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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (48 page)

Un sonido irregular surgía de alguna parte, no dentro de este edificio, sino cerca. Al principio lo oyó solo de manera subliminal, ya que estaba enterrado en el sonido ambiental de la calle. Pero mientras arrastraba al agotado e irritable casero hacia arriba, el sonido empezó a distinguirse del clamor general de la calle y entró en su consciencia. Los golpes empezaban y paraban. Se repetían tres o seis o diez veces seguidas, como el latido de un corazón, y entonces cesaban durante un momento, para volver a empezar, a veces más rápido y a veces más lento. A veces terminaba con un leve sonido aplastante. Ella conocía bien la pauta porque sus colegas y ella lo habían oído de fondo en las conversaciones telefónicas grabadas de Abdalá Jones y habían dedicado muchas horas a preguntarse qué era. Su primera idea fue que era el ruido de obras en un apartamento vecino, pero no encajaba realmente con esa pauta: ¿qué tipo de obra usaba solamente martillos pero no una sierra? ¿Tal vez Jones vivía encima de una carnicería donde se usaban hachas pesadas para cortar las piezas grandes? ¿O un dojo de artes marciales donde los estudiantes golpeaban un saco? Nunca habían logrado llegar a una conclusión, y los volvió locos.

Pero cuanto más alto subía Olivia en aquel edificio de oficinas, más segura estaba de que oía exactamente la misma pauta de sonidos del edificio de apartamentos de enfrente. Se hacía más claro, y a medida que iba subiendo se sentía más nerviosa.

Al llegar al piso de arriba, entró en una oficina y descubrió que su visión quedaba bloqueada por una vieja lona azul que habían colgado delante de las ventanas. Cruzó la habitación, abrió la ventana (eran ventanas grandes, de la vieja escuela, de doble hoja) e hizo a un lado el filo de la lona azul.

Directamente al otro lado de la calle, quizás a veinte metros de distancia, en el tejado del edificio de apartamentos, media docena de jóvenes jugaban al baloncesto.

Vio a uno de ellos driblar entre los defensas (
thump, thump, thump, thump, thump
) y lanzar un tiro.
Crash
.

—Este podría ser aceptable —le dijo al casero, un poco distraída ya que estaba tomando imágenes en vídeo con el móvil de los jugadores—. Volveré a ponerme en contacto con usted.

El casero hizo una llamada telefónica. Olivia continuó disfrutando de la vista. El apartamento que había directamente debajo de la cancha de baloncesto improvisada tenía sábanas o pósters o algo cubriendo la mayoría de sus ventanas. Olivia deseó con todas sus fuerzas hacer una llamada propia: «Lo he encontrado.» Pero no quería repetir el error de Jones. Tenía otros medios para comunicarse con sus supervisores en Londres.

Se dirigió al
wangba
más cercano, se conectó a un ordenador, navegó al azar por la red durante un rato, luego visitó cierto blog y dejó un comentario con una frase preacordada.

Al día siguiente recibió un mensaje codificado en los poco sospechosos bits de un archivo de imagen, diciéndole qué hacer a continuación.

Una parte de ella esperaba que el MI6 la devolviera directamente a Londres, la invitara a cenar en un bonito restaurante, y le diera un ascenso. Esa fantasía se basaba en su suposición de que actuarían contra Jones inmediatamente, bien dando un soplo a la Oficina de Seguridad Pública de su presencia o enviando un comando.

Sin embargo, el mensaje codificado decía otra cosa respecto a cómo debería pasar Olivia las siguientes semanas o quizás incluso meses.

La felicitaban, de la manera diabólicamente sobria que cabía esperar. Pero parecían haber decidido que Abdalá Jones les sería más valioso si pudieran extraer más información antes de que lo enviaran a recaudar su cuota de vírgenes de ojos oscuros. Querían que Olivia encontrara un lugar desde donde pudieran vigilar el apartamento de Jones, y que informara.

Olivia llamó al casero, volvió al edificio de enfrente, tomó fotos con el móvil de la oficina, y negoció un alquiler. Usando su identidad falsa, envió un e-mail a Meng Binrong, con todas las fotos y detalles de los términos del alquiler. El mensaje fue a una dirección registrada en Guangzhou pero inmediatamente fue encriptado y enviado a Londres.

Otro mensaje, rebosante de satisfacción, le llegó al día siguiente. Le dijeron que continuara con su tapadera y esperara nuevos contactos.

Trabajar en su tapadera fue un buen consejo: lo dejó correr durante un par de semanas mientras se establecía en Xiamen. Hizo que trasladaran un escritorio y una silla a la nueva oficina, luego se puso a hacer como que trabajaba, intercambiando montones de e-mails con sus supuestos clientes y su supuesto tío, concertando visitas a pequeñas fábricas por todo el estuario del río Nueve Dragones, y manteniendo siempre un ojo puesto en el apartamento 505 del otro lado de la calle. Los inquilinos cuidaban de tener bloqueadas la mayoría de las ventanas, pero a veces tenían que abrirlas para ventilarse, y cuando lo hacían Olivia podía ver detalles emocionantes: montones de colchones en el suelo, y contenedores de lo que parecían ser disolventes industriales, y hombres que no parecían ser de por aquí. Nunca vio a Jones; pero era inconcebible que un hombre tan cuidadoso como él mostrara su rostro en una ventana abierta.

