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Authors: Khaled Al Khamissi

Tags: #Humor

Taxi (7 page)

Cuando moví la punta de mi nariz, una vez sentado en casa de Sahar, inhalé los aromas de la carne, la cebolla, la canela, e incluso los absorbí a través de los poros de mi piel. Me sentí en paz y le conté a Sahar mi historia con el taxista, pero no se sorprendió:

—Esta historia es muy vieja. A mí me ha pasado cientos de veces. No somos más que un pueblo de mendigos. ¿No la habías oído antes?

—No.

—El que no fue a la cárcel con Abdel Naser no va a ir nunca. El que no se hizo rico con Sadat no lo va a ser nunca. Y el que no haya mendigado con Mubarak no va a mendigar nunca.

Le respondí:

—Entonces, llámame mendigo y tráeme lo que sea para comer, ¡me muero de hambre!

19

La calle Giza estaba tan atascada que parecía que era el Día del Juicio Final. El taxi no se movía y la contaminación mezclada con el aburrimiento hacía del tiempo una asfixia perenne. A la derecha, la facultad de Veterinaria, a la izquierda el Parque Zoológico, y por delante y por detrás un sinfín de coches. Estimé que tardaría dos siglos en llegar a la Ciudad del Cine, que está en la calle Al Haram.

No intercambié con el conductor palabra alguna, el silencio parecía ser una necesidad imperiosa para completar el círculo de la contaminación y el aburrimiento. Pero finalmente el taxista decidió romper la barrera del silencio.

—Uno que acaba de bajarse hace poco me ha dicho que el atentado de Jan El Jalili no es obra de los islamistas ni mucho menos, sino que es el Gobierno el que lo ha llevado a cabo para que la gente se ponga de su parte contra los islamistas antes de las elecciones presidenciales. Y para que lo sepa, hay más de uno que me ha contado esta historia. ¿Qué le parece?

—Opino que esto son chorradas y una falta de educación. Los islamistas, durante los últimos treinta años, han realizado en más de una ocasión este mismo ataque terrorista que perjudica tanto a la sociedad como a ellos mismos. Nadie entiende por qué continúan haciéndolo, ni se sabe quién está detrás de ellos ni quién los financia. ¿Qué opinas tú? —pregunté devolviendo la pelota al chófer.

—El Gobierno es débil, es incapaz de hacer este tipo de cosas. Si fueran capaces de planear eso de esta forma, no estaríamos como estamos. Para llevar a cabo actos políticos de este tipo hay que tener valor, atrevimiento y una planificación perfecta. Nosotros, que somos unos desgraciados, no sabemos hacerlas; sin embargo si se tratara del gobierno israelí, podría pensarlo; pero, ¿nosotros? No, imposible.

—¿Estás diciendo que llevar a cabo atentados viles contra los ciudadanos, en tu opinión, es tener fuerza? ¿Qué me estás contando?

—La política ha sido así de sucia toda la vida. Todos sabemos que los americanos fueron los que llevaron a cabo el ataque contra las torres y les cargaron el muerto a los islamistas. En la política todo vale. Estamos a punto de celebrar elecciones y se permiten todo tipo de juegos. El Gobierno tiene que dejar la imagen de los islamistas por los suelos para que la gente diga que son ellos los que están cargándose la economía, más de lo que está.

—¿Pero qué estás diciendo? ¿Es que no tenemos moral? ¿No hay leyes? ¿Ni constitución? ¿Acaso crees que vivimos en la selva?

—Bueno, ¿dónde cree usted que vivimos?, ¿en una ciudad? La selva tendría más piedad que esto en lo que vivimos. ¿Sabe dónde vivimos?

—¿Dónde? —pregunté con curiosidad.

—En el Infierno.

