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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (54 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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Un momento más tarde la escotilla se abrió a un lado y salí al exterior de la
Astron
sin un cable de sujeción como seguro, sólo con mis botas magnéticas para aferrarme al casco marcado por miles de perforaciones. Un movimiento demasiado brusco y terminaría siendo otra moto de polvo perdida en la inmensidad de la Oscuridad.

E
l cilindro principal destacaba por la luz que salía de sus portillas. Recorrí con esfuerzo la enorme curva de la nave hacia el tercer cilindro. Las baterías de la lámpara portátil se habían agotado para cuando encontré la escotilla exterior de la Sección Tres. Durante un momento creí que la corrosión la había dejado soldada al casco, pero finalmente conseguí abrirla de un tirón. Me introduje en la cámara, cerré la escotilla y puse en marcha el mecanismo de apertura de la compuerta interna.

No había aire, ni calor, ni luz... sólo el silencio de los corredores vacíos y los compartimentos desiertos. Combatía frenéticamente contra la soledad cuando la radio del casco carraspeó.

—¿Gorrión?

—Aquí estoy. Dame unos minutos.

Tres solitarios niveles más abajo encontré el pequeño puente secundario. Como Comunicaciones en el Sector Dos, había sido parcialmente desmantelado, pero el globo de proyección y la terminal estaban intactos todavía.

Durante un momento, creí que habíamos perdido. Encerrado en mi traje, no tenía forma de operar la terminal. Y aunque no hubiera estado dentro del traje, a la temperatura que estaba la Sección Tres, la terminal sería cualquier cosa menos cálida y flexible al tacto. Me senté en la silla del operador, maldiciendo en silencio para mis adentros, y luego me impulsé hasta la escotilla y la cerré.

Abrí la válvula de uno de mis tanques de aire. El compartimento era pequeño; puede que consiguiera presurizarlo lo suficiente para sobrevivir. Observé cómo el aire escapaba en un chorro constante, congelándose sobre la cubierta y los mamparos. Le di a las palancas de las unidades calefactoras del traje y dejé que subiera la temperatura hasta que sentí que me asaba. Pero la escarcha había desaparecido de los mamparos y unos pocos minutos después los sensores de mi traje midieron una atmósfera tenue y fría pero respirable. Me quité el traje y me acurruqué sobre las unidades calefactoras, rezando para no morir congelado antes de que el compartimento se hubiera calentado lo suficiente para ser habitable.

Puse mis manos sobre la terminal, y sentí cómo la piel se me quedaba pegada a la superficie por el frío, luego esperé pacientemente a que la terminal se suavizara y volviera a la vida. Como ocurría en la Sección Dos, había energía residual en el ordenador. Apreté la palma y los dedos con suavidad contra la almohadilla de la terminal, tanteando mi camino a través de los programas y haciendo los ajustes necesarios para que la terminal pudiera alimentarse de las fuentes de energía del cilindro principal.

—¿Gorrión? Responde. —Cuervo parecía asustado.

Los dientes me castañateaban, y el aire parecía más tenue que el de la cima de una montaña, pero estaba vivo.

—Sigo aquí, Cuervo. Por ahora.

La tensión en su voz no desapareció.

—Vas a tener compañía. Catón y dos de los hombres del Capitán van para allá.

No necesitaba una interrupción y en ese momento no podía moverme, estaba limitado al compartimento. Probablemente adivinarían dónde me encontraba y se dirigían directamente hacia mí. Moví mi mano sobre la terminal y activé los monitores de vigilancia del compartimento y de la compuerta. Creía que había perdido a mis perseguidores, y luego los encontré a dos pasillos en el interior. Tres tripulantes en trajes de exploración, armados con pistolas de proyectiles y que llevaban lámparas portátiles de forma que eran visibles en las pantallas como tres manchas de luz oscilantes, poblando los pasillos vacíos con sombras que crecían y menguaban alrededor de las esquinas y se introducían en compartimentos vacíos.

