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Authors: Paul Bajoria

Tags: #Infantil y juvenil, Intriga, Drama

Rastros de Tinta (27 page)

Cautelosamente, levanté la tapa del cubo y asomé la cabeza. ¿Podía escapar sin problemas?

No, no podía. Casi al instante, Fellman volvió a cruzar la puerta y yo me volví a meter dentro del cubo. El fabricante de papel era grueso, con la piel pastosa y dura como el cuero, casi calvo, a excepción de unos mechones de pelo encima de ambas orejas y con manchas de sudor que le oscurecían la ropa. Tras la conversación con sus elegantes visitantes, se había puesto un gran delantal grasiento. Regresaba con un balde en la mano. Se acercó al cubo de metal, y yo traté de cubrirme la cabeza con pedazos de papel usado y taparme lo mejor posible. Tenía la terrible sensación de saber lo que el hombre iba a hacer a continuación. Cerré los ojos y aguanté la respiración, y al oírle abrir la tapa del cubo, sólo pensé en que ojalá estuviera bien escondido.

Antes de darme cuenta, una ducha de agua fría y viscosa cayó dentro del cubo, como pasta de harina, y empezó a empaparme la ropa y a entrarme en la boca y los ojos. Abrí la boca buscando aire. Fellman no me había visto, pero había vuelto a la habitación de al lado a por más agua, y casi inmediatamente regresó con otro balde rebosante. Lo único que pude hacer fue quedarme quieto y esperar la siguiente horrible ducha viscosa. Lo podía oír silbando y cuando llegó con el tercer balde, empecé a pensar que corría peligro de morir ahogado.

Nick y el señor Spintwice, mientras tanto, habían estado ordenando los libros viejos que el enano había comprado por seis peniques en un puesto callejero. Sentado con las piernas cruzadas sobre la alfombra raída, Nick había abierto el paquete envuelto en papel de periódico, había sacado el polvo a los libros uno a uno y los había clasificado en dos montones, el de los que eran para tirar y el de los que no.

Él y Spintwice se acababan de tomar un descanso para comer y, cuando llegué, se estaban zampando un queso rechoncho.

—No os riáis —les pedí. Pero estaba perdiendo el tiempo.

Me miraron y les dio la risa tonta. La masa pegajosa que me cubría había empezado a secarse y a endurecerse bajo el sol durante el camino de vuelta, y yo debía de parecer una estatua viviente. Para poder salir del bidón, había tenido que esperar a que Fellman lo llenara casi hasta los bordes de ese líquido pegajoso; le metiera unos harapos; lo arrastrara afuera, hasta el patio, y lo dejara junto a los otros dos. Entonces pude salir, desatar a
Lash
y escapar. Pero al llegar a casa del señor Spintwice, ya no podía doblar las piernas y casi no podía mover la boca para hablar.
Lash
empezó a ladrar, como si quisiera unirse a las risas de los otros dos.

—Te has vuelto de cartón —se burló Nick—. ¿Te has encontrado con una bruja?

—No me digas que un hombre te ha tomado por una pared y te ha enyesado —se sumó Spintwice.

—Ha sido muy divertido —repliqué—. Casi muero ahogado.

Allí de pie, mientras me solidificaba, les hablé del molino de papel de Fellman y de la visita de los caballeros, de cómo me había tenido que esconder y de lo que había oído. La verdad era que me sentía bastante nervioso, pero era difícil tomarme en serio en aquel estado.

—¿Quieres decir que has atravesado la ciudad con esta pinta? —se tronchaba de risa Nick.

—No he tenido más remedio —refunfuñé.

—No te sientes en ninguna parte —dijo Spintwice—. Llenaré la bañera.

Se fue a la habitación trasera y oí como encendía el fuego. Volvió al salón unos segundos más tarde arrastrando una gran bañera de estaño.

Empecé a sentir muchos nervios.

—No es necesario que se moleste, señor Spintwice —dije.

—Tonterías —resolló—. ¿Qué vas a hacer? ¿Quedarte ahí de pie como una estatua todo el día? El agua caliente disolverá este emplaste pegajoso en un instante, sobre todo si yo te ayudo raspando, cuando te hayas metido dentro. Estarás limpio en un momento, ya lo verás, Mog.

Nick me enseñó algunos de los libros que habían estado ordenando. Intenté hacer ver que me interesaba, pero la cabeza me iba acelerada, y no pude quitar los ojos de Spintwice en los diez minutos siguientes, mientras entraba y salía, llenando la bañera con jarras y ollas llenas de agua caliente.

—Ya debe de estar a punto, Mog —dijo vertiendo la última jarra de agua en la bañera.

—De verdad que no… —empecé a decir; pero no supe cómo continuar. Me quedé allí de pie, sintiendo una gran incomodidad. Nick y Spintwice me contemplaban expectantes, sentados en las butacas; era evidente que no tenían ni la más mínima intención de moverse de allí.

