Súbitamente recordé que cuantos hablaban del disparo decían que el sonido era extraño y diferente al de un disparo normal. Tenían razón.
Sin embargo, era difícil explicar en qué consistía la diferencia.
El coronel Melchett se aclaró la garganta.
—Su solución del caso es muy plausible, miss Marple —dijo—, pero permítame decirle que no existe la menor cosa que pueda probarla.
—Lo sé —admitió miss Marple—; pero usted cree que es cierta, ¿no es verdad, coronel?
Se produjo una pausa.
—Sí, lo creo —dijo Melchett, casi con repugnancia—. Es la única manera en que pudo suceder. Pero no tenemos prueba alguna.
Miss Marple carraspeó.
—Por esto pensé que, dadas las circunstancias…
—Sí.
—… quizá lo conveniente fuera preparar una pequeña trampa.
E
L coronel Melchett y yo la miramos sorprendidos.
—¿Una trampa? ¿De qué clase?
Miss Marple se mostraba algo esquiva, pero se comprendía que tenía un plan cuidadosamente ideado. Dirigiéndose a Melchett, sugirió:
—Supongamos que míster Redding fuese llamado por teléfono y avisado.
El coronel Melchett sonrió.
—«¡Todo está descubierto! ¡Huya!» Esto es muy viejo, miss Marple, aunque no he de negar que sigue teniendo éxito. Pero creo que Redding es demasiado listo para dejarse coger de esta manera.
—Debiera ser algo específico, desde luego —murmuró miss Marple—. Yo sugeriría que el aviso le llegara de quien se sepa que posee puntos de vista algo fuera de lo corriente en estos asuntos. La conversación con el doctor Haydock llevaría a algunos a creer que acaso él considere el asesinato desde un ángulo especial. Si él insinuara que alguien, mistress Sadler o alguno de sus hijos, observó el cambio de sellos medicinales, esto no significaría nada para Redding de ser inocente; pero si no lo es…
—¿Qué?
—Acaso cometa alguna tontería.
—Y se ponga en nuestras manos. Es posible, miss Marple. Su idea es muy ingeniosa. ¿Se prestará Haydock a ello? Como usted dice, sus puntos de vista…
Miss Marple le interrumpió con aire decidido.
—¡Eso es simple teoría! La práctica es siempre muy distinta, ¿no cree usted? Pero mire, aquí viene. Se lo podemos preguntar ahora mismo.
Me pareció que Haydock se sorprendió al ver a miss Marple con nosotros. Tenía aspecto cansado.
—Ha sido un caso difícil —dijo—. Pero se salvará. Cumplí con mi obligación al volverle a la vida, pero me hubiera alegrado haber fracasado.
—Acaso piense usted de distinta manera cuando oiga lo que tenemos que comunicarle —observó Melchett.
Breve y sucintamente, Melchett le expuso la teoría de miss Marple acerca del asesinato, finalizando el relato con su sugerencia.
Entonces pudimos ver lo que miss Marple llamaba diferencia entre la teoría y la práctica. Los puntos de vista de Haydock parecieron haber sufrido una transformación radical. Demostró querer ver a Redding en manos del verdugo. No fue tanto el asesinato de Protheroe como el intento contra el pobre Hawes lo que, en mi opinión, excitó hasta tal punto su ira.
—¡Ese condenado pillo! —exclamo Haydock—. ¡Hacer esto al pobre Hawes! Tiene madre y hermana, y el estigma de ser la madre y hermana de un asesino les hubiera manchado de por vida. ¡Pobres mujeres! ¡Es el gesto más cobarde y ruin que conozco!
Hizo una pausa para recobrar el aliento.
—Si lo que me han relatado es verdad —prosiguió—, cuenten conmigo para cualquier cosa. Ese individuo no merece vivir. ¡Pobre Hawes, que es el ser más indefenso que conozco!
Estaba animadamente ultimando detalles con Melchett cuando miss Marple se levantó para marcharse. Yo insistí en acompañarla.
—Es usted muy amable, míster Clement —dijo miss Marple mientras caminábamos por la desierta calle—. Ya han dado las doce. Espero que Raymond se haya acostado.
—Debiera haberle acompañado —dije.
—No le comuniqué adonde me dirigía —repuso.
Sonreí al recordar el sutil análisis que Raymond West había hecho del caso.
—Si su teoría resulta ser cierta, lo que no dudo ni por un solo momento —dije—, se habrá usted apuntado un buen tanto sobre su sobrino.
