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Authors: Frederik Pohl

Pórtico (24 page)

Hace una pausa, y después me recuerda:

—Ibas a contarme tu sueño.

—Y un cuerno.

—¿Perdón, Robbie?

—Quiero decir que no me apetece hablar de ello. Sin embargo —me apresuro a añadir, apartando la boca de la toalla—, creo que voy a hacerlo. Era sobre Sylvia, o alguien así.

—¿Alguien así, Robbie?

—Bueno, no parecía exactamente ella. Era más... no sé, algo mayor, creo. La verdad es que no pienso en Sylvia desde hace años. Los dos éramos unos niños...

—Te ruego que continúes, Robbie —dice al cabo de un momento.

Le rodeo con mis brazos, mientras contemplo con satisfacción la pared cubierta por pósters de animales y payasos. No se parece en nada al dormitorio que ocupé siendo pequeño, pero Sigfrid ya sabe demasiado sobre mí para que yo se lo diga.

—¿El sueño, Robbie?

—Soñé que trabajábamos en las minas. Bueno, en realidad no eran las minas de alimentos. Físicamente, yo diría que se parecía más al interior de una Cinco... una de las naves de Pórtico, ¿sabes? Sylvia estaba en una especie de túnel que salía de ella.

—¿El túnel salía?

—Vamos a ver, no me salgas ahora con algún simbolismo, Sigfrid. Sé lo de las imágenes vaginales y todo eso. Cuando digo que salía, quiero decir que el túnel empezaba en el lugar donde yo estaba y continuaba en dirección opuesta. —Titubeo, y después le explico la parte más difícil—. Entonces el túnel se derrumbó. Sylvia quedó atrapada.

Me incorporo.

—Lo malo de esto —prosigo— es que, en la realidad, no podría ocurrir. Sólo haces túneles para colocar las cargas de dinamita que desprenderán la pizarra. El trabajo principal se hace con la pala. Sylvia nunca habría podido estar en aquel lugar.

—No creo que importe si hubiera podido ocurrir realmente o no, Robbie.

—Supongo que no. Bueno, ahí estaba Sylvia, atrapada dentro del túnel derrumbado. Yo veía los montones de pizarra que se tambaleaban. No era exactamente pizarra. Era algo más liviano, como hojas de papel. Ella tenía una pala, y estaba practicando una abertura para huir. Pensé que no le sucedería nada malo. Estaba abriendo un agujero por donde escapar. Esperé que saliera... pero no salió.

Por las cuevas donde los Heechees se ocultaron,

por las cavernas de las estrellas,

por los túneles que abrieron y excavaron,

siguiendo sus heridas y sus huellas,

¡Nos vamos acercando!

Pequeño heechee perdido, te estamos buscando.

Sigfrid, en su encarnación como muñeco de felpa, yace cálido y expectante en mis brazos. Me gusta sentirle junto a mí. Naturalmente, no está realmente ahí. No está realmente en ningún sitio, excepto quizás en la central de datos de Washington Heights, donde se guardan las grandes máquinas. Lo único que yo tengo es su terminal de acceso remoto en un traje de conejito.

—¿Hay algo más, robbie?

—Creo que no. Quiero decir que no forma parte del sueño. Pero... bueno, tengo esa sensación. Tengo la sensación de haber golpeado a Klara en la cabeza para impedir que saliera. Como si tuviera miedo de que el resto del túnel fuese a caer sobre mí precisamente.

—¿A qué te refieres por una «sensación», Rob?

—Lo que he dicho. No formaba parte del sueño. Era una sensación de... no lo sé.

Espera unos momentos, y después prueba un enfoque distinto.

—Rob, ¿te das cuenta de que el nombre que acabas de pronunciar ha sido «Klara», no «Sylvia»?

—¿De verdad? Es curioso. Me pregunto por qué.

Espera unos momentos, y después me incita a seguir hablando.

—¿Qué ocurrió a continuación, Rob?

—Me desperté.

Me acuesto sobre la espalda y miro al techo, sobre el cual han pegado unas relucientes estrellas de cinco puntas.

—Eso es todo —digo. Después añado—: Sigfrid, me pregunto si todo esto nos llevará a alguna parte.

—No sé si puedo responder a esa pregunta, Rob.