Yo miraba a uno y a otro, impotente. No conocía ninguna excusa lógica que me pudiera salvar de aquel mal trago. Les había confiado muchos secretos hasta el momento, me dije. Eran mis amigos. Se merecían saberlo.

Me senté, respiré profundamente, y les expliqué el secreto más grande de todos.

Al principio, Nick no se lo podía creer.

—No, no lo eres —dijo desdeñoso, como si fuera completamente obvio que no era verdad.

—Lo soy, Nick —insistí—. Soy una niña. Puedo parecer un niño, vestir como un niño y hablar como un niño, pero no lo soy. Ahora ya lo sabéis, ¿entendido? Y os pediría que no fuerais explicándolo por ahí. Me conviene que la gente crea que soy un niño. De hecho —dije tras una pausa—, no sé qué sería de mí si no lo creyeran.

A menudo pensaba en ello. Para empezar, no estaría trabajando para Cramplock, porque las niñas no podían ser aprendices de impresor, y lo cierto era que no podían ser aprendices de nada. Era sólo porque me parecía tanto a un niño, y porque en el orfanato había descubierto que eso jugaba a mi favor, que había podido escaparme de allí y labrarme una vida. Durante años había estado haciendo todo lo que se suponía que no debían hacer las niñas, como correr, silbar, decir tacos. Había empezado a hacerlo porque me ayudaba a guardar las apariencias, pero con el tiempo lo había seguido haciendo porque formaba parte de mí, me salía de forma natural.

Después de tanto tiempo seguramente ya no podría comportarme nunca como una chica.

El asombro inicial de Spintwice ya se había suavizado, y me miraba con una actitud cercana a la admiración, pero Nick seguía mirándome con escepticismo.

—¿Y Mog es un nombre de chica? —preguntó.

—Bueno, es… —empecé a decir; y entonces callé. No tenía suficiente valor para explicárselo todo, todavía no.

Me bautizaron con el nombre de Imogen, por mi madre, pero no recuerdo que nunca me hubieran llegado a llamar de esa manera. Incluso en mis tiempos en el orfanato me llamaban Mog. Supongo que debió empezar como un diminutivo cariñoso; pero por lo que recordaba, las dos partes que le faltaban a mi nombre debían de haberse caído solas y al final acabaron olvidadas.

—Puede ser tanto de chico como de chica, ¿no? —dije al final—. Pero tampoco es ni una cosa ni la otra.

Vi cómo pensaba mis palabras. Pero seguía sin entenderlo.

—Pero tú no eres… como una chica —fue todo lo que supo decir.

—Y ¿cómo son las chicas, entonces? —le pregunté, con una sonrisa en los labios.

—Bueno… son… No son como tú —murmuró al final, derrotado.

—¿Y quieres que sigamos siendo amigos? —le pregunté.

—Supongo que sí.

—Tiene que ser un secreto —le recordé—. Sois las únicas personas a quien se lo he dicho. Por favor, prometedme que me guardaréis el secreto.

Spintwice farfulló un sí con ganas, y empezó a disculparse, pero Nick seguía en silencio.

—¿Nick? —soltó Spintwice, con tono de reproche.

—¿Y si se me olvida? —dijo Nick, algo arisco.

—Pues intenta recordarlo —le repliqué.

Me miró. En las comisuras de los labios se le empezaba a dibujar una sonrisa, a pesar de sí mismo.

—Es un golpe muy fuerte —concluyó al final—. Pero claro que te lo prometo, Mog.

Sentí una inesperada euforia, como si hubiese conseguido una gran victoria, de un modo que no sabía cómo explicar. Los dedos se me movían llenos de una energía frenética, acariciando las orejas de
Lash
, que se hallaba sentado a mis pies y acabó gruñendo de placer.
Lash
ya lo sabía sin que yo se lo hubiese explicado, pero nunca había confiado mi secreto a un ser humano. Me había acostumbrado tanto a comportarme como un chico que supongo que había acabado por creérmelo la mayor parte del tiempo. La verdad que ocultaba durante años sólo importaba cuando estaba sola. Finalmente, había encontrado a dos personas en las que confiaba lo suficiente para explicarles la verdad, y sólo entonces me di cuenta del gran esfuerzo que me había costado guardar ese secreto. Era como si me hubieran quitado un gran peso de encima.

Quizá, en compañía de Nick y del señor Spintwice, podría llegar a sentirme lo suficientemente cómoda como para comportarme como una chica. Mientras aceptaban la idea, vi la manera en qué me miraban y cómo habían cambiado su actitud hacia mí. No puede dejar de sonreír. Me sentí tan mareada como cuando olí los polvos del camello.

