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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La espada encantada (13 page)

BOOK: La espada encantada
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Ella se acurrucó entre sus brazos.

—Siempre pensé —respondió tristemente— que cuando eligiera marido, la primera en saberlo sería Calista.

—¿Estás muy unida a tu hermana, querida?

—No tan unida como otras gemelas, ya que cuando fue a la Torre y tomó los votos supe que nunca podríamos compartir un amante o un esposo, como hacen tantas hermanas. Sin embargo, me resulta doloroso que ella no sepa algo que significa tanto para mí.

Él la abrazó con más fuerza.

—Lo sabrá. Puedes estar segura, lo sabrá. Recuerda que ahora sabemos que está viva, y tenemos a alguien que puede llegar hasta ella.

—¿De verdad crees que este terráqueo, este Ann'dra, puede ayudarnos a encontrarla?

—Eso espero. No nos será fácil, pero nunca creímos que lo fuera. Al menos, ahora sabemos que es posible.

—¿Cómo puede ser? No es uno de nosotros. Aunque tenga algunos poderes o dones semejantes a nuestro
laran
, no sabe cómo usarlos.

—Tendremos que enseñarle —dijo Damon. Eso tampoco sería fácil, pensó. Cerró los dedos sobre la piedra estelar que pendía de un cordón sobre su pecho. Debía hacerlo si quería conservar la más mínima esperanza de llegar a Calista. Era él, Damon, quien debía encargarse de hacerlo. Tenía miedo de hacerlo, por los infiernos de Zandru, qué asustado estaba. Pero trató de infundir confianza a Ellemir.

—Hasta anoche, tú tampoco creías que pudieras usar el
laran
y, sin embargo, lo usaste y me salvaste la vida.

Ella esbozó una ligera sonrisa, pero una sonrisa al fin y al cabo.

—De modo que por ahora, Ellemir, tomemos la felicidad que está en nuestra mano y no la arruinemos con preocupaciones. En cuanto a la ley y las formalidades, espero que Dom Esteban regrese pronto. —Mientras hablaba, le invadió una fría conciencia que le hizo contener el aliento por un instante.
Antes de lo que quisiera, y no será bueno para ninguno de nosotros
, pensó, pero cerró la mente a la idea, esperando que Ellemir no la hubiera captado—. Cuando vuelva tu padre —continuó—, podremos contarle nuestros planes. Mientras tanto, tendremos que enseñarle a Andrew cuanto podamos. ¿Dónde está?

—Dormido, supongo. Él también estaba muy cansado. ¿Lo mando llamar?

—Supongo que sí. No disponemos de mucho tiempo, aunque ahora que nos hemos encontrado, preferiría estar solo contigo un rato —pero sonrió mientras lo decía.

Ya compartían más de lo que él había experimentado nunca con otra mujer, y en cuanto al resto, no había prisa. No era un jovenzuelo que se aferrara desesperadamente a su amada, y podían esperar. Brevemente captó una tímida idea de Ellemir:
Pero no demasiado tiempo.
Eso lo alegró, pero la soltó y le dijo:

—Hay tiempo suficiente. Envía a un criado para que le diga que baje, si es que ya ha descansado lo suficiente. Y ahora, debo pensar.

Se alejó de Ellemir y se quedó mirando las llamas verde-azuladas que brotaban del combustible tratado con resina que ardía en la chimenea.

Carr era telépata, y un telépata potencialmente poderoso. Había establecido y sostenido conocimiento con una desconocida, ni siquiera pariente de sangre. Una parte del supramundo, cerrada incluso para los que tenían entrenamiento de la Torre, era accesible para él. Y, sin embargo, no tenía ningún entrenamiento, ningún aprendizaje, y tampoco parecía creer demasiado en esos extraños poderes. Con todo su corazón, Damon deseó que hubiera alguien más que pudiera enseñar a ese hombre. El despertar de los poderes psi latentes no era una tarea fácil ni siquiera para los expertos; y para un hombre de otro mundo, con una experiencia extraña hasta lo impensable, y sin la ayuda de la convicción y de la confianza, seguramente resultaría un asunto difícil y doloroso. Desde que había sido despedido del círculo de la Torre, Damon había evitado esos contactos. Para él no sería fácil volver a ellos, ni bajar las barreras ante este extraño. Sin embargo, no había nadie más que pudiera llevar a cabo el trabajo.

Miró alrededor, buscando.

—¿Tienes
kirian
por aquí? —preguntó.

El
kirian
, una poderosa droga compuesta por el polen de una rara planta de la montaña, administrada en dosis cuidadosamente reguladas, podía disminuir las resistencias a la relación telepática. Damon no estaba seguro de si la quería para dársela a Andrew Carr o para tomarla él mismo, pero de una manera u otra podría facilitar el contacto con un extraño. La mayor parte del entrenamiento telepático lo realizaban las Celadoras en persona, pero el
kirian
podía incrementar los poderes psi de manera temporal y en grado suficiente como para posibilitar el contacto también con los no telépatas.

