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Authors: Frederik Pohl

Pórtico (32 page)

—¿Quieres fumar? —pregunté, ofreciéndole mi cigarrillo.

Él meneó la cabeza.

Le dije:

—Shicky, no me correspondía decidir. Les dije... no les dije que no te aceptaran.

—¿Les dijiste que lo hicieran?

—No me correspondía decidir —repetí—. ¡Escucha! —proseguí, entreviendo una solución—. Ahora que Louise ha tenido suerte, lo más probable es que Sess no vaya. ¿Por qué no ocupas su lugar?

Querida Voz de Pórtico:

El mes pasado gasté 58,50 libras de mi dinero, ganado con mucho esfuerzo, para llevar a mi mujer y mi hijo a una conferencia de uno de sus «héroes», que concedió a Liverpool el dudoso honor de su visita (por la que fue muy bien pagado, naturalmente, por personas como yo). No me importó que no fuese muy buen conferenciante. Lo que me indignó fue una observación suya. Dijo que nosotros, estúpidos terrícolas, no teníamos ni idea de lo difícil que era la vida para ustedes, nobles aventureros.

Pues bien, amigo, esta mañana saqué hasta la última libra de mi cuenta de ahorros para comprar a mi mujer un trozo de pulmón (la eterna asbestosis melanómica CV/E, ya sabe). La factura del colegio del niño llegará dentro de una semana, y ni siquiera sé de qué colegio se trata. Y, tras esperar de ocho a doce de esta mañana en los muelles por si acaso podía desembarcar algún cargamento (no había ninguno), el capataz me hizo saber que yo era innecesario, lo que significa que mañana no debo molestarme en volver. ¿Está interesado alguno de sus héroes en comprar órganos de repuesto? Los míos están en venta: riñones, hígado, todo. Además, están en buenas condiciones, tan buenas como puede esperarse tras diecinueve años de trabajar en los muelles, a excepción de las glándulas lacrimales, que están muy desgastadas de tanto llorar por las dificultades que ustedes pasan.

H. Delacross

«Wavetops»

Piso B bis 17, Planta 41

Merseyside L77PR 14JE6

Retrocedió un poco, sin dejar de mirarme; sólo su expresión había cambiado.

—¿No lo sabes? —inquirió—. Es verdad que Sess ha renunciado, pero ya le han sustituido.

—¿Por quién?

—Por la persona que está detrás de ti —dijo Shicky, y cuando me volví, allí estaba ella, mirándome, con un vaso en la mano, y una expresión en la cara que no pude descifrar.

—Hola Rob —dijo Klara.

Me había preparado para la fiesta con numerosos tragos rápidos en el economato; estaba borracho en un noventa por ciento y drogado en un diez por ciento, pero recuperé mis cinco sentidos en cuanto la vi. Dejé la copa en una mesa, di el cigarrillo a la primera persona que pasó junto a mí, la tomé por un brazo y la empujé hacia el túnel.

—Klara —dije—, ¿recibiste mis cartas?

Pareció sorprendida.

—¿Cartas? —Meneó la cabeza—. Supongo que las enviarías a Venus, ¿no? No llegué hasta allí. Sólo llegué hasta el punto de encuentro con el vuelo del plano de la eclíptica, y entonces cambié de opinión. Volví aquí con el orbitador.

—Oh, Klara.

—Oh, Rob —parodió ella, sonriendo; eso no me resultó demasiado agradable, porque al sonreír vi el hueco del diente que yo le había arrancado—. Bueno, ¿qué más tenemos que decirnos?

La rodeé con mis brazos.

—Puedo decirte que te quiero, y que lo siento, que quiero hacer las paces contigo, que quiero que nos casemos, vivamos juntos, tengamos niños, y...

—¡Jesús, Rob! —exclamó, apartándose, con bastante suavidad—. Cuando te decides a hablar, lo dices todo, ¿verdad? Ten un poco de paciencia. Hay tiempo.

—¡Si ya han pasado meses!

Se echó a reír.

