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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, Policíaco

Muerte en la vicaría (11 page)

BOOK: Muerte en la vicaría
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—Y en cuanto a su pistola, ¿cuándo la vio por última vez?

Lawrence Redding permaneció pensativo.

—Es difícil decirlo con exactitud.

—¿Dónde la guardaba?

—¡Oh! Mezclada con varias cosas en la sala de mi casa, en uno de los estantes de la librería.

—¿No la guardaba cuidadosamente?

—En realidad, no me preocupaba de ella.

—Así, ¿cualquier persona que fuera a la casa podía haberla cogido?

—Sí.

—¿Y no recuerda cuándo la vio usted por última vez?

Lawrence frunció el ceño, tratando de recordar.

—Estoy casi seguro que fue anteayer. Recuerdo haberla apartado para coger una pipa vieja. Creo que fue anteayer, pero pudo muy bien haber sido el día anterior.

—¿Quién ha estado últimamente en su casa?

—Mucha gente. Siempre viene alguien. Anteayer se reunieron allí varias personas a la hora del té. Lettice Protheroe, Dennis y sus amigos. Además, de cuando en cuando viene alguna de esas solteronas.

—¿Cierra usted su casa cuando sale?

—No. ¿Por qué? Nada tengo que valga la pena ser robado. Además, aquí nadie cierra la puerta de su casa.

—¿Quién se encarga del cuidado de su casa?

—La vieja mistress Archer viene cada mañana para hacer la limpieza.

—¿Cree usted que ella podría recordar cuándo vio la pistola por última vez?

—No lo sé. Quizá sí. Pero me parece que la limpieza a fondo no es su fuerte.

—Es decir, cualquier persona pudo haber cogido la pistola.

—Sí, creo que sí.

La puerta se abrió, dando paso al doctor Haydock, que acompañaba a Anne Protheroe. Anne se detuvo al ver a Lawrence y éste intentó dirigirse hacia ella.

—Perdóname, Anne —dijo—. Es imperdonable que hubiese pensado tal cosa de ti.

—Yo… —titubeó, miró implorando al coronel Melchett—. ¿Es verdad lo que el doctor Haydock me ha dicho?

—¿Que míster Redding está libre de sospechas? Sí. ¿Quiere usted ahora contarnos su historia, mistress Protheroe?

Sonrió avergonzada.

—Formarán muy mala opinión de mí.

—Digamos que ha sido usted bastante… tonta. Pero ya todo ha pasado. Ahora quiero que me cuente usted toda la verdad, mistress Protheroe, sin omitir nada.

Ella asintió gravemente.

—Se la diré. Supongo que está usted enterado de… de…

—Sí.

—Aquella tarde debía encontrarme con Lawrence… míster Redding, en el estudio, a las seis y cuarto. Mi esposo y yo fuimos juntos al pueblo en el coche. Tenía que hacer algunas compras. Cuando nos separamos mencionó casualmente que iba a ver al vicario. No pude avisar a Lawrence y estaba algo inquieta. Encontraba desagradable reunirme con él en el estudio mientras mi esposo estaba en la vicaría.

Se sonrojó al hablar. No era agradable para ella.

—Pensé que quizá mi esposo no permaneciese mucho tiempo en la vicaría. Para averiguarlo vine por el sendero. Esperaba que nadie me viese; pero, naturalmente, miss Marple estaba en su jardín. Me habló y le dije que iba a buscar a mi esposo. Tenía que decirle algo. Ignoro si me creyó. Parecía algo… burlona.

»Cuando me separé de ella fui directamente a la vicaría y di la vuelta a la casa, hasta la puerta ventana del gabinete. Me acerqué a ella despacio, esperando oír voces; pero, ante mi sorpresa, no oí nada. Miré al interior, vi que la habitación estaba vacía y me dirigí apresuradamente hacia el estudio, donde Lawrence se reunió conmigo casi inmediatamente.

