—o sea, dijo Block, que este jesuita loco había descubierto las grutas hace un siglo y medio… y no se lo contó a nadie… un descubrimiento así…
—no le contó
nada
a nadie… además, el bueno de Luis María descubría grutas así cada dos por tres…
—en todo caso, dijo Block, él descubre unas cuevas que nosotros sabemos que existen, es un dato…
—no sé, dudó Jaime, yo creo que todo el libro es una mistificación… además, mira: las galerías corren por doquier… ¡y todo esto son las marismas de Landis!… ¿quién puede creerse que debajo de unas marismas exista una red de galerías como ésta? mira, casi tan cuadriculado como el sistema de calles de una ciudad… es una locura
—la única manera de saberlo sería ir al lugar, dijo Block… trabajo de campo
—ah, en los buenos tiempos de la Academia de los Dormidos ¿cómo no habríamos ido? sonrió Jaime… aunque no sé, a mí no me encanta la idea de meterme bajo tierra… me daría miedo… es una muerte de ratón, hermano
—además, todo esto, dijo Block, confirma muchas teorías nuestras —bueno, quiero decir… mira, por ejemplo el río Seluco… Seluco ¿de dónde viene? no del imperio seléucida, desde luego… cambias las letras de Seluco, ¿qué obtienes?
—no sé, dijo Jaime, observando cómo dos chicas con grandes bolsas de la librería Justus Perthes, se sentaban en la mesa de enfrente, cómo sus piernas se cruzaban por debajo de la mesa
—Seluco… Ocelus, dijo Block… Ocelus, uno de los ríos que aparecen en el fragmento del mapa que encontraste en la Biblioteca Nacional…
—Ocelus… curioso… sí, curioso
siguieron pasando páginas… en la campiña de Oliria, donde se cultivan el maíz y el centeno, el buen jesuita había hallado nada menos que «los restos de un sistema de comunicación transoceánico», y la base de una pirámide… citaba el caso (oh, esos periódicos del siglo pasado) de un muchacho perdido en las playas de Bermuz y al que habían dado por ahogado, y que había reaparecido un mes después en la isla de Lamberto, con el pelo blanco y mudo e idiota para toda su vida, y el bueno de Barbosa imaginaba que el muchacho, caído en algún socavón del terreno, había llegado hasta allí caminando por debajo del mar —aunque no acertaba a explicarse cómo había logrado no morir de hambre… ratones, topos, serpientes… era todo muy loco y muy desmedido, como en los viejos tiempos… también la ciudad de Países aparecía toda ella recorrida por pasajes subterráneos, y también el parque Servadac y la Colina de los Pinos… no era fácil situar, ni aun con aproximación, la casa de Godawlia —embajada de Estonia en aquel mapa de mediados del siglo pasado, pero en la zona donde podría estar actualmente situada aparecía en el mapa un importante nudo de caminos, uno de los cuales conectaba con la Colina de los Pinos, y otros tres o cuatro con diversos puntos del parque Servadac… esto estimuló el deseo de juego de Jaime y Block, que intentaron situar en el mapa la casa de Jaime y Estrella, y hallaron para su sorpresa que ésta se encontraba en la línea de una galería subterránea que pasaba luego por debajo del Abuelo del Mar, en la Colina de los Pinos, y más tarde por la actual embajada de Estonia, para entrar mucho más allá en el parque Servadac, pasar por debajo del
tamelet
y perderse en dirección a las ruinas de Almadrea…
—es interesante, dijo Jaime con un suspiro… si este libro hubiera caído antes en nuestras manos…
—bueno, pero ha caído ahora, dijo Block esperanzado…
—quizá en un futuro, dijo Jaime… quizá en un futuro volvamos a reunir la Academia de los Dormidos, y yo vuelva a la Biblioteca Nacional… le miró sonriendo… quién sabe…