En algún momento tendría que volver a ponerme el traje y salir. Pero antes de eso, quizá podría regalarles unos cuantos recuerdos imborrables.

Acaricié la terminal de nuevo y recuperé los inventarios del cilindro. En las pantallas de vigilancia, los tubos luminiscentes de los pasillos empezaron a parpadear.

Entonces activé todos los atrezos de la sección.

La Sección Tres se convirtió repentinamente en una nave nueva, de mamparos relucintes y multitudes de tripulantes que recorrían todos sus niveles. En la pantalla, los hombres del Capitán se quedaron inmovilizados por la conmoción, incapaces de diferenciar lo real de lo irreal. Los trajes de exploración no venían equipados con antifaces, y supuse que los tripulantes fantasmales retrasarían su avance de forma considerable. Y quizá me diera tiempo a preparar algunas sorpresas para Michael Kusaka.

Operé la terminal febrilmente, intentando desesperadamente conseguir el control de los sistemas de soporte vital de la
Astron
. Recuperé el código para la maquinaria de circulación de aire y mantenimiento, logré un control momentáneo, y luego sentí cómo se me escapaba cuando las contraseñas cambiaron repentinamente y las compuertas electrónicas se cerraron herméticamente. Calefacción e iluminación fueron las siguientes, pero llegué milisegundos tarde a cada una.

Pensé que se trataba de Zorzal luchando conmigo por el control, luego me di cuenta de que aunque era bueno, no lo era tanto. Luchaba contra Kusaka y estaba perdiendo. Finalmente me eché hacia atrás, con el sudor resbalándome por la nariz y que se reunía en glóbulos en mis sobacos pese al frío del compartimento. Me había bloqueado completamente el acceso al ordenador principal y sólo sería cuestión de minutos que Kusaka se hiciera también con el control del ordenador subordinado de la Sección Tres.

—¿Gorrión?

No sabía cómo decirle a Cuervo que habíamos perdido, pero no tuve oportunidad.

—Se marchan, Gorrión.

—¿Quiénes?

—La tripulación —dijo con voz ahogada—. Abandonan la nave.

Me quedé allí sentado, con las manos todavía sobre la terminal, sin saber qué decir o hacer. El plan de Ofelia, pensé. Hacía falta mucho valor.

Pero no creía que fuera a funcionar. No contra Kusaka.

—V
oy a volver, Cuervo. Reúnete conmigo en la compuerta.

No esperé a que respondiera, sino que eché un último vistazo a los monitores, vi que Catón y sus hombres sólo estaban a tres pasillos de distancia, me puse el traje apresuradamente, abrí la compuerta y salí.

El viaje de regreso a la compuerta me llevó más tiempo del que pensaba. Las muchedumbres de tripulantes en los atrezos de los compartimentos que hablaban en silencio en el helado semivacío de la Sección Tres me dificultaban la orientación. Los pasillos parecían más largos de lo que eran en realidad y algunos no conducían a ningún sitio. Pero los fantasmas que levitaban a mi lado parecían extrañamente familiares.

La sección probablemente había tenido este aspecto poco después del Lanzamiento, cromado, acero inoxidable y pulido. Probablemente había conocido a los tripulantes...

Mi nombre era Byron y estaba apiñado junto a otros cien en una conferencia de Exploración. Nos acercábamos a Lexus, un sistema con media docena de planetas, dos de ellos en la ZCH. La conferencia era aburrida y mi atención vagaba, centrándose en un joven llamado Masefield dos filas por delante de mí y que me miraba. Adiviné el motivo, y como Gorrión, me sentí ligeramente avergonzado. Como Byron, me sentí intrigado y le devolví osadamente la mirada...

