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Authors: Frederik Pohl

Pórtico (11 page)

Entonces apareció Sheri y le pidió otro baile, y la fiesta prosiguió.

Se celebraban muchas fiestas. Descubrí que siempre había sido así, pero nosotros, los novatos, no estábamos demasiado integrados. Sin embargo, a medida que nos acercábamos al día de nuestra graduación, íbamos conociendo a más gente. Había fiestas de despedida. Había fiestas de bienvenida, aunque no tantas. Incluso cuando las tripulaciones lograban regresar, no siempre había algo que celebrar. A veces volvían después de tanto tiempo que ya habían perdido contacto con todos sus amigos. A veces, cuando habían tenido suerte, no deseaban nada más que abandonar Pórtico y regresar a su casa. Y a veces, naturalmente, no podían tener una fiesta porque no se permiten fiestas en las salas de cuidados intensivos del Hospital Terminal.

No todo eran fiestas; teníamos que estudiar. Se suponía que, al final del curso, debíamos ser grandes expertos en el manejo de naves, técnicas de supervivencia y valoración de mercancías comerciales. La verdad es que yo no lo era. Sheri todavía menos que yo. Se defendía bastante bien en el manejo de las naves, tenía un sexto sentido para observar los detalles que la ayudaría mucho a valorar los objetos que encontrase en un viaje de prospección. Pero parecía incapaz de asimilar el curso de supervivencia.

Estudiar con ella para los exámenes finales fue una calamidad.

—Veamos —le decía yo—, ésta es una estrella de tipo F con un planeta con una G de superficie, punto ocho, una presión parcial de oxígeno de 130 milibares, y una temperatura media de cuarenta grados Celsius en el ecuador. Así pues, ¿qué te pondrías para ir a la fiesta?

Ella contestó acusadoramente:

—Me lo pones muy fácil. Es prácticamente igual que en la Tierra.

—Y, ¿cuál es la respuesta, Sheri?

Se rascó pensativamente debajo del pecho. Después meneó la cabeza con impaciencia.

—Nada. Quiero decir que llevaría el traje espacial para descender, pero, una vez en la superficie, podría pasearme en bikini.

—¡Cabeza de chorlito! Estarías muerta en menos de doce horas. El hecho de que las condiciones sean parecidas a las de la Tierra significa que hay grandes posibilidades de que exista una biología parecida a la de la Tierra. Y eso significa que los agentes patógenos podrían devorarte.

—Está bien —se encogió de hombros—, no me quitaría el traje hasta que, hum, hasta que hubiese comprobado que no había agentes patógenos.

—Y ¿cómo lo harías?

—¡Utilizaría el dichoso maletín de instrumentos, idiota! —Antes de que yo pudiera decir nada, se apresuró a añadir—: Quiero decir que saco los, veamos, discos de Metabolismo Básico del congelador y los activo. Continúo en órbita durante veinticuatro horas hasta que estén maduros, y cuando estoy en la superficie los pongo al descubierto y los mido con mi, hum, con mi C-44.

LISTA DE GUARDIAS Y PERMISOS

USS MAYAGUEZ

1. Los siguientes oficiales y tripulantes de guardia temporal en Pórtico han sido designados para la inspección de contrabando y patrulla de vigilancia:

LINKY, Tina                W/o

MASKO, Casimir J       BsnM i

MIRARCHI, Iory S       S2

2. Los siguientes oficiales y tripulantes disfrutarán de un permiso de 24 horas en Pórtico para descanso y recuperación:

GRYSON, Katie W       LtJG

HARVEY, Iwan             RadM

HLEB, Caryle T             S1

HOLL, William F Jr       S1

3. Todos los oficiales y tripulantes son advertidos nuevamente sobre la conveniencia de evitar cualquier disputa con oficiales y tripulantes de otras naves patrulleras, sean cuales fueren su nacionalidad y circunstancias, y de no divulgar información secreta absolutamente a nadie. Las infracciones serán castigadas con la expulsión de Pórtico, aparte de las medidas correctivas que dicte el tribunal.

4. La guardia temporal en Pórtico es un privilegio, no un derecho. Si quieren disfrutar de él, tienen que ganarlo.

Por orden del capitán del USS Mayaguez

—C-33. No existe nada que se llame C-44.

—De acuerdo, de acuerdo. Oh, también llevo una inyección de antígenos, de modo que si hay un problema marginal con algún tipo de microorganismo puedo ponerme la inyección de antígenos y quedar temporalmente inmunizada.

—Bueno, no está tan mal, por ahora —dije dubitativamente. Como es natural, en la práctica no tendría que recordar todo esto. Leería las instrucciones de los paquetes, o escucharía las cintas, o aún mejor, iría con alguien que ya hubiese salido con anterioridad y que tendría experiencia. Sin embargo, también existía la posibilidad de que ocurriera algo imprevisto y se viera abandonada a sus propios recursos, por no mencionar el hecho de que debía aprobar el examen final—. ¿Qué más, Sheri?

