Un asesinato musical (39 page)

—Pero tal vez sí recuerde la soledad del detective de las novelas —comentó ella con un deje de burla—. En la ficción se exagera más, sin duda, pero ahí está la idea, siempre presente. Incluso en el inspector Maigret. Estoy segura de que ese personaje de Simenon le gusta.

Michael asintió con un gesto.

—Y hay una señora Maigret —recordó de pronto.

—Sí —ratificó ella—, está ahí para traerle las zapatillas por la noche y servirle la sopa. ¿Recuerda que Maigret hable en serio con ella una sola vez? Viven como dos desconocidos.

—¿Porque él es detective? ¿Qué tiene que ver con que sea detective? La señora Maigret es una mujer simple, mientras que el inspector...

—No puede saber si es simple o no. No la conoce en absoluto. Sólo sabe que cumple con sus funciones de ama de casa y que Maigret ni siquiera se ha enamorado en los últimos años. Sentirse atraído por alguien es lo máximo a lo que ha llegado, y fundamentalmente por curiosidad y por el deseo de descubrir la verdad. Los detectives no se enamoran de verdad. Sienten una atracción pasajera y nada más. En la mayoría de los casos, al menos.

—Suponiendo que tenga razón —se rindió Michael al fin—, ¿qué tiene eso que ver con mi niña?

—No diga «mi niña». ¡No es suya! —dijo ella abruptamente—. Usted es una solución temporal. La policía está buscando a la madre. Debe estar preparado para despedirse de ella.

—No puedo ni pensarlo —dijo él con la cabeza gacha.

—Tiene que pensar en lo que es mejor para ella. Tal vez no está usted hecho para ser padre de familia —le explicó. Al verle despegar los labios, añadió—: Discúlpeme. Quizá ya está preparado para serlo, pero es demasiado pronto para saberlo. Los detectives casi nunca tienen relaciones íntimas. Les falta la confianza de base. La manera en que usted trabaja también indica que no confía en los demás.

Michael se sintió palidecer de ira.

—Estamos en la vida real —dijo con voz estrangulada—. ¡Debería aplicar unos criterios serios! ¡Aunque esto sea una conversación entre usted y yo! Cómo es posible que, basándose en noveluchas de detectives... una persona de su categoría profesional... hable con tanta irresponsabilidad...

—¿Noveluchas por qué? —protestó ella—. ¿Son noveluchas las obras de Simenon? ¿O las de Chandler? En ellas se muestra la tragedia esencial de la figura del detective. El precio que ha de pagar por conocer la verdad.

—Estoy harto de hablar de novelas de detectives —dijo Michael, nervioso pero tajante—. Me ha dejado pasmado al afirmar que no valgo para padre de familia. Es una irresponsabilidad, por no decir una impertinencia —dijo alzando la voz.

—Está enfadado porque sabe que quizá tenga razón —replicó ella serena.

Michael sintió un hondo temor al darse cuenta de que se encontraba en una de esas raras ocasiones en que un interrogatorio se le escapaba de las manos. Al mirar a aquella mujer menuda, los ojos rasgados que lo observaban con fijeza, los pequeños y hábiles dedos, el pulgar amoratado, sentía que ella no pretendía tenderle una trampa, que hasta cierto punto merecía su confianza, mas no por ello dejaban de hacerle daño sus palabras. Se reafirmó en su impresión de que las rotundas aseveraciones lanzadas por su interlocutora no reflejaban en absoluto sus más vivos deseos. Quería hablarle de lo que pretendía decir al acusarla de «impertinente» e «irresponsable», quería hablarle de Avigail, de aquella relación predestinada al fracaso. Quería contarle que no había sido culpa suya, que él no había tomado la decisión de romper. Pero esos deseos quedaban en un segundo plano en comparación con el de protegerse de ella y reencauzar el interrogatorio por la vía normal. Al propio tiempo, sabía que la vía normal no existía. Sintió súbitamente que aquella conversación irrelevante, tan amenazadora para él, podría llevarlo a lugares que desconocía por completo.