—Hablo en serio, Rob. Hoy es un mal día para que los sagitarios tomen decisiones, especialmente en amor. Lo discutiremos en otro momento.

—¡Otra vez esas tonterías! Escucha, yo no creo en nada de todo eso.

—Yo sí, Rob.

Tuve una inspiración.

—¡Oye! ¡Voy a cambiar mi puesto con alguien de la primera nave! O, espera un minuto, quizá Susie quiera cambiarlo contigo...

Ella meneó la cabeza, sin dejar de sonreír.

—No creo que a Susie le gustara mucho la idea —dijo—. De todos modos, ya se han hecho de rogar bastante para darme el de Sess. No transigirán con otro cambio de último momento.

—¡No me importa, Klara!

INFORME DE LA MISIÓN

Nave 3-184, Viaje 019D140. Tripulación: S. Kotsis, A. McCarthy, K. Metsuoko.

Tiempo de tránsito 615 días 9 horas. Ningún informe de la tripulación desde el punto de destino. Datos de exploración esférica insuficientes para determinar punto de destino. Ninguna característica identificable.

No hay sumario.

Extracto del diario de vuelo.
«Éste es nuestro 281º día de viaje. Metsuoko perdió en el sorteo y se suicidó. Alicia se suicidó voluntariamente al cabo de 40 días. Aún no hemos llegado al cambio de posición, de modo que todo es inútil. Las raciones que quedan no serán suficientes para mantenerme, aunque incluya a Alicia y Kenny, que están intactos en el congelador. Por lo tanto, he conectado el piloto automático y voy a tomar las pastillas. Todos hemos dejado cartas. Hagan el favor de enviarlas a su destino, si es que esta maldita nave regresa alguna vez.»

Planificación de Misiones presentó una propuesta en el sentido de que una Cinco con dobles raciones de supervivencia y tripulación de una sola persona podría completar esta misión y regresar con éxito. La propuesta fue clasificada como de baja prioridad: la repetición de esta misión no proporcionará ningún beneficio evidente.

—Rob —dijo—, no me presiones. He pensado mucho en ti y en mí. Sin embargo, aún no veo las cosas con claridad, y no quiero precipitarme.

—Pero, Klara...

—No insistas, Rob. Yo iré en la primera nave y tú en la segunda. Cuando lleguemos podremos hablar. Incluso quizá podamos hacer algún arreglo para volver juntos. Pero, mientras tanto, los dos tendremos tiempo para pensar en lo que realmente queremos.

Yo dije lo único que parecía capaz de decir, una y otra vez:

—Pero, Klara...

Me dio un beso y me apartó.

—Rob —dijo—, no tengas tanta prisa. Disponemos de mucho tiempo.

27

—Dime una cosa, Sigfrid —pido—; ¿estoy muy nervioso?

Esta vez lleva su holograma de Sigmund Freud, con una truculenta mirada vienesa, nada
gemütlich
. Sin embargo, conserva su amable voz de barítono:

—Si deseas saber qué revelan mis sensores, Rob, estás muy agitado.

—Me lo imaginaba —digo, brincando sobre la alfombra.

—¿Quieres explicarme por qué?

—¡No! —Toda la semana ha sido igual, magnífico sexo con Doreen y S. Ya., y un río de lágrimas en la ducha; absoluto triunfo en el torneo de bridge, y total desesperación en el camino a casa. Me siento como un yoyó—. Me siento como un yoyó —exclamo—. Has abierto algo que no puedo soportar.

—Creo que menosprecias tu capacidad para soportar el dolor —me dice con acento tranquilizador.

—¡Vete al diablo, Sigfrid! ¿Qué sabes tú de la capacidad humana?

Casi suspira.

—¿Otra vez con éstas, Rob?

—¡Si no te gusta, te aguantas!...

Es extraño, pero ya me siento menos nervioso; he vuelto a enredarle en una discusión, y el peligro está conjurado.

