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Authors: Frederik Pohl

Pórtico (27 page)

No recuerdo en absoluto nada de lo que hice durante las próximas horas.

No dormí, a pesar de encontrarme físicamente extenuado. Me senté un rato encima de la cómoda de mi habitación. Después volví a salir. Recuerdo que hablé con alguien, creo que era un turista extraviado de la nave de Venus, acerca de lo emocionante que resultaba ser prospector. Recuerdo que comí algo en el economato. Y durante todo ese tiempo pensaba: he querido matar a Klara. Había estado conteniendo toda aquella furia acumulada, y yo ni siquiera me había dado cuenta de su existencia hasta que ella apretó el gatillo.

No sabía si Klara me perdonaría alguna vez. No estaba seguro de que debiera hacerlo, y ni siquiera estaba seguro de que yo lo deseara. No podía imaginarme que volviéramos a ser amantes. Sin embargo, finalmente estuve seguro de que quería disculparme ante ella.

Sólo que no la encontré en sus habitaciones. No había nadie más que una mujer negra, descolgando lentamente su ropa, con cara de tragedia. Cuando le pregunté por Klara se echó a llorar.

—Se ha ido —sollozó.

—¿Que se ha ido?

—Oh, tenía un aspecto horrible. ¡Deben de haberla golpeado! Trajo a Watty y me dijo que no podría seguir cuidándola. Me dio toda su ropa, pero... ¿qué voy a hacer con Watty cuando esté trabajando?

—¿Adónde ha ido?

La mujer alzó la cabeza.

—Ha regresado a Venus. En la nave. Salió hace una hora.

No hablé con nadie más. Sólo en mi cama, al fin logré conciliar el sueño.

Cuando me desperté reuní todo lo que poseía: ropa, holodiscos, juego de ajedrez, reloj de pulsera. El brazalete Heechee que Klara me había regalado. Salí y lo vendí. Recogí todo el dinero de mi cuenta de crédito y reuní todo el dinero: ascendía a un total de mil cuatrocientos dólares y pico. Subí al casino y lo aposté íntegramente al número 31 de la ruleta.

La bola giró lentamente y fue a caer en un hueco: verde. Cero.

Bajé a la oficina de control de misiones y me apunté a la primera Uno que estuviera disponible; al cabo de veinticuatro horas estaba en el espacio.

23

—¿Qué es lo que realmente sientes por Dane, Rob?

—¿Qué demonios crees que siento? Sedujo a mi novia.

—Éste es un modo muy anticuado de plantear la cuestión, Rob. Además, ocurrió hace mucho tiempo.

—Desde luego. —Me sorprende que Sigfrid sea tan injusto. Él dicta las reglas, y después no se rige por ellas. Replico con indignación—: ¡Basta ya, Sigfrid! Todo eso ocurrió hace mucho tiempo, pero para mí no ha pasado mucho tiempo, porque nunca lo he dejado salir al exterior. A mí me parece algo muy reciente. ¿No es eso lo que debes hacer para ayudarme? ¿Sacarme de la cabeza esos viejos recuerdos para que se extingan y dejen de afectarme?

—De todos modos, me gustaría saber por qué te parecen tan recientes, Rob.

—¡Por el amor de Dios, Sigfrid!

Éste es uno de sus momentos estúpidos. Me imagino que no puede asimilar algunos datos demasiado complejos. La realidad es que sólo es una máquina y no puede hacer nada para lo que no está programada. Por regla general, sólo responde a ciertas palabras clave... bueno, profundizando un poco en su significado, desde luego. En cuanto a los matices, sólo los capta cuando los expreso por el tono de voz, o a través de los sensores conectados a la alfombra y las correas para medir mi actividad muscular.

—Si fueras una persona en vez de una máquina, lo entenderías —le digo.

UNA NOTA SOBRE EL HÁBITAT HEECHEE

Pregunta:
¿Ni siquiera sabemos cómo es una mesa Heechee o cualquier otro objeto doméstico?

