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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (141 page)

—¿Jugador de T’Rain? —preguntó Dodge.

—Sí, la verdad es que sí. Pero esto no es solo un encuentro casual. Tenemos información sobre su sobrina. O más bien la tiene ella —señaló hacia atrás con la cabeza—. No he llegado a conocerla, pero he oído decir que es buena chica.

—Acabo de verla hace una hora.

Las patadas y sacudidas cesaron. Una cara se asomó tras el asiento.

—¿Está viva? —preguntó la joven asiática.

Salir del helicóptero requirió emplear la navaja, ya que partes del panel de instrumentos habían quedado aplastadas hacia arriba, y había afilados bordes de metal que se enganchaban en los cinturones de seguridad y la ropa de camuflaje. Pero al final el hombre, que dijo llamarse Seamus, y la mujer, Yuxia, lograron salir y se dirigieron al otro lado para examinar al piloto. Estaba despierto ahora. Richard, condicionado por una larga exposición a Hollywood, se preguntaba cuándo iba a estallar en llamas el helicóptero, pero a medida que fue pasando el tiempo eso pareció menos y menos probable. El tanque de combustible no tenía pérdidas, y no había ninguna fuente de ignición que Richard pudiera ver.

El piloto informó, con bastante calma, que todas las partes de su cuerpo de ombligo para abajo parecían haberse quedado dormidas. No en el sentido de tenerlas completamente entumecidas, pues podía moverlas y notaba sensaciones, sino en el sentido de que hormigueaban como locas. Su columna dorsal, obviamente, había quedado afectada por la fuerza del impacto y tal vez sufría algún daño en las vértebras que interfería con su médula espinal. No estaba paralizado. Pero podría estarlo si intentaban moverlo como si fueran «un puñado de buenazos con mierda por cerebro», como lo expresó Seamus.

Yuxia y Seamus parecían haber salido del choque con pocos traumas aparte de un montón de golpes que los dejarían al día siguiente entumecidos y magullados. La adrenalina parecía estar haciéndose cargo del resto. Eso, y, en el caso de Yuxia, lo que parecía un serio subidón de endorfinas generado por saber que Zula estaba viva... o que al menos lo estaba hacía una hora. Mientras Seamus interrogaba al piloto y trataba de decidir qué hacer, Yuxia se concentró en Richard.

—Su sobrina le admira mucho.

—Acabo de descubrir quién eres —dijo Richard—. Escribió sobre ti en una toalla de papel.

Una vez que decidió que el helicóptero no iba a explotar, y teniendo en cuenta el hecho de que para entonces tenían dos armas de fuego, había empezado a sentirse bastante optimista, como si todo hubiera acabado ya, a falta de rodear a los malos y comprarle a la gente billetes de avión para regresar a casa.

—¿Hay más en camino? —le preguntó a Seamus.

—¿Más qué? ¿De qué está hablando?

—De... ¿refuerzos?

—Estamos solos —dijo Seamus.

—Pero sabían que yo estaba aquí... que los yihadistas estaban aquí.

—Si hubiéramos sabido que estaban aquí, habríamos aparecido con toda la puñetera Guardia Nacional de Idaho. Y al llegar, no nos habríamos parado en un sitio donde un gilipollas con un rifle pudiera abatirnos.

Richard tan solo se le quedó mirando.

—Hago esto por mi cuenta —dijo Seamus—. Compruebo una hipótesis. Nadie más me cree. Solo tenía vagas sospechas de que Jones podría haber venido aquí hasta que las balas empezaron a atravesar nuestro motor.

—¿Pudieron mandar una señal de auxilio o...? —entonces Richard se calló la boca al darse cuenta de que estaba quedando como un tonto. Había visto el tiroteo. No habían tenido tiempo de enviar ningún mensaje—. Vale, pero en algún momento alguien se dará cuenta de que el helicóptero no ha vuelto.

—Es una empresa de un solo hombre. Podrían tardar horas. Para entonces, todo habrá acabado.

—¿Qué habrá acabado?

—Lo que vaya a pasar ahora —dijo Seamus—. ¿Dónde demonios está Jones, por cierto?

—Los tipos que los acaban de abatir son la retaguardia. Jones está más al sur. Le mostraré el camino. Pero primero le sugiero que pensemos en los que nos están disparando.

Mientras Richard hablaba, los ojos de Seamus se dirigieron hacia donde estaban más o menos los malos en cuestión. Entonces captó alto.

—Parece que hay alguien más tratando ese tema —señaló—. Muertos en pie.

El trayecto hacia la frontera había implicado varios acontecimientos que Ershut podría haber considerado decepciones, penurias, y contratiempos si hubiera crecido en una decadente democracia occidental. Lo único que le había perturbado de verdad fue lo que le había sucedido al pobre Sayed. Un largo rastro ensangrentado a través del bosque conducía a un pequeño árbol donde habían arrastrado el cuerpo de Sayed para dejarlo a tres metros del suelo en un hueco entre dos ramas. Tenía la cabeza inclinada hacia delante, la nariz apretada contra el pecho, ya que toda la estructura había sido eliminada de la parte trasera de su cuello. En su abdomen habían abierto un agujero y le habían sacado el hígado. La misma extrañeza del espectáculo lo había dejado mucho más preocupado que el cuerpo de Zakir, que había expirado de un modo enormemente sangriento pero mucho más convencional.