—Si pudieras —contestó—, te habría obligado a hacerlo mucho antes. —Aún tengo el papelito de S. Ya., y eso me proporciona una seguridad que aprecio en grado sumo.

—Creo —dice— que podríamos llegar a alguna parte. Me refiero a que en tu mente hay algo sobre lo que no quieres pensar demasiado, que está relacionado con este sueño.

—¿Algo acerca de Sylvia? ¡Por el amor de Dios, si esto fue hace años!

—Eso no importa demasiado, ¿verdad?

—Oh, mierda. ¡Me aburres, Sigfrid! Te lo aseguro. —Después reflexiono—. Digamos que me enfado. ¿Qué significa eso?

—¿Qué crees tú que significa, Rob?

—Si lo supiera, no te lo preguntaría. No lo sé. ¿Acaso intento escapar? ¿Me enfado porque te estás acercando demasiado a algo?

—Hazme el favor de no pensar en tu proceso mental, Rob. Limítate a explicarme cómo te sientes.

—Culpable —digo inmediatamente, sin saber que esto es lo que iba a decir.

—Culpable, ¿de qué?

—Culpable de... no estoy seguro.

Levanto la mano para mirar el reloj. Aún nos quedan veinte minutos. En veinte minutos pueden suceder muchas cosas, y dejo de pensar en si deseo que me curen realmente. Tengo una partida de bridge esa misma tarde, y es posible que llegue al final. En el caso de que no lo estropee todo. En el caso de que logre concentrarme.

—Me pregunto si no sería mejor que me fuese más temprano, Sigfrid —digo.

—Culpable ¿de qué, Rob?

—No estoy seguro de recordarlo. —Acaricio el cuello del conejito y me echo a reír—. Esto es muy bonito, Sigfrid, aunque me haya costado un poco acostumbrarme.

—Culpable ¿de qué, Rob?

Grito:

—¡De matarla, estúpido!

—¿Quieres decir en el sueño?

—¡No! En la realidad. Dos veces.

Sé que mi respiración se ha acelerado, y sé que los sensores de Sigfrid lo están registrando. Lucho por dominarme, a fin de que no se le ocurra ninguna idea absurda. Reflexiono sobre lo que acabo de decir, con la intención de aclararlo.

—La verdad es que no maté realmente a Sylvia. ¡Pero lo intenté! ¡La perseguí con un cuchillo!

Sigfrid, calmado, tranquilizador:

—En tu historial pone que tenías un cuchillo en la mano cuando te peleaste con tu amiga, es cierto. No dice que la «persiguieras».

—Entonces, ¿por qué demonios crees que me encerraron? Fue una casualidad que no le cortara el cuello.

—¿Acaso utilizaste el cuchillo en contra de ella?

—¿Utilizarlo? No. Estaba demasiado obcecado. Lo tiré al suelo y empecé a darle puñetazos.

—Si hubieras tenido intención de matarla, ¿no habrías usado el cuchillo?

—Ah. —Sólo que es más como «yech»; la palabra que a veces verán escrita como «psó»—. Ojalá hubieras estado allí cuando ocurrió, Sigfrid. Quizá les habrías convencido para que no me encerraran.

Toda la sesión se ha estropeado. Sé que es un error contarle mis sueños. Les da demasiadas vueltas. Me incorporo, mirando con desprecio los absurdos objetos con que Sigfrid ha decorado la habitación, y decido hablarle directamente, sin miramientos.

—Sigfrid —digo—, teniendo en cuenta cómo son las computadoras, tú eres un buen tipo, y me gustan las sesiones contigo en el aspecto intelectual. Pero me pregunto si no habremos llegado todo lo lejos que podíamos llegar. Lo único que haces es reavivar un antiguo e innecesario dolor, y, francamente, no sé cómo te permito hacerlo.

—Tus sueños son muy dolorosos, Rob.

—Entonces, no intentes que la realidad también lo sea. No quiero volver a oír las mismas estupideces que me decían en el Instituto. Quizá sea verdad que desee acostarme con mi madre. Quizá sea verdad que odié a mi padre porque murió y me abandonó. ¿Y qué?

—Sé que es una cuestión retórica, Rob, pero la forma de tratar estas cosas es sacarlas a la superficie.