Profesor Hegramet:
Ni siquiera sabemos cómo es una casa Heechee. Nunca hemos encontrado ninguna. Sólo túneles. Les gustaban los pasadizos, con habitaciones a ambos lados. Les gustaban las grandes salas en forma de huso, más afiladas por ambos extremos. Aquí hay una, dos en Venus, y probablemente los restos de otra que está medio destruida en el Mundo de Peggy.

Pregunta:
Sé cuál es la bonificación por encontrar vida inteligente, pero ¿cuál es la bonificación por encontrar a un Heechee?

Profesor Hegramet:
Encuentre a uno. Después pida lo que quiera.

—Quizá sí, Rob.

A fin de ponerle sobre el buen camino, digo:

—Es cierto que sucedió hace mucho tiempo. No comprendo qué quieres preguntar aparte de esto.

—Te pido que resuelvas una contradicción existente en lo que dices. Has afirmado varias veces que no te importaba el hecho de que Klara tuviese relaciones sexuales con otros hombres. ¿Por qué es tan importante que lo hiciera con Dane?

—¡Dane no la trató bien!

Dios santo, claro que no lo hizo. Se aprovechó vergonzosamente de ella.

—¿Es por cómo trató a Klara, Rob? ¿O es porque hubo algo entre tú y Dane?

—¡Jamás! ¡Jamás hubo nada entre Dane y yo!

—Me dijiste que era bisexual, Rob. ¿Qué hay del vuelo que hiciste con él?

—¡Tenía a otros dos hombres con quienes jugar! ¡Yo no, muchacho, no, lo juro! Oh —digo, tratando de moderar el tono de mi voz para que refleje el poco interés que tengo por este estúpido tema—, la verdad es que intentó seducirme una o dos veces, pero yo le dije que no era mi estilo.

—Tu voz, Rob —comenta—, parece reflejar más cólera de la que tus palabras indican.

—¡Maldito seas, Sigfrid! —Ahora sí que estoy realmente furioso, lo admito. Apenas me salen las palabras—. Me sacas de mis casillas con tus absurdas acusaciones. No niego que me dejase abrazar un par de veces. Eso fue todo. Nada serio. Sólo me violé a mí mismo para pasar el tiempo. Él me gustaba bastante. Era un tipo guapo y fuerte. La soledad llega a pesarte cuando... ¿Qué ocurre ahora?

Sigfrid hace un ruido extraño, como si se aclarase la garganta. Es su forma de interrumpir sin interrumpir.

—¿Qué has dicho, Rob?

—¿Qué? ¿Cuándo?

—Cuando has declarado que no había nada serio entre vosotros.

—Diablos, no sé lo que he dicho. No hubo nada serio, eso es todo. Sólo me entretuve a mí mismo para pasar el tiempo.

—No has utilizado la palabra «entretener», Rob.

—¿No? ¿Qué palabra he utilizado?

Reflexiono escuchando el eco de mi propia voz.

—Me parece que he dicho «me distraje a mí mismo». ¿Verdad que sí?

—Tampoco has dicho «distraje», Rob. ¿Qué has dicho?

—¡No lo sé!

—Has dicho, «sólo me violé a mí mismo», Rob.

Me pongo inmediatamente en guardia. Me siento como si de pronto hubiese descubierto que me había mojado los pantalones, o tenía la bragueta abierta. Salgo de mi cuerpo y contemplo mi propia cabeza.

—¿Qué significa para ti «me violé a mí mismo», Rob?

—Digamos —contesto riendo, verdaderamente impresionado y divertido al mismo tiempo—, que es un lapsus freudiano ¿no crees? Tus amigos son muy perspicaces. Mis felicitaciones a los programadores.

Sigfrid no responde a mi cortés comentario. Me deja reflexionar.

—Está bien —admito.

Me siento muy abierto y vulnerable, permitiendo que no suceda nada, viviendo ese momento como si fuera a durar eternamente, igual que Klara en su instantánea y perpetua caída.

