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Authors: Frederik Pohl

Pórtico (14 page)

Cuando no estábamos en la cama paseábamos juntos por Pórtico. No hacíamos nada extraordinario. Casi nunca íbamos al Infierno Azul, ni a las salas de holopelículas, ni siquiera a comer fuera. Klara lo hacía. Yo no podía permitirme ese lujo, así que tomaba la mayor parte de las comidas en los refectorios de la Corporación, ya que estaban incluidas en el precio de mi per cápita. A Klara no le importaba pagar la cuenta de los dos, pero tampoco se puede decir que estuviera ansiosa por hacerlo; jugaba grandes cantidades de dinero y no ganaba demasiado. Había grupos con los que podías reunirte: partidas de cartas o simples fiestas; grupos de danzas folclóricas, grupos que escuchaban música, grupos que discutían. Eran gratis y a veces interesantes. O bien nos limitábamos a explorar.

Varias veces fuimos al museo. En realidad no me gustaba mucho. Parecía... bueno, acusador.

La primera vez que fuimos allí era poco después de que hubiera abandonado el trabajo, el día que partió Willa Forehand. Normalmente el museo estaba lleno de visitantes, como tripulantes de los cruceros con permiso, tripulantes de naves comerciales, o turistas. Esta vez, por alguna razón, sólo había un par de personas, y tuvimos la oportunidad de mirarlo todo. Molinetes de oraciones a cientos, aquellos pequeños objetos cristalinos y opacos que eran el artefacto Heechee más común; nadie sabía para qué servían, excepto que eran bastante bonitos, pero los Heechees los habían dejado por todos lados. Estaba el punzón anisokinético, que ya había proporcionado más de veinte millones de dólares en regalías a un afortunado prospector. Un objeto que te cabía en el bolsillo. Pieles. Plantas en formalina. El piezófono original, que había hecho inmensamente ricos a los tres miembros de la tripulación que lo encontró.

Las cosas más fáciles de robar, como los molinetes de oraciones, los diamantes de sangre y las perlas de fuego, estaban guardadas tras unos resistentes cristales irrompibles. Creo que incluso estaban conectados a las alarmas contra ladrones. Esto era algo asombroso en Pórtico. Allí no hay ninguna ley, aparte de la impuesta por la Corporación. Existe el equivalente de los policías de la Corporación, y existen reglas —no se debe robar ni asesinar—, pero no hay tribunales. Si quebrantas una regla, todo lo que sucede es que la fuerza de seguridad de la Corporación te detiene y te mete en uno de los cruceros orbitales. El tuyo, si hay alguno de tu lugar de procedencia. Cualquiera, si no lo hay. Pero si no quieren aceptarte, o tú no quieres irte en la nave de tu propia nación y logras que otra nave te lleve, a Pórtico no le importa. En los cruceros, te someterán a un juicio. Puesto que tu culpabilidad queda establecida por adelantado, tienes tres posibilidades. Una es pagarte el viaje de regreso a casa. La segunda es enrolarte como miembro de la tripulación, en caso de que te acepten. La tercera es salir al exterior sin traje espacial. Por todo esto verán que, aunque no hay muchas leyes en Pórtico, tampoco hay muchos delitos.

Pero, naturalmente, la razón para encerrar los preciosos objetos del museo era evitar que los transeúntes cayesen en la tentación de llevarse uno o dos recuerdos.

Así pues, Klara y yo contemplamos los tesoros que otro había encontrado... sin hablar de que nosotros teníamos el deber de salir y encontrar algunos más.

No sólo eran los objetos exhibidos. Éstos resultaban fascinantes; eran cosas que habían sido hechas y tocadas por manos Heechee (¿tentáculos? ¿garras?), y procedían de sitios increíblemente lejanos. Pero los letreros informativos que se encendían y apagaban sin cesar me impresionaron aún más. Los sumarios de todas las misiones realizadas aparecían uno tras otro. Un total constante de misiones frente a regresos de derechos pagados a afortunados prospectores; la lista de los desafortunados, nombre tras nombre en una lenta sucesión a lo largo de toda una pared de la sala, encima de las cajas donde estaban expuestos los diversos objetos. Los totales reflejaban toda la historia: 2.355 lanzamientos (el número cambió a 2.356, y después a 2.357 mientras estábamos allí; sentimos la vibración de los dos lanzamientos), 842 regresos triunfales.

Mientras nos encontramos allí, Klara y yo no nos miramos, pero noté que me apretaba la mano con más fuerza.

La palabra «triunfales» estaba empleada con mucho optimismo. Significaba que la nave había regresado. No decía nada sobre el número de tripulantes que estaban vivos y bien.

Abandonamos el museo poco después, y no hablamos demasiado en el camino hacia el pozo.

