Tuve que coger un taxi de ida y vuelta para la comisaría de Maadi, y pagué doce libras para conseguir un sello de la policía que vale tres. Volví de nuevo y me tocó hacer cola desde el principio. Fue una auténtica tortura. Todo esto fue un jueves y me dijeron que volviera el sábado. Fui el sábado pronto para recoger los papeles directamente. Estaba soñando, claro. Esperé fuera porque sus majestades estaban desayunando
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y los papeles aún no estaban listos. Por fin, recogí la hoja, pero no pude ir a Tráfico el mismo día. «Maldita sea, el dueño del taxi se va a buscar a otro conductor», pensé.
Al día siguiente, fui a Tráfico desde Dar El Salam a Madinat El Salam, curtido tras estas batallas y con los papeles en la mano. Me dijeron que fuera al servicio médico y cuando fui, vi que había gente vendiendo certificados médicos: «¿Alguien quiere certificados?, ¿quién quiere certificados?». Eran unos intermediarios. El caso es que cogí los papeles de uno de ellos y le pregunté el precio. «Dos libras», me contestó. Fuera me encontré con uno por casualidad y me dijo: «Tío, pero si arriba los dan gratis». Los intermediarios se enfrentaron al hombre que me lo había dicho; el que me lo había vendido vino y para no quedar mal, me dijo: «Si te rechazan el mío, tráemelo y te devuelvo el dinero».
Subí y me dirigí a la ventanilla y cogieron sólo la fotografía del certificado que había comprado por dos libras. Le pregunté: «¿No quiere esta hoja?». «No», me dijo. «Pues démela», contesté. La cogí, bajé a donde el hombre que me la había vendido y le dije: «¿Mantienes tu promesa?». «La mantengo», y me devolvió las dos libras.
Reservé una cita con el servicio médico. Iba a hacerlo el sábado, pero me dijeron que fuera el martes. Pensé: «Aprovecho la ocasión y de una vez saco el certificado de multas, porque me lo van a pedir». En efecto, fui donde el certificado de multas y fuera me encontré a todos los que no tienen nada que hacer.
«¿Te hacemos el certificado de multas?», me preguntaron. «¿Cuánto me va a costar?», me interesé yo. «Diez libras. Cinco para ellos y cinco para poder vivir», me explicaron. «¿Cómo que cinco para poder vivir?», yo no entendía bien el desglose. «Es el pan que nos manda Dios, por el esfuerzo y las molestias», me contaron. «Si encuentras algo para poder vivir aquí al lado, llámame. Todos necesitamos algo para poder vivir», les dije. Pero ellos sabían vender bien su producto: «Vas a estar esperando en la cola, va a ser un quebradero de cabeza y no vas a poder terminar lo que quieres con los de ahí dentro». «No tengo nada que hacer después, ya he perdido todo el día. Tengo cita en el servicio médico», les dije con aplomo.
Lo dejé, me puse a la cola y esperé una eternidad. Compré el certificado por cinco libras y lo presenté en Tráfico. Tuve que pagar otras cinco libras de más a pesar de no tener multas, pero ellos tienen que coger el dinero que llaman «auxilio de invierno», o «auxilio de verano», o lo que sea. Perdí como dos horas y no había ninguna sombra ni nada que nos protegiese del sol, hasta que ya no podíamos más. Después me llamaron por micrófono, lo recogí y me fui andando. Fue un día duro.
¿Se ha dormido? ¡Despierte! Pero si sólo le he contado cuatro cosas, ¿qué habría hecho si hubiera estado conmigo? Bueno, voy a continuar, está claro que le ha gustado dormirse con mi voz.
Esperé hasta el martes y no puede imaginarse qué follón de gente había. Las colas eran tan largas como los intestinos. Esperé en una cola que era como una serpiente, y el hombre que estaba de pie gritaba: «Venga, que todos se preparen y nos den los buenos días». Obviamente, que le diéramos los buenos días significaba que cada uno le pagase algo; yo le di una libra. Gracias a Dios entré, rellené el papel, me llevaron a la médica que comprueba los reflejos y la vista y ocurrió algo muy raro con las gafas. El conductor que estaba justo antes que yo estaba renovando su carné, que había caducado hacía seis años. Cuando les dijo: «Quiero revisarme la vista con las gafas», la médica no se lo permitió. Le dijo: «Ve a tráfico a ver qué te dicen ellos primero. Llevas seis años sin renovarte el carné y tu foto en el carné es sin gafas». El hombre les contestó: «¿Y qué voy a hacer? ¿De qué voy a vivir?». Ella le dijo: «Haz la prueba sin las gafas»; y él le contestó: «No voy a ver nada», así que ella le dijo que preguntara en Tráfico. El hombre salió gritando y luego entré yo cagado de miedo. Cogí las gafas y las manos me temblaban. Acababa de hacérmelas para pasar la prueba y le dije que la fotografía era sin gafas. Me dijo: «Pase usted y póngase las gafas, no pasa nada». Y cogió y dijo en voz alta: «¿Ven cómo no fastidiamos a la gente? Este hombre mayor no tiene el permiso caducado y viene a renovárselo. Le pondremos en el informe 'con gafas'».
