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Authors: Lester del Rey

Tags: #Ciencia Ficción

Nervios (6 page)

Ante el gesto de asentimiento de Morgan, sirvió las bebidas, y le echó a la suya un toque de color que la hizo más fuerte en apariencia de lo que era de hecho.

—¿Qué planes tiene, Phil? —preguntó.

Morgan se echó a reír. Era una de las risas ricas y cálidas que se le acusaba haber estado perfeccionando durante años, pero le salía demasiado espontánea como para creer que no fuera natural. Se correspondía con la voz suave y el hablar lento y arrastrado del Sur, que se convertía en un fuerte acento sureño cuando iba a dar mítines electorales por los condados.

—Ser reelegido —admitió con toda frescura—. Y al mismo tiempo impedir que un puñado de estúpidos se nos coman por la ventaja que nos han cogido aquí. ¿Qué sucedería si el proyecto de ley quedara retenido en el comité una buena temporada, Allan? ¿Digamos un par de años?

Tal cosa acabaría con aquel proyecto estúpido. Eso creía Palmer. El accidente de Croton y el descubrimiento de algunos otros restos de contaminación habían sido manipulados por los relativamente escasos fanáticos. En un plazo de un par de años las plantas podían recobrar su seguridad absoluta, la gente empezaría a sentirse tranquila otra vez y todo aquel movimiento antiatómico desaparecería como la mayor parte de las locuras lo habían hecho. Aquella era la respuesta, claro: la tranquila respuesta indirecta que había salvado repetidamente al país de varias locuras, mientras los periódicos aullaban los errores del sistema que había hecho posible aquel mismo país. Morgan era el presidente del comité que tenía que someter al Congreso el proyecto de ley con sus recomendaciones.

—Le escucho —dijo Palmer—. Pero ¿podrá usted hacer tal cosa?

—No directamente, pero puedo convocar reuniones, atascar el proceso, discutir planes alternativos y cosas así. El único problema es el tiempo.

Morgan estudió el vaso que tenía entre las manos y le dio lentas vueltas al whisky que hicieron que sus gotas reflejaran la luz del sol. Movió lentamente la cabeza.

—Quizá no crea lo que voy a decirle, Phil, pero he llegado a la conclusión de que el bienestar del país es más importante que el mío propio. Si puedo intervenir para sabotear este proyecto de ley, no le quepa la menor duda de que lo haré. Pero para llevar este plan a cabo, tengo que salir reelegido dentro de cuatro meses, si lo logro, dispondremos de esos dos años. En cierto modo, tengo suerte. El estado de Mississippi es básicamente agrícola, y no dispone de mucha energía atómica, por lo que quizá mis electores me den su voto aunque deje de lado el asunto del proyecto de ley sobre instalaciones atómicas.

Tomó otro sorbo y suspiró, tanto por el placer de la bebida como por sus propios pensamientos.

—Puede ser, pero no puedo estar seguro a menos que pueda presentarme ante ellos y mostrarles que estoy haciendo por el estado algo más importante que apoyar un viejo proyecto de ley como éste. Y ahí es donde interviene usted.

—¿De qué modo?

—Tenga en cuenta que no le puedo garantizar que consiga lo que le he dicho. Si las cosas se ponen muy mal, todavía podrían forzar el paso del proyecto de ley por mucho que me esfuerce en detenerlo. Lo único que le pudo prometer es intentar que no se llegue a votar.

—Lo sé, lo sé —asintió Palmer. Quedaban claras las reservas del congresista.

—¿Dispone de un ejemplar de ese boletín informativo interno que han editado?

Palmer encontró uno en el escritorio y se lo tendió, al tiempo que se preguntaba si Morgan se daba cuenta de que aquel boletín interno era uno de los periódicos científicos más importantes sobre aquellas materias. Se quedó asombrado cuando vio el artículo que le señalaba el político. O bien Morgan sabía mucho más de matemáticas e ingeniería de lo que había supuesto o bien alguno de sus colaboradores era el experto en aquellos temas.

—Resulta enormemente difícil exterminar de la tierra de labor la última especie mutante de gorgojo —dijo Morgan—. He aquí algo que necesito resolver en cuatro meses. Para entonces, si he logrado mostrar a los agricultores un terreno libre de esa plaga y listo para un nuevo uso, me votarán aunque me vean escupir en el retrato de Lee o descubran que me he vuelto ateo. Puedo conseguir el dinero para ese proyecto, no se preocupe por ello.

Y ni siquiera es necesario que dispongamos de 4.000 Ha. para el experimento. Lo único que necesito es producto suficiente para tratar un territorio así y acabaré con el proyecto de ley.

El gerente estudió el mapa que le tendió Morgan y calculó la cantidad necesaria. Era suficiente para poner a trabajar en ello todo un convertidor, dos para estar más seguro.

—Es que todavía no está en fase de producción —protestó—. Jorgenson ha realizado las pruebas y ahora está ocupado con las técnicas de ingeniería necesarias para los convertidores. Todavía no podemos garantizar la eficacia de la conversión, ni…

—Si dispone aunque sea sólo de un cuarto de potencia para empezar, esperaré al resto y todavía tendremos tiempo.