—Es verdad, Rob, que soy una máquina. Pero soy una máquina diseñada para comprender cómo son los humanos y, créeme, estoy muy bien diseñada para mi función.

—¡Diseñada! Sigfrid —digo, con mucha lógica—, tú no eres humano. Puedes saber, pero no sentir. No tienes ni idea de lo que es tomar decisiones humanas y llevar la carga de una emoción humana. No sabes lo que es tener que golpear a un amigo para impedir que cometa un asesinato. Que se te muera una persona que amas. Saber que es culpa tuya. Estar aterrorizado.

—Sé lo que son todas esas cosas, Rob —replica amablemente—. De verdad que sí. Quiero descubrir por qué te sientes tan agitado, de modo que, ¿por qué no me ayudas?

—¡No!

—Tu agitación, Rob, significa que nos estamos acercando al dolor central...

—¡Déjame en paz!

Sin embargo, esto no le hace efecto; sus circuitos están muy bien sintonizados en el día de hoy.

—No soy tu dentista, Rob; soy tu analista, y te digo que...

—¡Basta!

Sé que debo alejarle del lugar donde duele. No he usado la fórmula secreta de S. Ya. desde aquel primer día, pero ahora quiero volver a usarla. Pronuncio las palabras, y convierto al tigre en gatito; rueda por el suelo y me deja acariciarle la barriguita, cuando le ordeno que revele los fragmentos más llamativos de sus entrevistas con atractivas y sutiles pacientes femeninas; el resto de la hora transcurre con rapidez; vuelvo a salir de su consultorio tan intacto como al entrar.

O casi.

28

Por las cuevas donde los Heechees se ocultaron, por las cavernas de las estrellas, por los túneles que abrieron y excavaron, siguiendo sus heridas y sus huellas... ¡Jesús! fue como un campamento de boy scouts; cantamos y bromeamos durante los diecinueve días que siguieron al cambio de posición. No creo que haya estado tan contento en toda mi vida. En parte se debió a la ausencia de miedo; cuando llegamos al cambio de posición todos respiramos mejor, como ocurre siempre. También se debió a que la primera parte del viaje fue bastante difícil, con Metchnikov y sus dos amigos enzarzados en continuas peleas y Susie Hereira mucho menos interesada por mí a bordo de la nave que en Pórtico una noche a la semana. Pero sobre todo, en lo que a mí respecta, fue por saber que me acercaba más y más a Klara. Danny A. me ayudó a hacer los cálculos; había sido profesor de algunos cursos en Pórtico y, aunque podía equivocarse, como no había nadie más preparado que él en este sentido, decidí hacerle caso: basándose en el momento del cambio de posición, calculó que recorreríamos unos trescientos años-luz en total; era una suposición, desde luego, pero bastante aproximada. La primera nave, donde iba Klara, ya se encontraba muy por delante de nosotros antes del cambio de posición, en cuyo momento alcanzamos una velocidad superior a los diez años-luz por día (es lo que dijo Danny). La Cinco de Klara había sido lanzada treinta segundos antes que la nuestra, de modo que era simple cuestión de aritmética: alrededor de un día-luz. 3 x 1010 centímetros por segundo da como resultado 60 segundos, 60 minutos, 24 horas... en el momento del cambio de posición, Klara estaba a más de diecisiete mil millones de kilómetros por delante de nosotros. Parecía muy lejos, y lo era. Pero, después del cambio de posición, íbamos acercándonos día a día, siguiéndola por el mismo agujero del espacio que los Heechees habían abierto para nosotros. Por donde pasaba mi nave, la suya ya había pasado. Sentía que no tardaríamos en encontrarnos; a veces incluso me imaginaba que podía oler su perfume.

Cuando dije algo parecido a Danny A., éste me miró de un modo extraño.

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—¿Sabes cuánto es diecisiete mil millones y medio de kilómetros? Podríamos meter todo el sistema solar entre ellos y nosotros. Eso es exactamente; el semieje mayor de la órbita de Plutón es de treinta y nueve U.A. y un poco más.

Yo me eché a reír, algo confuso.