Los recuerdos se agolpaban en mi mente en un momento en que no podía permitírmelo. Me volví y me lancé por un pasillo, que terminaba abruptamente en un pequeño compartimento, entonces cerré los ojos para intentar recordar los diferentes niveles y corredores a partir de las imágenes de los monitores de vigilancia. Me tranquilicé con la idea de que probablemente los hombres del Capitán estarían teniendo más dificultades de las que tenía yo.

Conseguí orientarme y unos pocos minutos después abría la compuerta, ignorando al operario fantasma que hacía una pantomima de pedirme autorización. Acababa de introducirme en la cámara cuando se produjo una lluvia de chispas metálicas procedente de la estructura. Catón y sus hombres estaban a dos pasillos de distancia y uno de ellos me disparaba con una pistola de proyectiles. Hubo otra lluvia de chispas y cerré de golpe la escotilla interna y la aseguré. La escotilla exterior se abrió automáticamente. Acababa de atravesarla flotando cuando todos los tubos luminiscentes en la compuerta se apagaron.

Kusaka había conseguido hacerse con el control del ordenador de la Sección Tres, pero por el momento había creado más problemas a sus propios hombres que a mí.

Esperé a que la escotilla exterior se cerrara automáticamente y luego destrocé los controles empotrados. Ahora Catón y sus hombres estaban atrapados en la sección; tres hombres del Capitán menos de los que preocuparme.

Pero había otras cosas más importantes. Mi lámpara portátil parpadeó y se apagó. La oscuridad era asfixiante, palpable. Di unos minúsculos pasitos sobre el casco, incapaz de levantar las suelas magnéticas durante más de una fracción de segundo. Recorrí a un ritmo lentísimo el casco agujreado de la nave, procurando no mirar a donde deberían estar las estrellas y donde ahora no había nada.

Entonces me empezó a costar respirar e inspeccioné con ansiedad los indicadores del casco. El aire estaba bien, se trataba de mi imaginación, había empezado a hiperventilar...

¿Dónde estaba la compuerta?

Sentí una minúscula vibración a través de las botas. Una vez. Otra. Me puse a cuatro patas sobre el casco y me arrastré hacia la vibración, tanteando en busca de la pequeña hendidura que marcaba el borde de la escotilla. La golpeé con la lámpara inservible, sin dejar de preguntarme quién sollozaba, para luego percatarme de que era yo mismo...

La escotilla se movió debajo de mis pies y apareció un resplandor de luz dorada. Me tiré al interior, la escotilla se cerró automáticamente y oí el siseo del aire que llenaba la cámara. Cuervo se había puesto un traje y me esperaba, sosteniendo todavía la llave inglesa que había usado para dar golpes en el casco.

La compuerta interna se abrió y Cuervo se despojó rápidamente del traje para luego ayudarme a quitarme el mío. Me quedé allí quieto, desnudo excepto por el traje interior y me sostuvo entre sus brazos durante un instante mientras temblaba, presa de la conmoción. No volvería a salir al Exterior jamás.

Cuando dejé de temblar, me recordó por qué había vuelto.

—Se marchan, Gorrión. Todos.

30

O
felia y Agachadiza lo habían apostado todo en una última jugada desesperada. Su audacia era impresionante. Pero en un análisis final, no era más que un farol. Habíamos infravalorado a Kusaka y yo, al menos, no debería haberlo hecho.

Cuervo se me quedó mirando de la forma que imaginé que había mirado a Hamlet en el pasado. Esperaba que le diera respuestas.

—¿Dónde están?

—En la cubierta hangar.

—¿Y los hombres del Capitán?

—También están allí.

Me impulsé de una patada contra el mamparo más cercano y salí disparado por el pasillo desierto hacia la cubierta hangar con Cuervo siguiéndome de cerca. Cuando llegamos, la escotilla estaba cerrada y ninguno de mis intentos consiguió abrirla. Puse la oreja contra el metal y escuché el débil aullido de la sirena de evacuación de emergencia. La presión descendía en cubierta. Ahora nadie podría abrir la escotilla, ni siquiera Kusaka.

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