La ropa que el enano me había preparado me sentaba fatal y, tras haberme bañado y vestido, mientras Nick y Spintwice esperaban en el salón del fondo, parecía salida de un circo ambulante. Pero tendría que conformarme con eso por el momento, y me uní a ellos para tomar té y queso; como mínimo me sentía mucho mejor tras haberme limpiado toda aquella pasta.

De repente se empezaron a comportar de manera increíblemente amable conmigo. Las risas y las bromas de antes habían desaparecido.

—¿Y cómo os ha ido a vosotros? —pregunté entre bocado y bocado, mirando el montón de libros.

—Algunos han resultado ser buenos —respondió Nick.

Masticando, me ajusté los horribles pantalones que me había dejado el señor Spintwice y me arrodillé delante de los libros para poder leer los lomos.


Crímenes del último siglo
—empecé a leer—,
un catálogo de delitos, con los asesinatos, los envenenamientos, los hurtos y las fechorías más infames.

—He pensado que éste nos lo podíamos quedar —dijo Nick, casi avergonzado.

Agarré otro.


El libro de los demonios. Historias verdaderas de maldades y brujería
. —Hojeando las delgadas páginas, encontré gran cantidad de grabados de hombres descuartizados por criaturas sonrientes, con pezuñas y horcas—. Algunos de estos libros son muy antiguos —comenté.

—Ya lo sé. La mayoría se rompen con sólo abrirlos. Incluso hay un par en latín —me explicó Nick.

Pero mis ojos se habían fijado en otra cosa, y era mucho más interesante que los libros.

—Un momento —dije—. Nick, ¿has visto esto? —Agarré una de las hojas del periódico que envolvía el paquete de libros—. Escucha.

ROBADA VALIOSA LÁMPARA

Joya de las Indias robada de un barco en plena noche

Las autoridades se hallan perplejas

Ha sido denunciado el robo del SOL DE CALCUTA, una lámpara de oro valorada en miles de libras, que ha desaparecido del navío mercante que lleva el mismo nombre. Se rumoreaba que el barco, atracado en el puerto recientemente, estaba cargado de objetos de gran valor, y alguien ha sabido aprovecharse de ello, tal como nos confirmaba hoy el capitán George Shakeshere. Las autoridades de la Aduana que vigilan el barco por la noche han expresado su incredulidad ante la pérdida del objeto, la ausencia del cual se descubrió al alba tras un registro rutinario del barco. En nombre de la Compañía de las Indias Orientales, el señor Follyfeather nos expresó su rabia y su asombro. Algunos testigos oculares han sido entrevistados y se busca urgentemente a un caballero extranjero vestido con una capa oscura, que fue visto en el vecindario la noche anterior.

—No puedo creerlo —exclamé.

—¿Qué es eso? —preguntó Spintwice, y me quitó de las manos el pedazo de papel arrugado. Nick y yo nos quedamos mirándonos el uno al otro, mientras Spintwice lo leía—. Supongo que ésta es la lámpara que viste cuando entraste a fisgonear en el barco aquella noche, ¿verdad, Mog? —Yo asentí—. Y aquí volvemos a tener a tu hombre de Calcuta —añadió al seguir leyendo—. Ya estoy harto de oír cosas de él.

—Vaya cara más dura tiene Follyfeather —exclamó Nick—, hablando de lo perplejo que está, cuando realmente él también va tras la lámpara.

Me quedé pensando profundamente.

—Supongo que era de esto de lo que hablaban esta mañana —repuse—. Planearon encontrarse en El Carnero Viejo. ¿Sabéis dónde está? Cerca de la prisión. Al doblar la esquina de la casa donde se esconde el hombre de Calcuta. Seguro que sus planes son entrar en la casa para buscar la lámpara.

—Yo creo —opinó Spintwice— que dejar una lámpara de oro a bordo era una manera de buscarse problemas. Quiero decir, a ti, Mog, no te costó demasiado subir al barco, ¿verdad?

—No —contesté—, pero casi no vuelvo a tierra con vida.

—A pesar de eso —prosiguió el enano—, a mí me suena como si fuera demasiado fácil robarla. Algo así como si alguien quisiera que la robaran.

—¿Quieres decir que quizá dejaron la lámpara allí como una trampa? —preguntó Nick buscando la lógica a las palabras del enano.

—Tal vez. Podría ser que la misma gente que se suponía que la vigilaba sea la que la ha robado.

—Eso tiene sentido —dije—. Y eso apunta a Follyfeather.

—A mí se me ocurre otra persona que podría subir a bordo a cualquier hora del día o de la noche —dijo Nick de repente. Me quedé mirándolo—. Mi papá. Nadie se atrevería a desafiarlo.

—Debemos ir a El Carnero Viejo esta noche —dije—. Todos estarán allí. Vendrás conmigo, ¿verdad, Nick?

—¡Oh, por Dios! —exclamó Spintwice.

—¡Oh, Mog! —exclamó Nick.

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