cara a él. Aquel hombre era, en la oscuridad, como un globo fosforescente de color rojo junto a la escotilla abierta. Lo que tenía en las manos era..., un libro...

...sólo un libro.

—¿Podemos dar la luz? —preguntó él.

—Adelante.

Él levantó la mano y tocó el interruptor que había junto a la escotilla. Varias luces piloto verdes iluminaron la bodega, y la joven cambió la visión al espectro visible. Durante un momento Blake le sostuvo la mirada. Parecía un poco tímido, como si lamentase todo aquel alboroto.

Entonces Sparta tuvo un extraño pensamiento: pensó que él presentaba un aspecto encantador con aquel pelo rojizo en desorden y el traje completamente arrugado.

Blake levantó el libro, mostrándoselo.

—Una bella falsificación. La linotipia es perfecta. El papel es perfecto, de la clase que todavía se utiliza para imprimir las Biblias. La encuadernación es extraordinariamente buena. Cualquier análisis químico probará que el libro es nuevo, pero si uno no hubiera visto nunca el original, tendría que leer gran parte del mismo para entrar en sospechas.

Sparta lo estuvo observando mientras escuchaba. Él era, desde luego, diferente.

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