—Sólo era una idea.

—Vete a dormir —repuso— y sueña con ello—. Conocía mis sentimientos hacia Klara; toda la nave los conocía, incluso Metchnikov, incluso Susie, y quizá fuesen imaginaciones mías, pero creo que nos deseaban lo mejor. De hecho, esto rezaba para todos nosotros, que elaborábamos complicados planes acerca de lo que íbamos a hacer con nuestra bonificación. En lo que a Klara y a mí se refería, a un millón de dólares por cabeza, ésta no era de despreciar. Quizá no fuera suficiente para el Certificado Médico Completo, sobre todo si queríamos conservar algo para divertirnos un poco, pero sí alcanzaba para el Certificado Médico Parcial, que nos garantizaría muy buena salud durante otros treinta o cuarenta años. Podíamos vivir desahogadamente con lo que sobrara: viajes, ¡niños!, una hermosa casa en una parte decente de... un momento, me dije, ¿dónde estableceríamos nuestro hogar? Muy lejos de las minas de alimentos. Quizá muy lejos de la Tierra. ¿Querría Klara volver a Venus? No podía imaginarme a mí mismo viviendo como una rata de túnel, pero tampoco me imaginaba a Klara en Dallas o Nueva York. Claro que, pensé, dejándome arrastrar por mis ilusiones, si realmente encontrábamos algo, el despreciable millón por cabeza sólo sería el principio. Entonces podríamos tener todas las casas que quisiéramos, en el lugar donde quisiéramos; y también el Certificado Médico Completo, con trasplantes que nos mantuviesen jóvenes, saludables, guapos y sexualmente fuertes, y...

—Creo que realmente tendrías que irte a dormir —me dijo Danny A. desde la eslinga contigua a la mía—; pareces muy agitado.

Pero yo no tenía ganas de dormir. Estaba hambriento, y no había ninguna razón para no comer. Habíamos racionado los alimentos durante diecinueve días, pues esto es lo que debes hacer durante la primera mitad del viaje de ida. Una vez llegas al cambio de posición sabes lo que podrás consumir durante el resto del viaje, motivo por el que algunos prospectores regresan con varios kilos de más. Salí del módulo, donde Susie y los dos Danny dormitaban, y entonces descubrí por qué tenía apetito. Dane Metchnikov se estaba calentando un estofado.

—¿Hay bastante para dos?

Me miró pensativamente.

—Supongo que sí. —Desenroscó la tapa, lanzó una ojeada al interior, echó otros cien centímetros de agua, y dijo—: Le faltan diez minutos. Yo iba a tomar una copa.

UNA NOTA SOBRE PIEZOELECTRICIDAD

Profesor Hegramet:
Lo único que hemos logrado descubrir respecto a los diamantes de sangre es que son enormemente piezoeléctricos. ¿Sabe alguno lo que esto significa?

Pregunta:
¿Se dilatan y contraen cuando están sujetos a una corriente eléctrica?

Profesor Hegramet:
Sí. Y al revés. Generan electricidad cuando se los comprime. Muy rápidamente si se quiere. Ésta es la base del piezófono y la piezovisión. Una industria de cincuenta mil millones de dólares.

Pregunta:
¿Quién cobra los derechos de todo esto?

Profesor Hegramet:
Ya sabía que alguno de ustedes lo preguntaría. Nadie. Los diamantes de sangre se encontraron hace muchísimos años en los túneles Heechee de Venus. Mucho antes que Pórtico. Los Laboratorios Bell fueron quienes descubrieron cómo emplearlos. La verdad es que utilizan algo un poco distinto, una fibra sintética. Hacen grandes sistemas de comunicaciones y no tienen que pagar a nadie en absoluto.

Pregunta:
¿Los utilizaban los Heechees para eso?

Profesor Hegramet:
Mi opinión personal es que sí, pero no sé cómo. Lo lógico es que, si dejaron esto, también dejaran el resto de los transmisores y receptores, pero si lo hicieron no sé dónde.

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