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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

La música del mundo (23 page)

BOOK: La música del mundo
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vamos directos hacia mar abierto, pensó Block en una oleada de terror… debajo de los pies de Otón había una lata de gasolina; en el caso de que estuviera vacía siempre quedaban los remos… pero ¿serían capaces de volver remando? el día se oscurecía… a su paso por la ondulante superficie, la barca iba atravesando regiones de sombra y regiones de sol

—mirad, dijo Otón entonces… ya se ve la isla

—una isla, dijo Jaime… parecía aliviado

—claro, dijo Otón… ¿dónde creías que íbamos? ¿a mar abierto?

ahora los tres contemplaban la isla de los Bucos, cuyos árboles ya eran visibles en la distancia cuando las olas les levantaban

—¿vive alguien en la isla?

—no… está totalmente deshabitada… además, por esta parte de la costa ni siquiera hay pescadores

—la isla de los Bucos, dijo Jaime… una isla desierta

—debió de ser propiedad de algún noble… hay un palacio, o quizá una casa solariega, con un escudo… establos, jardines, todo en ruinas…

la isla estaba ya muy cerca, playas blancas y una espesa arboleda de cedros retorcidos por el viento, hayas y álamos blancos

—podéis calzaros, dijo Otón… en la isla hay un embarcadero

cambió la velocidad del motor para que la barca avanzara lentamente; el ruido era ahora mucho más fuerte, y olía a gasolina quemada… bordeando un saliente rocoso, guió la barca hasta una calita en la que había un largo embarcadero de tablas… el sol se había ocultado de nuevo, y la isla de los álamos tenía un aspecto triste y fantasmal…

subieron por un camino que se deslizaba por entre los álamos, por entre los castaños y los sicómoros y las hayas y los cedros del bosque, y llegaron por fin hasta la verja de una finca abandonada; había unas puertas de hierro que se abrían con dificultad, y luego un jardín lleno de zarzas y de plantas parásitas y de grandes pinos, y la hierba del parque llena de piñas de pétalos abiertos, y por fin la mansión, una especie de palacio renacentista medio en ruinas, que, según les contó, era obra de un arquitecto del siglo pasado enamorado de Palladio y que había querido evocar, al construir aquella casa solariega, la majestuosidad y la elegancia de Villa Borghese…

sólo los grajos y las comadrejas habitaban el lugar, y el silencio era delicado y perfecto; algunos animales, pequeños mamíferos o pájaros, salían huyendo de entre la hierba a medida que ellos iban avanzando hacia el edificio… la piedra ocre, a veces rosa y a veces dorada, la gran fachada entre los troncos de los pinos, la gran pared principal, con sus ventanas rectangulares todas claveteadas de madera y sus masivas cornisas y la elegante doble escalera de entrada, la balaustrada superior, con sus ánforas llenas ahora de plantas parásitas y de flores salvajes de imaginativos colores, las flores silvestres, «aromáticas, astringentes», creciendo aquí y allá, y el aspecto general de desolación, la tristeza del cielo blanco (como esos cielos blancos de algunas pinturas post-prerrafaelistas, con el caballero muerto en el claro del bosque o la dama saludando desde las almenas), el cielo nublado que quizá amenazaba o «sugería» la lluvia, y ellos tres inmóviles frente a la fachada principal, entre las altas hierbas salvajes…

—tenemos que rodear la casa, les dijo Otón… está al otro lado

ahora los tres se habían sentado en la hierba, sin dejar de contemplar la gran pared de piedra fulva que surgía ante ellos… una mofeta apareció caminando delicadamente por una de las cornisas, y casi al mismo tiempo, un pavo real asomó la cabeza por una de las troneras del último piso… los dos se quedaron inmóviles, los dos se habían asustado… «las nubes», pensó Block, «las nubes»… el infinito, el tiempo… la ladera de hierba descendía: allá abajo… allá abajo aparecerían osos, o un mapache; el silencio era delicado y perfecto… allí abajo nadie surgía por entre los helechos, por entre los arbustos que un día fueron perfectamente esféricos… y un río podría ponerse a correr allí abajo, un gran río de los pecios —pero no sucedía nada… y llegó un momento en que les pareció que ya se habían acostumbrado al silencio del lugar… de pronto, el sol caía, iluminando las cosas… y el rutinario paso de las nubes en las alturas (después) devolvía las cosas (las sombras) a su lugar… pasaba el tiempo… la sombra de las nubes era la sombra del carro del tiempo… las ardillas cruzaban la pradera allá abajo, de un arbusto a otro… eran peces del río de la vida… nadie, nada… la escalinata palladiana, «magnífica», describía una teoría de lo magnífico… nacida en la pared resquebrajada y llena de flores, nacida
de
la pared, como «hija» o «fuente»… fuente de piedra… crecimiento, progresión, llenamiento de la onda, vaciamiento, reposo, calma perfecta, definición y «nadie», «nada», en la onda o en lo definido… los pinos, monstruosos frente a la gran pared de la mansión (la gran pared china, la gran pared india: la historia de sus dioses, sus manglares, sus cocodrilos varados, el amor y la piedra), los pinos monstruosamente… su suave atención, hacia la casa… la casa, monstruosamente nada, nadie… se habían puesto cómodos en la hierba: un conejo apareció allá abajo, en lo más hondo, cuesta abajo… por allí debía pasar un camino que conducía directamente al sol… un conejito gris, levantó las orejas…