—¿Dice usted que la habitación estaba vacía, mistress Protheroe?

—Sí. Mi esposo no estaba allí.

—Es extraordinario.

—¿Quiere usted decir, señora, que no le vio? —preguntó el inspector, con tranquilidad admirable.

—No, no le vi.

Slack murmuró algo al jefe de policía, que asintió.

—¿Le importaría, mistress Protheroe, indicarnos exactamente lo que hizo?

—Desde luego.

Se levantó. El inspector abrió la puerta ventana y Anne salió a la terraza y dio la vuelta a la casa, hacia la izquierda.

El inspector Slack me indicó por señas, vigorosamente, que me sentara en el escritorio.

No me gustó hacerlo; pero, desde luego, obedecí.

No tardé en oír pasos en el exterior, que se detuvieron durante un instante y luego retrocedieron. El inspector Slack me indicó que podía regresar al otro lado de la habitación. Mistress Protheroe volvió a entrar por la puerta ventana.

—¿Fue eso exactamente lo que hizo? —preguntó el coronel Melchett.

—Creo que sí.

—¿Puede usted, pues, mistress Protheroe, indicarme en qué lugar del despacho se encontraba el vicario cuando usted ha mirado? —preguntó el inspector Slack.

—¿El vicario? Pues no lo sé. No le vi.

El inspector Slack asintió.

—Y así fue como no vio usted a su esposo. Estaba sentado ante el escritorio.

—¡Oh! —hizo una pausa mientras sus ojos se agrandaban por el horror—. ¿No fue allí donde… donde…?

—Sí, mistress Protheroe. Estaba allí.

—¡Oh! —exclamó, estremeciéndose.

El inspector prosiguió con sus preguntas.

—¿Sabía usted que míster Redding poseía una pistola?

—Sí. Él me lo dijo en una ocasión.

—¿La tuvo usted alguna vez en su poder?

Denegó con la cabeza.

—No.

—¿Sabía usted el lugar en que la guardaba?

—No estoy segura, pero creo haberla visto en la librería de su casa. ¿No la guardabas allí, Lawrence?

—¿Cuándo estuvo usted en su casa por última vez?

—Hace unas tres semanas. Mi esposo y yo tomamos el té allí con él.

—¿No ha vuelto desde entonces?

—No. Nunca fui sola. Hubiera murmurado la gente.

—Sin duda —asintió secamente el coronel Melchett—. ¿Dónde acostumbraba usted ver a míster Redding?

Se sonrojó.

—Él solía venir a Old Hall. Retrataba a Lettice. Nosotros… con frecuencia nos encontrábamos después en el bosque.

El coronel Melchett asintió.

—¿No es ya bastante? —preguntó ella con voz quebrantada—. Es terrible tener que contarles todas estas cosas. Y no…, no había nada de malo en ello. No, no lo había. Sólo éramos amigos. No pudimos evitar amarnos.

Miró implorante al doctor Haydock y este, hombre de buen corazón, dio un paso hacia delante.

—Creo, Melchett, que ya ha sido bastante interrogada —observó—. Ha sufrido un gran disgusto, en más de un sentido.

El jefe de policía asintió.

—No quiero preguntarle nada más, mistress Protheroe —dijo—. Gracias por contestar con tanta franqueza.

—Entonces…, ¿puedo irme?

—¿Está su esposa en casa? —me preguntó Haydock—. Creo que mistress Protheroe quisiera verla.

—Sí —asentí—. Griselda está en casa. La encontrará en la salita.

Ella y Haydock salieron juntos de la habitación, siguiéndoles Lawrence Redding.

Melchett frunció los labios mientras jugueteaba con un cortapapeles. Slack miraba la nota. Fue entonces cuando mencioné la teoría de miss Marple.

Slack examinó la nota cuidadosamente.

—A fe que creo que esa vieja señora tiene razón —comentó—. Mire, señor. Estos números están escritos con tinta distinta, ¿no lo ve? Emplearon una estilográfica.