Desde allí, habían vuelto al campamento, permaneciendo siempre en el sendero para impedir que el hombre de la motocicleta se diera media vuelta y escapara hacia el valle. Ershut y Jahandar se habían turnado: uno vigilaba el sendero para que el otro pudiera subir al campamento a recoger todas las cosas que necesitarían para la fase final del viaje. Luego recorrieron el valle, siguiendo la pista de la motocicleta, salpicada con ocasionales gotas de sangre. Esto fue fuente de gran satisfacción para Jahandar, que estaba convencido de que había alcanzado al motorista.

El viaje a través de la cordillera no fue bien, ya que el camino a través de los túneles había quedado cortado por un candado de moto en la verja, y los intentos de Jahandar por abrirlo a tiros no habían servido de nada. Pero solo un infiel blando y corrupto imaginaría que esto sería obstáculo para hombres como Ershut y Jahandar. Se retiraron de la mina y simplemente subieron a lo alto del monte, acamparon cerca de la cima, donde podían ver claramente en todas direcciones, y luego se dirigieron al sur en cuanto hubo luz. Ershut había dormido mal, recordando a Sayed en aquel árbol, y preguntándose quién o qué había cometido esa atrocidad. Ershut era fornido y anormalmente fuerte, y sin embargo dudaba de ser capaz de cargar con la carga flácida de Sayed hasta lo alto del árbol que carecía de convenientes ramas laterales. Su corteza estaba marcada con profundos surcos hechos por cuatro garras paralelas, lo que hizo que Ershut pensara que era obra de un depredador que había subido a su presa al árbol para mantenerla fuera del alcance de los chacales o las bestias similares que pudieran habitar estas montañas. Jahandar desdeñó esa teoría. Estaba convencido de que era obra de un humano que intentaba asustarlos mutilando el cuerpo de Sayed y dejándolo allá arriba para que no pudieran dejar de advertirlo.

En cualquier caso, habían dormido poco y mantenido las armas cerca. Durante su guardia, Ershut estuvo convencido de que sentía algo acechando alrededor del campamento, y una vez, al hacer un barrido con la linterna a su alrededor, estuvo seguro de haber visto, durante una fracción de segundo, un par de brillantes ojos resplandeciendo en la oscuridad. Pero cuando volvió a enfocar con la linterna, ya habían desaparecido.

Habría tenido sentido, entonces, no descuidar la retaguardia mientras bajaban por el risco con las primeras luces de la mañana. Pero dos cosas les hicieron fijar su atención hacia delante. Una, una andanada de disparos que resonó en las paredes de todo el valle poco después de que reiniciaran la marcha. Y dos, un hombre acechando en un peñasco bajo ellos, ocasionalmente visible durante unos momentos cuando despertó y escrutó la cima con sus prismáticos. Jahandar le apuntaba de vez en cuando con la mira telescópica del rifle e informaba de que no parecía armado. Estaba borracho o impedido, y permanecía tendido durante largos periodos de tiempo y luego se movía de manera inestable. Jahandar podría haberse apostado en un buen asidero y esperado a tenerlo bien a tiro y deshacerse de él antes de terminar de acercarse, pero el hombre parecía tan indefenso que no vio motivos para hacerlo. Tal vez podrían sonsacarle información cuando descendieran a su altura.

La discusión, de todas formas, fue interrumpida por la llegada de un helicóptero y todo lo que sucedió después de que Jahandar le disparara. Para gran frustración de ambos, se perdió de vista, y no les fue posible ver si alguien había sobrevivido para poder dispararles. Primero tendrían que bajar un buen trecho. Empezaron a hacerlo lo más rápido que pudieron, desprendiéndose de las mochilas para poder tener más libertad de movimientos y saltando de roca en roca, resbalando ocasionalmente en las pequeñas avalanchas que causaban en las zonas empinadas de rocas de grano más fino. Su plan era que Jahandar se quedara atrás y tratara de encontrar un emplazamiento donde poder cubrir el helicóptero caído; Ershut, que llevaba una pistola ametralladora que sería efectiva solo desde mucho más cerca, descendería hasta encontrar un lugar donde poder disparar desde otra dirección. Cuando Ershut abriera fuego, los supervivientes (suponiendo, una vez más, que hubiera alguno) buscarían un sitio donde ponerse a cubierto, escondiéndose detrás de árboles o rocas, y Jahandar podría abatirlos desde su escondite en las rocas. Era difícil juzgar la dirección de la que llegaban los disparos de un francotirador, así que era probable que todos estuvieran muertos mucho antes de poder descubrir dónde estaba Jahandar, o incluso de poder comprender que les disparaban desde otra dirección.

