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Authors: Lauren Weisberger

Tags: #Chic-lit

La última noche en Los Ángeles (28 page)

¡Puaj! Por fortuna, el programa de correo electrónico señaló con un sonido que tenía un mensaje entrante, antes de que pudiera pararse a pensar en el tono grosero de la actualización de Leo.

El mensaje era de Nola. Era la primera noticia que tenía de ella desde su partida (en realidad, era la segunda, ya que su primer mensaje había sido de una sola línea: «¡rescátame de este infierno!»), y Brooke se alegró de recibirla. ¿Habría alguna posibilidad de que lo estuviera pasando bien? No, era imposible. Las vacaciones de Nola eran más del tipo «esquiar en los Alpes», «tomar el sol en Saint-Tropez» o «ir de fiesta en Baja California», y por lo general eran frecuentes, caras y solían incluir a un hombre extremadamente interesado en el sexo que acababa de conocer y que posiblemente no volvería a ver cuando regresara a casa. Brooke no se lo había creído cuando Nola le había anunciado que había contratado un viaje organizado a Vietnam, Camboya, Tailandia y Laos… sin compañía. El plan era alojarse en albergues y hoteles de dos estrellas, con una sola mochila para tres semanas y viajando en autocar. No habría restaurantes con estrellas Michelin, ni servicio de limusinas, ni sesiones de pedicura de cien dólares, ni la menor oportunidad de conocer a gente que la invitara a fiestas en un yate, ni de ponerse sus zapatos de Louboutin. Brooke había intentado convencerla para que se echara atrás, enseñándole las fotos de su viaje de bodas al sureste asiático, repletas de primeros planos de insectos exóticos y de mascotas domésticas asadas para la cena, y le había hecho un
collage
con todos los retretes sin taza que se habían encontrado; pero Nola había insistido hasta el final en que todo iría bien. Brooke no pensaba decirle «te lo dije», pero a juzgar por su mensaje, las cosas estaban yendo como cabía esperar.

Saludos desde Hanoi, una ciudad tan superpoblada que, a su lado, el metro de Nueva York en hora punta parece unas vacaciones en un club de golf. Estoy apenas en el quinto día de viaje y no sé si llegaré con vida al final. Las excursiones en sí mismas son fantásticas, pero el grupo está acabando conmigo. Se levantan cada día como si hubieran recibido una infusión de vida nueva: para ellos no hay trayecto en autobús demasiado largo, ni mercado demasiado atestado de gente, ni calor demasiado sofocante. Ayer me vine abajo y le dije al guía que estaba dispuesta a pagar el suplemento de habitación individual, después de cinco mañanas seguidas de ver cómo mi compañera de habitación se levantaba una hora y media antes de lo estipulado, para correr diez kilómetros antes del desayuno. Era una de esas que dicen: «¡No me siento yo misma si no hago ejercicio!», ya sabes. Me ponía enferma. Me comía la moral. Tenerla en mi habitación era tóxico para mi autoestima, como te podrás imaginar. Pero ya ha sido eliminada y creo que han sido los quinientos dólares mejor invertidos de mi vida. Por lo demás, no hay mucho que contar. El país es precioso, claro, e interesante a más no poder, pero te diré que el único hombre soltero y menor de cuarenta años del grupo ha venido con su madre, que por otra parte no está nada mal (¿debería reconsiderar mi posición?). Te preguntaría cómo va todo por ahí, pero como no te has tomado la molestia de escribirme ni una sola vez desde que me fui, supongo que esta vez tampoco me dirás nada. Aun así, te echo de menos y espero que al menos, en alguna medida pequeña e insignificante, lo estés pasando todavía peor que yo. Besos y abrazos,

Yo

Brooke no tardó más de unos segundos en responder.