—parece que te has quedado realmente cansado del tema, dijo Block
—sí… (pasando las páginas del libro, mirando los grabados y los mapas con una especie de distancia y melancolía)… soy como el marinero que se ha pasado años en el mar intentando hacer fortuna, y finalmente decide fundar una familia, hacerse granjero y quedarse en tierra para siempre…
—para siempre
—quizá en un futuro, repitió Jaime… ¿tú sabes cuánto tiempo he estado yo buscando la Región Confabulada? casi dos años… llevaba casi un año y medio cuando te conocí a ti, y lo único que conseguí en ese tiempo fue un montón de papeles viejos… una empresa inútil, que me ha impedido dedicarme a escribir o a investigar, que me ha hecho casi olvidarme de las mujeres…
—también hubo cosas buenas, «las aventuras de Jaime y Block»
—sí, es cierto, también hubo cosas buenas… tú estás escribiendo algo, ¿verdad Block? me lo dijo Zoé
—sí, he empezado… pero todavía no puedo decirte nada
—ya… toma, quédate tú con el libro… como recuerdo de nuestras correrías en busca de la Región
—no, dijo Block, es tuyo
—es un regalo
—no, dijo Block… insisto… tienes que quedártelo tú; tú lo has descubierto, y tú eres el que buscaba… quédatelo tú
no estuvieron mucho rato más, porque Jaime tenía clase al día siguiente; tenía que hablar a sus boquiabiertos alumnos del mester de clerecía y aún no había preparado nada… vamos, hombre, le dijo Block, el mester de clerecía te lo sabes tú de memoria… no es tan fácil, se quejó Jaime; algunos puñeteros hacen preguntas terribles… también le tenía que hablar a Block de una Mercedes con pechos de bacante que se divertía poniéndole nervioso jugando con un botón de su camisa o quizá con dos, y de una criatura adorable llamada Isabel, a la que ya había invitado a cenar dos veces, pero que se resistía, en razón de su edad y de su timidez, y a pesar de que estaba loca por él…
cuando salían del café Santonce, Block le preguntó a Jaime algo que venía rumiando desde hacía tiempo, casi desde los primeros días de su amistad… es, quizá, la última pregunta que le hará Block a Jaime sobre la Región Confabulada, y la última y distraída respuesta de Jaime sobre el tema…
—escucha, dijo Block… llevo bastante tiempo pensando esto… aquel día, cuando Estrella volvió de Mallorca y nos fuimos los tres al parque Servadac… cuando estábamos en Almadrea, en el parque de Almadrea, y tú nos llevaste a ver la piedra himalaya de Hálifax y Farfán
—sí
—hablasteis de un mapa… un «tercer mapa», supongo, un mapa que yo nunca he visto
—¿un tercer mapa? dijo Jaime, sonriendo todavía al pensar en la anécdota que acababa de contarle a Block sobre Isabel la tímida
—sí, dijo Block… yo te pregunté que cómo habías logrado llegar hasta allí, y entonces me hablasteis de un mapa… te pregunté que cómo habías encontrado aquella piedra, y entonces Estrella dijo algo así como que puedes llegar a cualquier sitio si tienes el mapa adecuado
—bueno, dijo Jaime, como obligado a recordar sucesos acaecidos hacía mil años… estaría hablando en sentido general… Estrella no estaba tan al tanto de mis hallazgos relativos a la Región…
—entonces ¿no existe el tercer mapa?
—¡Block! rio Jaime… a veces me pregunto si Estrella no tendría razón cuando decía que tú eras un agente venido a este lado para espiarnos…
—era simple curiosidad, dijo Block
luego Jaime, mientras bajaban por el bulevar en dirección a Cibeles, donde cada uno cogería su autobús en direcciones contrarias, continuó hablándole de sus alumnas del Abuelo del Mar, y Block comprendió que todos aquellos temas ya habían dejado de interesarle…
¿y Estrella?