Miss Marple sonrió indulgente.
—Recuerdo lo que decía mi tía abuela Fanny. Yo no tenía sino dieciséis años entonces y pensé que sus palabras eran muy tontas.
—¿Sí? —dije animándola.
—Acostumbraba decir: «La gente joven cree que los viejos son tontos, pero los viejos
saben
que los jóvenes lo son».
P
OCO más queda por decir. El plan de miss Marple se llevó a cabo con pleno éxito. Lawrence Redding no era inocente y la insinuación del cambio de sellos vista por un testigo le llevó a hacer «algo tonto». Tal es el poder de una conciencia culpable.
Se encontraba, naturalmente, en una situación difícil. Imagino que su primer impulso debió ser la huida, pero tenía un cómplice. No podía partir sin hablar con ella y no osó esperar a la mañana siguiente. Por tanto, aquella noche fue a Old Hall, siendo seguido por dos de los más sagaces hombres del coronel Melchett. Tiró unos guijarros a la ventana de Anne Protheroe, la despertó y un urgente susurro la hizo bajar para hablar con él. Sin duda se creyeron más seguros fuera de la casa que dentro, temiendo que acaso Lettice se despertara. Los dos agentes de policía pudieron oír toda su conversación, con lo que se disipó cualquier duda que hubiese podido existir. Miss Marple estuvo acertada en todas sus hipótesis.
El juicio de Lawrence Redding y Anne Protheroe es de conocimiento público y no me propongo hablar de él. Sólo mencionaré que el inspector Slack fue felicitado por haber llevado a los criminales ante la justicia, debido a su celo e inteligencia. Naturalmente, nada se dijo de la parte que miss Marple tuvo en el caso. Ella se hubiera sentido horrorizada ante la publicidad que tal cosa le hubiera acarreado.
Lettice vino a visitarme poco antes de que empezara el juicio. Entró por la puerta ventana de mi gabinete, con su acostumbrado aire de vaguedad. Me dijo que siempre había estado convencida de la culpabilidad de su madrastra. La pérdida de la boina amarilla no fue sino una excusa para registrar el gabinete. Esperaba encontrar algo que hubiese pasado inadvertido a la policía.
—Ellos no la odiaban como yo —dijo con su voz soñadora—. Y el odio hace las cosas más fáciles.
Se sintió disgustada ante el fracaso de su búsqueda y entonces deliberadamente dejó caer el pendiente de Anne junto al escritorio.
—¿Qué importancia podía tener que yo hiciese tal cosa, si sabía que ella lo había hecho? Era necesario que fuera juzgada. Ella le había matado.
Suspiré. Existen siempre algunas cosas que Lettice no ve. En algunos aspectos, es moralmente ciega.
—¿Qué va usted a hacer, Lettice? —pregunté.
—Cuando todo haya pasado, iré al extranjero —vaciló un instante y prosiguió—. Iré junto a mi madre.
La miré, francamente sorprendido. Ella asintió.
—¿No se lo imagina usted? Mistress Lestrange es mi madre. Está muriéndose. Quería verme y vino aquí bajo nombre supuesto. El doctor Haydock la ayudó. Es un viejo amigo suyo. Estuvo enamorado de ella en su tiempo. Es fácil darse cuenta. Creo que, en cierto modo, todavía lo está. Hizo cuanto pudo por ayudarla. Cuando vino se cambió el nombre para evitar las desagradables murmuraciones de la gente. Fue a visitar a mi padre aquella noche y le comunicó que se estaba muriendo y que quería verme. Mi padre fue una bestia. Dijo que ella había renunciado a todo derecho sobre mí, y que yo la creía muerta. ¡Como si yo me hubiese tragado esa historia! Los hombres como mi padre no ven más allá de sus narices.
»Pero mamá no es de la clase de mujeres que se rinden fácilmente. Por desgracia vio a mi padre primero, pero cuando él la trató con tal brutalidad, me mandó una nota. Yo me las compuse para retirarme temprano de la partida de tenis y encontrarme con ella en el sendero a las seis y cuarto. Estuvimos juntas unos momentos solamente y convinimos en otro encuentro. Nos separamos antes de las seis y media. Más tarde me asaltó el terrible miedo de que se sospechara que ella hubiese asesinado a mi padre. Después de todo, estaba muy resentida con él. Por ello destruí a cuchilladas aquel retrato en el ático. Temía que la policía registrara la casa, lo encontrase y la reconociera. También el doctor Haydock llegó a creer que mi madre había cometido el crimen. Mi madre es una persona algo extraña, a veces. No le preocupan las consecuencias. Si se traza un plan, lo sigue.