Mi queridísima Nola:

No voy a decir que te lo dije. O pensándolo mejor, te lo voy a decir, ¡te lo dije! ¿Qué demonios estabas pensando? ¿Para qué crees que te enseñé la foto a todo color del escorpión? Tendrás que perdonarme por no ser la mejor corresponsal del mundo. Ni siquiera tengo una buena excusa. No hay mucho que contar. El trabajo me tiene loca; estoy haciendo un montón de guardias de gente que está de vacaciones, con la esperanza de resarcirme más adelante, cuando podamos irnos nosotros. Julian ha estado fuera toda la semana, aunque supongo que es para bien, porque el álbum está teniendo un éxito increíble. Las cosas están un poco raras. Julian parece distante. Yo lo atribuyo a… ni idea. Mierda. ¿Dónde está mi mejor amiga cuando necesito una buena explicación? ¡Necesito ayuda!

Bueno, voy a dejarlo, para que no tengamos que seguir sufriendo ninguna de las dos. No veo la hora de que vuelvas para ir juntas a cenar a un vietnamita. Llevaré una botella de agua turbia de aspecto misterioso, para que te sientas como si todavía estuvieras de vacaciones. Ya verás qué divertido. Cuídate y come mucho arroz por mí. Besos,

Yo

P.D.: ¿Ya le has encontrado uso a los sarongs de segunda mano que insistí en que te llevaras sólo para quitármelos de encima?

P.P.D.: Para que conste, te recomiendo vivamente que intentes ligarte al tipo (a cualquier tipo) que viaja con su madre.

Pulsó el botón de enviar y oyó los pasos de Julian tras ella.

—Nena, ¿qué estás haciendo despierta? —dijo con voz de dormido, mientras se servía un vaso de agua—. Facebook seguirá ahí mañana por la mañana.

—No estoy en Facebook —dijo ella, indignada—. Como no podía dormir, he venido a escribirle a Nola. Parece que no está a gusto con los compañeros de viaje.

—Ven, vuelve a la cama.

Empezó a beber el agua mientras iba de camino a la habitación.

—Sí, ya voy —respondió ella, pero él ya se había marchado.

• • •

La despertó un ruido en el apartamento. Se sentó de golpe en la cama, completamente despierta y aterrorizada, hasta que recordó que Julian estaba en casa aquella noche. No habían ido a Italia. En lugar de eso, Julian había hecho una gira promocional de ciudad en ciudad, en la que había visitado radios para ser entrevistado, hacer breves actuaciones en los estudios y responder a las preguntas del público. Había vuelto a estar dos semanas fuera.

Brooke se echó a un lado para ver el reloj de la mesilla, lo que no le resultó nada fácil, por su incapacidad de encontrar las gafas y por tener contra la cara la lengua caliente de
Walter
. Eran las tres y diecinueve. ¿Qué diablos hacía despierto Julian, cuando tenían que levantarse tan pronto?

—Muy bien, ven conmigo —le dijo a
Walter
, que ya estaba saltando y agitando el rabo, entusiasmado ante la inesperada actividad nocturna.

Se envolvió en una bata y se fue al cuarto de estar, donde Julian estaba sentado en la oscuridad, tocando sus teclados, sin nada encima excepto los calzoncillos y los auriculares. Más que estar ensayando algo, parecía perdido en la música. Tenía la mirada fija en la pared frente al sofá y sus manos se movían por el teclado como si tuvieran voluntad propia. Si no lo hubiera conocido bien, Brooke habría pensado que estaba sonámbulo o drogado. Se sentó a su lado, antes de que él notara su presencia.

—Hola —la saludó él, mientras se quitaba los cascos y se los dejaba colgando alrededor del cuello, como una bufanda—. ¿Te he despertado?

Brooke hizo un gesto afirmativo.

—Sin embargo, lo tienes sin sonido —dijo ella, señalando el teclado, al que estaban conectados los auriculares—. No sé qué habré oído.

—Éstos —respondió Julian, refiriéndose a un montón de cedés—. Se me han caído al suelo hace un momento. Lo siento.

—No es nada. —Brooke se le acercó un poco más—. ¿Te encuentras bien? ¿Qué pasa?

Julian la rodeó con sus brazos, pero seguía pareciendo ausente. La tensión se le reflejaba en el entrecejo fruncido.