Yo iba pensando en que lo que me dijera Emma Fother era verdad: la raza humana necesitaba lo que los prospectores pudiéramos darle. Lo necesitaba desesperadamente. Había mucha gente hambrienta, y la tecnología Heechee podría hacer sus vidas más tolerables, si los prospectores salían al espacio y traían algunas muestras de regreso.

Aunque eso costara algunas vidas.

Aunque las vidas incluyeran la de Klara y la mía. Me pregunté a mí mismo si me gustaría que mi hijo —en el caso de que tuviera alguna vez— malgastara su infancia tal como yo había hecho.

Soltamos el cable de subida al llegar al Nivel Babe y oí voces. No les presté atención. Estaba adoptando una resolución.

—Klara —dije—, escucha. Vamos a...

Pero Klara miraba algo situado a mi espalda.

—¡Por el amor de Dios! —exclamó—. ¡Mira quién está ahí!

Me volví y vi a Shicky hablando con una muchacha, y vi con asombro que la muchacha era Willa Forehand. Nos saludó, con aspecto tan confuso como divertido.

—¿Qué pasa? —inquirí—. ¿Es que no te habías ido... hace unas ocho horas?

—Diez —aclaró.

—¿Le ha ocurrido algo a la nave para que tuvieras que volver? —trató de adivinar Klara.

Willa sonrió tristemente.

—Nada en absoluto. Me he ido y he vuelto. Es el viaje más corto registrado hasta el momento: he ido a la Luna.

—¿La luna de la Tierra?

—Eso es. —Daba la impresión de estar haciendo un esfuerzo para no echarse a reír. O a llorar.

Shicky dijo con tono consolador:

—Seguramente te darán una bonificación, Willa. Una vez hubo una nave que fue a Ganímedes, y la Corporación dividió medio millón de dólares entre los tripulantes.

Ella meneó la cabeza.

—Estoy más enterada de lo que crees, querido Shicky. Sí, nos recompensarán de algún modo, pero no será suficiente. Necesitamos mucho más.

Ésta era la característica, insólita y sorprendente, de los Forehand: siempre hablaban de «nosotros». Constituían una familia muy unida, aunque no les gustara hablar de ello con extraños.

La toqué, fue una caricia entre afectuosa y compasiva.

—¿Qué piensas hacer?

Me miró con sorpresa.

—Bueno, ya he firmado para otro lanzamiento que tendrá lugar pasado mañana.

—¡Bien! —exclamó Klara—. ¡Tenemos que celebrar dos fiestas en tu honor! Será mejor que empecemos a organizarlas...

Horas después, antes de acostarnos, me dijo:

—¿No querías decirme alguna cosa antes de que viéramos a Willa?

—Ya no me acuerdo —repuse con somnolencia.

Sí que me acordaba. Sabía lo que era. Pero ya no quería decírselo.

Había días en que me animaba casi hasta el punto de pedir a Klara que volviera a embarcarse conmigo. Y había días en que regresaba alguna nave con un par de supervivientes hambrientos y deshidratados, o en que a la hora de costumbre se publicaba una lista con los lanzamientos del último año y se les daba por desaparecidos. En estos días me mentalizaba hasta el punto de abandonar inmediatamente Pórtico.

La mayor parte de los días tratábamos de olvidar el tema. No era difícil. Era un modo muy agradable de vivir, explorando Pórtico y uno al otro. Klara tomó una camarera, una mujer corpulenta y relativamente joven que procedía de las minas de alimentos de Camarthen y se llamaba Hywa. A excepción de que en las fábricas de proteínas galesas se usaba carbón en vez de pizarra oleosa como materia prima, su mundo había sido casi exactamente igual al mío. Su salida de él no fue un billete de lotería, sino dos años como tripulante en una nave espacial comercial. Ni siquiera podía regresar a su país de origen. Se había fugado de la nave en Pórtico, huyendo de la fianza que no podía pagar. Tampoco podía explorar, pues su único lanzamiento le había causado una arritmia cardíaca que a veces parecía mejorar y a veces la postraba en una cama del Hospital Terminal durante una semana seguida. El trabajo de Hywa consistía en cocinar y limpiar para Klara y para mí, y en cuidar a la niña, Kathy Francis, cuando su padre estaba de guardia y Klara quería estar tranquila. Klara había perdido mucho dinero en el casino, de modo que no podía permitirse el lujo de tener a Hywa, pero la verdad es que tampoco podía permitirse el lujo de tenerme a mí.

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Lo que facilitaba nuestra mentalización era que pretendíamos convencernos mutuamente, y a veces a nosotros mismos, de que estábamos preparándonos a conciencia para el día que surgiera el viaje adecuado.