—Explíqueme qué pretende decir y luego dejaremos el tema. Dígame por qué no soy...

—Pretendo decir que los detectives de verdad se caracterizan por un peligroso idealismo. Su trabajo se basa en la premisa de que existe un mundo que se rige por unas leyes determinadas, un mundo casi utópico. Están imbuidos de la firme creencia de que su misión en el mundo es descubrir a toda costa la verdad. Se creen capaces de devolver el orden al mundo. Y, a la vez, están expuestos en todo momento al contacto con las motivaciones más crueles y oscuras del ser humano, y, con objeto de protegerse, de no contaminarse, se ven obligados en cierto modo a vivir al margen de la vida. No hay nada más raro que un detective felizmente casado, con dos o tres hijos, que vuelve a casa por la...

—Eso es lo que pasa en los libros —la interrumpió Michael airadamente—. ¡No sabe de lo que habla! Pero si en esta misma investigación, en este caso, participa una pareja casada, muy buenos amigos míos, y...

—Yo me refería más bien a la mentalidad de detective clásica. Por lo visto, sus amigos no están cortados por el mismo patrón que usted. Sabe muy bien a qué me refiero. Le delatan sus ojos. Incluso Gabi, una persona bastante fría, le dijo a Izzy, que a su vez me lo contó a mí, que le daba la impresión de que era usted un hombre triste, si no trágico, y bastante solitario. Me impresionó mucho esa opinión, viniendo de Gabi. Tal vez estaba repitiendo palabras de Nita. Gabi no se fijaba mucho en los demás, y, ciertamente, no los analizaba en profundidad. Su comentario me impresionó tanto que me impulsó a revisar su pasado inmediatamente. Un bebé necesita una familia adoptiva que esté bien presente y viva, que se vuelque.

—¿Cómo se atreve a presuponer tantas cosas sobre mí sin... sin...?

—Tengo mucha experiencia. ¿Sabe cuántas personas han pasado por mi despacho? —y, una vez más, pese a la crueldad de sus palabras, pese a la sensación, o más bien certidumbre, molesta como un dolor de muelas, de que estaba embebida en un ejercicio puramente narcisista, como si hubiera estado esperando la oportunidad de decir aquellas cosas sólo porque se le habían ocurrido, a pesar de todo, el tono con que hablaba era amable, incluso dulce y compasivo—. Parto del supuesto de que es usted inteligente y sincero consigo mismo. En cierto modo, debía de saber que la cosa no iba a salir bien incluso antes de que asesinaran a Gabriel van Gelden.

—No es cierto —replicó Michael con firmeza—. No veía ningún motivo que pudiera impedir que saliera bien. Y sigo sin verlo. Sé que puedo darle a la niña cosas que... Y me siento más que capaz de vivir... de vivir con Nita. Puede ser una relación duradera, para toda la vida.

—Para toda la vida —repitió Ruth Mashiah desdeñosa—. No es propio de usted recurrir a esos tópicos. ¿Qué podemos saber del rumbo que tomarán nuestras vidas?

Michael desvió la vista sin decir nada.

—Gabi le dijo a Izzy que su unión no era del tipo romántico —señaló ella con delicadeza—. Esto queda entre nosotros. No he utilizado esta información reservada. Gabi se lo contó a Izzy sin saber que Izzy me lo contaría a mí. Por lo visto, Izzy se olvidó de cuál es mi trabajo. Si es que a eso se le puede llamar olvido —Michael la miraba en silencio—. Tenía la intención de llamarlo a mi despacho para hablar con usted, pero luego ha sucedido esto —se estremeció.

—Gabi no sabía nada de su hermana. Y, además, las cosas cambian —se defendió como un niño.

