Y en verdad se alegraba de estar muy ocupada; eso la distraía de su terrorífico sueño. Últimamente, cada vez que soñaba con Avalón, expulsaba el recuerdo con desesperación. Ignoraba que Kevin hubiera ido a Lothian. «Y tampoco lo sé ahora —se dijo—. Es sólo un sueño.» Pero aquel mismo día, al encontrarse con el anciano Taliesin en el patio, le dijo tímidamente:
—Padre… Kevin, Merlín, ¿vendrá para Pentecostés?
—Vaya, no lo sé, hija mía —respondió con una bondadosa sonrisa—. Ha ido a Lothian. Pero sé que te ama y que volverá en cuanto pueda.
—¿Acaso se rumorea en la corte que el arpista viene y va a mi antojo? Eso no es cierto —dijo irritada.
Taliesin volvió a sonreír.
—Nunca te avergüences de amar, querida. Y para Kevin ha sido muy importante que una mujer tan buena y bella como tú…
—¿Te burlas de mí, abuelo?
—¿Cómo, pequeña? Eres mi nieta y te tengo por la más bella y dotada entre las mujeres. En cuanto a Kevin, el sol sale y se pone donde tú estés, como sabe toda la corte. Al Merlín de Britania no le está prohibido casarse; el día en que pida tu mano, no creo que Arturo o yo se la neguemos.
Morgana bajó la vista al suelo, pensando: «Ah, si pudiera amarlo como él a mí… Lo aprecio, le tengo afecto y hasta me da placer compartir su lecho, pero…»
—No tengo deseos de casarme, abuelo.
—Bueno, debes hacer tu voluntad, hija —replicó Taliesin delicadamente—. Eres señora y sacerdotisa. Pero ya no eres tan joven y, puesto que has renunciado a Avalón, no me gustaría verte malgastar la vida sirviendo a Ginebra.
Morgana marchó hacia la cervecería, sumida en profundas reflexiones. «¿Por qué estoy condenada a sentir esto por Lanzarote?», se preguntaba mientras preparaba agua de rosas y confituras perfumadas. Cuando Kevin estaba en la corte, al menos no tenía motivos para desear inútilmente a su primo. Y resolvió que, cuando regresara, le daría la mejor bienvenida.
«Podría correr peor suerte que casarme con él. Si he perdido Avalón, tengo que pensarlo. Y realmente estaba en Lothian. Temía que la videncia me hubiera abandonado.»
La víspera de Pentecostés Kevin regresó a Camelot. Durante todo el día no dejó de llegar gente: era el mayor festival de cuantos se celebraban en la zona. Morgana recibió al arpista con un beso y un abrazo que le encendieron los ojos: luego lo condujo una alcoba para huéspedes, le quitó el manto y el calzado d viaje y le llevó cintas para adornar el arpa.
—Te eché de menos, amor —dijo Kevin, apoyando un instante la cabeza en su pecho.
—Y yo a ti, querido. Te lo demostraré esta noche, cuando todos estén descansando. ¿Por qué crees que te he asignado un cuarto para ti solo, cuando hasta los mejores caballeros de Arturo tienen que alojarse en grupos de cuatro y, en algunos casos compartir con otro la cama?
—Serás bien recibida, y si mi señora se pone celosa, la pondré de cara a la pared. —Por un momento la estrechó con toda la fuerza de sus brazos fibrosos—. Supongo que te gustará saberlo: he llevado a tu hijo a Avalón. Es un niño bien desarrollado e inteligente, y tiene algo de tu don para la música. Y el de la videncia. En Avalón se educará como druida.
—¿Y después?
—Y después… Ah, querida —dijo Kevin—, todo será como deba ser. Pero no dudo que será bardo y sabio. —Le tocó ligeramente el hombro—. Tiene tus ojos.
Habría querido preguntarle más, pero cambió de tema.
—El festín se celebrará mañana, pero esta noche Arturo ha invitado a cenar a sus mejores amigos y caballeros. Mañana se dará una fiesta familiar en honor de Gareth, que va a ser armado caballero.