Empezó a llegar equipo a través de FedEx, disfrazado como prototipos de aparatos electrónicos que sus supuestos clientes querían producir en masa en China. Fue muy fácil mantener el disfraz: todos los equipos electrónicos parecían iguales por fuera, pues eran solo placas de circuitos con chips. Se sabía que los servicios de inteligencia chinos habían empezado a insertar chips programables en las placas de circuitos que se enviaban a Occidente, chips cuya misión era llamar a casa y enviar datos, y Olivia sospechaba que su destino original (el destino para el que había sido preparada) era investigar ese problema. Así que había cierta simetría, y un poco de satisfacción, en darle la vuelta a la tortilla. Tras elaboradas hojas de instrucciones, enviadas, codificadas, por cerebritos de Londres y Fort Meade, puso esos artilugios en marcha en la oficina, y permaneció a la escucha de cualquier señal electromagnética que surgiera del edificio de apartamentos. Los datos llegaban y eran comprimidos y encriptados y enviados de vuelta a Londres y Fort Meade, donde gente que comprendía de verdad estas cosas podía analizarlas y sacarles sentido.

Esto proporcionó el primer contratiempo verdadero en la investigación. Los artilugios recogían un montón de datos, pero parecía (por abreviar una larga historia) que el piso franco de Abdalá Jones estaba situado directamente encima de un nido de hackers cuyos aparatos lanzaban una enorme cantidad de ruido electrónico al éter. Estos hackers, por lo que Olivia podía deducir, eran los jugadores de baloncesto, que también parecían trabajar mucho en el tejado del edificio, así que el nido de Jones estaba situado entre dos niveles de actividad hacker. Era difícil distinguir el ruido de Jones del de los hackers. Hasta el punto de sugerir que Jones tal vez había escogido este lugar deliberadamente como añagaza para ocultar sus propias emanaciones en el ruido de sus vecinos.

Enviaron más cosas por FedEx, y Olivia hizo una incursión en el edificio de apartamentos y plantó un aparato tras un radiador en el pasillo situado ante el apartamento de Jones. No conocía los detalles pero supuso que esto de algún modo hacía más fácil diferenciar los bits de los terroristas de los de los hackers. Entonces el MI& mandó a un experto en inteligencia de señales, usando el nombre de Alastair y fingiendo ser uno de los clientes de Xinyou Quality Control. Alastair y Olivia mantuvieron largas «reuniones» en la oficina, durante las cuales Alastair manipuló el equipo que ya estaba allí e instaló una nueva caja: un sistema para lanzar láseres invisibles a las ventanas del apartamento 505. Cualquier sonido dentro del apartamento haría que las ventanas vibraran levemente, y el aparato láser podía detectar las vibraciones y traducirlas a grabaciones de sonidos sorprendentemente inteligible. También conectó un sistema de grabación en vídeo automático que se conectaba cada vez que se detectaba movimiento, es decir, cada vez que los terroristas (pues no había ninguna duda, ahora, de que eran terroristas) abrían una ventana.

El hecho de que el edificio de oficinas estuviera siendo remodelado proporcionó enormes ventajas para usarlo como plataforma de vigilancia. Su fachada quedaba oscurecida por una maraña de andamios, cuerdas, lonas, trenzas de bambú, cables de extensión, luces de trabajo y mangueras neumáticas. Entre toda esa morralla, el equipo de Alastair (bastante modesto en tamaño) podía pasar fácilmente desapercibido. Su cámara principal asomaba por un agujero en la lona azul, no más grande que la punta del dedo de Olivia.

Olivia no tenía que leer ningún memorándum extasiado de Londres para saber que había encontrado una mina de oro. Las respuestas que obtenía de Londres sugerían que el valor de la información que estaban consiguiendo era tan alto que ahora deseaban que Abdalá Jones continuara una carrera muy larga volando cosas, o preparándolas, en Xiamen, mientras pudieran continuar ordeñándolo. Al leer los periódicos extranjeros, Olivia veía reportajes ocasionales sobre ataques de aviones no tripulados Predator en Waziristán y no podía dejar de tener la impresión de que el material que estaba enviado a Londres estaba directamente relacionado con algunos de ellos.

Estaba dirigiendo una de las instalaciones de más valor en la guerra global contra el terror. Y era la única persona que podía hacerlo. La operación era un éxito colosal, mucho más importante que el ahora olvidado trabajo, fuera cual fuese, que originalmente querían que hiciera. Eufórica como se sentía al respecto, en el fondo sabía que no podía durar. Tarde o temprano Jones tendría que hacer algo. No podía vivir allí mes tras mes construyendo bombas sin ningún propósito. Tarde o temprano se enterarían, gracias a los lásers de las ventanas, que Jones estaba a punto de hacer volar algo. Y entonces el MI6 tendría una decisión interesante que tomar. Si no hacían nada, la explosión se produciría y la OSP investigaría y acabaría por descubrir el apartamento 505. Y a partir de ahí acabarían por venir a comprobar la oficina de Olivia y descubrirían todo el aparato de vigilancia de alta tecnología, la detendrían, y la someterían a solo Dios sabía qué tipo de tratamiento. Si se llegaba a eso, Olivia tendría que descubrir el equipo y salir de la ciudad primero.