Nos sentimos muy excitados.

—Supongo que habrá buscado huellas digitales en el papel —observó el coronel Melchett.

—Desde luego, pero no se encontró ninguna. Las huellas de la pistola corresponden a míster Lawrence Redding. Quizá antes hubo algunas otras, pero no pueden ser observadas.

—Al principio el caso se presentaba muy feo para mistress Protheroe —dijo el coronel pensativo—. Mucho más que contra el joven Redding. Existía la declaración de miss Marple de que no llevaba la pistola encima, pero esas viejas señoritas se equivocan a menudo.

Permanecí en silencio, aunque no estaba de acuerdo con él. Estaba seguro de que mistress Protheroe no llevaba pistola alguna, habiéndolo afirmado así miss Marple. Miss Marple no es de las señoras de edad que cometen errores. Cuando dice algo, siempre se observa que tiene razón.

—Lo que más me extraña es que nadie haya oído el disparo. Si fue hecho entonces, alguien debe haberlo oído, aunque les hubiera parecido que provenía de otro sitio. Será mejor que interrogue usted a la cocinera, inspector Slack.

El inspector se dirigió rápidamente hacia la puerta.

—No le pregunte si oyó un tiro en la casa, pues ella lo negará —dije—. Háblele de un disparo en el bosque. Ésa es la única clase de disparos que ella admitirá haber oído.

—Sé cómo manejar a esa clase de personas —repuso el inspector, saliendo del gabinete.

—Miss Marple dice que oyó un tiro más tarde —musitó el coronel Melchett, pensativo—. Hemos de procurar que pueda precisar con exactitud la hora. Naturalmente, puede tratarse de uno que nada tenga que ver con el caso.

—Sí, naturalmente —dije.

El coronel dio unos pasos por el gabinete.

—Tengo la impresión, Clement —dijo—, que este caso será más difícil de resolver de lo que parece. Hay algo que no alcanzamos a ver —resopló—. Algo que ni siquiera sabemos lo que es. Estamos solamente al principio, Clement. Todas estas cosas, el reloj, la nota, la pistola…, son desconcertantes.

Meneé la cabeza, pues ciertamente lo eran.

—Pero llegaré al fondo del asunto. No quiero pedir ayuda a Scotland Yard. Slack es hombre inteligente. De algún modo averiguará la verdad. Ha resuelto algunos casos muy complicados y también desvelará éste. No necesitamos a Scotland Yard. Nosotros nos bastamos.

—Estoy seguro de que así es —repuse.

Traté de hablar con entusiasmo, pero el inspector Slack se había granjeado de tal modo mi antipatía, que el simple pensamiento de que podía resolver el caso me disgustaba. Un Slack victorioso sería más insoportable aún.

—¿Quién vive en la casa de al lado? —preguntó súbitamente el coronel.

—¿Quiere decir al extremo de la calle? Mistress Price Ridley.

—La visitaremos después de que Slack haya interrogado a la cocinera. Quizá haya oído algo. Supongo que será sorda, ¿verdad?

—Creo que su oído es notablemente fino. Mi suposición tiene por fundamento las muchas murmuraciones a que ha dado lugar diciendo: «Por casualidad he oído decir…»

—Ésa es la clase de mujer que nos conviene. Aquí está Slack.

El inspector parecía deshecho.

—¡Vamos! —dijo—. Tiene usted un sargento de coraceros por cocinera, señor.

—Mary es mujer de carácter enérgico —repuse.

—No le gusta la policía —añadió—. Le previne e hice cuanto pude por asustarla, pero no se dio por vencida.

—Es su carácter —observé, sintiendo un mayor aprecio por Mary.