No era difícil de lograr. Muchos prospectores verdaderos hacían lo mismo, entre uno y otro viaje. Había un grupo que se denominaba a sí mismo los Buscadores Heechees, y se reunía los miércoles por la noche; fue creado por un prospector llamado Sam Kahane, siendo mantenido por otros mientras él estaba de viaje. Sam había regresado y se encontraba nuevamente allí, mientras esperaba que los otros dos miembros de la tripulación se recuperaran para el próximo. (Entre otras cosas, habían vuelto con escorbuto, causado por el mal funcionamiento del congelador.) Sam y sus amigos eran homosexuales y estaban unidos por una relación muy estrecha, pero esto no afectaba a sus intereses en la enseñanza Heechee. Sam poseía todas las cintas de las conferencias impartidas en la Reserva Oriental de Texas, donde el profesor Hegramet se había convertido en la mayor autoridad mundial sobre investigación Heechee. Aprendí muchas cosas que no sabía, aunque el hecho central, que había muchas más preguntas que respuestas acerca de los Heechees, era sabido por todo el mundo.

Nos sumamos a grupos de adiestramiento físico, donde practicábamos ejercicios para tonificar los músculos que podrían hacerse sin mover los miembros más que unos centímetros, y masaje para diversión y convivencia nuestra. Quizá fuera muy conveniente, pero resultaba incluso más divertido, en especial sexualmente. Klara y yo aprendimos a hacer cosas asombrosas con el cuerpo del otro. Tomamos un curso de cocina (pueden hacerse grandes cosas con las raciones estándar, si añades una selección de especias y hierbas). Adquirimos una selección de cintas de varios idiomas, por si acaso salíamos de viaje con alguien que no hablara el nuestro, y practicamos el italiano y el griego. Incluso nos unimos a un grupo de astronomía. Tenían acceso a los telescopios de Pórtico, y pasamos muchos ratos contemplando la Tierra y Venus desde fuera del plano de la eclíptica. Francy Hereira formaba parte de este grupo cuando sus ocupaciones en la nave se lo permitían. A Klara le gustaba, y a mí también, y adquirimos la costumbre de tomar una copa en nuestra habitación —bueno, en la habitación de Klara, pero yo pasaba mucho tiempo en ella— después de las reuniones del grupo. Francy estaba profundamente, casi sensualmente, interesado por saber cómo era Ahí Fuera. Sabía todo lo que hay que saber acerca de los quasars y agujeros negros y galaxias Seyfert, por no hablar de cosas como estrellas dobles y novas. Solíamos especular sobre cómo sería encontrarnos en la avanzada de la onda de una supernova. Podía ocurrir. Se sabía que los Heechees tenían un interés especial en observar de cerca los acontecimientos astrofísicos. Algunos de sus viajes fueron indudablemente programados para llevar tripulaciones a las cercanías del lugar donde se produjera un acontecimiento interesante, y una pre-supernova era realmente un acontecimiento interesante. Sólo que ya había pasado mucho tiempo, y la supernova no debía de ser tan «pre» como entonces.

—Me pregunto —dijo Klara, sonriendo para demostrar que sólo se trataba de un punto abstracto— si no habrá sido esto lo ocurrido a algunas misiones que no han regresado.

—Es una certidumbre estadística absoluta —dijo Francy, sonriendo a su vez para demostrar que aceptaba las reglas del juego. Había practicado mucho el inglés, que ya dominaba bastante en un principio, y ahora lo hablaba casi sin acento. También sabía alemán, ruso y otras lenguas romances aparte del portugués, ya que habíamos tenido ocasión de comprobarlo durante nuestras prácticas de conversación en otros idiomas recién aprendidos, que él entendía mejor que nosotros mismos—. A pesar de todo, la gente va.

Klara y yo guardamos silencio unos momentos, al cabo de los cuales ella se echó a reír.

—Hay de todo —dijo.

Intervine rápidamente.

—Suena como si tú también quisieras ir, Francy.

—¿Acaso lo dudabas?

—Bueno, sí, la verdad es que sí. Quiero decir que tú estás en la Armada Brasileña y no debes de poder largarte tan fácilmente.

Me corrigió:

—Puedo largarme cuando quiera. Lo único que no podría hacer sería regresar a Brasil.

—¿Y te compensaría?

—Claro que sí, cualquier cosa me compensaría —me dijo.

—¿Incluso —presioné— si existe el riesgo de no volver, o de volver destrozado como los de hoy?

Me refería a una Cinco que había aterrizado en un planeta con una especie de vida vegetal parecida al zumaque venenoso. Habíamos oído decir que fue espantoso.

—Sí, naturalmente —respondió.

Klara empezó a mostrarse inquieta.

—Creo —declaró— que me voy a dormir.

Había cierto mensaje en el tono de su voz. La miré y contesté:

—Te acompañaré a tu habitación.

—No es necesario, Rob.

—Lo haré de todos modos —dije, haciendo caso omiso del mensaje—. Buenas noches, Francy. Hasta la semana que viene.

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