—¡Lo de siempre, Rob! ¿Es que quieres oírme recitar toda la lista? Está bien. Repetidor; alimentador de repuesto; el maletín de geología; ración alimenticia para diez días... y no, no como nada de lo que encuentre en el planeta, aunque haya un McDonald de hamburguesas al lado de la nave. Y un lápiz de labios de repuesto y algunas compresas higiénicas.

Aguardé. Ella sonrió con satisfacción y guardó silencio.

—¿Qué hay de las armas?

—¿Armas?

—¡Sí, maldita sea! Si las condiciones son parecidas a las de la Tierra, ¿qué posibilidades de vida pueden existir?

—Ah, sí. Vamos a ver. Bueno, naturalmente, si las necesito me las llevo. Pero, espera un momento, primero averiguo si hay metano en la atmósfera por medio del espectrómetro. Si hay señales de metano es que no hay vida, así que ya no he de preocuparme.

—No hay vida mamífera, y sí tienes que preocuparte. ¿Qué me dices de los insectos? ¿Y los reptiles? ¿Y los duglaches?

—¿Los duglaches?

—Es una palabra que acabo de inventarme para describir un tipo de vida que no conocemos y que no genera metano en su interior, pero que devora a las personas.

—Ah, claro. Está bien, me llevo un arma portátil y veinte cartuchos con munición de punta suave. Pregúntame otra cosa.

Y seguimos adelante. Cuando empezamos a tomarnos la lección, al llegar a un punto como éste, solíamos decir: «Bueno, no tengo que preocuparme porque, de todos modos, tú estarás conmigo», o «Bésame tonto». Sin embargo, al cabo de cierto tiempo, dejamos de decirlo.

A pesar de todo, nos graduamos. Sin excepción.

Organizamos una fiesta de graduación, Sheri y yo, y los cuatro Forehand, así como los demás que habían venido de la Tierra con nosotros y los seis o siete que acudieron desde uno u otro lugar. No invitamos a ningún extraño, pero nuestros profesores no eran extraños. Todos ellos se presentaron para desearnos lo mejor. Klara llegó tarde, tomó una copa a toda prisa, nos dio un beso a cada uno, hombres y mujeres, incluso al muchacho finlandés con el problema del idioma que había recibido toda su instrucción por medio de cintas grabadas. Él sí que tenía un buen problema. Poseen cintas de instrucción en todos los idiomas existentes, y si da la casualidad de que no tienen ninguna en tu dialecto exacto, hacen que la computadora te las traduzca a partir del dialecto más parecido al tuyo. Esto es suficiente para que apruebes el curso, pero el problema empieza luego. No puedes esperar ser aceptado por una tripulación que no puede hablar contigo. Su deficiencia le impidió aprender otro idioma, y en Pórtico no había un alma viviente que hablara finlandés.

Ocupamos el túnel hasta tres puertas más allá de las nuestras, la de Sheri, la de los Forehand y la mía, en ambas direcciones. Bailamos y cantamos hasta que algunos de nosotros empezamos a desfilar, y entonces consultamos la lista de lanzamientos en la pantalla de PV. Saturados de cerveza y tabaco, jugamos a cartas y yo gané.

Algo sucedió en el interior de mi cabeza. No es que me serenase de pronto. No fue eso. Aún me sentía muy alegre y comunicativo, abierto a todas las influencias exteriores. Sin embargo, una parte de mi mente se abrió y unos clarividentes ojos escudriñaron el futuro e hicieron un juicio.

—Bueno —dije—, creo que lo mejor es pasar. Sess, tú eres el número dos; coge carta,

—Treinta-uno-cero-nueve —repuso apresuradamente; todos los Forehand se habían decidido en una reunión familiar, ya hacía rato—. Gracias, Rob.

Hice un gesto de despreocupación. En realidad no me debía nada. Aquélla era una Uno, y yo no hubiera tomado una Uno a ningún precio. La verdad es que en el tablero no había nada que me gustase. Sonreí a Klara y le guiñé un ojo; ella continuó muy seria, respondió a mi guiño, pero siguió estando seria. Comprendí que sabía lo que yo acababa de deducir: todos esos lanzamientos habían sido rechazados. Los mejores fueron rápidamente solicitados por los veteranos y los miembros del personal fijo en cuanto se anunciaron.

Sheri era la quinta y, cuando le llegó el turno, me miró fijamente.

—Voy a quedarme con esa Tres si puedo llenarla. ¿Qué te parece, Rob? ¿Vienes o no?

Me eché a reír.

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—Sheri —dije, muy razonable—, no hay un solo veterano que la quiera. Es un acorazado. No sabes adónde demonios irá. Además, no me gusta que haya tanto verde en el tablero de mandos. (Naturalmente, nadie sabía con exactitud lo que significaban los colores, pero en la escuela había la superstición de que mucho verde significaba una misión superpeligrosa.)

