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Authors: Álex Rovira,Francesc Miralles

Tags: #Intriga, #Histórico

La luz de Alejandría (5 page)

Junto a la boca de embarque ya se arremolinaban una cuarentena de personas de rasgos marcadamente mediterráneos, junto con familias de aspecto británico que se dirigían a la isla de Afrodita, como también se conocía Chipre, buscando un verano anticipado.

«Al menos ellos saben por qué van», pensé mientras me sentaba en un banco con la maleta entre las piernas —había hecho un pequeño equipaje antes de saber incluso si iría a algún sitio— y el cuaderno en el regazo.

Un joven aborigen de cabellos negros y mirada nerviosa decidió que había llegado el momento de hablarme. Utilizó un inglés más que correcto.

—¿Va usted a Limassol? Tal vez podemos compartir taxi.

—Lo siento, pero voy a la capital.

—Nicosia… —dijo sorprendido—. Allí no hay mar. Es mejor que vaya a Limassol. Hay muchos más restaurantes y todo es diez veces mejor que en nuestra polvorienta capital.

En la revista
Austrian
había visto que, efectivamente, Nicosia se encontraba lejos de la costa. No dejaba de ser curioso tratándose de una isla, así que pregunté:

—¿Por qué construyeron una capital lejos del mar?

—Bueno… —dijo el joven frunciendo el ceño—, antes del conflicto estaba mucho más cerca. Tenía la playa a veinte kilómetros, pero entonces vino la invasión turca y nos pusieron un muro entre nosotros y el norte de la isla, que es donde está Nicosia. Ahora el agua queda lejísimos.

—¿Y no pueden ir a la parte turca?

—Disculpe, parte ocupada. Hay que hablar con propiedad. A los chipriotas de la parte libre nos cuesta cruzar la línea verde, aunque ahora se haya abierto, porque no nos gusta ver en qué se ha convertido aquello. No vamos a gastar nuestro dinero en los que robaron nuestras casas. Muchos ni siquiera han nacido en Chipre.

—Pero han constituido un país, ¿no es así? —pregunté dándome cuenta de que no sabía nada del lugar al que me dirigía.

El grecochipriota me dirigió una mirada encendida antes de preguntarme:

—¿Sabe cuántos países reconocen eso que ellos llaman República Turca del Norte de Chipre? Yo se lo diré… Aparte de ellos mismos, sólo uno: Turquía.

Dicho esto, el joven se sumergió en la lectura de lo que parecía un diario deportivo en griego. Por la tensión en sus facciones, entendí que le irritaba haber tenido que dar aquellas lecciones básicas a un extranjero ignorante que viajaba a su país sin informarse.

Por mi parte, me di cuenta de que todo había ido tan rápido que ni siquiera tenía lectura para el largo viaje. Aquel mediodía, en la torre del funicular, no sospechaba aún que estaba a punto de abandonar el país. Y de hecho todavía no sabía para qué.

A falta de otro entretenimiento, abrí de nuevo el cuaderno para mirar aquella nota: «Del Tres Veces Grande», es decir, de Hermes Trimegisto, «a la luz de los maulanas». Luego había tres sietes que no había comprendido, aunque tal vez hiciera referencia a los faros. El primero estaba encendido…

De repente, sentí curiosidad por saber qué diablos había puesto Marcel en aquella página web. No tenía ganas de sacar mi portátil de la maleta, así que me giré hacia la tienda de Hermés, que seguía vacía. Me dije que no encontraría un lugar mejor para echarle un vistazo a la web.

—¿Viene a por su entrada para el museo? —Me sonrió la dependienta—. Tenemos una fragancia muy buena en la nueva colección.

—De hecho, vengo para algo tan insolente como ese balazo que guardan en el museo. ¿Me permite usar su internet un minuto?

La rubia reaccionó a la pregunta con expresión de asombro. Luego sus pupilas rastrearon la tienda vacía y la entrada, antes de responder:

—No me está permitido, pero si sólo es un instante…

Abrí una nueva ventana en el portátil y tecleé «www.laluzdealejandria.com» esperando encontrar una página web en construcción. Para mi sorpresa, en la pantalla aparecieron siete faros encendidos contra un fondo negro. Cliqué sobre el primero y la llama bajó hasta descubrir una casilla donde debía escribir dos palabras.

No necesité recordar el nombre de la tienda para saber lo que tenía que teclear: Hermes Trimegisto.

El fuego virtual incendió este nombre y luego el faro entero junto con el resto de la pantalla de inicio. Admirado por este elaborado efecto, cuando las llamas se extinguieron asistí a la síntesis del primer iluminado.