—Por lo menos pude averiguar que había oído un disparo, sólo uno, mucho después de la llegada del coronel Protheroe. Pudimos finalmente concretar bastante la hora basándonos en el pescado. El muchacho que lo trae llegó tarde y ella le calentó las orejas, pero él alegó que sólo acababan de dar las seis y media. Eso fue inmediatamente después de haber oído el disparo. Desde luego, no sabemos la hora exacta, pero tenemos una idea muy aproximada.

—¡Aja! —exclamó Melchett.

—No creo que mistress Protheroe lo hiciera —prosiguió Slack con un deje de pena en la voz—. No hubiera tenido tiempo y, además, las mujeres no suelen ser aficionadas a las armas de fuego. Les gusta el arsénico. No, no creo que lo hiciera. ¡Es una pena!

Suspiró.

Melchett dijo que iba a visitar a mistress Price Ridley, y Slack afirmó que, a su parecer, visitarla era buena idea.

—¿Puedo acompañarles? —pregunté—. Me siento muy interesado.

Se me concedió permiso y salimos juntos.

Al llegar a la verja, Dennis se acercó corriendo desde la calle para unirse a nosotros.

—¡Hola! —saludó con fuerte voz—. ¿Fue una buena pista la huella de pasos de que le hablé? —inquirió al inspector.

—Eran del jardinero —repuso Slack lacónicamente.

—¿No cree que hayan podido ser hechas por otra persona que se hubiera puesto las botas del jardinero?

—No —repuso Slack secamente.

Dennis es un muchacho muy decidido, que no ceja fácilmente en sus propósitos. A continuación sacó un par de fósforos quemados, que alargó al inspector.

—Los encontré junto a la verja de la vicaría.

—Gracias —repuso Slack, guardándolos en el bolsillo.

La conversación pareció llegar a un punto muerto.

—¿Detiene a tío Len? —preguntó jocosamente.

—¿Por qué he de hacerlo? —replicó Slack.

—Hay muchas cosas contra él —declaró Dennis—. Pregúnteselo a Mary. El día antes del asesinato deseaba que el coronel Protheroe desapareciera de este mundo, ¿verdad, tío Len?

—Yo… —empecé a decir.

El inspector Slack me miró sospechosamente y enrojecí hasta la raíz de los cabellos. Dennis tiene a veces bromas muy pesadas. Debiera darse cuenta de que los policías carecen, por regla general, de sentido del humor.

—No seas absurdo, Dennis —dije con voz irritada.

El inocente niño me miró con ojos sorprendidos.

—No es sino una broma —dijo—. El tío Len se limitó a decir que quienquiera que asesinara al coronel Protheroe prestaría un buen servicio a la humanidad.

—¡Ah! —exclamó Slack—. Eso aclara algo lo que dijo la cocinera.

Tampoco los criados suelen tener sentido del humor. Maldije íntimamente a Dennis por haber hablado de ello. Esas palabras y el asunto del reloj me harán sospechoso por toda la vida a los ojos de Slack.

—Vamos, Clement —dijo el coronel Melchett.

—¿Dónde van? ¿Puedo agregarme? —preguntó Dennis.

—No, no puedes —repuse.

Le dejamos mirándonos con ojos tristes. Anduvimos hasta la puerta de la casa de mistress Price Ridley y el inspector llamó en una forma que solamente puede ser descrita como oficial.

Una bonita doncella abrió la puerta.

—¿Está en casa mistress Price Ridley? —preguntó el coronel Melchett.

—No, señor —repuso la doncella—. Acaba de salir hacia la comisaría de policía.

Esto era algo completamente inesperado. Al volver sobre nuestros pasos, Melchett me agarró del brazo.

—Si ha ido a confesar que fue ella quien mató a Protheroe, creo que voy a enloquecer.

C
APÍTULO
XIII

N
O me pareció posible que mistress Price Ridley fuera a hacer algo tan dramático, pero me pregunté qué la habría llevado a la comisaría. ¿Acaso tenía algo importante, o que ella creía lo fuera, que comunicar? Pronto lo sabríamos.

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