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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La espada encantada (8 page)

BOOK: La espada encantada
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Y ahora debía hacerlo, aunque su mente, sus nervios, todos sus sentidos se rebelaban contra eso.

Volvió bruscamente al presente cuando Ellemir le interrumpió con voz tentativa:

—Damon, ¿estás dormido?

Sacudió la cabeza para alejar los fantasmas del miedo y el fracaso del pasado.

—No, no. Tan sólo estaba preparándome. ¿Qué me has traído de Calista?

Ella abrió la mano; tenía una mariposa de plata, bellamente engarzada con gemas multicolores.

—Calista siempre la llevaba en el cabello —dijo Ellemir y, en efecto, de la hebilla aún colgaban dos o tres hebras de pelo largo y sedoso.

—¿Estás segura que es de ella? Supongo que, como todas las hermanas, las dos compartís los adornos... mis propias hermanas solían quejarse de eso.

Ellemir se volvió para mostrarle el broche en forma de mariposa que llevaba sobre la nuca.

—Mi padre le regalaba adornos plateados y a mí dorados, para que pudiéramos diferenciarlos. Encargó éstos hace años, en Carthon, y desde entonces Calista ha llevado esta hebilla en el pelo. No le gustan mucho las joyas, así que me dio la pulsera que hacía juego, pero siempre usaba este broche.

El razonamiento sonaba apropiado y convincente. Damon cogió la hebilla plateada entre los dedos y cerró los ojos, tratando de averiguar qué podía percibir.

—Sí, es de Calista —corroboró al cabo de un momento.

—¿De verdad puedes saberlo?

Damon se encogió de hombros.

—Préstame un momento el tuyo —pidió, y Ellemir se volvió y se quitó del pelo su propia hebilla, alejándose modestamente para que él no llegara a verle el cuello desnudo. En ese momento, estaba tan sensibilizado a Ellemir que incluso esa fugaz visión despertó en él una cadena de respuestas sensuales; con firmeza la relegó a un nivel de conciencia más profundo. No había tiempo para eso ahora. Ellemir le puso en una mano el adorno dorado, que vibraba con la marca de su ser. Damon exhaló un profundo suspiro y volvió a desterrar su excitación por debajo del nivel consciente.

—Cierra los ojos —dijo.

Infantilmente, ella los cerró con fuerza.

—Extiende las manos... —Damon depositó un adorno en cada una de las pequeñas palmas rosadas—. Ahora, si no puedes decirme cuál es el tuyo, no eres hija del Dominio Alton...

—Cuando era niña me probaron para el
laran
—protestó Ellemir—, y me dijeron que no tenía nada, comparada con Calista...

—Nunca te compares con nadie —replicó Damon, con súbita furia—. Concéntrate, Ellemir.

—Éste es mío... estoy segura —dijo, con una extraña nota de sorpresa.

—Mira.

Abrió los ojos azules, y observó atónita el broche dorado, en forma de mariposa, que tenía en la mano.

—¡Mira, es el mío! El otro era más raro, éste... ¿Cómo lo hice?

Damon se encogió de hombros.

—Éste... el tuyo... tiene la marca de tu personalidad, de tus vibraciones. Hubiera sido más simple si tú y Calista no fueseis gemelas, ya que vosotras compartís las vibraciones en cierta medida. Por eso quería estar muy seguro de que nunca habías usado el broche de ella, pues ya resulta bastante difícil diferenciar a las gemelas contando sólo con su marca telepática. Por supuesto, como Calista es Celadora, su marca es más definida.

Se interrumpió, sintiendo una súbita oleada de furia. Ellemir siempre había vivido a la sombra de su hermana. Y era demasiado buena, demasiado amable y buena como para resentirse por eso. ¿Por qué sería tan humilde?

Se obligó a calmar aquella oleada de furia irracional.