—No lo creo —contestó Ellemir, dubitativa—. No, al menos desde que Domenic superó la enfermedad de umbral. Calista nunca la ha necesitado y yo tampoco. Iré a ver, pero creo que no hay.

Damon sintió el gélido escalofrío del miedo royéndole las vísceras. Con el apoyo de la droga, tal vez hubiera podido resistir la dura tarea de dirigir y disciplinar el despertar del
laran
en un desconocido. La idea de pasar por ello sin ninguna ayuda se le hacía casi intolerable. Sin embargo, si ésta era la única oportunidad de Calista...

—Tienes una piedra estelar —indicó Ellemir—. La usaste para enseñarme lo poco que puedo hacer...

—Niña, eres mi pariente consanguínea y estamos bastante próximos emocionalmente... y aún así, cuando cogiste mi piedra, para mí fue una agonía mayor de lo que podría expresar —contestó Damon con gravedad—. Dime, ¿no tendrá Calista ninguna otra gema matriz sin usar? —Si consiguiera una gema en blanco, sin sintonizar, para Carr, tal vez pudiera trabajar más fácilmente con él.

—No estoy segura. Tiene muchas cosas que jamás he visto y acerca de las cuales no he preguntado, porque están relacionadas con su trabajo de Celadora. Siempre me pregunté por qué las habría traído aquí en vez de dejarlas en la Torre.

—Tal vez porque... —Damon vaciló. Le resultaba duro hablar de sus propios días en el círculo de la Torre; su mente no dejaba de evadirse y de resistirse como un caballo desbocado. No obstante, de algún modo debía superar ese miedo—. Tal vez porque una
leronis
, e incluso un técnico de matrices, prefiere conservar a mano su equipo de trabajo. No sé explicarlo muy bien, pero es mejor tenerlo todo a mano. Yo no uso mi propia piedra estelar más de dos veces al año —agregó— y, sin embargo, la llevo siempre colgando del cuello simplemente porque se ha convertido en... en una parte de mí. Resulta incómodo, e incluso físicamente doloroso, cuando la tengo lejos de mí.

Ellemir susurró, confirmando rápidamente la suposición de él acerca de la creciente sensibilidad de la muchacha:

—¡Oh, pobre Calista! Le contó a Andrew que la habían separado de su piedra estelar...

Sombríamente, el hombre asintió.

—De modo que aunque no la hayan maltratado ni violado, está sufriendo —confirmó.
¿Por qué evitarme un poco de dolor o de problemas, para protegerla a ella de algo peor?
, pensó—. Llévame a su cuarto, déjame mirar entre sus cosas.

Ellemir obedeció sin replicar, pero cuando estuvieron en el centro del cuarto que compartían las hermanas, dijo en un susurro colmado de temor:

—Lo que me explicaste... ¿no dañará a Calista que toques sus... las cosas que usa como Celadora?

—Es una posibilidad —confirmó Damon—, pero no es peor que pensar que ya le han hecho daño, y tal vez sea nuestra única oportunidad.

Mis hombres murieron porque fui demasiado cobarde como para aceptar lo que era: un telépata con entrenamiento de la Torre. Si permito que Calista sufra por temor a usar mis poderes... entonces no soy digno de Ellemir, seré algo menos que cualquier hombre de otro planeta... pero, Dios, tengo miedo, miedo... Bendita Cassilda, madre de los Siete Dominios, asísteme ahora...

Su voz monocorde y neutral no delató sus sentimientos.

—¿Dónde están las pertenencias de Calista? Puedo averiguar cuáles son por la sensación, pero preteriría no perder tiempo ni tuerzas con ese método.

—El tocador con los cepillos de plata, allá, es de ella. El mío es el otro, con los peines y cepillos de marfil.

El percibió el miedo y la tensión en la voz de Ellemir, a pesar de que la muchacha trataba de imitar el estilo frío y desapasionado de Damon. El observó el tocador y escarbó brevemente en los cajones.

—Todo esto no sirve para nada —dijo—. Una o dos gemas matrices, de primer nivel o menos, que sólo sirven como botones. ¿Estás segura de no haber visto nunca dónde guarda todos sus instrumentos? —Pero antes de que ella sacudiera la cabeza, Damon ya sabía la respuesta.

—Nunca. Siempre he tratado de no... Entrometerme en ese aspecto de su vida.

—Lástima que no soy el terráqueo —masculló Damon con amargura—. Podría preguntárselo directamente. —Cerró los dedos, con reticencia, sobre la piedra estelar que pendía del cordón, y lentamente la extrajo de su bolsa de cuero. Cerró los ojos, tratando de captar algo. Como siempre que tocaba la gema fría y lisa, sintió el extraño aguijón del miedo. Al cabo de un momento, vacilante, se dirigió hacia la cama de Calista. Estaba abierta, con las sábanas arrugadas, como si nadie, sierva o ama, hubiera tenido el valor de borrar la última marca de su cuerpo. Damon se humedeció los labios con la lengua, se inclinó y buscó debajo de la almohada; después se incorporó levantando la almohada con suavidad. Allí debajo, sobre las finas sábanas de lino, había un pequeño envoltorio de seda, casi chato, aunque no del todo. A través de la seda pudo distinguir la forma de la piedra.

