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Authors: Álex Rovira,Francesc Miralles

Tags: #Intriga, #Histórico

La luz de Alejandría (4 page)

Mientras buscaba el mostrador de Austrian Airlines, me dije que si Simón pretendía mandarme a Viena mientras se enfriaba el asunto lo llevaba claro.

Sólo me preocupaba lo del cheque. Había firmado el reverso antes de ingresarlo en el cajero. Esa prueba me hacía cómplice de cualquier trama que la familia de Bellaiche tuviera entre manos.

Aunque esa historia parecía difícil de explicar ante la policía, me dije que aún estaba a tiempo de salir de aquella espiral en la que me habían metido contra mi voluntad. Tendría que cambiar de piso y empezar de nuevo en otro lado, eso sí, lo cual no era factible sin la generosa cantidad que acababa de recibir.

Canalicé toda mi ira hacia la figura gris y menuda que me esperaba junto al mostrador de las líneas aéreas austríacas.

Levantó la mano en son de paz al entender que era capaz de tumbarlo de un puñetazo allí mismo. Se anticipó a decir:

—Antes de nada quiero que sepa que es libre de hacer lo que desee, aunque lo recomendable es salir un tiempo de la circulación. Van a suceder muchas cosas y le conviene estar en movimiento. En un par de semanas todo se habrá resuelto y podrá volver a su vida tal como era antes. De hecho, será mucho mejor, ya que dispondrá de autonomía financiera.

—No voy a ir a ningún sitio —declaré firme—, ya que me da esa libertad.

—Usted mismo —repuso encogiéndose de hombros—. Es una lástima que falte usted a su palabra. Seguro que Marcel no habría esperado algo así de una persona tan admirada.

Agarré a aquel hombrecillo insidioso por las solapas y le encaré.

—¿Se puede saber de qué palabra está hablando?

—Usted ha prometido llevar adelante el asunto si le conseguía la colaboradora de su elección. Por fortuna la familia está muy bien relacionada en París y nos ha llevado poco más de una hora localizar a la señorita Brunet. Le interesa el caso. Las condiciones que le hemos planteado le gustan y va a secundar su investigación. Los Bellaiche están encantados de tener esta dupla de lujo para una misión tan delicada.

Me disponía a golpear a aquel embaucador, cuando me detuvo levantando su móvil.

—Compruébelo usted mismo. Busque el nombre de ella y llame para corroborar lo que le digo.

Totalmente superado por la situación, exploré su agenda de contactos hasta dar con Sarah B. Luego llamé esperando cualquier engaño por parte de aquella gente a la que le habían bastado veinticuatro horas para arruinarme la vida.

Cuando surgió, al otro lado, la voz inconfundible de la mujer a la que había amado se me cortó el aliento.

—¿Javier? ¿Eres tú?

Yo me resistía a creer lo que estaba oyendo, así que le pregunté algo que sólo ella y yo podíamos saber.

—Soy yo. ¿Puedes hacerme memoria del hotel de Nuevo México donde nos acostamos?

—Veo que aún te recreas en ello —dijo tras una risita—. Era el Holiday Inn de Socorro, Nuevo México. ¿Cómo iba a olvidarlo?

Simón cruzó los brazos, sonriente, mientras el corazón me latía muy rápido. Sabía que con aquel golpe de efecto acababa de ganarme la partida. Tuve que hacer acopio de serenidad para preguntarle:

—Dime que no es cierto que has aceptado seguir los pasos de este chiflado de los faros.

—¿Y por qué no? Conozco a esta familia y el padre de Marcel fue incluso profesor mío. El mundo académico es muy pequeño. Los Bellaiche son un poco liantes, eso sí, pero buena gente. Puesto que ya he terminado el curso, no me importa seguir los caminos de la luz. Me lo tomo como unas vacaciones diferentes.

—No sé a qué te refieres con eso de los caminos de la luz, pero Marcel fue asesinado debido a su búsqueda, según dice su abogado. Y acaban de poner mi casa patas arriba.

—Razón de más para largarte. Yo me voy a morir de aburrimiento si me quedo un día más en París. Recuerda lo que decía Helen Keller: «La vida es una aventura atrevida o no es nada».

Casi toda la verdad

No fue hasta encontrarme en el avión a Viena cuando empecé a darme cuenta de lo que estaba haciendo. Mientras una mujer de enorme papada dormía a mi lado, hice un rápido análisis de lo sucedido en aquellas cuarenta y ocho horas de infarto.

Por algún extraño resorte del destino, todo lo que había sido mi vida hasta entonces se había hecho pedazos. Mi trabajo de guionista había quedado reducido a una tarea insignificante; algo que podía realizar, desde cualquier sitio, un par de tardes por semana. Un fantasma del pasado lejano había sido asesinado y un fantasma mucho más atractivo y reciente regresaba para acabar de complicarme la vida. Ambos compartiríamos una investigación después de que saquearan mi casa y tuviera que darme a la fuga.