Mi caso era igual que el del hombre anterior, pero no hay quien lo entienda. Lo que importa es que me hicieron la prueba con gafas y todo salió bien. Esta película me llevó tres horas continuadas de agobios y me dijeron que volviera a Tráfico a los dos días.
Fui el jueves, el sol pegaba fuerte y pensé: «Genial, se me va a cocer la calva». Esperé la cola de principio a fin, y después la mujer me dijo: «Vaya a pagar a la caja la tasa de la fotografía por ordenador». Resulta que el ordenador estaba estropeado, pero de todas formas tuvimos que pagar. Volví otra vez al final de la cola y cuando llegué me pidieron otros sellos. Dejé la cola y fui a por ellos. Volví por tercera vez a la cola y no había nada para protegerse del sol ni nada, podía freírse un huevo frito en mi calva. Finalmente le entregué la hoja a la señorita, la miró y me dijo: «Ya está, todo en orden. Espere hasta que le llamen para el carné. ¡Ah!, el ordenador está estropeado, les van a dar un resguardo». Le contesté: «Señorita, deme cualquier cosa que valga como permiso, incluso si lo escriben en un papel de fumar. Lo que quiero es poder circular y si alguien me para, poder enseñárselo». Me armé de paciencia y esperé dos horas hasta que alguien dijera mi nombre, pero nada. Ya eran casi las dos de la tarde y estaban a punto de cerrar.
Sólo quedábamos dos y nadie nos había dicho nada todavía. Él se llamaba Nader, estaba rellenito y era simpático. Fuimos a la ventanilla a preguntar y resulta que no encontraban nuestros expedientes. Nader la untó y le dijo: «Intenta hacernos unos expedientes nuevos o lo que sea, cualquier cosa que esté en tus manos». Se guardó el dinero en el bolso, hizo dos expedientes y dijo: «Estos permisos valen para tres meses. Si no aparecen vuestros expedientes tendréis que traer fotocopias del certificado de estudios, de la partida de nacimiento y todo lo demás». Agarré el permiso de los tres meses y recité la azora del Elefante, porque no daba crédito.
Cuando voy a dormir, no hago más que pensar: «¿Encontrarán el expediente? ¿Estará arreglado el ordenador? ¿Conseguiré el carné?». Es una pesadilla que no se acaba. ¿Tiene alguna idea de por qué nos hacen esto?
Ramadán. Poco antes del cañonazo que avisa de la ruptura del ayuno. Llevo un cuadro grande y estoy esperando a que aparezca un taxi, aunque sea caído del cielo. Como el cañonazo es dentro de unos diez minutos, es difícil encontrar un taxi a esta hora. Pero la Divina Providencia me envió un ángel la Noche del Destino. Era en verdad un ángel negro, de alas negras, proveniente del negro sur, del lugar más bonito de Egipto: Aswan. Tenía un corazón negro
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, el color de la pureza, la autenticidad y la belleza.
—El cuadro es muy grande, no va a caber en el asiento de atrás. ¿Quiere que lo ate a la baca?
—No va a dar tiempo para llegar a la ruptura del ayuno.
—No va a pasar nada porque nos retrasemos unos minutos.
Así que el ángel negro se bajó para asegurar el cuadro en el techo del coche. Después de atarlo, nos pusimos en marcha con calma, sin prisa. Era un hombre que no llegaba a los sesenta, de facciones tranquilas, y tenía una voz dulce.
—¿Es usted pintor?
—No, no lo soy. Es que estaba en casa de una amiga que es pintora.
—¿Pinta retratos o paisajes?
—La verdad es que no estoy seguro. Es una pregunta muy técnica. ¿Eres pintor?
—Antes me gustaba mucho la pintura; ¡ay!, solía pintar.
—¡Solías! ¿Y por qué lo dejaste? —me interesé.
—Uf, yo he dejado muchas cosas. A medida que pasa el tiempo, uno deja atrás cosas a las que es imposible volver. Las manillas del reloj sólo avanzan hacia delante.
