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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (62 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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—El chaval tiene sus problemas... uno de ellos es que es demasiado brillante. ¿Qué tal tú, Zorzal?

Su actitud se enfrió, cosa que me decepcionó.

—¿Eso es una orden?

—Dejé de darte órdenes hace generaciones —murmuré.

Zorzal ignoró al niño durante un mes, luego se ablandó, y pronto eran inseparables. Aral creció para convertirse en su asistente y terminó «mostrando interés» por una niña que mostraba el mismo talento de Bisbita por la biología. Finalmente le conté a Zorzal que Aral era su bisnieto.

A la siguiente generación, Zorzal empezó una secuela e incluso empezó a emparejarse, normalmente con alguna de las madres de su rebaño de estudiantes. Gradualmente nos hicimos más amigos, hasta que acabamos comiendo juntos con frecuencia y pasamos más de un período de sueño planeando los procedimientos a seguir una vez que entráramos en órbita de la Tierra.

Entonces, un período, Zorzal entró sin anunciarse con un enorme espejo bajo el brazo. Lo puso sobre mi mesa y me hizo señas para que me acercara de forma que pudiéramos contemplarnos juntos.

Por primera vez en generaciones, temblé; Zorzal me puso la mano en el hombro para calmarme. En el espejo, mi propio rostro me devolvía la mirada, sin líneas, sin mancillar por el paso del tiempo. Pero el cabello pálido de Zorzal se había vuelto plateado y una red de arrugas se había formado bajo sus ojos.

—Tendrás que llevar la
Astron
a casa tú solo, Ray.

Zorzal vivió catorce generaciones. Cuando fue a Reducción, me dejó el cubo de plástico que «Gorrión» había visto sobre la mesa del Capitán. Las florecillas con sus raíces incrustadas en arena fina y guijarros no se habían marchitado en absoluto.

Le prometí en silencio a Zorzal que cuando aterrizáramos, una de mis primeras órdenes sería reemplazar el cubo de plástico y sus flores por un recipiente con flores de verdad.

D
os generaciones antes del regreso, cedí a mi capricho y cambié una de las tradiciones de a bordo. Cogí la lista de la tripulación de regreso y empecé a asignar nombres de verdad a los niños. Robert Armijo, Selma Delgado, Tom Youngblood, Lewis Downes, Iris Wong y los demás no habían podido volver a la Tierra, pero ahora lo harían, de nombre si no en persona. Era mi pequeño homenaje a su memoria, algo que me complació enormemente.

El sistema solar había estado creciendo gradualmente en la pantalla; en el quinto año de la vigésima generación del regreso estaríamos en órbita de la Tierra, muy altos sobre un planeta azul enfundado en bandas de nubes verdes. Me preocupaba que la Tierra apareciera como una roca seca cubierta de arena como Marte, u oculta bajo el amarillo sulfuroso de una atmósfera como la de Venus.

—¿Hay lecturas de los instrumentos, Cuervo?

—¿Cómo?

Miré con irritación al ingeniero corpulento que había estado tomando las lecturas de la atmósfera. Al principio no me di cuenta de por qué se me había quedado mirando, perplejo; luego recordé lo que acababa de decir.

—Lo siento, Lewis... las lecturas, por favor.

Se me pareció demasiado a Cuervo; el error había sido completamente comprensible. Pero era un error que cometía cada vez con mayor frecuencia y me preguntaba si no estaría llegando a uno de esos hitos de la vida, cuando comienzas a envejecer repentina y dramáticamente.

Recitó las cifras y asentí mientras continuaba con la lista. Las proporciones de oxígeno y nitrógeno eran las mismas, aunque las de gases nobles habían sufrido un cambio moderado. Para mi sorpresa, la capa de ozono estaba intacta; durante los milenios de mi ausencia, se había reconstruido.

Alcé la voz ligeramente.

—Amplificación de imagen en pantalla, Iris.

La vista del planeta se expandió de manera alarmante hasta que no estuvimos a más de unos pocos cientos de kilómetros sobre la superficie. Llevó dos horas hacer una órbita completa y observé atentamente mientras rotaban los continentes y los mares. Las estructuras de Richat
[8]
del África Occidental, recordatorios de impactos de meteoros, no habían cambiado. Las siluetas de los continentes también eran las mismas, aunque la Baja California al fin se había separado del continente.