—La piedra estelar de Calista —expuso lentamente—. De modo que sus captores no se la han arrebatado.

Ellemir trató de recordar las palabras exactas de Andrew.

—El nos contó... Calista no dijo que le hubieran quitado la piedra estelar —repitió lentamente—. Ella dijo: «Sólo podían quitarme las alhajas por si una de ellas era mi piedra estelar.» Algo por el estilo. Así que la piedra ha permanecido aquí todo el tiempo.

—Si yo la hubiera tenido, tal vez podría haberla alcanzado en el supramundo —reflexionó Damon en voz alta, pero después sacudió la cabeza.

Sólo Calista podía utilizar su propia piedra. Sin embargo, eso explicaba una cosa. Sin la piedra estelar, podían recluirla en la oscuridad. En cambio, si la hubiera tenido en su poder, Damon tal vez la habría localizado, podría haber concentrado en ella su propia piedra estelar... De nada servía pensar en eso ahora. Extendió una mano para coger la piedra, pero cambió de idea.

—Cógela tú —ordenó, y corno ella vacilaba, añadió—: Tú eres su gemela, tus vibraciones son las más parecidas a las suyas. Puedes manejarla causándole menos dolor que cualquier otro ser en el mundo. Incluso es peligroso a través del aislante de seda, pero es menor si la coges tú que cualquier otra persona.

Tímidamente, Ellemir asió el envoltorio de seda y lo dejó caer dentro del escote de su vestido.
Para lo que servirá eso
, pensó Damon. Si Calista hubiese tenido su piedra estelar, hubiera podido resistirse mejor a sus captores. O tal vez no. Estaba empezando a suponer que había sido apresada por alguien que utilizaba una de estas gemas matrices, alguien más fuerte que la misma Calista, que por encima de todo deseaba mantenerla indefensa, alguien consciente de que, libre y armada, ella significaba un peligro.

Los hombres-gato. ¡Los hombres-gato, que Zandru los ayudara a todos! ¿Pero cómo y de dónde habrían sacado los hombres-gato la suficiente habilidad y poder como para manejar las piedras matrices?
La verdad es, pensó, que ninguno de nosotros sabe ni una condenada palabra sobre los hombres-gato, pero hemos cometido el terrible error de subestimarlos. ¿Un error fatal? ¿Quién sabe?

Bien, al menos la piedra estelar no había acabado en manos no humanas.

Estaban bajando la escalera cuando oyeron una conmoción en el patio, sonidos de jinetes, el repicar de la gran campana. Ellemir soltó una exclamación y se llevó una mano al pecho. Por un instante, un escalofrío de temor asaltó a Damon, luego se relajó.

—No puede ser otro ataque —razonó—. Creo que son amigos o parientes, en caso contrario hubiera sonado la alarma. —
Además
, pensó sombríamente,
no he recibido ninguna advertencia
—. Creo que es lord Alton que vuelve a casa —observó, y Ellemir pareció sobresaltarse.

—Cuando te envié el mensaje, también le envié uno a mi padre, pero no creí que viniera durante la sesión del Concejo del Comyn, fuera cual fuese la necesidad. —Bajó corriendo las escaleras, recogiéndose la falda gris a la altura de las rodillas; Damon la siguió con más demora a través de las grandes puertas que conducían al patio de piedra.

La escena era caótica. Hombres armados, cubiertos de sangre, que se tambaleaban sobre las monturas.
En cualquier caso
, pensó rápidamente Damon,
muy pocos hombres para tratarse de la escolta personal de Dom Esteban.
Entre dos caballos, habían suspendido una litera improvisada con ramas de siemprevivas, y sobre ella yacía el cuerpo inmóvil de un hombre.

Ellemir se había detenido en los peldaños de acceso, y cuando Damon se acercó, la palidez de aquel rostro lo impresionó. La joven tenía los puños apretados, casi se estaba clavando las uñas en la palma. Damon la tomó suavemente de un brazo, pero ella no pareció advertir su presencia, paralizada por el horror y la conmoción. Damon descendió los peldaños, observando rápidamente los rostros pálidos y tensos de los heridos.
Eduin... Conan... Caradoc... ¿dónde está Dom Esteban? Sólo por encima de sus cadáveres...
Entonces divisó el perfil aquilino y el pelo gris hierro del hombre que se hallaba en la litera, y fue como un golpe en el plexo solar, tan doloroso que se tambaleó ante el impacto.
¡Dom Esteban! ¡Por todos los infiernos... qué momento para perder al mejor espadachín y comandante de todos los Dominios!

Los sirvientes se afanaban a su alrededor con cierta confusión; dos de los hombres empapados en sangre se habían deslizado de sus monturas y desataban con cuidado la litera. Los caballos que la habían cargado se alejaron —
¡El olor a sangre, nunca se acostumbran a eso!
— j se oyó un grito agudo; el hombre que estaba en la litera empezó a maldecir, con fluidez, en cuatro idiomas.

No está muerto, pues, sino bien vivo. ¿Pero hasta qué punto malherido?
, pensó Damon.

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