desde su apasionado encuentro la noche de fin de año, en la cama de Jaime y Estrella, Estrella y Block apenas habían hablado, y no habían vuelto a verse a solas… Block estaba seguro de que aquel deseo de no querer verse era mutuo, pero aunque adivinaba que las razones de Estrella eran muy parecidas a las suyas, aquella separación le angustiaba de forma extraordinaria, y le hacía preguntarse interminablemente sobre los sentimientos de Estrella… sí, seguramente los dos estaban haciendo lo mejor con su no verse… en su no verse había una especie de pureza de la obstinación, una especie de significado que cae en la playa en la que todos se han muerto o todos se han ido… sin embargo, con cuánta facilidad nos olvidamos del significado de las cosas, pensaba Block, qué suavemente se sueltan, uno a uno, los pétalos marchitos de las flores… nos olvidamos en seguida de nuestra bella resolución, y lo único que nos queda es tristeza…
a mediados de mayo, Jaime se marchó quince días a Gijón para sustituir a Montoliu en un curso de «Introducción a la literatura» que él estaba dando en una «universidad de primavera», extensión burocrática, natural, casi floral, de esas «universidades de verano» que tan de moda se habían puesto en Verdulia durante los últimos años… Jaime se quejaba y aseguraba que no le apetecía nada ir, pero en el fondo estaba encantado; Estrella tenía demasiado trabajo y no podía acompañarle, y la posibilidad de salir de Países solo, y de pasar un par de semanas en algún idílico rincón de la costa rodeado de doctos colegas y bellas alumnas, le parecía casi un regalo del cielo…
la noche anterior a la partida de Jaime invitaron a Block a cenar en su casa —una cena con velas, con copas de cristal (¿de dónde habían salido? se preguntó Block) y con exquisitos manjares tales como ellos no solían permitirse… y esta cena resultó por alguna razón pesada, ceremonial, funeraria —ya que en ella se conmemoraba (aunque ninguno de ellos se había propuesto conmemorar tal cosa) el final de una época… Block llevó una botella de vino tinto que no iba bien con el rodaballo de la cena, y se la tomaron de aperitivo junto con unas anchoas marinadas y un
bowl
de guacamole de Palazzo's, y por eso al terminar la cena todos estaban un poco borrachos… recordaron lo divertido que había sido el invierno pasado… hablaron de Mencía y Carlos, de la fiesta de la embajada de Estonia, de la misteriosa desaparición de Karmin… Estrella había encontrado más pruebas todavía para demostrar que Block era un agente traidor… Jaime puso el disco
Blackberry winter
de Keith Jarret, y los tres se pusieron muy tristes oyendo esta música de manzanas y campos de avena, de viejos senderos que corren entre vallas blancas, y una muchacha nos saluda desde lejos levantando el brazo… él se iba a ir de viaje dentro de dos días y estaría dos semanas fuera de Países, pero Estrella y Block se verían durante todo ese tiempo, por supuesto… pero Jaime volvería, y sería el verano, y todos tendrían más tiempo… Estrella habría terminado sus encargos, tendrían dinero: ese verano podrían hacer un viaje juntos… ¿adónde? preguntó Block… ¿a las islas de Grecia? ¿a Turquía? el viaje del verano pasado aparecía en el verano siguiente… ¿el tiempo jugaba con ellos? ¿un tiempo circular, diablos, un tiempo circular?… podían ir a cualquier parte… ¿no sería divertido, los tres viajando juntos? ¿a Yugoslavia? bromeó Jaime, ¿eh, qué piensas, Block?
estaban extrañados de sentirse tan tristes, tan abrumados… estaban hablando del futuro, de viajes, de sus viajes juntos, ¿por qué entonces estaban tan tristes, tan abrumados, y no podían evitar sentirse abatidos por «la fuerza del pasado»? estaban los tres como viviendo los últimos momentos de algo que se terminaba para siempre…
—bueno, al fin y al cabo, dijo Jaime como para conjurar esa sensación angustiosa, yo sólo voy a estar fuera dos semanas…
—sí, dijo Estrella… pero en realidad será mucho tiempo, porque entonces ya habrá terminado el monzón de mayo, y será verano
—vosotros dos podéis quedar durante estos días…
—claro, dijo Block…
—sí, Block, dijo Estrella… vendrás a sacarme de casa de vez en cuando ¿verdad?
