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Authors: Mª Ángeles López Decelis

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Los presidentes en zapatillas (32 page)

Los Servicios de Inteligencia occidentales ya venían señalando a España como importante objetivo de Al Qaeda, y ahora se hacía presente la sensación de que el Gobierno español no había conferido credibilidad a las amenazas de convertir a España en blanco terrorista de primer orden.

El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó por unanimidad, el mismo jueves, una resolución en los términos más enérgicos condenando los atentados de Madrid «perpetrados por el grupo terrorista ETA». Nunca antes el supremo órgano de la ONU había condenado el terrorismo vasco. A primera vista, parecía un éxito diplomático sensacional de Aznar, que lograba así el pronunciamiento solidario de la comunidad internacional y, en las horas posteriores, tanto el presidente como la ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, telefonearon a directores de periódicos y a las embajadas de España en el extranjero para asegurarles que los atentados eran obra de ETA y que era esa la línea informativa que había que divulgar.

El viernes 12 de marzo, el dolor y la desolación de la población era insoportable y aparecían las primeras muestras de malestar por la aparente manipulación informativa del Gobierno. Con un criterio claro, Zapatero afirmaba que la respuesta política debía ser «diferente dependiendo de la autoría de los atentados». Ciertamente, la conclusión era fácil: si había sido ETA, el Partido Popular podía contar con una rotunda victoria electoral el domingo, ante un eventual cierre de filas de la población con el Gobierno en estos críticos momentos. Pero si se demostraba que había sido un ataque terrorista islámico, haciéndose la conexión con la controvertida participación española en la guerra de Irak, el resultado era que España no tenía uno, sino dos enemigos terroristas por culpa de la irresponsable política exterior del Gobierno de Aznar. El voto, entonces, podría orientarse hacia el Partido Socialista.

El mismo viernes, en una segunda comparecencia televisada, Aznar, visiblemente irritado y a la defensiva, insistió en la autoría de ETA y se negó a aclarar si la línea de investigación del terrorismo islamista era ahora la prioritaria. Por su parte, el ministro del Interior desvelaba que la dinamita usada era tipo Goma 2, explosivo que ETA no empleaba en sus atentados desde hacía años.

Llovía sin tregua, aunque eso no impidió a once millones de españoles, más de la cuarta parte de la población total, salir a la calle con una tristeza sin límites, pero con una serenidad que ponía los pelos de punta. En Madrid, la marea humana estuvo encabezada por el príncipe Felipe y las infantas Elena y Cristina, que participaban por primera vez en una concentración de este tipo, además de Aznar, Zapatero y otros líderes políticos españoles y europeos. Una hora antes, ETA había comunicado a los medios que no tenía ninguna responsabilidad en la matanza de Madrid.

Y llega el sábado, 13 de marzo, jornada de reflexión previa a las elecciones, con la tensión política y social en su punto álgido. Miles de personas que se comunicaron principalmente vía sms con sus móviles se concentraban ante las sedes del Partido Popular de Madrid y Barcelona y otras capitales exigiendo saber la verdad. Rajoy declaraba que esas concentraciones eras «ilegales e ilegítimas» y denunció ante la Junta Electoral Central el intento de violación de la jornada de reflexión.

Esa misma tarde, Interior hacía pública la noticia de la detención de tres marroquíes y dos indios presuntamente miembros del entramado que había cometido los atentados. Acebes comparecía, avanzada la noche, para informar del hallazgo de una cinta de vídeo recogida cerca de la Mezquita de Madrid, en la que un hombre, presentándose como «portavoz de Al Qaeda en Europa», asumía la responsabilidad de los atentados en justa retribución a «vuestra colaboración con el criminal Bush en Irak y Afganistán», y advertía de tragedias mayores si estas injusticias no cesaban.

Los ciudadanos, impactados por el horror vivido, acudieron a votar cada uno con su particular valoración de todo lo sucedido en las últimas setenta y dos horas, y esas impresiones se reflejaron en el veredicto de las urnas. Los electores, que se sentían manipulados y engañados por el Gobierno, tendieron a trazar una relación de causa y efecto entre la participación de España en la guerra de Irak y nuestro alineamiento incondicional con Estados Unidos y los atentados de Madrid, algunos incluso haciendo a Aznar responsable directo de los mismos.

José María Aznar y Ana Botella votaron en su colegio madrileño entre una mezcla de aplausos y abucheos. Él, abatido por el calvario que había soportado en los últimos días y ella intentando contener las lágrimas por una tensión que se hacía inaguantable. El capital político acumulado en ochos años y las realizaciones objetivas se hundían bajo sus pies como consecuencia de un terrible colofón terrorista de huella imborrable... Tal vez para siempre.