—No tiene tanta importancia —dijo ella con suavidad—. Usted no me parece la persona adecuada, pero quizá encontremos a la madre... El simple deseo no lo capacita para ser padre. La niña sólo tiene dos meses —luego le reprochó—: Todavía puede tener un hijo si quiere. ¿Sabe cuántos años llevan esperando montones de parejas que no pueden tener hijos? ¡Diez años! ¡Y he aquí una niña saludable de dos meses! ¡Cómo quiere que se la entregue a un hombre que vive solo y, para colmo, es detective!

Había llegado el momento de atacar, se dijo Michael.

—Ha dicho que Izzy se lo cuenta todo.

—Muchas cosas —lo corrigió ella—. Como sin duda sabe, nunca se cuenta todo a nadie.

—Está bien, muchas cosas. Por ejemplo, ¿sabe usted dónde estaba Gabriel cuando fue asesinado su padre?

Ruth Mashiah frunció el ceño y se apretó un punto en el centro de la frente.

—Fue el día del concierto que inauguraba la temporada, ¿verdad? Izzy estaba en un congreso en Europa. No. No sé nada de eso.

—¿Y sobre la crisis por la que había pasado su relación últimamente?

—¿Crisis? —parecía sinceramente sorprendida—. ¿Qué crisis?

—De los resultados del interrogatorio, de la prueba poligráfica, se desprende que habían sufrido una crisis.

Las delicadas cejas se unieron de nuevo sobre los rasgados ojos castaños, que parecieron volverse hacia dentro en un esfuerzo de concentración. A Michael le recordaron los ojos de su ex marido.

—No sé nada de eso. Yo diría que, dadas las circunstancias, la situación de su padre y todo lo demás, Gabi estaba de un humor casi maníaco antes de que muriera su padre. Y luego, como es natural, después de la muerte de su padre...

—Está bien, llámelo humor si quiere. Pero ¿sabe usted qué problemas le pusieron de ese humor?

—Asuntos de familia, relacionados con el padre de Gabi —parecía esforzarse en recordar—. Tiene que comprender —dijo inclinándose hacia delante, las manos sobre la mesa y los menudos dedos entrelazados— que en algunos aspectos Izzy es como un niño. A veces Gabi le daba miedo. Sobre todo cuando Gabi se ensimismaba, entonces Izzy pensaba que ya no lo quería, que estaban al borde de la ruptura. Según lo ve Izzy, el amor puede desaparecer de un día para otro. Es como un niño. Algunas veces me sacaba de quicio ver cómo se desvivía por agradar a Gabi.

—Así que no hay diferencias entre las parejas homosexuales y... —reflexionó Michael en voz alta.

—¿Qué se creía? —dijo Ruth Mashiah sorprendida—. Ya le he dicho antes que la dinámica es la misma que la de cualquier pareja. A veces Izzy me pedía que no le contara a Gabi que nos habíamos visto. Sobre todo cuando lo habíamos pasado bien. Pongamos por caso, si habíamos disfrutado de una buena comida en un restaurante. En cierta ocasión, después de que se me ocurriera comentarle a Gabi que había estado con Izzy en un restaurante italiano de Tel Aviv, Izzy se puso furioso conmigo porque Gabi lo había acusado de que, al no contárselo él, le hacía sentirse como un monstruo celoso.

—Pero si me había dicho que tenían una relación idílica —le reprochó Michael.

—¡Porque
era
idílica! —exclamó ella con sorpresa—. ¿Cómo piensa que son los idilios en el mundo real? En el mundo real, en las relaciones íntimas de a dos, casi siempre hay un componente de engaño. El miedo lo provoca, sí, sobre todo el miedo. Miedo a los celos, miedo a herir al otro, y, por encima de todo, miedo a perder al ser amado. Usted lo sabe muy bien. Por eso vive solo —dijo bajando la voz—. Y yo también —añadió en un susurro—. Es duro aceptar este tipo de cosas. Pero entre ellos había amor.

—Y dependencia. Y miedo. Y secretos —añadió Michael.

Ella se encogió de hombros.