—¿Para qué? ¿Para hacerme sufrir?

—Para hacer salir el mal interno y poder eliminarlo.

—Quizá lo más sencillo fuera que me acostumbrase a la idea de seguir sufriendo interiormente. Como dices, estoy bien compensado, ¿no es así? No niego que todo esto me haya servido de algo. Hay veces, Sigfrid, en que acabamos una sesión y yo estoy realmente animado. Salgo de aquí con la cabeza llena de ideas nuevas, y el sol brilla sobre la cúpula, y el aire está limpio, y todo el mundo parece sonreírme. Pero no últimamente. Últimamente creo que esto es muy pesado e improductivo; ¿qué pensarías si te dijera que querría dejarlo?

—Pensaría que estás en tu derecho, Rob. Siempre lo he creído así.

—Bueno, quizá lo haga.

El viejo diablo espera a que siga hablando. Sabe que no adoptaré esa decisión, y me da tiempo para que me convenza de ello por mí mismo. Después dice:

—¿Rob? ¿Por qué has dicho que la mataste dos veces?

Miro el reloj antes de contestar, y digo:

—Me imagino que ha sido una equivocación involuntaria. Ahora tengo que irme, Sigfrid.

No paso a la sala de recuperación, porque no tengo nada de qué recuperarme. Además, lo único que quiero es salir de aquí. ¡Él y sus tontas preguntas! Se comporta de un modo realmente superior pero ¿qué sabe un muñeco de felpa?

22

Aquella noche volví a mi propia habitación, pero tardé mucho rato en dormirme; y Shicky me despertó temblando para contarme lo sucedido. Sólo había habido tres supervivientes, y ya habían anunciado su recompensa: diecisiete millones quinientos cincuenta mil dólares. Aparte de las regalías.

Aquello me despertó completamente.

—¿Por qué? —pregunté.

Shicky respondió:

—Por veintitrés kilos de artefactos. Creen que es un equipo de reparaciones. Posiblemente para una nave, ya que es allí donde lo encontraron, en un módulo sobre la superficie del planeta. Pero, por lo menos, son herramientas de alguna clase.

—Herramientas.

Me levanté y, tras desembarazarme de Shicky, salí al túnel y me dirigí hacia la ducha comunitaria, pensando en las herramientas. Las herramientas podían significar muchas cosas. Podían significar un medio de abrir el mecanismo de propulsión de las naves Heechee sin que todo volara por los aires. Podían significar el descubrimiento de cómo funcionaba el mecanismo de propulsión y la fabricación de los nuestros. Podían significar casi todo, y lo que indudablemente significaban era una recompensa en efectivo de diecisiete millones quinientos cincuenta mil dólares, sin contar con las regalías, a dividir en tres partes.

Y una de ellas podría haber sido mía.

UNA NOTA SOBRE LAS ESTRELLAS

DE NEUTRONES

Doctor Asmenion:
Vamos a ver, supongamos que llegan a una estrella que ha quemado todo su combustible y se desintegra. Cuando digo que se «desintegra», quiero decir que se ha contraído tanto, que lo que empezó siendo tan grande como el sol, se ha convertido en una bola de unos diez kilómetros de diámetro. Al mismo tiempo, su densidad se ha multiplicado. Si su nariz estuviera hecha con los elementos de una estrella de neutrones, Susie, pesaría más que Pórtico.

Pregunta:
¿Quizás incluso más que usted, Yuri?

Doctor Asmenion:
No hagan chistes en clase. El profesor es sensible. Veamos, eso es, la obtención de datos sobre una estrella de neutrones valdría muchísimo, pero no les aconsejo que utilicen el módulo de aterrizaje para conseguirlos. Tienen que estar en una Cinco totalmente acorazada y, de todos modos, yo no me acercaría más de una décima de U.A. Y tendría mucho cuidado. Les parecerá que pueden acercarse más, pero el gradiente de la gravedad es una mala cosa. Es, prácticamente, una fuente puntual, ¿comprenden? Jamás verán un gradiente de gravedad mayor, a menos que lleguen a poca distancia de un agujero negro. Dios no lo quiera.