Las montañas, bahías y lagos no habían cambiado en su mayoría, aunque el lago Baljash en Asia había desaparecido y parecía que la bahía de San Francisco hubiera sido rellenada, aunque no se podía decir si por causas naturales o intencionadamente.

Pero aquello que buscaba en realidad, no lo vi.

—¿Hay señales de ciudades, Bob?

Casi lo llamé Gavia, pero aunque se le parecía mucho, dudaba que Bob Armijo hubiera tocado la armónica o bailado por los pasillos en alguna ocasión.

—Ninguna, Capitán.

Tras una segunda órbita, Lewis se acercó flotando y dijo, confuso:

—No hay radiación electromagnética detectable de ninguna clase.

No había indicios de tecnología ni de vida humana, pensé, al menos no como las había conocido. Recordé la cadena de mensajes que Cuervo y yo habíamos encontrado hacía tanto en el departamento de Comunicaciones de la Sección Dos.

—Eso no es bueno, ¿verdad? —murmuré.

Lewis negó con la cabeza, su pelo castaño flotó como un halo alrededor de su rostro y volví a pensar en Cuervo.

—Un equipo podría descender en la lanzadera. —Fue su aportación.

Era tentador, pero peligroso.

—Primero enviaremos una sonda para que traiga una muestra —dije. Lewis pareció decepcionado—. Hemos vivido durante ciento veintidós generaciones a temperatura constante y en una atmósfera esterilizada. Lewis. Envía a alguien al único planeta que conocemos que tiene vida y podríamos estar todos muertos a la semana.

—Lo siento, Capitán. No pensé en eso.

—Yo estoy tan ansioso como tú —dije en tono amistoso—. Envía una sonda, y cuando vuelva veremos qué hay allá abajo.

Pasaron otra media docena de órbitas antes de que pudiera ver la sonda cayendo a través de la atmósfera. La guiamos por radiocontrol hacia una de las áreas de planicie de Norteamérica, la parte que recordaba que eran tierras de cultivo. Conseguiríamos muestras de la atmósfera y una muestra de suelo para analizar en el laboratorio.

Mejor mal conocido, pensé. Nadie a bordo tenía experiencia con un planeta en el que había vida en cada gota de agua y debajo de cada piedra, y si no te lo comías tú primero, aquello se te comería a ti.

Durante el siguiente período todos estuvimos nerviosos e inquietos. Lewis, Iris y yo prácticamente vivíamos en el puente, y todos empezábamos a apestar, aunque nadie quería emplear el tiempo en ducharse por miedo a perderse algo.

Estaba a solas con mis pensamientos mientras esperábamos. Entre los tripulantes, la conversación estaba cayendo en desuso y sabía que era debido a que cada uno sentía los sentimientos de los demás de forma tan precisa que el habla sólo se usaba para transmitir información.

Me seguí preguntando si habría vida en la Tierra, y si la tripulación podría convivir con ella. ¿Y cómo serían los descendientes de la tripulación dentro de otro centenar de generaciones? ¿Se contentarían con permanecer en la Tierra? Lo dudaba. Los sueños febriles de Tibaldo se habían convertido en leyendas. Eran autoengaños y delirios, pero no se podía negar su poder inspirador.

Habría un tiempo de descanso, y luego volverían a salir, quizá incluso llegaran a cruzar la Oscuridad esta vez. Quizá no tanto para explorar como para colonizar, aunque eso sería dentro de tiempo inconmensurable en el futuro.

—¿Capitán?

Me sacudí de encima el ensueño en el que había caído.

—La sonda ha vuelto, Capitán. Hemos construido un compartimento P-3 en la cubierta hangar donde poder abrirla.

Me impulsé fuera de la silla, con una patada atravesé la escotilla, y unos pocos momentos después había un centenar de personas reunidas alrededor del compartimento de plástico observando mientras Iris manipulaba los controles remotos improvisados para abrir la pequeña sonda y extraer la muestra de suelo.

Contuvimos nuestra respiración colectiva mientras ella manipulaba la muestra de tierra y guijarros.

Durante un momento agónico pensé que no había nada, y entonces...

—Atrás, Iris, vuelve atrás... con suavidad.

Los diminutos escalpelos tantearon su camino entre el cieno, deteniéndose ante el borrón de
algo
que yo había vislumbrado. Limpiaron cuidadosamente los gránulos de tierra hasta dejar expuesto un manchón verde.