—¿Y después de que dejaras la pintura?
—La vida es una carrera muy larga en la que hay que correr, y yo he corrido mucho. He viajado por el extranjero y dentro del país. He ido a España, a Alemania y a Francia; allí me quedé una temporada. Trabajaba como mensajero en una oficina de una empresa egipcia. Los domingos iba al Museo del Louvre, porque ese día la entrada era gratuita. La cultura es para todos. Me sentaba todo el día y disfrutaba. Me gustaba mucho el cuadro de David sobre la coronación de Napoleón. Tiene unos detalles extraordinarios y una iluminación preciosa. Es un cuadro de dimensiones enormes, como de diez por seis metros, que fue pintado en 1805. Y como puede ver, seguí corriendo y aquí estoy, llevándolo a usted.
—Si te gusta tanto la pintura, tienes que pintar.
—Hay cosas que me gustan mucho. Yo me gasto todo el dinero en mis aficiones. Trabajo en el taxi unas cuantas horas y paso el resto del día en mi casa; no salgo de ella. Es mi nido, lo único que tengo en el mundo. Intento que sea un nido cómodo. Vivo en un bajo en Qatameyya y hay un jardín frente a mi casa. Yo lo considero mi jardín, trabajo en él todos los días. He plantado madreselva, hiedra, dieffembaquia y buganvillas. También he plantado hibiscos de flor roja, que se cierran de día y se abren de noche. Y me encantan los pájaros: tengo una jaula grande en la que hay veinte. Ayer tuve una bronca enorme con mi mujer porque compré una pareja de pájaros por doscientas cincuenta libras. Vienen de Brasil, son muy bonitos y muy dulces, pero escasean en Egipto. ¿Cómo he sido capaz de pagar esa cantidad por un par de pájaros? Tengo también peceras con peces fantail y guppy. Estoy haciendo un rincón árabe sobre el suelo y, a mi alrededor, están las peceras y los pájaros. Enfrente tengo la ventana y veo el jardín. Me siento como si estuviese en un paraíso, lejos del infierno de El Cairo.
—¡Pero qué maravilla!
—Que Dios le bendiga. Sepa usted que cuando estoy en mi casa, estoy fuera del espacio y del tiempo. Mis ojos están en los peces y mis oídos con el trino de los pájaros, y por la noche respiro el aroma de la madreselva. Un día tiene que hacerme el honor de visitarme.
Me habló de jardinería, de arte, de peces, de pájaros y de belleza; era una enciclopedia de todos estos temas. ¿De dónde había sacado todo ese conocimiento? Se quejó de su hijo, que desea conseguir todo sin esforzarse nada, y de lo ignorante que es. Recordó cómo solía ir con sus compañeros todas las noches a clases de refuerzo de lo que fuera. Criticó, también, estos tiempos, que han moldeado a su hijo de esta forma.
Este ángel negro dejó un sabor azucarado en mi boca, el aroma de la madreselva en el alma y por primera vez, desde hace tiempo, me hizo romper el ayuno con calma y sin prisas, meditando sobre todo lo que hay a mi alrededor.
Al final, me hizo intentar convertir mi hogar en un nido como el que había descrito.
Pero, ¿dónde consigo unas alas como las suyas?
PREVIA SOLICITUD DE EDITORIAL ALMUZARA, CONCLUYÓ LA IMPRESIÓN DE LA SEGUNDA EDICIÓN DE ESTA OBRA EN
KADMOS
EL 26 DE FEBRERO DE 2009. TAL DÍA DEL AÑO 2006 SE DESCUBRE EN LAS INMEDIACIONES DE EL CAIRO UN TEMPLO SOLAR CON DIVERSAS ESTATUAS MONUMENTALES, UNA DE LAS CUALES PODRÍA CORRESPONDER A RAMSÉS II.
KHALED AL KHAMISSI, nació en El Cairo, Egipto. Culminó su licenciatura en Ciencias Políticas en la Universidad de El Cairo, y obtuvo el doctorado posteriormente en La Sorbona. Taxi, su primer libro, ha sido un rotundo best seller en Egipto y el mundo árabe desde el momento de su publicación, en enero de 2007. En 2008 fue traducido al inglés y al italiano, y están a punto de aparecer ediciones en griego y francés. Khaled Al Khamissi es también productor, director de cine y un prestigioso periodista que colabora semanalmente en numerosos medios de comunicación.
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Marqués de Sade: 1740-1814. Escritor francés; trató en sus escritos el tema de la felicidad sensual y su relación con la tortura física. De su nombre deriva la palabra «sadismo».
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