O, en el espíritu de la cooperación internacional, el MI6 podría darle el soplo a las autoridades chinas e impedir así que Jones llevara a cabo su plan. Pero al hacerlo también revelarían su jugada respecto a las fuentes y métodos que habían empleado para descubrir todas estas interesantes cosas, lo cual llevaría a las mismas o similares consecuencias para Olivia.

O podían enviar alguna especie de comando para matar a Jones o incluso secuestrarlo y sacarlo del país. Esto, por decirlo suavemente, sería una operación peliaguda.

En cualquier caso, Olivia disponía de instrucciones detalladas para clausurar su pequeño piso franco si llegaba el caso. No había papeles que romper, ni cintas que quemar. Todo era electrónico. Así que el procedimiento de cierre se reducía a freír los equipos electrónicos. Lo habían puesto fácil. Todo tenía un interruptor de autodestrucción: lo único que tenía que hacer era pulsarlo, y una descarga de alta tensión recorrería todos los chips y destruiría toda la información almacenada en ellos. La OSP podría recuperar las placas de circuitos, pero según Alastair estarían vacías de información útil: eran solo chips normales que cualquiera podía comprar en una tienda de electrónica por Internet, conectados unos con otros de forma obvia. Lo importante (lo que los hacía únicos) estaba en cómo estaban configurados, los bits que contenían, y eso era fácil de codificar. Sería bueno, recalcó, si ella pudiera impedir que el material cayera en sus manos: por ejemplo, lanzándolo al agua desde la barandilla de un ferry o quemando el edificio (Olivia no supo si esta última sugerencia la decía en serio), pero lo más importante era pulsar todos aquellos interruptores de destrucción.

En un piso franco adecuadamente montado, habría habido al menos tres personas trabajando por turnos, cuidando los aparatos, siempre dispuestos a pulsar los interruptores y cerrar el lugar en un instante. Unas cuantas décadas antes el MI6 tal vez habría tenido recursos para mantener a tantos agentes infiltrados en China. Si la operación hubiera tenido lugar en cualquier otro país, podrían haber encontrado un modo. Pero en China era demasiado difícil. Cuando Alastair regresó a casa, Olivia fue la única persona que quedó allí, y solo podía pasar en la oficina un tiempo limitado. Meng Binrong le enviaba muchos supuestos e-mails haciendo que pareciese que era un auténtico negrero, y esto le proporcionaba la excusa que necesitaba para trabajar doce, catorce, a veces dieciséis horas al día en la oficina, pero a veces tenía que volver a Gulangyu y dormir unas cuantas horas en su apartamento, aunque solo fuera por guardar las apariencias con el casero y los vecinos.

Debido a aquellas largas horas y la estrechez de miras que tuvieron como resultado, tal vez podría ser perdonada por haber estado ajena, durante tanto tiempo, al objetivo obvio de los preparativos de Abdalá Jones. Xiamen iba a albergar una conferencia internacional, trayendo a diplomáticos de todo el globo. En teoría era para celebrar el 350 aniversario de la liberación de Taiwán de los holandeses por parte de Zheng Chenggong. Pero todo el mundo sabía que el verdadero plan era discutir la reunificación de Taiwán con la China continental y que podían anunciarse desarrollos muy significativos. Algunos islamistas radicales sostenían que Zheng Chenggong era uno de los suyos, y por tanto consideraban que Taiwán formaba parte del Califato Islámico. Era una pretensión vana, pero de todas formas estaban furiosos por la opresión de los musulmanes en la China occidental, así que cualquier excusa sería suficiente.

Olivia había advertido los estandartes en las farolas, mostrando imágenes heroicas de Zheng Chenggong, pero no se dio cuenta de que la conferencia ya había comenzado hasta que empezó a causar atascos de tráfico camino del trabajo por la mañana. En ese momento comprendió, demasiado tarde, que debía haber alguna conexión entre esto y un reciente aumento de conversación en el apartamento 505. La crisis debía de estar cerca.

Una mañana regresaba a la oficina, tras haber disfrutado de unas cuantas horas de sueño en casa, cuando advirtió un detalle menor: una furgoneta aparcada en la calle entre el edificio de apartamentos y su oficina. Estaba interrumpiendo el tráfico y creando un pequeño escándalo entre los vendedores callejeros y los transeúntes. Si no hubiera sido por la conferencia diplomática y su consciencia de que algo gordo iba a pasar, podría haberlo ignorado. Pero tal como estaban las cosas, su primer pensamiento fue que habían descubierto el pastel: era un pelotón de investigadores de la OSP que venían a llamar a la puerta de Abdalá Jones y preguntarle qué estaban haciendo allí sus amigos y él. O peor todavía: venían a arrestarla a ella.

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