—Creo que tienes más
laran
de lo que piensas, aunque es cierto que en el caso de las gemelas, siempre hay una que al parecer posee una mayor parte del don, y la otra bastante menos. Por eso las Celadoras suelen tener gemelas, ya que una de ellas tiene su propio potencial psi y parte del de su hermana.

Cogió la piedra estelar en sus manos; ella le devolvió la mirada, azul y enigmática, mientras unas cintitas de fuego se retorcían en las profundidades del cristal.
Fuegos que pueden convenir el alma en cenizas...

Damon apretó los dientes para defenderse de la fría náusea del miedo.

—Tendrás que ayudarme —dijo con rudeza.

—Pero, ¿cómo? No sé nada de esto.

—¿Ni siquiera has observado a Calista cuando
«salía»
?

Ellemir sacudió la cabeza.

—Nunca me contó nada acerca del entrenamiento ni de su trabajo. Dijo que era difícil y que prefería olvidarlo mientras estaba aquí.

—Una lástima —observó Damon. Se puso cómodo en la silla—. Muy bien, tendré que enseñarte ahora. Sería más fácil si tuvieras experiencia, pero posees lo suficiente como para hacer tu parte. Es simple. Mira. Ponme la mano sobre las muñecas, de modo que pueda seguir viendo la piedra pero... sí, aquí en el pulso. Ahora... —Se extendió con cautela, tratando de establecer un leve contacto telepático. Ella se retrajo físicamente, y él sonrió—. Sí, eso es, puedes percibir el contacto. Ahora no tienes más que controlar mi cuerpo mientras estoy
fuera
buscando a Calista. Cuando
salga
, sentirás que estoy frío al tacto, y que el pulso languidece. Es normal, no temas. Pero si alguien nos interrumpe, no dejes que me toque. Por encima de todo, no dejes que nadie me mueva. Si se me acelera demasiado el pulso, o si se me hinchan las venas de las sienes, o si el cuerpo se me pone demasiado frío o caliente, entonces debes despertarme.

—¿Y cómo lo hago?

—Di mi nombre, con todas tus fuerzas. No tienes que hablar en voz alta, sólo proyecta tus pensamientos sobre mí, al tiempo que pronuncias mi nombre. Si no puedes despertarme, y todo empeora... por ejemplo, si respiro con dificultad, despiértame de inmediato, sin demoras. En última instancia, pero sólo si no puedes despertarme de ninguna otra manera, toca la piedra. —Al decir esto, hizo una mueca de dolor—. Sin embargo, hazlo tan sólo como último recurso, es muy doloroso y podría producirme un shock.

Sintió que las manos de ella temblaban mientras le asía por las muñecas, y experimentó también el miedo y la vacilación de Ellemir como una leve niebla que oscurecía la claridad de sus propios pensamientos.

Pobre niña. No debería haberle hecho esto. Maldita suerte. Si Calista tenía que meterse en problemas...
Se obligó a ser justo, y trató de aquietar su corazón. Tampoco era culpa de Calista. Debería reservar las maldiciones para los secuestradores.

—No te enfades, Damon —murmuró Ellemir tímidamente.

Él pensó:
Es un buen signo que perciba mi cólera
.

—No estoy enojado contigo,
breda
. —Usó la palabra íntima que podía significar simplemente
pariente
o, más íntimamente,
querida
. Se arrellanó cuanto pudo, sensibilizándose al tacto de la hebilla de Calista que tenía entre las manos, debajo de la piedra estelar que pulsaba siguiendo el ritmo de sus propias corrientes nerviosas. Trató de apartar todo lo demás, cualquier otra sensación, el tacto de las frías manos de Ellemir sobre sus muñecas y la cálida respiración, el leve aroma a mujer. Bloqueó todo esto, ignoró el titilar de la vela, desdibujó las sombras del cuarto, dejó que su vista se limitara a la azul pulsación de la piedra estelar. Percibió, más que sintió físicamente, cómo se le distendían los músculos cuando el cuerpo se tornó insensible. Por un instante sólo existió el vasto azul de la piedra estelar, que latía al unísono con su corazón; después éste se detuvo, o al menos él ya no fue consciente de nada más que del azul que se expandía: un resplandor, una llama azul, un mar que se abalanzaba sobre él y lo engullía...