Palmer volvió a estudiar aquella idea. Le hubiera gustado comentarlo con Hokusai y consultarlo con algunos de los demás, pero no disponía de tiempo. Si quería hacer algo para las elecciones tenía que comenzar inmediatamente a alimentar los depósitos de material.

—Permítame llamar a Jorgenson y discutirlo —sugirió—. Si hay alguna posibilidad de hacerlo, empezaré a cambiar ahora mismo los convertidores y dispondremos un turno extra esta misma noche. ¿Le parece bien?

—Todo lo que quiero es su palabra. —Morgan se levantó, apuró el whisky y le tendió la mano—. Y ahora será mejor que regrese con mis colegas no sea que empiecen a sospechar algo.

Palmer le vio marchar y se quedó contemplando el papel. Finalmente se encogió de hombros y le ordenó a Thelma que buscase a Jorgenson y le hiciera venir. Las matemáticas que había en aquel proyecto superaban su conocimiento de la moderna tecnología de convertidores; iba a tener que fiarse de su ingeniero de producción, pues no disponía del tiempo suficiente para estudiar el proyecto como hacía con los demás, una costumbre que tenía para formarse siempre una opinión del trabajo a realizar.

Por centésima vez maldijo el hecho de que Kellar hubiera muerto. Aquel hombre había sido su principal competidor e incluso había estado a punto de convertirse en algo más que eso. Pero también había sido un genio, el único hombre que él conociera capaz de combinar un gran talento para la ingeniería con grandes facultades para razonar en el campo de la matemática pura, típico de un científico abstracto, y de realizar ambas cosas de un modo casi instintivo. Hubiera dado cualquier cosa por poder llamar a Kellar y que éste le diera un juicio instantáneo. Pero Kellar había muerto y el único hombre que había trabajado con él era Jorgenson.

Jorgenson llegó en seguida y pareció llenar la habitación con su gran corpulencia.

Escuchó atentamente mientras le describía la situación.

—Será un trabajo duro —dijo con voz suave—. Requiere que se efectúen unos cambios radicales en la estructura de los convertidores, y necesitaré un par de horas para aleccionar a los supervisores y encargados. ¿Qué convertidores usaremos?

—Escógelos tú. Todos están en condiciones menos el Uno y el Seis.

—Entonces, el Tres y el Cuatro. Va a ser difícil manejar dos al mismo tiempo en un experimento nuevo, pero creo que podremos. Bueno, también van a presentar problemas algunos de los materiales que necesitaré.

Palmer sonrió con ironía. Siempre resultaba costoso. Si se dejara a los ingenieros carta blanca en algún proyecto, seguro que en diez años no habría beneficios en ninguno. Sin embargo, y por una vez, el coste no importaba. Jorgenson no podría gastarse en él ni una fracción de lo que supondría el éxito de aquella empresa.

—Olvídate del coste, Jorgenson; haz todo lo que consideres necesario y ya veremos la forma de financiarlo. —Hizo una pausa—. Si es que quieres hacerte cargo.

El enorme ingeniero le miró con el ceño fruncido.

—Naturalmente que quiero hacerme cargo. ¿Por qué no?

—Porque tendrás que ponerte a trabajar con un montón de hombres que acaban de presenciar un accidente hoy mismo. Estarán cansados a causa de esto, de la tensión a la que se han visto sometidos y por el interrogante que les plantea qué sucederá con ellos cuando se haga público el informe del comité. En este momento esos hombres no son nuestros empleados de siempre, y no debes olvidarlo. Puedo concederte el doble del número que creas necesario para facilitarte el trabajo, pero lo que no puedo es darte hombres frescos y despreocupados. Con todo, ¿quieres seguir adelante?

—Sí, yo lo llevaré todo.

A continuación, Jorgenson hizo una pausa, como si dudara en tomar alguna decisión.

Finalmente adelantó sus enormes hombros.

—Mira, Palmer, he repasado todos los cálculos cien veces y he tratado seis zonas de terreno en el invernadero. No encuentro nada que pueda fallar o ir mal, pero ya que estamos hablando de todo esto, creo que tengo que mencionar que hay una opinión contraria al proceso para conseguir ese isótopo. Es sólo uno, pues nadie más ha encontrado pegas, pero he creído que era mejor que lo supieras.

—Desde luego —asintió Palmer—. ¿Quién es?

—Un aficionado, que estudia la ciencia atómica como pasatiempo, supongo. Pero afirma que podemos encontrarnos con el isótopo R.

Palmer notó que la piel de la espalda se le erizaba. La simple posibilidad de la existencia del isótopo R podía ser suficiente para que todo el país apoyara la propuesta de ley, hasta el mismo Morgan quizá. En ocasiones tenía pesadillas en que la noticia llegaba hasta la prensa de Guilden, pero hasta aquel momento los que conocían su existencia serían los últimos en acudir a los periodistas y contarlo.

—¿Un aficionado que sabe cosas como ésa? —preguntó ásperamente.