20

Las elecciones parlamentarias habían terminado, para bien o para mal, con sus tradicionales altercados debidos al uso de la violencia. El resultado fue la desaparición de todos los partidos políticos, fueran de derecha o de izquierda, y el surgimiento de dos grupos opuestos, a saber: el Gobierno y los Hermanos Musulmanes, que en todos los periódicos aparecen como el «grupo prohibido de los Hermanos».

—Tienen que estar prohibidos para que el Gobierno pueda detenerlos cuando se pasen. Tienen que mantenerlos a raya y si se despistan y se acercan a ella, los detienen —intentaba explicar el taxista—. Voy a contarle una cosa muy graciosa que ocurrió en Túnez; es que mi mujer es tunecina. Un día llegó Ben Ali, el presidente tunecino, y dijo que las elecciones serían libres y democráticas, e hizo salir a todas las ratas de sus madrigueras. En cuanto celebró las elecciones, a los pocos días arrestó a todos los islamistas y a todos los que los habían votado. Los lanzó a un pozo y desde entonces no han vuelto a aparecer. ¿No es una jugada perfecta? En unas únicas elecciones libres consiguió deshacerse de todos de un día para otro. Yo creo que los Hermanos no quieren pasarse de la raya y están jugando según las reglas. Sinceramente, aunque no están presentes en todos los distritos electorales, se las han hecho pasar canutas al Partido Nacional. El Gobierno no tuvo más remedio que amañar las elecciones en varios distritos, como en Doqqi, con Amal Osman Hazem. Salah Abu Ismail le sacaba ventaja, estaba ganando pero metieron mano e hicieron que ganara Amal Osman. Es lo mismo que ocurrió en Madinat Naser con Al Salab y en otros tantos distritos más. Yo soy de El Fayum, territorio de Yussef Wali y allí el Partido Nacional no ha podido hacer nada y los Hermanos se han hecho con el control. Lo que ocurre es que en nuestras elecciones hay uno que ha preparado todo al milímetro, el resto se mueve dentro de sus límites y así parece que el país va bien y que tenemos una democracia de verdad. ¿Pero sabe cuál es la realidad?

—¿Cuál? —pregunté invitándole a la explicación.

—Que no hay democracia en ningún país del mundo. En nuestro caso no hay ninguna duda, pero fuera ocurre igual: en Estados Unidos la gente va a votar a dos partidos que en realidad son la misma cosa. Es como si aquí fuese a votar a Mubarak y a Mubarak; sería lo mismo pero con dos nombres distintos. Y en Europa ocurre igual, la diferencia entre ellos y nosotros no está en la democracia, que no es más que una ilusión existente sólo en los libros, sino en las leyes: ellos tienen leyes que se aplican y nosotros no. Ésa es la diferencia. Allí no tendría sentido que el grupo de los Hermanos estuviera prohibido si resultase ser la única oposición al Partido Nacional. Allí,
prohibido
significa
prohibido
, mientras que aquí lo
prohibido
lo es sólo en teoría. Ah, y no se trata sólo de los Hermanos, que aquí por ley se puede arrestar a cualquiera, al que sea. Por ejemplo, si me parasen ahora, me pedirían los papeles. Si los tuviera todos en regla, me pedirían el extintor. Se lo sacaría y me dirían que está lejos de mi alcance, o que está vacío, o que es viejo. Por supuesto, uno no entendería cómo ha visto él que está vacío o que es viejo. Si me librara de lo del extintor, me vendrían con las chorraditas que se cuelgan por dentro. Todos los coches cuelgan cosas en el retrovisor y eso está prohibido. Si aún así me librase de eso, saldrían con el tema de la seguridad y las abolladuras, y eso que en Egipto cualquier coche tiene un golpecillo. En resumidas cuentas, tienen mil formas de arrestarte. Incluso si todo está correcto pero tu cara no les gusta pueden investigarte a fondo y como último recurso tienen la Ley de Emergencia, que lleva veinticinco años en vigor. Como se lo digo, si entraran en cualquier casa de Egipto podrían sacar cosas ilegales a patadas, porque las leyes que tenemos son tan elásticas como una goma.