Hizo una pausa.
—Es extraño. Ella y yo tenemos mucho en común. Mi padre y yo, en cambio, éramos como dos extraños. Pero mamá… De todas maneras, iré a su lado y permaneceré con ella hasta que…, hasta el fin.
Se levantó y me ofreció la mano.
—Que Dios os bendiga a ambas —dije—. Espero que algún día sea usted verdaderamente feliz, Lettice.
—En ello confío —repuso, intentando reír—. No lo he sido hasta ahora. ¡Oh! No importa. Adiós, míster Clement. Ha sido usted siempre terriblemente bueno conmigo, usted y Griselda.
¡Griselda!
Debido a ella, la carta anónima me causó terrible desconcierto y dolor. Cuando se lo conté, primero rió y luego me sermoneó.
—Sin embargo —añadió—, en el futuro seré más prudente y temerosa de Dios.
Me miró con la risa bailándole en los ojos.
—Una influencia calmante está naciendo en mí —prosiguió—. También nace en ti, pero en tu caso será rejuvenecedora. Por lo demás así lo espero. No podrás seguir diciéndome que soy una niña, cuando tengamos una propia. He decidido, Len, que ahora que voy a ser «una verdadera esposa y madre», como dicen en las novelas, deberé convertirme asimismo en una buena ama de casa. He adquirido dos libros sobre la dirección del hogar y uno sobre el amor maternal. Son terriblemente divertidos, especialmente el que habla de la manera cómo deben criarse los niños.
—¿No has comprado también uno acerca de cómo debe tratarse al esposo? —pregunté con súbita aprensión, mientras la atraía hacia mí.
—No lo necesito —repuso—. Soy una buena esposa y te quiero mucho. ¿Qué más puedes desear?
—Nada —dije.
—¿No podrías decir, aunque por una sola vez, que me amas terriblemente?
—Griselda —repuse—. ¡Te adoro! ¡Te idolatro! ¡Estoy locamente enamorado de ti!
Mi esposa dejó escapar un profundo suspiro de satisfacción. Después se separó de mí súbitamente.
—Ahí viene miss Marple. ¡No permitas que sospeche! No quiero que todo el mundo empiece a ofrecerme cojines y a recomendarme que me siente con comodidad. Dile que he ido al campo de golf. Esto la despistará. Además, debo ir, pues dejé mi jersey amarillo allí.
Miss Marple se acercó a la puerta, se detuvo y preguntó por Griselda.
—Ha ido al campo de golf —respondí.
—No es muy prudente que haga tal cosa ahora —dijo.
Y entonces, como corresponde a una vieja solterona, se sonrojó.
Para cubrir la momentánea confusión, hablamos apresuradamente del caso Protheroe, y del «doctor Stone», que resultó ser un conocido ladrón que empleaba diversos nombres. Miss Cram fue declarada libre de toda complicidad. Finalmente admitió haber llevado la maleta al bosque, pero lo hizo con completa buena fe. El doctor Stone le dijo que temía la rivalidad de otros arqueólogos, que no vacilarían en llegar al robo, con tal de poder desacreditar sus teorías. Aparentemente ella creyó sus palabras, a pesar de su poca lógica. Según se dice en el pueblo, en la actualidad está buscando un caballero de cierta edad que necesite una secretaria.
Mientras hablábamos, me pregunté cómo se las habría compuesto miss Marple para descubrir nuestro secreto. Ella misma, en forma muy discreta, me facilitó una pista.
—Espero que la querida Griselda se cuide —murmuró después de una pausa—. Ayer estuve en la librería de Much Benham…
¡Pobre Griselda! El libro sobre el amor maternal la traicionó.
—Me pregunto si sería usted desenmascarada alguna vez, en el caso de que cometiera un asesinato, miss Marple —dije.
—¡Qué horrible idea! —exclamó—. Ruego a Dios que jamás pueda hacer una cosa tan terrible.
—Pero siendo la naturaleza humana como es… —murmuré.
Miss Marple acusó el golpe con una agradable risa.
—¡Qué malo es usted, míster Clement! Pero, desde luego está usted bromeando.
Se detuvo junto a la puerta.
—Salude a la querida Griselda, y dígale que cualquier pequeño secreto suyo, nunca será revelado por mí.
Realmente, miss Marple es una persona muy simpática.
FIN