—Su padre estaba en el ajo —repuso Jorgenson. Frunció el ceño otra vez y se volvió a encoger de hombros—. Mira, desde que me lo ha dicho no he cesado de repasar esos números una y otra vez. Si yo creyera que hay una posibilidad entre un millón de que podamos toparnos con el R no lograrías ni por todo el oro del mundo que me acercara a la pila. Y ya sabes que no es la primera vez que sucede.

Jorgenson acertaba en esto. Palmer había perdido una vez su oportunidad de desarrollar un proceso muy provechoso porque simplemente un profesor había sugerido una posible cadena que podía conducir al temido isótopo. Las pequeñas plantas nucleares que le hacían débilmente la competencia la habían desarrollado sin ninguna dificultad y usaban el producto obtenido como columna vertebral de sus negocios.

Se quedó mirando el gráfico de sus productos y clientes otra vez. Si aquel asunto sólo significase una pérdida de beneficios, frenaría el proyecto hasta que se repasara de nuevo cincuenta veces cada cifra. Pero aquella vez se trataba de contrapesar un temor vago y probablemente ridículo por parte de un tipo que sólo era aficionado a aquel tema, contra el destino de todas las centrales y quizás incluso de la civilización durante la siguiente década.

—Muy bien —dijo por fin—. Adelante.

Pero antes de que Jorgenson acabara de salir se precipitó sobre el teléfono.

—Póngame con Ferrel —le dijo a la telefonista.

No tenía sentido pedirle al doctor que se quedara hasta el último turno, por supuesto, pero no hizo ningún gesto por anular la llamada. Su decisión no era lógica, pero había aprendido a seguir lo que la intuición le decía cuando se lo decía con tanta fuerza.

Al menos los hombres se sentirían mejor si sabían que el doctor estaba allí. Habían aprendido a confiar en él, y en aquellas circunstancias necesitaban de todo lo que les pudiera proporcionar comodidad.

4

El silbido que anunciaba el final de uno de los turnos sonó mientras Ferrel terminaba su apresurada cena y se dirigía de nuevo a su despacho. La cafetería se había llenado otra vez con las habituales prisas de las horas punta, pero en esta ocasión había un poco mas de bulla por parte de los que iban a cubrir el turno extraordinario de noche. No resultaba difícil reconocer a los padres de familia que discutían de la cantidad de horas de más que iban a padecer, mientras los solteros murmuraban y maldecían por las citas que quedaban rotas y los planes arruinados. Si quedaba algo de tensión de toda la jornada, no lo parecía. Sin embargo, tampoco podía probarse que no existiera.

Entró por la puerta lateral. Blake se encontraba sentado en una de las esquinas del escritorio, sobre los pocos historiales del día. Blake hizo un gesto solemne con la cabeza, al tiempo que cloqueaba y hacía ruiditos con la lengua.

—Te estás haciendo viejo, doctor. ¡Tomarse descansitos a estas horas! Y se te ha olvidado el informe de desinsectación de las duchas. Si sigues así pronto necesitarán aquí sangre nueva que rija todo esto —se levantó y sonrió—. Venga, vámonos, que todavía tenemos que celebrar el aniversario.

—Lo siento, Blake. Ahora no puedo.

Había olvidado por completo que aquel día era el décimo aniversario del matrimonio de Blake, pero ya era demasiado tarde para decirle que no a Palmer. Se volvió hacia Blake y dijo:

—La planta va a tener un turno extra esta noche y me han elegido para que me quede.

Es algún pedido urgente del Tres o el Cuatro.

Blake frunció el ceño.

—¿Y por qué no se lo dejas todo a Jenkins? Anne cuenta contigo y con Emma.

—Compréndelo, es un trabajo para mí. De hecho, también Jenkins se quedará.

Blake suspiró y se rindió.

—Anne se va a disgustar, pero creo que lo entenderá. Si sales temprano, déjate caer por allí con Emma un momento, aunque sea pasada la medianoche. Bueno, que te vaya bien.

—Buenas noches.

Ferrel le observó marchar y le sonrió afectuosamente. Algún día Dick acabaría los estudios de medicina y Blake sería un hombre magnífico para iniciarle y comenzar a subir la vieja escala de siempre. Al principio, igual que el joven Jenkins, Dick se sentiría lleno de su dedicación a la humanidad, lleno de tensión e incertidumbre, pero sin saber cómo iría pasando al estado de Blake y más aún, hasta el del propio doctor, donde los mismos problemas de siempre se resolvían del mismo modo de siempre y la vida se convertía en una cómoda rutina con sólo ciertos días malos ocasionales, como había sido aquel.

Naturalmente, había peores modos de vida, aunque no era nunca como la masa de asesinatos, secuestros y fantasías científicas que había visto días atrás en una película antigua que pasaron por televisión. En ella aparecían convertidores cromados cubiertos de bellos tubos de neón que explotaban misteriosamente al segundo día de funcionamiento y envolvían a los hombres en unas llamas azuladas, y que se curaban al instante en cuanto lograban apagar las llamas con las manos desnudas.

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