—tenemos que dar la vuelta a la casa, repitió Otón

la escalera de Palladio
nacía
de la pared, el pavo real observaba desde su tronera, el conejito se ponía alerta allá abajo, en el camino del sol, y los pinos, monstruosamente…

caminaron, siguiendo a Otón

cuesta abajo —allá abajo

allá abajo, lo que parecía el olvidado lecho de un río (el camino del sol)

no había río, agua, ni «aguas melodiosas», pero las caléndulas crecían en lo que podría haber sido una ribera

no había ninfas, vestidas ni desnudas

desde allí, la «gran pared» era, bien, la «gran esquina», cargada de cornisas como la proa de un barco…

caminaron, siguiendo a Otón…

—venid, decía Otón, venid, quiero enseñaros una cosa

había un seto de laurel, muy alto, y una puertecita de madera…

atravesaron la puerta, se entraba en un jardín lleno de flores azules, lleno de flores encantadas…

era una mezcla de jardín y huerto, con canteros de flores y acequias que lo cruzaban de un lado a otro…

todo lleno de cardos y de plantas parásitas

grandes calabazas podridas se abrían aquí y allá…

al fondo, había una puerta metálica en el seto, pintada de blanco

por ella se entraba a
otro jardín
de parecidas dimensiones, aunque no tan salvaje

(el otro jardín):

también había allí flores azules, flores venenosas, crecían hasta quedar a una altura indeterminada, en el aire, y en aquella altura vivían ya siempre… se movían cuando soplaba la brisa, pero seguían allí… vivían allí en el aire

en vez de los cardos o calabazas que se habían apoderado del jardín anterior, aquí crecían cerca de los setos esas plantas de grandes hojas, ligeras como el algodón, que suelen darse en los lugares muy húmedos o lluviosos (centáureas)

al fondo había dos árboles, un árbol rey y un árbol reina, que parecían presidir el lugar, y en cuyas ramas aparecían inexplicables flores, o brotes florecidos…

frente a ellos (la puerta por la que acababan de entrar se abría en uno de los lados más cortos del rectángulo), un blanco escalón de piedra partía el rectángulo por la mitad y dividía el jardín en dos mitades, la del fondo (que era donde crecían el árbol rey y el árbol reina y las centáureas) ligeramente más elevada… el rectángulo, parecido al rectángulo del mundo, estaba rodeado por altos setos de aligustre, a cuyas blancas infloraciones y nevados zarzillos florecidos acudían una y otra vez blandas mariposas, abejas oscilantes… y ésa era la vida del otro jardín, su actividad en medio del silencio… el escalón de piedra que lo dividía en dos era el borde de la piscina sagrada, la cornisa del palacio surgiendo de la hierba… los árboles del fondo, su presencia masculina y femenina, eran como los heraldos de un mundo nuevo, un mundo anterior o posterior al mundo de los hombres, un mundo de silencio y de vida…

—ese jardín es mi favorito, dijo Otón casi en susurros, dejando la maleta de plástico sobre la hierba… es un lugar misterioso

¿cuál era el misterio? se preguntó Block, cuando se abrían las nubes y una mancha de luz iluminó de improviso el jardín, deslizándose hacia el oeste, la luz saltando el escalón central y llenando de vida a las plantas y los árboles florecidos del jardín superior, y todo era como oír de improviso la voz de los ángeles, como ver con la mirada de Dios, todo parecía recobrar de pronto su color perdido, su belleza hasta el límite

caminaron hacia el centro del jardín, cuyas hierbas y cuyas flores azules se movían ahora a impulsos del mismo viento que movía las nubes en lo alto… delante del escalón de piedra, en lo que sería aproximadamente el centro geométrico del jardín, había una pequeña lápida de piedra, rodeada de diez o doce finos rosales, en cuyos tallos oscilaban dos o tres pequeñas rosas color rosa y una de un rojo casi negro…