—No sé; supongo que estoy nervioso. Me han hecho muchas entrevistas, pero ninguna tan importante como la de
Today
.

Brooke le cogió la mano, se la estrechó y dijo:

—Vas a estar genial, ya lo verás. En serio, se te dan muy bien las entrevistas.

Quizá no fuera del todo cierto. Las pocas entrevistas por televisión que le habían hecho a Julian hasta ese momento habían salido un poco raras, pero había llegado el momento de mentir.

—¿Qué vas a decir tú? Eres mi mujer.

—Tienes razón; no puedo decir otra cosa. Pero además es verdad. Vas a estar increíble.

—Es en directo y se emite en todo el país. Millones de personas ven el programa todas las mañanas. ¿No te parece que es para morirse de miedo?

Brooke apoyó la cara contra su pecho, para que no le viera la expresión.

—Irás a ese programa y harás lo que sabes hacer. Tendrán ese escenario montado al aire libre, con todos los turistas gritando, y te sentirás como en cualquier actuación de una gira. La sensación será incluso mucho más buena.

—Mejor.

—¿Qué?

—Mejor. Se dice «mucho mejor» y no «mucho más buena» —dijo Julian, sonriendo débilmente.

Brooke le dio un puñetazo de broma.

—¿Eso es lo que gano por tratar de ayudarte? ¿Que corrijas mi gramática? Ven, volvamos a la cama.

—¿Para qué? ¿No tenemos que levantarnos dentro de poco?

Brooke echó un vistazo al reloj en el aparato de vídeo: las tres y treinta y cinco.

—Podemos dormir unos… cincuenta minutos, antes de empezar a arreglarnos. Enviarán el coche a buscarnos a las cinco y cuarto.

—Dios, esto es inhumano.

—Rectifico. Tenemos unos cuarenta y cinco minutos. No creas que por ser famoso ya no tienes que sacar a pasear al perro.

Julian soltó un gruñido y
Walter
ladró.

—Ven, te sentirás mejor si te echas un rato, aunque no puedas dormir —dijo Brooke, poniéndose en pie y tirando del brazo de Julian.

Él se levantó y le dio un beso en la mejilla.

—Ve tú primero. Yo ya voy.

—Julian…

Él volvió a sonreír, esta vez de verdad.

—No seas tan dictadora, mujer. ¿Necesito tu permiso para ir al baño? Ahora mismo voy.

Brooke fingió indignación.

—¿Dictadora? Ven,
Walter
, vámonos a la cama y dejemos a papi tranquilo, para que pueda bajarse apps para el iPhone sentado en el baño.

Le dio un beso rápido en los labios a Julian y chasqueó la lengua para que
Walter
la siguiera.

Lo siguiente que supo fue que el despertador estaba aullando el tema
All the Single Ladies
. Se sentó en la cama como impulsada por un resorte, convencida de que se habían quedado dormidos, pero comprobó con alivio que eran las cuatro y cuarto. Se inclinó a un lado para despertar a Julian, pero en su lugar sólo encontró una maraña de sábanas y un spaniel repanchigado.
Walter
estaba acostado boca arriba, con las cuatro patas en el aire y la cabeza en la almohada de Julian, como si fuera una persona. La miró con un solo ojo, con una expresión que parecía decir: «Podría acostumbrarme fácilmente a esto», antes de volver a cerrarlo y dejar escapar un suspiro de satisfacción. Brooke le dio un beso en el cuello y después salió de puntillas al cuarto de estar, segura de encontrar a Julian donde lo había dejado. En lugar de eso, vio una línea de luz bajo la puerta del aseo de invitados, y cuando se acercó para preguntarle si se encontraba bien, oyó el sonido inconfundible de una vomitona. «El pobre está hecho una pena», se dijo, con una combinación de conmiseración por Julian y alivio por no ser ella quien tenía que conceder aquella entrevista. Si la situación hubiera sido la inversa, estaba convencida de que en ese mismo instante ella estaría en el aseo, vomitando y rezando por algún tipo de intervención divina.