—Es un buen hombre —dijo Kevin—. La reina Morgause no me gusta mucho, pero sus hijos son buenos caballeros y grandes amigos de Arturo.
Aun siendo una cena familiar, en la víspera de Pentecostés fueron muchos los que se sentaron a la mesa de Arturo. Gawaine permaneció de pie tras la silla del rey. Arturo protestó:
—Siéntate con nosotros, Gawaine. Eres rey por derecho propio. ¡No me gusta que estés de pie como un criado!
Su primo respondió reciamente:
—Es un orgullo servir a mi rey y señor.
Arturo bajó la cabeza, riendo.
—No puedo negar nada a mis caballeros.
Más tarde pidió silencio con un gesto y llamó al joven Gareth.
—Esta noche velarás tus armas en la iglesia —dijo—. Por la mañana, antes de misa, el caballero que escojas hará de ti uno de mis compañeros. Pese a tu juventud me has servido honorablemente. Si lo deseas, yo mismo te armaré caballero, pero Aprenderé que prefirieras a tu hermano.
Gareth vestía una túnica blanca; su pelo era como un halo dorado que se rizaba en torno a la cara. Parecía un niño de gran estatura y hombros de toro. Le cubría las mejillas un vello rubio, demasiado fino para ser afeitado. La impaciencia le hizo tartamudear un poco:
—Os lo ruego, señor… No quiero ofenderos, ni tampoco a mi hermano, pero si fuera posible… ¿podría ser armado por Lanzarote, mi rey y señor?
Arturo sonrió.
—Bueno, si acepta no tengo objeción.
Morgana recordó al pequeño que hablaba del caballero del lago con un palo de madera pintada. ¿Cuántas personas llegaban a hacer realidad sus sueños infantiles?
—Será un honor, primo —dijo Lanzarote, gravemente. Y se volvió hacia Gawaine con puntillosa cortesía—. Pero sois vos quien debe autorizarme, primo, puesto que representáis al padre de este muchacho.
Gareth se mordió el labio; sólo ahora comprendía que tal vez había ofendido a su hermano y al rey. ¡Qué niño era, pese a su fuerza y su habilidad!
Gawaine dijo con un gruñido:
—¿Quién querría ser armado caballero por mí, pudiendo hacerlo el gran Lanzarote?
Éste los abrazó a ambos con exuberancia.
—Ambos me honráis. —Luego soltó a Gareth—. Bien, muchacho, a tus armas. Después de medianoche iré a velar contigo.
Gawaine siguió a su hermano con la vista. Luego dijo:
—Todos los muchachos de esta corte te adoran como a un héroe. Es una pena que no te inclines por la práctica del amor que estuvo de moda entre los antiguos griegos.
Lanzarote enrojeció.
—Eres mi primo, Gawaine. No toleraría oír algo así de ningún otro, ni siquiera en broma.
Gawaine lanzó una carcajada.
—Broma, sí, ¡para quien se profesa devoto sólo de nuestra castísima reina!
—¡No te atrevas! —Lanzarote le aferró el brazo con fuerza suficiente para romperle la muñeca y se lo dobló hacia atrás, bramando de ira como un lobo furioso.
Cay se interpuso entre los dos con torpeza.
—¡Nada de peleas en el salón del rey!
Morgana se apresuró a decir:
—Caramba, Gawaine, ¿qué diríais de los curas, que se confiesan devotos de la Virgen María? ¿Les atribuiríais una escandalosa devoción carnal hacia el Cristo?
Ginebra lanzó una exclamación de espanto:
—¡Morgana! ¡Qué broma tan blasfema!
Lanzarote soltó el brazo de su primo. Mientras éste se frotaba el cardenal, Arturo se volvió hacia ellos, ceñudo.
—Sois como niños, primos. ¿Queréis que os haga azotar por Cay en las cocinas?
Gawaine volvió a reír, diciendo:
—Bromeaba, Lanzarote. Con tantas mujeres persiguiéndote no puede haber en esto una pizca de verdad.