—¿veis la lápida? dijo Otón sonriendo… no, no hay nada escrito… los rosales los planté yo… están prácticamente todos muertos, porque las rosas necesitan cuidados muy especiales, necesitan la mano de un jardinero… las planté para que adornaran la tumba, al parecer todavía alguna se digna florecer

—una tumba, dijo Block con un escalofrío

—sí, dijo Otón todavía sonriendo… la cavé exactamente aquí, y luego planté los rosales alrededor… lo hice de noche… fue una temeridad, estuve a punto de perderme en el mar y de no encontrar la isla… cuando terminé, ya había amanecido… la ceremonia fue hermosa, yo la sentí como algo dulce

—pero, dijo Jaime todavía mirando las rosas… de una de las corolas salía un abejorro ebrio, se lanzaba a volar hacia los cielos…

—Teodora murió, explicó Otón al darse cuenta de la extrañeza de los rostros de Jaime y Block… estaba ya bastante vieja, o quizá comió algo en mal estado… sea como sea, murió, y yo la enterré aquí

las rosas se movieron débilmente, movidas por el viento del mar, aquella noche, saludando —en el funeral de Teodora

—quería que los restos de Teodora reposaran aquí, en la praderabruckner, dijo Otón

—¿esto es la praderabruckner?

—sí… dijo Otón… bienvenidos

de improviso, todo el jardín aparecía diferente, la puertecita de la entrada disimulada entre las hojas del seto, las flores azules inclinadas por la brisa, el escalón que lo dividía en dos alturas, la altura superior, las centáureas, los dos árboles que presidían el lugar

—pero ¿qué es lo que sucede aquí? preguntó Jaime… si no lo he entendido mal, se supone que aquí dentro «sucede» algo

—por supuesto, dijo Otón con ojos brillantes, por supuesto que sucede… sucede algo realmente asombroso… vosotros dos vais a verlo… pero hay que oír la música para entender el sentido de la pradera

—adelante, dijo Jaime el Impaciente

—no, no, hay que esperar el momento preciso… no antes ni después

Block y Jaime se paseaban por el jardín, curioseando aquí y allá, y Otón les observaba desde la puerta con una ligera sonrisa… había colocado la maleta de plástico al lado del seto y la había abierto: era un tocadiscos, y la tapa era el altavoz… conectó el altavoz al cuerpo principal, luego se arrodilló en la hierba para poner el altavoz en la posición adecuada… se movía con lentitud… Jaime y Block se acercaron a él; Jaime todavía llevaba la cartera de falso cocodrilo

—bien, dijo Otón levantándose y sacudiéndose los pantalones… dentro de unos minutos podremos empezar… tenéis que seguir mis instrucciones, pasar por donde yo pase y hacer lo que yo os diga que hagáis… si no, no veréis nada y no entenderéis nada

—muy bien, dijo Block

—sed bienvenidos a la praderabruckner, dijo Otón, levantando los brazos… quiero mostraros por qué este lugar es la praderabruckner de la amada inmortal… quiero haceros partícipes de mis recuerdos de la amada inmortal, explicaros cuál es el camino de la pradera, por dónde se entra y por dónde se debería poder salir… quiero explicaros qué significa cada cosa, cada lugar de esta pradera en relación con todo lo demás, y cómo, cuándo y desde dónde debe ser visto

tomando de manos de Jaime la cartera de cocodrilo, la abrió y sacó de allí un disco envuelto en una hoja de papel cebolla

—¿qué es? (Jaime)

—es esto (Otón, señalando despreocupadamente el jardín)… el adagio de la octava sinfonía de Bruckner… lo entenderéis en seguida… no se necesitan especiales conocimientos técnicos, aunque ayuda, desde luego, una buena memoria musical, o en su defecto, conocer la sinfonía…

se había arrodillado en la hierba de nuevo, levantó el brazo del tocadiscos y el disco comenzó a girar

—escuchad, dijo, tenéis que recordar bien todas las melodías; «melodía» no es una palabra muy técnica, pero voy a intentar ser inteligible más que técnico… bueno, hay muchas melodías, a menudo unas se transforman en otras, o se superponen o se combinan entre sí… algunas aluden a zonas o a lugares dentro de la pradera, otras aluden a movimientos por el espacio, otras, a ciertos objetos… y hay también, añadió con otra de sus sonrisas beatíficas, melodías que hablan de cosas más inmateriales…

el brazo del tocadiscos se posó sobre la superficie del disco

había primero un motivo rítmico en la cuerda, y luego un sencillo motivo de cinco notas… era como la radiografía de un temblor, un escalofrío filmado a cámara lenta, un estremecimiento descrito con morosidad…

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