Y concluyó sentenciando:

—Vamos, que todos estamos fuera de la ley, todos estamos en la misma situación que los Hermanos y pueden arrestarnos en cualquier momento; que Dios nos ampare.

21

Pescado
[26]

—Yo, que Dios me perdone, ni rezo ni voy a la mezquita —dijo el taxista—. No tengo tiempo, trabajo todo el día. E incluso los días de ayuno, ayuno un día sí y otros dos no. No puedo trabajar sin fumar. Pero me encantaría que los Hermanos Musulmanes subieran al poder. ¿Por qué no? Después de las elecciones parlamentarias, parece que todo el mundo los quiere.

—Pero si subieran al poder y se enteraran de que no rezas, te colgarían de los pies.

—No, porque rezaría en la mezquita, delante de todo el mundo.

—¿Y por qué quieres que suban al poder?

—Pues porque ya hemos probado de todo. Hemos probado con la monarquía y no ha dado resultado. Hemos probado el socialismo con Abdel Naser, pero incluso en su punto más álgido todavía estaban los
pachás
del ejército y de los servicios secretos. Luego probamos el centro y después el capitalismo, pero con productos subvencionados, sector público, dictadura, ley de emergencia, y acabamos por convertirnos en norteamericanos; poco a poco nos convertiremos en israelíes y tampoco funcionará. ¿Por qué no probamos con los Hermanos? ¿Quién sabe? Puede que funcione.

—¿Te refieres a probar sólo? Puedes probarte un pantalón ancho, o una camisa estrecha…, pero no puedes hacer pruebas con el futuro del país.

Leche

—Ya no saben cómo machacarnos más, y aún así no hay quien entienda nada de los americanos —explicó el conductor del taxi—. Ayudan a Mubarak, a los Hermanos y a los cristianos, que son los que causan los problemas fuera. Pagan dinero a Arabia Saudí, que a su vez financia a los islamistas que cometen actos terroristas contra Estados Unidos, por ejemplo. Un cacao que le deja a uno perplejo. Pero ya le repito, habría que probar con los Hermanos Musulmanes: que suban al poder durante un tiempo y veamos qué hacen. Así habría caras nuevas y, como usted ya sabe, a gobierno nuevo, vida nueva; así se afianzaría un poco nuestra economía.

Y recordó en ese momento:

—A propósito de la economía, ¿ha oído este chiste?

—No.

Tamarindo

—Dicen que la economía egipcia funciona como las bragas de una prostituta: en cuanto se las sube se le vuelven a caer.

A continuación, rompió a carcajadas.

22

Todas las desgracias y calamidades que hemos sufrido son una cosa, y lo que ha ocurrido en Iraq es otra bien distinta.

Te preguntan: «¿Conoces a Fulano?». Sí. «¿Has vivido con él?», te vuelven a preguntar. No. «Entonces, no lo conoces». Yo he vivido varios años con los iraquíes y no se merecen lo que les está ocurriendo.

Vivía en Madinat Al Hurriyya Al Tania, en el barrio Dawr Nawwab Al Dubbat. Trabajaba como dependiente en una tienda. Allí cada tienda suele tener una habitación donde vivir. ¿Y qué podría contarle de la gente? El primer día de Ramadán que me tocó allí lo pasé con dos egipcios, y mientras estábamos preparando la comida para romper el ayuno llamaron a la puerta. Cuando la abrí, eran los vecinos, que habían traído una bandeja con comida. Les dijimos que, gracias a Dios, ya teníamos y nos respondieron que así teníamos más. No sé cómo describirle lo grande que era la bandeja; tuvimos que abrir las dos hojas de la puerta para que pasara y hacían falta dos personas para moverla. Una de las hojas de la puerta estaba atascada y tuvieron que quedarse de pie esperando. A la bandeja no le faltaba de nada, tenía incluso agua con hielo. Estuvieron mandándonos la misma bandeja durante los treinta días de Ramadán, cada día distintos tipos de comida.