Tan concentrado estaba Ershut en llevar a cabo su parte del plan que se olvidó del extraño merodeador de los prismáticos hasta que llegó cerca del peñasco manchado de sangre donde estaba el hombre. Pero ya no estaba aquí. Lo que desde arriba parecía una sola roca era en realidad un macizo de piedra que se había desgajado en varios grandes trozos en la pendiente, formando un pequeño rastro de escombros. Ershut lo consideró un lugar conveniente para bajar la ladera sin exponerse a ser visto desde abajo, y se dirigió hacia allí.

Y fue entonces cuando se dio cuenta de que el hombre de la ropa de cuero negro no había bajado a investigar la caída del helicóptero sino que estaba simplemente oculto en el espacio entre dos peñascos. El hombre salió cuando Ershut se acercó, alzando las manos por encima de la cabeza para demostrar que iba desarmado.

Tenía un aspecto casi más horrible que el de Sayed. Pues Sayed, al menos, estaba muerto, y por tanto en reposo. No había que preocuparse de que bajara de su árbol y avanzara hacia ellos. Pero este hombre se tambaleaba hacia Ershut con una enorme sonrisa en la cara. Tenía todo un lado cubierto de sangre, y su piel habría parecido blanca si Ershut no lo hubiera visto contra un fondo de nieve: ahora su carne parecía gris.

El hombre estaba diciendo algo en inglés, que Ershut apenas hablaba. Mientras hablaba, avanzó tambaleándose, paso a paso, cerrando la distancia entre ambos. A Ershut no le preocupó especialmente ya que el hombre estaba todavía a unos cuantos metros de distancia, y seguía con las manos en alto, y él le estaba apuntando con la pistola ametralladora. No obstante, deseó que el hombre se detuviera, más que nada porque había algo perturbador en su color y la expresión de su cara y la manera en que hablaba.

Ershut miró ladera abajo, intentando ver el helicóptero siniestrado. Pudo ver las puntas dobladas de las aspas colgando más allá de la larga marca de patines en la nieve. Había gente moviéndose allá abajo, mirándolo.

El hombre gris dijo algo sobre América.

Ershut alzó la mirada y vio que el hombre gris sujetaba, en una mano, el extremo de una cuerda que desaparecía en la manga de su chaqueta de motero. Estiró el brazo, tirando de la cuerda.

Menos mal que a Olivia le gustaba mirar a Sokolov, porque sus reacciones le habían dado un montón de cosas que disfrutar desde que llegaron a la cabaña de Jake. Claramente, Sokolov no había imaginado nunca que hubiera gente así en el mundo, viviendo en mitad de ninguna parte, desconectados voluntariamente de la red, rodeados de armas, y viviendo cada día como si pudiera ser el último de la civilización. Durante el viaje en bicicleta desde Vado de Bourne, ella había tratado de explicarle dónde iban a meterse. Sokolov había asentido ocasionalmente e incluso la había mirado a la cara de vez en cuando. Sin embargo, ella sintió que lo hacía solo para ser amable. No lo creyó realmente hasta que vio a una mujer con un traje largo y anticuado con una pistolera atada al corpiño con una pistola semiautomática y dos cargadores extra. A partir de entonces, su reacción a todo fue de fascinación y diversión. Al advertirlo, y decidiendo interpretarlo de un modo favorable, Jake le llevó a hacer un rápido recorrido por el lugar, mostrándole el sistema purificador de agua, el banco para recargar munición, los depósitos de comida y antibióticos y filtros de máscaras antigás, y el refugio (un búnker de hormigón reforzado) a dos metros bajo tierra en el patio trasero. Sokolov observó a Jake con atención, y Olivia observó a Sokolov, y John, el hermano mayor, caminando unos pasos tras ellos con sus piernas artificiales, observaba a Olivia observar a Sokolov, y ocasionalmente compartía con ella una mirada de inteligencia. Sokolov empezó a advertir estos intercambios de miradas y a compartirlas, por eso para cuando entraron en la cabaña, se sentaron a la mesa, se cogieron de las manos para dar las gracias, y se lanzaron a una sencilla pero generosa y nutritiva comida equilibrada, todos parecían haber llegado a una comprensión sin palabras. Jake era un verdadero creyente. Elizabeth aún más. Pero Jake comprendía que no todo el mundo veía el mundo como él, ni siquiera sus propios hermanos, con quienes sin embargo estaba muy unido. Eso no le preocupaba especialmente. De hecho, era incluso capaz de bromear sobre sí mismo y hacer comparaciones humorísticas entre esta parte del mundo y Afganistán. John, por su parte, parecía haber desarrollado la habilidad de cerrar los oídos cada vez que Jake empezaba a hablar de lo que él consideraba tonterías. Si Jake necesitaba cambiar el aceite de su generador o tirar un cable a través de una pared para conectar un nuevo aparato eléctrico, entonces John estaba allí a su lado, ayudándole a hacerlo. Y tenía tiempo y paciencia ilimitados para los hijos de Jake, que lo querían muchísimo. Olivia sospechaba que John estaba haciendo un esfuerzo consciente para decirles a los chicos, sin decir nada explícitamente, que si, cuando crecieran, decidían que querían volver a unirse a la civilización que sus padres consideraban completamente corrupta y condenada, siempre serían bienvenidos en su casa.

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