Sigfrid dice suavemente:

—Rob, cuando te masturbabas, ¿pensabas en Dane?

—Odiaba hacerlo —contesto.

Él aguarda.

—Me odiaba a mí mismo por hacerlo. Es decir, no es que me odiara. Me despreciaba. Eres un maldito hijo de perra, pensaba, indigno y asqueroso, por imaginarte que estás siendo violado por el amante de tu novia.

Sigfrid espera que siga hablando. Después dice:

—Creo que tienes ganas de llorar, Rob.

Tiene razón, pero no le contesto.

—¿Te gustaría llorar un poco? —insiste.

—Me encantaría —admito.

—Entonces, ¿por qué no lo haces, Rob?

—Ojalá pudiera —replico—. Desgraciadamente, no sé cómo hacerlo.

24

Estaba dando media vuelta, dispuesto a irme a acostar, cuando observé que los colores del sistema de conducción Heechee se disolvían. Era el quincuagésimo quinto día de viaje, el vigésimo séptimo desde el cambio de posición. Los colores habían sido rosas durante esos cincuenta y cinco días. Ahora se habían transformado en espirales de un blanco purísimo, que aumentaban de tamaño y se confundían entre sí.

¡Estaba llegando! Cualquiera que fuese el lugar hacia donde me dirigía, estaba llegando.

Mi pequeña y vieja nave —el apestoso, minúsculo y tedioso ataúd donde estaba encerrado desde hacía casi dos meses, hablando conmigo mismo, jugando conmigo mismo, cansado de mí mismo— avanzaba a velocidad muy inferior a la de la luz. Me acerqué a la pantalla de navegación, ahora relativamente «baja» respecto a mí porque había estado decelerando, y no vi nada que me pareciese interesante. Oh, había una estrella, desde luego. Había muchísimas estrellas, agrupadas de una forma que no parecía conocida; media docena de azules que iban desde una brillante hasta otra cegadora; una roja que se destacaba más por su intensidad cromática que por su luminosidad. Era como un carbón al rojo vivo, no mucho más brillante que Marte visto desde la Tierra, pero de un rojo más subido.

Hice un esfuerzo para concentrarme.

No fue sencillo. Tras dos meses de no pensar en nada porque era aburrido o amenazador, me costó mucho volver a interesarme en algo. Conecté la unidad exploradora esférica y observé que la nave empezaba a girar según la pauta de exploración, dividiendo el cielo en fragmentos para plasmarlos en las cámaras y analizadores.

INFORME DE LA MISIÓN

Nave 3-104, Viaje 031D18. Tripulación: N. Ahoya, Ts. Zakharcenko, L. Marks.

Tiempo de tránsito 119 días 4 horas. Posición no identificada. Aparentemente fuera del racimo galáctico, en una nube de polvo. Identificación de galaxias externas, dudosa.

Sumario:
«No encontramos rastro de ningún planeta, artefacto o asteroide donde pudiéramos aterrizar. Estrella más cercana aproximadamente a 1,7 años-luz. Imposible deducir la localización exacta. Los sistemas de supervivencia empezaron a fallar durante el viaje de regreso y Larry Marks falleció».

Y, casi inmediatamente, obtuve una señal enorme, brillante y muy cercana.

Cincuenta y cinco días de aburrimiento y cansancio se borraron enseguida en mi mente. Había algo muy cerca o muy grande. Me olvidé del sueño. Me agaché sobre la pantalla de navegación, sosteniéndome con las manos y las rodillas, y entonces lo vi: un objeto cuadrangular que avanzaba hacia la pantalla. Brillaba con gran intensidad. ¡Puro metal Heechee! Los lados eran irregularmente planos, con protuberancias redondeadas que sobresalían de ellos.