Me quedé contemplándolo, y por primera vez en generaciones me limpié las lágrimas en público sin sentirme avergonzado. Contemplé los rostros de Lewis, Bob y Selma, pero sus rasgos continuaban fluctuando y me encontré mirando a Cuervo, Agachadiza, Ofelia, Gavia y a todos los demás con los que había vivido mi vida más importante de mi centenar de vidas.

—¿Lo veis? —grité, y hablaba para todos ellos, para Cuervo y Agachadiza así como para Lewis e Iris—. ¿Lo veis?

Durante siglos, había sido un corredor de campo a través que portaba una caja de huevos a través de una llanura repleta de rocas y baches; quizá tenía a mi cuidado a toda la humanidad que quedaba en el universo, o a toda la vida que quedaba; y finalmente había llegado a casa.

En el compartimento de contención, separado de la tierra y la arena que los habían aplastado, había varios tallos de tréboles. La primera vida que veía en casi tres mil años y que no había crecido a bordo de la
Astron
.

Había apostado... y había ganado.

A mi alrededor, los tripulantes se dieron palmadas en la espalda los unos a los otros y por una vez usaron palabras para describir lo que sentían.

Me retiré hasta la portilla y contemplé la Tierra, tan cercana.

No sabía si había seres humanos que vivían abajo o no.

Pero si no los había, pronto los habría.

EPÍLOGO

No cesaremos en nuestra exploración

Y al final de nuestras búsquedas

Llegaremos al lugar donde empezamos

Y lo conoceremos por vez primera

De
Little Giddings

T.S. ELLIOT

E
staba relajado y a solas en el puente, cansado de la fiesta de la cubierta hangar. Me sentía viejo. Era el fin de la historia. Todos habíamos vuelto a casa: Aarón, Julda, Noé, Abel, Michael Kusaka, Ofelia, Agachadiza, Cuervo, Gavia y Zorzal, todos nosotros. De una forma u otra, todos estábamos en la cubierta hangar, bebiendo en exceso y almacenando pesares suficientes para el próximo año y quizá más.

Descenderíamos en la lanzadera y exploraríamos la Tierra como habríamos hecho con cualquier otro planeta, en trajes de exploración con aire embotellado, y pasaríamos bajo los rociadores de ultravioletas cuando regresáramos para asegurarnos de que no traíamos nada capaz de matarnos. En ese momento, como forma de vida, éramos increíblemente frágiles, susceptibles ante cualquier bacteria o virus con el que nos tropezáramos.

Tarde o temprano tendríamos que abandonar nuestros trajes y establecer una colonia, y entonces la tasa de mortalidad sería escalofriante. Nos adaptaríamos, por supuesto; siempre lo habíamos hecho.

Pero mi trabajo estaba terminado. Podía seguir adelante por pura curiosidad o podía dejarme envejecer; estaba convencido de que se trataba de un asunto de voluntad como de otras cosas, aunque había notado las primeras y débiles arrugas alrededor de los ojos y una mancha en el reverso de la mano que suponía que era una mancha hepática. Había vivido una vida muy larga, pero no viviría para siempre. Y si alguna vez me aburría, siempre quedaba Reducción y mi regreso pospuesto al Gran Huevo.

Puse la portilla de observación en la máxima amplificación de imagen, de forma que pudiera ver los litorales y divisar los brillantes puntos de las ciudades... de haberlas. Y eso me preocupaba. Nada de ciudades, nada de radiación electromagnética, ni nubes de humo de las fábricas, ni destellos en el Sahara al caer la noche señalando las hogueras de los campamentos de los nómadas...

Buscaba en el globo algún indicio de la mano del hombre cuando repentinamente contuve el aliento. Entonces pensé en Mike y en Noé; en Mike, que estaba equivocado en su mayor parte pero tenía un poco de razón; y en Noé, que tenía razón en su mayor parte pero se había equivocado un poco.

En su búsqueda a través de los confines del espacio, ninguno de ellos había considerado una tercera alternativa.

Que la vida los encontrara a ellos.

Reajusté el globo de observación mientras mi corazón palpitante recuperaba su ritmo normal mientras me decía a mí mismo que ninguna especie podría haber atravesado el vacío hasta tan lejos sin desarrollar un enorme respeto por la vida, como nosotros...

La imagen se centró en el globo de proyección.

Apareciendo a la vista lentamente, resaltando ante la línea de sombras que recorría poco a poco el mundo que teníamos debajo, estaba la silueta de una enorme nave alienígena.

Algo procedente de la Oscuridad nos había ganado en la carrera a casa.

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