Es difícil olvidarse de una cifra como $5.850.000 (sin mencionar las regalías) cuando piensas que, si hubieras tenido más vista en la elección de amigas, podrías tenerlos en el bolsillo. Dejémoslo en seis millones de dólares. A mi edad y con mi salud, habría podido comprar un Certificado Médico Completo con la mitad de ese dinero, lo cual significaría todas las pruebas, terapias, reposición de tejidos y trasplantes de órganos que pudieran hacerme durante el resto de mi vida... que se habría prolongado a lo largo de cincuenta años más de lo que podía esperar sin tenerlo. Los otros tres millones me habrían proporcionado un par de casas, una carrera de conferenciante (nadie tenía más demanda que un prospector de éxito), unos ingresos sólidos para hacer anuncios en la PV, mujeres, comida, coches, viajes, mujeres, fama, mujeres... y, además, las regalías. Éstas podían alcanzar una cifra muy elevada, según lo que la gente de I+D lograra hacer con las herramientas. El hallazgo de Sheri era exactamente lo que significaba Pórtico: la cazuela de oro al final del arco iris.

Tardé más de una hora en llegar al hospital, tres segmentos de túnel y cinco niveles por el pozo de bajada. Cambié de opinión y retrocedí varias veces.

Cuando finalmente logré ahuyentar la envidia de mi mente (o, por lo menos, enterrarla donde nadie la viera) y llegué al mostrador de recepción, Sheri estaba dormida.

—Puede entrar —me dijo la enfermera de guardia.

—No quiero despertarla.

—No creo que pueda —contestó—. De todos modos, no lo intente, claro. Pero le están permitidas las visitas.

Se hallaba en la cama inferior de una litera triple en una habitación de veinte plazas. Sólo había tres o cuatro camas ocupadas, dos de ellas tras las cortinas de separación, hechas de un plástico lechoso a través del cuál sólo se veían sombras. No pude saber quiénes eran. Sheri parecía descansar apaciblemente, con sus hermosos ojos cerrados, un brazo debajo de la cabeza, y la barbilla apoyada encima de la muñeca. Sus dos compañeros estaban en la misma habitación, uno dormido, y el otro sentado bajo una holovista de los anillos de Saturno. Era un cubano, venezolano, o algo por el estilo, que vivía en New Jersey y al que había visto una o dos veces. Su nombre era Manny. Charlamos un rato, y me prometió decir a Sheri que había ido a verla. Al cabo de unos minutos me despedí y fui a tomar un café en el economato, pensando en su viaje.

Habían llegado a un planeta muy pequeño y frío a poca distancia de una estrella K-6 rojoanaranjada y, según Manny, estuvieron dudando sobre si valía la pena aterrizar. Las lecturas revelaban algunos signos de radiación de metal Heechee, pero no muchos; y aparentemente la mayor parte estaba sepultada bajo una nieve de dióxido de carbono. Manny fue el que permaneció en órbita. Sheri y los otros tres descendieron, encontraron una excavación Heechee, la abrieron con gran esfuerzo y, como de costumbre, vieron que estaba vacía. Después siguieron otro rastro y encontraron el módulo. Tuvieron que abrirlo con explosivos, y en el proceso dos de los prospectores perdieron la integridad de sus trajes espaciales, por encontrarse demasiado cerca de la explosión, me imagino. Cuando se dieron cuenta, ya era tarde. Se congelaron. Sheri y el otro tripulante intentaron llevarlos a su propio módulo; debió de ser muy lúgubre y angustioso, y al final tuvieron que renunciar a ello. El otro hombre hizo un nuevo viaje hasta el módulo abandonado, encontró el maletín de herramientas en su interior, y logró trasladarlo a su propio módulo. Después despegaron, abandonando a las dos víctimas apaciblemente congeladas. Pero habían sobrepasado su límite de permanencia establecido y su estado físico era lamentable cuando se reunieron con la cápsula. Lo que ocurrió después no estaba claro, pero al parecer no ajustaron bien el suministro de aire del módulo y perdieron gran parte de él; de modo que hicieron el viaje de regreso con escasas raciones de oxígeno. El otro hombre estaba peor que Sheri. Había muchas posibilidades de lesión residual de cerebro, y sus $ 5.850.000 podían no servirle de nada. Sin embargo, decían que Sheri estaría perfectamente en cuanto se recuperara de un simple y puro agotamiento...

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