Cerradas las urnas e iniciados los recuentos, se descubrió que el impacto electoral del 11-M fue para el PP mucho más negativo de lo que sus dirigentes se atrevieron a imaginar. Con una participación del 77,2%, el PP perdió las elecciones con ciento cuarenta y ocho diputados, el PSOE ganó con ciento sesenta y cuatro escaños y mayoría simple. Como dato complementario, a tener muy en cuenta, IU obtuvo cinco diputados; CiU consiguió diez; ERC, ocho; el PNV, siete. Conclusión: la estrategia de Aznar durante toda la segunda legislatura de criminalizar a los nacionalismos periféricos y radicales se saldaba también con un estrepitoso fracaso.

Analizando los resultados, saltaba a la vista que los socialistas se habían beneficiado de dos elementos: un elevado índice de participación, con mucho electorado joven que, habiendo decidido abstenerse, cambió de criterio después del 11-M, y el éxito del llamamiento de Zapatero al voto útil que arrastró a muchos potenciales votantes de Izquierda Unida.

La derrota dejó estupefactos a dirigentes y militantes del PP y algunas de sus primeras figuras se quejaron del «duro e injusto castigo» recibido en las urnas y acusaron al PSOE de «manipular el dolor» de los españoles. Otros pensaban que el 11-M había servido de detonante del malestar acumulado en un importante número de electores por determinadas políticas y actitudes del Partido Popular.

En la noche electoral, Rajoy asumió elegantemente su derrota ante Zapatero y le ofreció su colaboración para llevar a cabo una transición serena y leal. Aznar debía continuar al frente del Ejecutivo hasta la investidura del nuevo presidente, pero muy afectado por todo lo sucedido mantuvo un mutismo absoluto y no apareció en público hasta una semana después para declarar a los medios que había cometido «errores de Gobierno y de partido» y que asumía la parte que le tocaba. Este atisbo de humildad y de autocrítica fue solo un espejismo, porque muy pronto retomaría con brío su discurso virulento y autojustificativo para afirmar que «el Partido Socialista y un poder fáctico en la sombra», en clara alusión al Grupo Prisa, «habían violentado la jornada de reflexión de los españoles para llevar el agua a su molino».

El 15 de marzo, lunes postelectoral, las caras de los funcionarios y trabajadores de la Presidencia del Gobierno lo decían todo sin palabras. El impredecible vuelco que había dado la situación se reflejaba en sonrisas a medias, ojos chispeantes y un lenguaje no verbal muy nuestro con el que nos transmitíamos la esperanza que suponía el inesperado cambio de rumbo que había dado nuestro futuro profesional. Por mi parte, tenía asumido, desde hacía tiempo, que muy pronto mi destino laboral iba a ser otro y, recogidos los enseres acumulados durante tantos años, no me quedó por menos que deshacer las cajas y esperar acontecimientos.

Para planchazo el que se llevaron los Rajoy que, dando por hecho la victoria en las urnas, hacía ya semanas que se había producido la tradicional entrega de llaves de los inquilinos salientes a los entrantes, con un almuerzo para conocer al servicio y estudiar sobre el terreno las modificaciones que requiere la idiosincrasia de cada familia.

El periodo entre presidentes suele ser complejo, de mucho trabajo y poco lucimiento. Es una etapa en la que hay que liquidar, archivar, empaquetar y despedir. De inmediato quedó patente la contrariedad que los resultados electorales habían supuesto y el paso del tiempo no parecía facilitar su difícil digestión, por lo que había que tener cuidado, no fuera a ser que los derrotados nos arrastraran en su caída. Fueron semanas de gran tensión, pero gracias a la templanza de todos los implicados logramos capear el temporal sin mayores problemas, teniendo muy presente en todo momento una fecha tope en el horizonte de nuestros calendarios, que pondría el punto final a esta etapa.

Todo el proceso de constitución del Gobierno de Rodríguez Zapatero estuvo acompañado por las secuelas de los atentados del 11-M. El 3 de abril, siete islamistas acorralados por un grupo de operaciones especiales de la Policía se inmolaron en un piso de Leganés, llevándose por delante a uno de los agentes.

Finalmente, concluyó el debate de investidura y la Cámara otorgó su confianza en primera votación al candidato del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, por ciento ochenta y tres votos a favor y ciento cuarenta y ocho en contra del Grupo Popular, además de diecinueve abstenciones.

José María Aznar y su equipo aguantaron en las dependencias presidenciales hasta el último día, algo, por otra parte, poco habitual. Era viernes, avanzada la tarde, cuando el aún presidente en funciones llamó para ver si Milagros había abandonado ya el complejo. Ante la negativa, dio orden de que si en media hora no se había ido, la Guardia Civil la sacase por la fuerza.

Por quinta vez siento la incertidumbre ya conocida, aunque también el entusiasmo ante una etapa nueva siempre ilusionante. El sábado, todos estamos en nuestros puestos para dar la bienvenida al nuevo presidente y ponernos a su disposición... Pero esta, una vez más, es otra historia.