EL PRIMER FARO

HERMES TRIMEGISTO

LOS SIETE PRINCIPIOS HERMÉTICOS DEL
KYBALION

Los principios de la verdad son siete;

el que comprenda esto perfectamente

poseerá la clave mágica

ante la cual todas las puertas del Templo

se abrirán de par en par.

H. T.

I. Principio de mentalismo

Todo es mente, el universo es mental
.

II. Principio de correspondencia

Como arriba es abajo, como abajo es arriba
.

III. Principio de vibración

Nada está inmóvil; todo se mueve; todo vibra
.

IV. Principio de polaridad

Todo es doble; todo tiene dos polos; todo tiene su par de opuestos
:

los semejantes y los antagónicos son lo mismo
;

los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado
;

los extremos se tocan; todas las verdades son semiverdades
;

todas las paradojas pueden reconciliarse
.

V. Principio de ritmo

Todo fluye y refluye; todo tiene sus períodos de avance y retroceso
;

todo asciende y desciende; todo se mueve, como un péndulo
;

la medida de su movimiento hacia la derecha es la misma que la de su movimiento hacia la izquierda; el ritmo es la compensación
.

VI. Principio de causa y efecto

Toda causa tiene su efecto; todo efecto tiene su causa; todo sucede de acuerdo con la Ley; la suerte no es más que el nombre que se le da a una ley no conocida; hay muchos planos de casualidad, pero nada escapa a la Ley
.

VII. Principio de generación

La generación existe por doquier; todo tiene sus principios masculino y femenino; la generación se manifiesta en todos los planos
.

SEGUNDA PARTE

Mutaciones

Noche sobre Nicosia

Era medianoche cuando atravesé el minúsculo aeropuerto de Larnaca en dirección a la salida. Una ráfaga de aire caliente me recordó que me encontraba más cerca de las dunas de Egipto que de la Europa a la que pertenecía el pequeño país.

De forma inconsciente, aquel clima me puso en guardia contra los conductores ilegales, como los que acechan a los viajeros en los aeropuertos del Magreb. Sin embargo, en lugar de eso me encontré con una civilizada fila de taxis. El primero era un Mercedes tan reluciente que reflejaba la luna.

El chófer estaba durmiendo, así que tuve que golpear el cristal para llamar su atención.

—¿Adónde? —preguntó en inglés un joven rapado con una cadena de oro sobre la camisa blanca.

—Nicosia. Hotel Asty.

—Allá vamos.

Mientras me acomodaba en un asiento de cuero que olía a nuevo, el taxi maniobró hasta tomar una autopista casi desierta. En la radio sonaba una música de cuerdas que recordaba al laúd.

El conductor estuvo unos minutos en silencio, prestando atención a la pieza, hasta que pasamos junto a una mezquita iluminada. Entonces redujo la marcha y dijo:

—Es Umm Haram, uno de los lugares más sagrados del islam. Se construyó en honor a la nodriza de Mahoma. Dicen que está enterrada aquí. Es una lástima que pasemos de noche, ya que está junto a un lago salado lleno de flamencos.

Le agradecí aquella información aunque, después de sufrir más sobresaltos de los que podía soportar en un solo día, sólo deseaba dormir. Sin embargo, el conductor ya se había animado y no pensaba callar.

—¿Viene por trabajo?

—Algo así.

—Chipre es un buen lugar para los negocios. Hay bancos de todo el mundo. Habíamos salido bastante bien parados de la crisis, hasta que estalló aquel arsenal y el país se quedó a oscuras. Gracias a Dios ya se ha solucionado.

—¿Un arsenal?

No tenía ni idea de lo que me estaba contando.

—Sí, hombre, ¿es que no sigue las noticias? El verano pasado una explosión destruyó la principal central eléctrica del país. El accidente fue para no creérselo. En el año 2009 se requisaron en un barco con destino a Siria varios contenedores de explosivos. Alguien decidió que se dejaran en una base naval que está al lado de donde se genera la mayor parte de la energía del país.

—No parece un lugar muy idóneo —dije para seguirle la conversación.

—Desde luego que no. Sobre todo teniendo en cuenta que los veranos en Chipre son un infierno. Esos contenedores estaban al rojo vivo y lo raro es que no estallaran antes. Al parecer, unos inspectores dijeron que no había ningún peligro siempre que el material fuera pulverizado con agua tres veces al día. Una solución estúpida. Finalmente, la base y la central eléctrica acabaron volando por los aires y doce personas perdieron la vida. Es la mayor tragedia ocurrida en el país desde la invasión en 1974 del tercio norte de la isla.