—Es la única Tres disponible, y hay una bonificación.

—No me convences, encanto. Pregunta a Klara; hace mucho tiempo que está aquí y me fío de su buen juicio.

—Te lo pregunto a ti, Rob.

—No. Esperaré algo mejor.

—No pienso esperar, Rob. Ya he hablado con Willa Forehand y la encuentro muy agradable. En el peor de los casos la llenaremos... con nadie en absoluto —contestó, mirando al joven finlandés, que sonreía estúpidamente para sí mientras observaba el tablero de lanzamientos—. Pero... tú y yo pensábamos salir juntos.

Meneé la cabeza.

—¡Pues quédate aquí y púdrete! —exclamó con ira—. ¡Tu novia está tan asustada como tú!

Mis clarividentes ojos miraron a Klara, y la impasible expresión de su rostro; y, extrañado, comprendí que Sheri estaba en lo cierto. Klara era como yo. Los dos teníamos miedo de partir.

11

Digo a Sigfrid:

—Me temo que esta sesión no será muy productiva. Estoy realmente agotado. Sexualmente, si es que puedes comprender lo que eso significa.

—Claro que sé a lo que te refieres, Rob.

—No tengo gran cosa que explicar.

—¿Recuerdas algún sueño?

Me remuevo inquieto. La verdad es que me acuerdo de uno o dos. Contesto: «No». Sigfrid siempre quiere que le cuente mis sueños, y a mí no me gusta hacerlo.

La primera vez que lo sugirió, le dije que no soñaba muy a menudo. Él contestó pacientemente:

—Creo que ya sabes, Rob, que todo el mundo sueña. Es posible que no recuerdes tus sueños cuando estás despierto. Sin embargo, puedes lograrlo, si lo intentas.

—No, no puedo. Tú sí; eres una máquina.

—Ya sé que soy una máquina, Rob, pero estamos hablando de ti. ¿Quieres hacer un experimento?

—Quizá.

—No es difícil. Deja un lápiz y un papel al lado de tu cama. En cuanto te despiertes, escribe lo que recuerdes.

—Jamás recuerdo absolutamente nada de mis sueños.

—Creo que vale la pena intentarlo, Rob.

Pues bien, así lo hice. Y, ¿saben una cosa?, empecé a recordar mis sueños. Minúsculos fragmentos, al principio. Los escribía y a veces se los contaba a Sigfrid, que era inmensamente feliz. Le encantaban los sueños.

La verdad es que yo no veía qué utilidad podía tener aquello... Bueno, por lo menos, al principio. Pero después sucedió algo que cambió radicalmente mis opiniones sobre la cuestión.

Una mañana desperté de un sueño tan desagradable y tan real que por unos momentos no supe si había ocurrido verdaderamente, y tan horrible que no me atreví a creer que sólo fuese un sueño. Me impresionó tanto que empecé a escribirlo, con toda la rapidez de que fui capaz, sin olvidar ningún detalle. Después recibí una llamada por el teléfono P. Contesté; y, aunque parezca imposible, durante el minuto escaso que estuve al teléfono, ¡me olvidé de todo! No pude recordar absolutamente nada. Hasta que leí lo que había escrito; entonces volví a acordarme de todo.

Bueno, cuando vi a Sigfrid uno o dos días después, ¡había vuelto a olvidarme! Como si jamás hubiera sucedido. Pero había guardado la hoja de papel, y se la leí. Ésta fue una de las veces en que me pareció más satisfecho de sí mismo y también de mí. Me atormentó con ese sueño durante toda la hora. Encontró símbolos y significados en cada pequeño detalle. No recuerdo cuáles eran, pero recuerdo que no lo encontré nada divertido.

Sin embargo, ¿saben lo que sí encuentro muy divertido? Tiré el papel al salir de su consultorio. Y ahora no podría decirles en qué consistía el sueño, aunque mi vida dependiera de ello.

—Ya veo que no quieres hablar de sueños —dice Sigfrid—. ¿Hay algo de lo que quieras hablar?

—Nada en especial.

No me contesta por el momento, y comprendo que me está dando tiempo para reflexionar, para que diga algo, no sé qué, alguna tontería. Así pues, le digo:

—¿Puedo hacerte una pregunta, Sigfrid?

—¿Es que me he opuesto alguna vez, Rob?

A veces tengo la impresión de que realmente trata de sonreír. Hablo de una verdadera sonrisa. Su voz así lo indica.

—Bueno, lo que quiero saber es qué haces con todas las cosas que te digo.

—No estoy seguro de entender la pregunta, Robbie. Si lo que deseas saber es cuál es el programa de almacenamiento de información, la respuesta es muy técnica.

—No, no me refiero a eso —vacilo, tratando de saber realmente cuál es la pregunta, y preguntándome la razón de que quiera hacerla.

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