—¿Qué ha ocurrido recientemente entre ellos?

—El primer cambio fue el nuevo grupo. La labor de formarlo tenía absorbido a Gabi. No le quedaba tiempo para nada. Y luego la truculenta muerte de Felix van Gelden. Gabi estaba muy, muy unido a su padre, y el hecho de que muriera, y de esa forma... creo que estaba deprimido. Muy dolido, con toda seguridad. Y, aparte de eso, y sumándolo a todo lo demás, Izzy se sentía culpable por no haber estado aquí cuando ocurrió. A pesar de que adelantó su vuelta, dejó el congreso a medias para regresar. Aparte de eso... Hace unos días Izzy me dijo que Gabi estaba preocupado por algo y no quería contarle el motivo. Que un abogado o alguien por el estilo lo había llamado desde Amsterdam —volvió a frotarse la frente—. Me duele la cabeza —se excusó.

—¿Desde Amsterdam? —Michael echó una ojeada a la grabadora y se preguntó cómo iba a ponerles la cinta a sus compañeros de equipo. Decidió que borraría la primera parte de la conversación.

—Es lo que me dijo Izzy hace unos días. Pero no lo recuerdo bien, porque no siempre tengo la paciencia necesaria para escuchar todos los detalles de lo que le preocupa. A veces parece una chismosa —sonrió—. Es imposible no caer en los estereotipos —dijo, disculpándose.

—¿Qué efecto tendrá en su vida la muerte de Gabriel? —preguntó Michael sin rodeos.

Ruth Mashiah cabeceó y suspiró, como si hubiera estado esperando aquella pregunta.

—Desde el punto de vista económico no supondrá ningún cambio —reflexionó en voz alta—. Desde el punto de vista emocional, me pondrá las cosas más difíciles. Izzy se volverá más dependiente que nunca, y puede que incluso... que incluso quiera volver a vivir conmigo, y yo... —sus ojos vagaron ausentes por la habitación y, por primera vez, pareció perder la confianza, la omnisciente certidumbre.

Alentado por la debilidad que delataba aquella mirada, oscilante entre él y la puerta, Michael aventuró:

—¿Le gustaría que volviera?

—En realidad, no —repuso ella tras un largo silencio—. Ya me he acostumbrado a la libertad de vivir sola. Y también he tenido relaciones con otros hombres... Nada serio —reconoció—. Pero al menos tenían un aire de normalidad, ya me entiende. A veces se me pasa por la cabeza la idea de recuperar lo perdido, de restablecer la estructura que se destruyó, ese tipo de cosas. Pero no, en realidad no —afirmó tajante—. La muerte de Gabi es un desastre para mí, y para Irit.

Michael la observó en silencio.

—Hasta ahora no me había dado cuenta de eso. No era consciente, tengo que pensármelo —explicó Ruth Mashiah sorprendida—. Pero le aseguro que no lo maté yo —dijo de pronto—. No sé hasta qué punto puede usted creerme en este momento, pero me siento en la necesidad de decírselo. No lo maté y no tengo ni idea de quién lo hizo ni por qué —apretó los labios un instante. Su dedo oprimió el centro de la frente—. Y tampoco ha sido Izzy —añadió.

Una vez dicho esto, Ruth Mashiah dio de inmediato su consentimiento a la prueba poligráfica, convino en que examinaran sus cuentas bancarias, estampó su firma en una serie de papeles, declinó el derecho a solicitar un abogado y prometió firmar la declaración que Michael redactaría.

—Haré todo lo que pueda para ayudar —dijo a la vez que se levantaba, y se apresuró a agregar—: en lo relativo al asesinato de Gabi —al llegar a la puerta, se detuvo y, dándose la vuelta, añadió—: Pero si necesita ayuda para Nita, dado su estado emocional, haré lo que esté en mi mano con mucho gusto. ¿Cómo se encuentra realmente? —preguntó preocupada, y se acercó a la mesa.

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