Era medianoche en el Palacio de la Moncloa y, entre los árboles del jardín, paseaba el presidente en funciones José María Aznar con Zico, que había perdido a su compañera. Lamentablemente, Gufa no aguantó una intervención quirúrgica que, en principio, parecía poco importante.

Han pasado ocho años, en los que muchas cosas han cambiado, empezando por su propia familia. Cuando desembarcaron, sus hijos tenían diecisiete años, José María, Ana, quince, y Alonso, el pequeño, siete.

José María estudió CUNEF y se marchó a Nueva York a buscar fortuna. Su madre siempre explica lo orgullosa que está de él, y el mérito que tiene haber salido de casa tan pronto para buscarse la vida en el extranjero, donde nadie sabe quién es. Actualmente y desde hace tiempo, trabaja como consultor en una importante compañía financiera. Está afiliado al Partido Popular y, según dicen, es socio del Barça, con lo cual la rivalidad deportiva con su padre y hermano, que son madridistas hasta la médula, es máxima.

Quizá al que más le costó adaptarse a la nueva vida fue al pequeño, Alonso, que era un niño feliz y simpático. No tenía ningún problema para relacionarse con todo el mundo y, cuando se aburría en casa, se pasaba por los despachos haciendo preguntas y curioseándolo todo. Hasta los guardias civiles de la entrada jugaban con él para entretener al muchacho. Pronto su madre se ocupó de que recuperara el orden en su vida y guardara una rutina de estudio y ocio lo más parecida a la de su casa de Arturo Soria. La verdad es que se le echaba de menos, porque los niños siempre animan y dan vida y calor a esta suerte de edificios palaciegos. El pequeño Alonso, al que vimos crecer mientras acompañaba a su padre a los mítines y debates en el Congreso, trabaja hoy en el Banco Santander de Emilio Botín y vive en Boadilla del Monte, cerca de sus padres. También pasó por Nueva York, donde, igual que su hermano, realizó prácticas en la filial del BBVA en Manhattan. Natural y extrovertido, y acostumbrado a las cámaras desde pequeño, se mueve bien entre los periodistas, con sus compañeros de trabajo y en su grupo de amigos, con los que suele ir a esquiar y salir de marcha como cualquier joven de hoy.

Como ya sabemos, Ana Aznar, antes siquiera de acabar sus estudios, se casó con Alejandro Agag, con el consiguiente susto para sus padres, que la consideraban demasiado joven. Hoy, años después, es madre de tres niños, se licenció finalmente en Psicología y vive absolutamente dedicada a su familia en una mansión londinense valorada en tres millones de euros y situada en el exclusivo y glamouroso barrio de Chelsea. Entre sus vecinos están Inés Sastre, Gwyneth Paltrow, Rosario Nadal y Kyril de Bulgaria antes de su divorcio. Su marido, tras dejar la política activa, es hoy un hombre de negocios con importantes relaciones internacionales.

Los Aznar, finalmente, vendieron su antiguo piso de Arturo Soria y en 1999 formalizaron la adquisición, por noventa y ocho millones de pesetas, de un chalé situado en la urbanización Monte Alina en la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón, donde residen desde que dejaron La Moncloa.

Hoy, José María Aznar preside FAES, es el presidente de honor del Partido Popular e imparte cursos sobre Europa en la Universidad de Georgetown, en los que siempre se ha declarado firme partidario de la política que llevó a cabo George W. Bush, así como del mantenimiento del vínculo transatlántico y una Unión Europea equilibrada, superando el tradicional eje francoalemán.

En 2006, el magnate australiano Rupert Murdoch le incorporó al Consejo de Administración de la multinacional News Corporation, uno de los grupos de comunicación más mediáticos del mundo. De esta manera se descubrió la incompatibilidad en la que el ex presidente incurría como miembro del Consejo de Estado, al que se vio obligado a renunciar.

Pocos días tardó, después de abandonar la Presidencia del Gobierno, en montar una empresa familiar, la sociedad limitada Famaztella (Familia-Aznar-Botella), a través de la que ingresa, entre otros, pingües beneficios obtenidos por el enorme éxito editorial de sus libros: Ocho años de Gobierno y Retratos y perfiles. Con posterioridad ha escrito Cartas a un joven español y España puede salir de la crisis, sin olvidar tres libros más relacionados con su visión política de España, publicados entre 1991 y 1995. 

Es poseedor de numerosos premios y distinciones, entre los que destacan el Premio Franz Josef Strauss, el Premio World Statesman por la Appeal of Conscience Foundation, las Medallas de Oro de la Universidad Georgetown y del Queen Sofía Spanish Institute, así como los doctorados honoris causa por la Universidad Internacional de Florida, la Sacro Cuore de Milán y la Universidad San Ignacio de Loyola de Lima.

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