Lanzarote se encogió de hombros con una sonrisa, como un ave con el plumaje encrespado, y todo quedó entre risas de camaradas. Pero más tarde, Morgana, que cruzaba el patio, vio que Lanzarote aún se paseaba, atribulado y nervioso.
—¿Qué pasa, primo? ¿Qué os aqueja?
Lanzarote suspiró:
—Me gustaría poder abandonar esta corte.
—Pero mi señora no os dejará partir.
—No hablaré de la reina ni siquiera con vos, Morgana —dijo rígidamente.
A ella le tocó entonces suspirar.
—No soy la guardiana de vuestra conciencia, Lanzarote. Si Arturo no os regaña, ¿quién soy yo para pronunciar una palabra de reproche?
—¡No lo comprendéis! —protestó él, fieramente—. La entregaron a Arturo como si fuera una mercancía, pero es demasiado leal para murmurar.
—No he dicho nada contra ella —le recordó Morgana—. Las acusaciones que oyes no vienen de mis labios, sino de ti.
«Podría hacer que me deseara», pensó; pero la idea era como una bocanada de polvo. Una vez jugó con aquello, pero bajo el deseo Lanzarote la había temido tal como temía a Viviana. Él se las compuso para mirarla a los ojos.
—Me arrojasteis una maldición. Y estoy maldito, creedme.
De pronto desaparecieron el antiguo enfado y el desprecio. Era como era, y Morgana le cogió las manos.
—No os preocupéis por aquello, primo. Fue hace muchos años. No creo que los dioses escucharan las palabras de una muchacha furiosa que se creyó desdeñada.
Lanzarote aspiró profundamente y volvió a pasearse. Por fin dijo:
—Esta noche podría haber matado a Gawaine. Me alegra que nos hayáis detenido, aunque fuera con una broma blasfema. Es que… he tenido que habérmelas con esto toda mi vida. En la corte de Ban era más apuesto que el mismo Gareth, y en la baja Britania un niño así tiene que andarse con más cuidado que una doncella. Pero los hombres creen que es sólo un chiste vulgar para fastidiar a los demás. Hubo un tiempo en que llegué a creerlo…
Se hizo un largo silencio mientras contemplaba, ceñudo, las losas del patio.
—Y por eso me lancé a experimentar con mujeres, hasta contigo, que eras mi prima y estabas consagrada a la Diosa. Pero eran pocas las que podían excitarme, ni siquiera un poco, hasta que me encontré… con ella. —Morgana se alegró de que no pronunciara el nombre de Ginebra—. Desde ese momento no ha existido otra. Con ella me siento hombre.
—Pero es la esposa de Arturo…
—¡Maldita sea! —Lanzarote golpeó el muro con una mano—. ¿Crees que eso no me atormenta? Somos amigos; si Ginebra estuviera casada con cualquier otro ya me la habría llevado a mi casa. —Tragó saliva con mucha dificultad—. No sé qué será de nosotros. Y Arturo necesita un heredero para su reino. El destino de Britania es más importante que nuestro amor. Los amo a ambos… ¡y estoy atormentado, Morgana, atormentado!
Por un momento Morgana creyó ver un asomo de locura en sus ojos. En adelante se preguntaría siempre: «¿Hubo algo, cualquier cosa, que pudiera haber dicho o hecho aquella noche?»
—Mañana —dijo Lanzarote—, suplicaré a Arturo que me asigne algún cometido difícil, no me importa cuál. Lo que sea, Morgana, con tal de alejarme de aquí. Esta noche podría haber matado a Gawaine, aunque tan sólo bromeaba. Se moriría de horror si supiera… —Apartó la vista. Por fin lo dijo en un susurro—: Puede que lo que dijo sea verdad. Tendría que llevarme a Ginebra lejos de aquí, antes de que se comente en todas las cortes del mundo que amo a la esposa de mi rey. Y no obstante… es de Arturo de quien no puedo separarme. No sé si la amo sólo Porque de ese modo me acerco a él.
Morgana alzó una mano para interrumpirlo. Había cosas Que no soportaba saber. Pero Lanzarote no se percató.