Tras escuchar aquella dramática historia, me dije que era un síntoma del mundo en el que vivimos, donde la desidia puede ser la semilla de la desgracia. Sin duda, la indiferencia es el mayor riesgo que corremos los humanos y la consciencia, nuestra única vacuna.

No sabía qué decirle al conductor, ya que cualquier comentario por mi parte sonaría banal. Embebecido en estos pensamientos, me limité a mirar por la ventana sin decir nada más. De vez en cuando aparecía una villa o un restaurante mal iluminado.

El camino se me hizo eterno. No sólo el mar estaba lejos de Nicosia. También el aeropuerto se encontraba extrañamente distante de la capital. Al preguntarle sobre eso, el taxista respondió:

—Es por culpa de los turcos. Cuando Nicosia quedó dividida después de la ocupación, nuestro aeropuerto quedó al otro lado. Ahora lo utilizan ellos para volar a Turquía, aunque también hay compañías inglesas sin escrúpulos que aterrizan ahí. No deberían hacerlo: son instalaciones robadas.

Para terminar aquella introducción al conflicto, cuando ya entrábamos en los arrabales de la capital, el conductor me señaló un monte. Estaba iluminado con lo que parecía una enorme bandera turca bajo la cual había una inscripción en su idioma.

—¿Sabe lo que pone ahí? —dijo el taxista, indignado—: «Ser turco es lo mejor del mundo». Lo han puesto en esa elevación para que todos los grecochipriotas de Nicosia lo vean. ¿No es eso una provocación?

Llegué al hotel de madrugada totalmente agotado. Aunque no había hecho reserva, aquel martes de junio había habitaciones libres, tal como me confirmó un recepcionista entrado en carnes que tomaba un
frappé
, la bebida más apreciada por los griegos.

Negocié una habitación individual por 45 euros que salieron del cheque de Bellaiche, con lo cual era como si su ADN económico hubiera regresado allí. No sólo los átomos forman otras cosas cuando uno ya no está para controlarlos. También nuestro dinero —si queda algo— fluye en direcciones imprevistas. Y a veces vuelve al lugar del crimen… si en Nicosia se había empezado a fraguar lo que acabaría con la vida del historiador.

Subí por la escalera a mi habitación, que era bastante pequeña y tenía vistas a una piscina iluminada.

Sin llegar a encender la luz, dejé la maleta junto a la puerta, me desnudé y me metí en la cama. Asombrado aún de haber terminado el día en aquella parte del mundo, una vibración en mi móvil me advirtió de la entrada de un mensaje.

Lo tomé del suelo con desconfianza. Al ver el remitente, una suave excitación me envolvió:

Estoy arreglando mis cosas para volar a Chipre en un par de días.

¿Tú cómo estás? Bss Sarah.

Tuve que pensar unos segundos para responder a esa pregunta:

Sólo sé que estoy en una ciudad dividida donde todo el mundo habla del conflicto y ni siquiera sé qué he venido a buscar.

Por cierto, ¿conoces a Hermes Trimegisto? Bss Javier.

La respuesta se hizo esperar sólo unos segundos:

No lo conozco en persona, murió ya hace un tiempo ;-)

Es el verdadero autor de la ley de la atracción, tan mal interpretada, por cierto.
Bonne nuit
.

343 maestros

La intensidad de la luz en el cuarto me hizo volver, aquel miércoles por la mañana, a mi nueva situación. Había cambiado la tibia y deprimida Barcelona por aquella ciudad de Oriente Medio donde debía iniciar mi investigación.

Aunque Sarah no había precisado el día exacto que llegaría a Nicosia, la perspectiva de volverla a ver me inundó de una felicidad irracional, dadas las circunstancias. Ya bajo la ducha, me sentí aliviado de estar lejos de casa, en una ciudad extraña, para luego saltar a otro país mientras aspiraba a reavivar la llama de un amor que yo creía extinguido.

Desayuné en el comedor del hotel pan con
halloumi
, un salado queso chipriota que había pasado por la parrilla. Luego inicié la investigación tal como lo habría hecho un detective de cuarta fila: preguntando en la recepción del hotel.

Antes de tomar el vuelo a Viena me había descargado por internet una foto del difunto. El retrato para una conferencia que había dado Bellaiche no era muy bueno, pero serviría para que lo identificaran quienes le hubieran conocido.

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