Mientras la azafata me servía un
schnecken
con el café, tuve que darle la razón al abogado: bajo aquellas circunstancias, lo mejor era estar en movimiento. Barcelona se había convertido los últimos días en un imán para las desgracias, así que trataría de despistarlas mientras aguardaba a la única mujer que había significado algo para mí en los últimos años.

Releí una vez más mi destino final en la tarjeta de embarque. Tras una escala en Viena, el siguiente vuelo de Austrian Airlines me llevaría a Larnaca, un aeropuerto en el que nunca hubiera esperado aterrizar.

Simón me había insistido en que las primeras anotaciones del viaje de Marcel llevaban allí. Se había alojado en un hotel de la capital de Chipre y había permanecido en la ciudad varias semanas antes de volar a Beirut. Allí había vivido en un apartamento en la Corniche, el famoso paseo frente al mar.

No sabía cuál era la misión de Sarah, que había mencionado algo sobre la luz que yo no había llegado a comprender. La mía era recabar el máximo de información sobre las actividades del difunto en aquellas tierras, incluyendo a las personas que había conocido, así como los misteriosos descubrimientos que habían cavado su tumba.

Si lo lograba me habían prometido un cuantioso premio, aunque empezaba a sospechar que la verdadera recompensa sería llegar vivo al final de la odisea.

Deposité con precaución el cuaderno sobre mi regazo, como si fuera una bomba a punto de estallar. Pasé los dedos sobre las tapas de tela y fijé la mirada en el grabado de aquel faro desaparecido hace miles de años. El soldado armado con una lanza sobre la cabina y los otros dos en la base de la torre parecían custodiar el fuego que Prometeo había robado a los dioses.

Abrí el cuaderno en la hoja dedicada al primer viaje de Marcel. Cinco líneas eran todo lo que tenía para empezar:

Nicosia

Del Tres Veces Grande a la luz de los maulanas.

7 × 7 × 7

El primer faro ya está encendido.

Sólo faltan seis.

Bajo este galimatías había una dirección en la capital de Chipre, el hotel Asty, y la referencia de una página web: www.laluzdealejandria.com

Aunque llevaba conmigo el portátil, en pleno vuelo no podía consultar aquella web, que sospeché que era obra del mismo Marcel, pero aparte del nombre del hotel no entendía un pimiento de aquellos apuntes que debían servirme de guía.

Sólo sabía que la ciudad chipriota daba nombre a una banda de dream folk compuesta mayormente por mujeres, y que aquélla era la última capital dividida del mundo. Por esta razón el aeropuerto de la República de Chipre se hallaba a cuarenta kilómetros de la capital.

Me entretuve revisando las distintas partes de aquel cuaderno por el que ahora estaba volando hacia el extremo sur del Mediterráneo. Tras los tres faros, las crípticas notas de viaje llevaban de Nicosia a Beirut y de allí a Katmandú, Pekín, Shanghái, Hong Kong y una ciudad china que me sonaba lejanamente.

Pasar de Oriente Medio a Nepal y China parecía un salto caprichoso en aquella búsqueda que aún no sabía dónde tenía su foco.

Después de los apuntes de viaje, el dueño del cuaderno había dibujado con tinta negra un faro bastante esquemático. Justo detrás había una página llena de apuntes. Bajo el encabezamiento «1/7», encontré un minucioso resumen sobre un personaje que conocía muy vagamente: Hermes Trimegisto.

El artículo escrito a mano lo presentaba como un sabio iniciado en los misterios de las tradiciones sagradas del Antiguo Egipto, Israel y Grecia. Poseedor del secreto de la riqueza, al nombre de Hermes se le añadió el vocablo
Trimegisto
, que significa «tres veces grande».

Nacido en la época dorada del ocultismo en Egipto, algunas fuentes sostenían que era contemporáneo de Abraham, quien fue su maestro y le inició en los misterios de la magia. A su vez, el mismo Hermes según esta teoría instruyó a Moisés.

Autor del célebre
Kybalion
, este enigmático maestro dio nacimiento al «hermetismo», una corriente espiritual que aún existe de forma soterrada en la actualidad, remarcaba el autor de las notas.

Hermes Trimegisto escribió cuarenta y dos libros —la mayoría se han perdido— donde legó a la humanidad toda su sabiduría. Al parecer, la biblioteca de Alejandría, antes de ser destruida, albergaba la colección completa repartida en seis bloques de siete libros, cada una con todos los conocimientos humanos: astronomía, matemáticas, música, arquitectura, medicina…, además de siete libros reservados al sumo sacerdote, ya que en ellos se revelaba todo el saber divino.

Lucio Cecilio, un pionero romano del cristianismo, había llegado a decir en el siglo III: «No sé cómo lo hizo, pero Hermes descubrió casi toda la verdad».