—No. no. Tengo que decírselo a alguien antes de que esto me mate. ¿Sabes cómo llegué a yacer con la reina?. La amaba desde hacía tiempo, desde la primera vez que la vi en Avalón pero creía poder vivir y morir con esa pasión insatisfecha. Arturo era mi amigo y no iba a traicionarlo. Y ella… ¡no vayas a pensar que me sedujo! Pero… pero fue voluntad de Arturo. Sucedió en Beltane…
Entonces se lo contó. Morgana escuchaba petrificada, pensando tan sólo: «Conque así obró el hechizo. ¡Ojalá hubiera enfermado de lepra antes de dárselo!»
—Pero eso no es todo —susurró—. Mientras yacíamos juntos… nunca viví algo tan… tan… —Tragó saliva, luchando por expresar en palabras lo que Morgana no soportaba oír—. Toqué a Arturo… lo toqué. No te equivoques: la amo, ¡oh, cómo la amo! Pero si no fuera la esposa de Arturo, si no hubiera sido por… Creo que ni siquiera con ella…
Se atragantó sin poder concluir la frase. Morgana permanecía completamente inmóvil, horrorizada. ¿Era aquella la venganza de la Diosa? ¿Que ella, enamorada de ese hombre sin esperanzas, fuera depositada de esa pasión incomprensible?
—Lanzarote, no tienes que decirme estas cosas. A mí no. A algún hombre… a Taliesin… a un sacerdote…
—¿Qué puede saber un sacerdote de esto? —inquirió desesperado—. No creo que ningún hombre haya sentido jamás algo tan extraño y tortuoso como esto. ¡Estoy condenado! Éste es mi castigo por desear a la esposa de mi rey. El mismo Arturo me despreciaría si lo supiera. Sabe que amo a Ginebra, pero ni él mismo podría perdonarme esto. Y Ginebra…, quizás incluso ella me odiaría…
Su voz se apagó en el silencio. Morgana sólo pudo decir las palabras que le habían enseñado en Avalón:
—La Diosa conoce lo que hay en el corazón de los hombres, Lanzarote. Ella te consolará.
—Pero esto es desdeñar a la Diosa —susurró él, con gélido horror—. No puedo recurrir a ella. Me siento tentado a arrojarme a los pies del Cristo. Sus curas dicen que puede perdonar cualquier pecado, por condenable que sea.
Morgana observó secamente que los curas no parecían ser tan tiernos y tolerantes con los pecadores.
—Tienes razón, sin duda —murmuró Lanzarote contemplando tristemente las losas de piedra—. No habrá socorro hasta que me maten en alguna batalla o me arroje al paso de algún dragón. —Dio media vuelta—. Bien, iré a compartir la vigilia con Gareth, como le prometí. Al menos él me ama con inocencia, como a un hermano. ¡Cuánto desearía que hubiera un Dios capaz de perdonarme!
Iba a alejarse, pero Morgana lo sujetó por la manga bordada.
—Espera. ¿Qué significa esa vigilia en la iglesia? No sabía que los caballeros de Arturo se hubieran vuelto tan devotos.
—Arturo piensa a menudo en su consagración en Avalón —respondió Lanzarote—. Cierta vez dijo que los paganos, al asumir una gran obligación, lo hacían en actitud de plegaria, conscientes de su gran importancia. Por eso habló con los sacerdotes y establecieron este rito. Cuando un hombre que no ha pasado por el bautismo de sangre va a convertirse en caballero pasa por esta prueba especial: ha de rezar toda la noche, velando sus armas, y por la mañana confiesa sus pecados y es armado caballero.
—¡Pero eso es una especie de iniciación a los Misterios a la que no tiene derecho! ¡ Y todo falseado en nombre de su Cristo!
Lanzarote respondió a la defensiva:
—Consultó a Taliesin, quien dio su autorización. Lo que importa no es ser cristiano, pagano o druida, sino lo que sucede en el alma. Si Gareth se enfrenta al misterio de su corazón y eso lo convierte en un hombre mejor, ¿qué importa de dónde provenga? ¡Ya quisiera yo encontrar en mi corazón algo que me permitiera creer en Dios, en cualquier Dios!