Además, allí los amigos lo son de verdad. Una vez que iba a viajar a Egipto un amigo mío, que se llamaba Karim y trabajaba en la seguridad del aeropuerto, vino a visitarme a casa. De hecho fue él quien me despertó, me trajo el desayuno, me llevó en coche hasta el aeropuerto y estuvo esperando hasta que monté en el avión.

Otro amigo que trabajaba en los servicios secretos y tenía una tienda de ultramarinos al lado de mi casa, se desvivía por ayudarme. Son gente muy servicial y cualquiera que le diga lo contrario miente.

Si por mí fuera, iría a luchar junto a ellos. Me siento como un cabrón. Cuando las cosas estaban bien estuve a su lado, y ahora que están mal les he dejado en la estacada. No soy mala persona, pero no hay nada que pueda hacer. Dios odia a los embusteros, ya les llegará su turno.

23

Es muy raro que alguien se encuentre con un taxista como éste.

Era un hombre entrado en los cincuenta, vestido elegantemente, afeitado, perfumado, de voz profunda y tranquila. Quizá fuese un monje budista, un asceta del desierto o un santo de un lejano templo.

Estábamos pasando con su flamante coche por delante de la Universidad de El Cairo mientras hablábamos sobre los horribles edificios que se han construido enfrente de la facultad de Comercio y la facultad de Economía y Ciencias Políticas, cuando me dijo:

—Todo en este mundo tiene su parte bella. Basta con que abra su corazón para ver la belleza que nos rodea. Pero si usted, como la mayoría de la gente, cierra su corazón, ¿cómo va a ver la luz que ilumina a su alrededor? Aquí, en Egipto, somos muy afortunados, es uno de los países más bellos y maravillosos del mundo y nosotros vivimos en él. Cuando abra su corazón, verá en Egipto cosas increíbles. Un ejemplo de ello es el Nilo; tenemos al alcance de nuestras manos agua para beber y comer, e incluso podemos limpiar nuestras almas en él. Contemplarlo es una experiencia purificadora. Llevo treinta años dividiendo el día en tres jornadas. Una la paso en el taxi, otra estoy con mi mujer y mis hijos, y la tercera la dedico a pescar en el Nilo mientras purifico mi alma, mi cuerpo y mis ojos. En el reflejo del Nilo leo el mensaje del Señor. Al cabo de cuatro horas me siento transparente, siento que el Señor está conmigo y me lleva de la mano para no temer a nada salvo a Él.

Si todos los de este país se sentasen a contemplar la superficie del Nilo, nuestra vida sería completamente distinta. No habría ni corrupción ni sobornos porque el hombre puro es incapaz de cometer errores. Yo todos los días finalizo la jornada del taxi temeroso, temeroso por mis hijos, por el futuro y por el mundo. Sin embargo, cuando termino de pescar todo es esperanza, esperanza en el día de mañana y confianza en que todo va a ir bien, ya que es imposible que nuestro Señor se olvide de nosotros. Esto es Egipto, aparece mencionado en El Corán, y nosotros somos los soldados de Dios. ¿Cómo podría olvidarnos? Imposible.

Me hablaba con voz profunda y agradable, una voz que se asemejaba mucho a la de la matriarca de la familia Adbel Rasul en la película
La momia
, de Shady Abdel Salam. Parecía como si su voz no saliera de quien estaba hablando sino que proviniese directamente de Dios Todopoderoso. Sus palabras contenían una profunda fe que brotaba del corazón, una fe auténtica en la esencia de las verdades y no en la apariencia artificial de éstas.

Cada vez que contemple la superficie del Nilo, recordaré a este buen hombre. Nunca olvidaré que a todos los miedos les sigue un sentimiento de esperanza en un mañana mejor.

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