Aquel breve escrito terminaba con una disquisición de Marcel sobre el verdadero origen de Hermes. Contra las fuentes hebreas que lo consideraban discípulo de Abraham y maestro de Moisés, otras aseguraban que el primer gran iluminado de la humanidad no fue una sola persona, sino muchas. Según esta visión, la «marca» de Hermes Trimegisto recogió las enseñanzas del Antiguo Egipto y las de los filósofos de la Escuela Ecléctica de Alejandría.

Los pocos textos que se conservan de entre los cuarenta y dos volúmenes son, justamente, traducciones al griego de la época alejandrina, ya que los originales egipcios desaparecieron con el incendio de la biblioteca.

Terminé de leer cuando el avión iniciaba las maniobras de aterrizaje en el aeropuerto internacional de Viena.

En mi propio intento, en el sentido figurado, de tomar tierra medité sobre lo que acababa de leer. También sobre las notas crípticas que hacían referencia a Nicosia. No tenía la menor idea de lo que eran los maulanas, pero ahora sabía que el primer faro se refería a Hermes Trimegisto, el cual «ya está encendido», pero faltaban otros seis.

Las ruedas del Airbus 318 ya rozaban el asfalto austríaco cuando entendí que el estudio de los faros era sólo una manera metafórica de describir la verdadera búsqueda.

Los faros que Marcel había visitado antes de su fin representaban la luz que orienta a los navegantes, en mares llenos de turbulencias, con la amenaza constante de la muerte. Siete faros, o iluminados, habían guiado a la humanidad a través de la oscuridad. El primero era Hermes Trimegisto, pero había otros seis. ¿Qué había averiguado Bellaiche sobre aquellos maestros para ser asesinado por ello?

En medio de estas disquisiciones, el pasaje premió al piloto con un sonoro aplauso cuando la nave finalmente se agarró a la Tierra con suavidad.

Hermes

Faltaba una hora para el vuelo a Larnaca, el aeropuerto internacional de Chipre. Tras encontrar la puerta de embarque, lo primero que vi me hizo pensar en lo que se dice de las embarazadas.

Cuando una mujer queda encinta, empieza a ver por todas partes a mujeres preñadas. Con toda seguridad, no es una novedad que haya embarazadas, pero no es hasta compartir aquel mismo estado que se vuelven visibles para ella.

De modo parecido, tras haber leído sobre el primer faro espiritual del difunto, me tropecé con una tienda de Hermés junto a la puerta de embarque. Aquella marca de lujo nunca había sido para mi bolsillo, ya que un par de mocasines pueden rondar los 600 euros, pero la coincidencia del nombre me empujó a entrar.

Tampoco tenía nada mejor que hacer.

Pese a llevar ropa bastante raída, el mero hecho de pasearme por ahí hizo que la rubia dependienta me mirara como un millonario excéntrico capaz de salir de casa con pijama y chanclas. Parecía del este de Europa y me recibió con una suave sonrisa.

Mientras yo contemplaba unas zapatillas deportivas en terciopelo de cabra, según rezaba la etiqueta, se situó a mi lado y me preguntó en un susurro:

—¿Puedo ayudarle en algo?

—Sólo estoy haciendo tiempo —confesé—. Mi avión sale en una hora.

—Tal vez quiera probar entonces nuestro nuevo perfume de hombre. Le informo que, esta semana, con cada compra regalamos una entrada para el Museo Hermés, que normalmente no está abierto al público.

—¿Dónde está ese museo?

—En París. Allí puede ver alguna de las sillas de montar que nuestro fundador fabricaba para el zar de Rusia. También las primeras prendas de cuero con cremallera. ¿Sabe que fuimos los primeros en utilizar esta tecnología en Francia? Pero el objeto más singular de la colección es un arnés de carruaje con un agujero de bala. Sucedió mientras Alfonso XIII, el rey de España, desfilaba por las calles de París en visita oficial con el presidente francés —dijo con la precisión de un alumno aplicado—. Corría el año 1905, una época de revueltas, y alguien disparó entre el gentío mientras iban en un carruaje descubierto, aunque sólo resultaron heridos los caballos. Mandaron los arneses rotos a Hermés y uno está en el museo. Se ve claramente el orificio de la bala. Al lado se exhibe una placa con la conversación que mantuvieron los dos jefes de Estado tras el disparo.

—¿Ah, sí? ¿Y qué dijeron? —pregunté con fingido interés.

—Cuando la bala atravesó los arneses, el presidente francés preguntó: «Perdón, ¿era para usted o para mí?». Al parecer, el rey español, que tenía entonces diecinueve años, respondió con la misma frialdad: «Creo que era para mí».

Aquella anécdota sobre un atentado fallido, aunque fuera un siglo atrás, me inquietó. Recordé de repente que yo mismo estaba en el disparadero, aunque Sarah hubiera bautizado aquella extraña misión como «unas vacaciones diferentes». Ni siquiera había arañado la superficie de aquel asunto, pero en mi interior sabía que a la que levantara la costra me encontraría con cosas que hubiera sido mejor desconocer.

Me despedí de la empleada, que tenía junto a la caja un pequeño portátil con el Facebook de la marca.

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