Y la adrenalina empezó a fluir y visiones de dulces pasteles bailaron en mi cabeza. Lo vi salir del radio de visión, y entonces me incorporé hasta la altura del analizador, ansioso por ver lo que saldría. No había duda de que era bueno, la única duda consistía en averiguar hasta qué punto. ¡Quizás extraordinariamente bueno! ¡Quizá todo un Mundo de Peggy para mí solo, con una renta de varios millones anuales en derechos durante el resto de mi vida! Quizá sólo una cáscara vacía. Quizá —la forma cuadrangular lo sugería— quizás el sueño más fantástico de todos, ¡una nave Heechee realmente grande en la que yo podría entrar y volar hacia donde quisiera, bastante grande para transportar a un millar de personas y un millón de toneladas de carga! Todos estos sueños eran posibles; y aunque todos fallaran, aunque sólo fuese una cáscara abandonada, lo único que yo necesitaba era encontrar un objeto en ella, una chuchería, una bobada, un trozo de chatarra que nadie hubiese encontrado antes y que pudiera transportarse, reproducirse, y funcionar en la Tierra...

Me tambaleé y froté los nudillos contra la espiral, que ahora brillaba con un pálido color dorado. Froté hasta que se quedaron blancos y de repente me di cuenta de que la nave se estaba moviendo.

¡No debía moverse! No estaba programada para hacer tal cosa. Se suponía que debía permanecer en la órbita para la cual estaba programada, y quedarse allí hasta que yo diera un vistazo y tomase una decisión.

Miré con sorpresa a mi alrededor, confundido y desconcertado, La reluciente lámina estaba nuevamente en el centro de la pantalla y permaneció allí; la nave había interrumpido su automática exploración esférica. Entonces oí el distante rugido de los motores del módulo. Ellos eran los que me hacían mover; mi nave se dirigía en línea recta hacia aquella lámina.

Y una luz verde brillaba sobre el asiento del piloto.

¡Era absurdo! La luz verde había sido instalada en Pórtico por seres humanos. No tenía nada que ver con los Heechee; era un circuito radiofónico normal y corriente, anunciando que alguien me llamaba. ¿Quién? ¿Quién podía estar tan cerca de mi reciente descubrimiento?

Conecté el circuito TBS y grité:

—¿Diga?

Hubo una respuesta. No entendí nada; parecía ser un idioma extranjero, quizá chino. Pero era humano, desde luego.

—¿Habla inglés? —grité—. ¿Quién demonios es usted?

Una pausa. Después otra voz.

—¿Quién es usted?

—Mi nombre es Rob Broadhead —respondí.

—¿Broadhead? —Un confuso murmullo de un par de voces. Después la voz que hablaba inglés—: No tenemos ningún prospector que se llame Broadhead. ¿Viene de Afrodita?

—¿Qué es Afrodita?

—¡Oh, Dios mío! ¿Quién es usted? Escuche, aquí es el control de Pórtico Dos y no tenemos tiempo para perder en tonterías. ¡Identifíquese!

¡Pórtico Dos!

Desconecté la radio y me dejé caer sobre el respaldo del asiento, viendo cómo la lámina iba aumentando de tamaño y haciendo caso omiso de la luz verde. ¿Pórtico Dos? ¡Qué ridículo! Si hubiese querido ir a Pórtico Dos, habría tomado el vuelo regular y aceptado pagar los derechos sobre todo lo que encontrara. Habría volado tan seguro como un turista, en un viaje que se había comprobado más de cien veces. No lo hice. Escogí una combinación que nadie había utilizado jamás y acepté correr el riesgo. Durante cincuenta y cinco días seguidos había estado muerto de miedo creyendo que me enfrentaba a mil peligros desconocidos.

¡No era justo!

Perdí la cabeza. Me abalancé sobre el selector de rumbo Heechee e hice girar las ruedas al azar.

Era un fracaso que yo no podía aceptar. Estaba mentalizado para no encontrar nada, pero no estaba mentalizado para encontrar que había hecho algo fácil, por lo que no me darían ninguna recompensa.

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