Block no fue a despedirse de Jaime a la estación; le llamó temprano y le dijo que le resultaba imposible… desde el momento en que Jaime partió en dirección al mar —no, desde antes, desde el momento en que supo que él iba a estar fuera tantos días, a Block le sucedió algo raro… no se lo esperaba, no esperaba sentir eso… sentado en el sofá verde, al lado de su mesa de trabajo, esa misma mañana, imaginándose a Jaime y Estrella despidiéndose en la estación, a Jaime diciendo adiós desde la ventanilla y a Estrella mirando cómo el tren se iba alejando, ya lo sentía… sentado en su mesa de trabajo, escribiendo, llenando cuartillas con su letra decimonónica (orlas, trazos plumiformes), ya lo sentía… fregando los cacharros, lavando albaricoques, bajando a la papelería de la esquina para comprar un nuevo frasco de tinta o un paquete de cuartillas, ya lo sentía… desde el momento en que Jaime salió de Países, sentía que Estrella y él se habían quedado solos en la ciudad…
la ciudad estaba desierta, los otros que veía por las calles y en el metro eran sólo fantasmas y sombras del pasado… no existían realmente… por las escaleras, esa misma mañana, se encontró con una vecina que no existía, la saludó distraídamente, no existía… los coches, los paseantes, los autobuses bajo las acacias de la avenida de Verdulia, las máquinas voladoras por encima, no existían… ¿por qué sentía esto? todas las paredes, los charcos y los árboles de la ciudad estaban puestos para esconderles al uno del otro; los dos caminaban solos por esa ciudad de sueños… Países se elevaba en los cielos —por la tarde, sentado frente a la ventana: Países de los cielos, girando en la ventana, vacío, habitado tan sólo por Estrella… un pájaro cantaba la llegada de la noche… oh, pájaros, oh, ángeles… «era una melodía el tiempo, y me envolvía»: contempló con cierto horror el teclado del piano, y para librarse de sus muchos dedos blancos, cerró la tapa y se marchó a otra habitación…
era esto lo único que podía hacer: salir, marcharse a otra habitación… Jaime era Países, Jaime era Verdulia, Jaime era la alcaldía, la burocracia, los informes meteorológicos de los cielos de Países, ido Jaime desaparecía no sólo Jaime, sino también Países, con todos sus habitantes, con su alcalde, sus políticos, sus tiendas, sus periódicos, su transporte público, sus pastelerías, sus acuarios de peces de colores, sus niños, sus barcos de papel en los charcos… no esperaba sentir esto… otra vez el espacio, un juego espacial… era como si de pronto Estrella y él se hubieran quedado solos en una pequeña habitación silenciosa… ¿qué estaría haciendo ella?… todo el día estuvo preguntándoselo —no había ido a despedir a Jaime a la estación, pero sabía que el tren salía temprano, y que a las diez Estrella ya estaría en casa, y que estaría quizá como él, sentada en una silla y sin saber qué hacer, y más tarde, haciendo una ensalada, o comiendo sola con desinterés, o quizá saliendo a la calle en ese instante… ¿salir? ¿para qué salir? la imaginó comprando unas gafas de sol, o pinturas… ahora estaría pintando, ahora estaría quizá en el parque Servadac tomando apuntes con una caja de pinturas de pastel… ¿qué estaría haciendo?… pensó en llamarla, pero si la llamaba no podría disfrutar más de aquella inesperada locura silenciosa… imaginar, qué placer… si la llamaba, quizá aquella sensación vestibular (i.e. referente a atrios o vestíbulos) que le había invadido desde la partida de Jaime, desaparecería para siempre… la llamaría al día siguiente… ya que de pronto los dos estaban solos en Países, y tenían todo el tiempo para ellos… ¿para qué apresurarse? ¿por qué correr ahora mismo, ya, al teléfono?… Países era su palacio, el parque Servadac su jardín…