Oyó correr el agua durante un momento y después la puerta se abrió, revelando una versión pálida y sudorosa de su marido. Julian se pasó el dorso de la mano por la boca y la miró con una expresión situada en la frontera entre las náuseas y una ligera diversión.

—¿Cómo estás, cariño? ¿Te traigo algo? ¿Un poco de
ginger ale
, quizá?

Julian se dejó caer en una de las butacas de la mesa para dos de su diminuta cocina y se recorrió la cabellera con los dedos. Brooke observó que últimamente parecía tener el pelo más denso y que los claros en la coronilla ya no eran tan evidentes como el año anterior. Probablemente se debía a los fantásticos cuidados que estaba recibiendo de la gente de peluquería y maquillaje, que debían de haber descubierto alguna manera de disimular la calvicie incipiente. Fuera lo que fuese lo que estaba haciendo, lo cierto era que funcionaba. Sin la distracción de la pequeña calva, la mirada se sentía directamente atraída por los hoyuelos de las mejillas.

—Estoy hecho una mierda —anunció Julian—. No creo que sea capaz de hacer la entrevista.

Brooke se arrodilló a su lado, lo besó en la mejilla y cogió sus dos manos entre las suyas.

—Vas a estar fabuloso, cielo. Esa entrevista será una ayuda enorme para ti y para tu álbum.

Durante un segundo, Brooke pensó que su marido iba a echarse a llorar. Por fortuna, se limitó a coger un plátano del frutero que hacía las veces de centro de mesa y empezó a darle bocados y a masticar lentamente.

—De verdad pienso que la parte de la entrevista será lo más fácil. Todo el mundo sabe que vas al programa para actuar. Cantarás
Por lo perdido
, el público se volverá loco y te olvidarás de las cámaras; después, saldrán los presentadores al escenario y te preguntarán cómo te sientes por haber alcanzado tan repentinamente la fama, o algo parecido. Tú responderás con tu discurso sobre lo mucho que aprecias y adoras a todos tus fans, y después pasarán directamente al pronóstico del tiempo. Será un paseo, ¡te lo prometo!

—¿Tú crees?

Su mirada implorante le recordó a Brooke cuánto tiempo hacía que no le daba ánimos de aquel modo y lo mucho que echaba de menos hacerlo. Su marido, la estrella de rock, aún podía ser su marido, el tipo nervioso.

—¡Estoy segura! Ven, métete en la ducha, mientras te preparo unos huevos y unas tostadas. El coche vendrá dentro de media hora y no podemos llegar tarde. ¿De acuerdo?

Julian asintió. Se desarregló el pelo mientras se ponía en pie y se dirigió al baño sin decir una palabra más. Siempre se ponía nervioso antes de las actuaciones, ya fuera un bolo rutinario en la cafetería de una universidad, una presentación para pocos invitados en un local íntimo o un concierto multitudinario en un estadio del Medio Oeste, pero Brooke no recordaba haberlo visto nunca así.

Se metió en la ducha cuando él ya estaba saliendo y pensó en decirle algunas palabras de aliento más, pero al final decidió que era mejor guardar silencio. Cuando terminó, Julian había salido a pasear a
Walter
y ella se apresuró a ponerse la ropa más fácil de llevar, que le garantizara comodidad sin ser espantosa: un suéter amplio sobre leggings negros y botas hasta los tobillos de tacón bajo. Había tardado en adoptar los leggings, pero en cuanto se decidió y compró el primer par gloriosamente elástico, ya nunca volvió a prescindir de ellos. Después de tantos años de luchar a brazo partido para ponerse los vaqueros pitillo de talle bajo, las faldas tubo y los pantalones de vestir que le constreñían la cintura como unas tenazas, sentía que los leggings eran la disculpa de Dios a las mujeres del mundo. Por primera vez, algo que estaba de moda le sentaba bien, porque disimulaba sus secciones media y trasera, que distaban de ser perfectas, y le resaltaba las piernas, razonablemente bonitas. Cada vez que se ponía unos leggings, agradecía en silencio a su inventor y rezaba para que siguieran de moda sólo un poco más.

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