Con una conmoción breve y hormigueante, se halló en el exterior y por encima de su propio cuerpo, observando desde arriba con cierto distanciamiento irónico el cuerpo diminuto y tendido en la silla, la frágil muchacha de aspecto asustado arrodillada junto a él, asiéndole por las muñecas. En realidad no veía, sino que percibía de alguna extraña y oscura manera a través de los párpados cerrados.

Gracias a la supraluz que se formaba a su alrededor, echó un breve vistazo hacia abajo. El cuerpo que estaba en la silla llevaba un viejo chaleco y pantalones de montar de cuero, pero, como siempre que
salía
, se sentía más alto, más fuerte, más musculoso, y se desplazaba con gran soltura a medida que las paredes del gran salón se hacían más tenues y se alejaban. Y este cuerpo, si así se podía llamar, llevaba una centelleante túnica verde y oro que refulgía con un leve reflejo de luz. Leonie le había dicho una vez: «Así es cómo tu mente se ve a sí misma». Tenía los pies y los brazos desnudos, y experimentó una breve oleada de diversión.
¿Salir así a la tormenta?
Pero, por supuesto, la tormenta no estaba allí, en absoluto, aunque si escuchaba con atención llegaba a percibir el tenue aullido del viento. Se dio cuenta de que la violencia de la tempestad debía de ser enorme si su eco podía penetrar en el supramundo. Mientras formulaba ese pensamiento, advirtió que empezaba a estremecerse, y rápidamente descartó la idea y el recuerdo de la tormenta; si tomaba conciencia de ella, podía solidificarla en este plano y traerla aquí.

Avanzó deslizándose, sin ser consciente de que daba pasos. Todavía percibía en la mano la enjoyada mariposa de Calista, que aleteaba como un ser vivo, latiendo con la marca de la «voz» mental de la muchacha. O más bien, como la joya se hallaba en manos de su cuerpo, «allá abajo»; lo que tenía «aquí» era la contraparte mental del adorno. Trató de hacerse sensible a las reverberaciones especiales de esa «voz», añadiendo su llamada, un grito que le pareció un aullido imperativo.

—¡Calista!

No hubo respuesta. En realidad, no la había esperado; si hubiera sido tan simple, Ellemir ya habría establecido contacto con su hermana. A su alrededor, el supramundo permanecía tan sereno como la muerte, y él lo observaba sin olvidar que el mundo y él mismo eran sólo cómodas visualizaciones de algún nivel de realidad intangible... Lo recibía como un «mundo» porque resultaba más conveniente verlo y sentirlo de esa manera y no como un intangible reino mental. Se visualizaba a sí mismo como un cuerpo que atravesaba una vasta planicie yerma y vacía porque era más fácil y menos desconcertante que visualizarse como un punto de pensamiento incorpóreo atravesando otros pensamientos. En ese momento, el paisaje le pareció un enorme horizonte plano, que se extendía penumbroso, desnudo y silencioso por interminables espacios y cielos. A lo lejos, unas sombras se movían, y como despertaron su curiosidad, se desplazó rápidamente, sin necesidad de dar pasos, en dirección hacia ellas.

A medida que se aproximaba, fueron adquiriendo precisión, formas humanas que aparecían extrañamente grises y desenfocadas. Sabía que si les hablaba desaparecerían al instante si no tenían nada que ver con su búsqueda, o entrarían sin demora en foco. El supramundo nunca estaba vacío, siempre había mentes en el plano astral por una u otra razón, aun cuando sólo fueran mentes de gente que dormía fuera de los cuerpos, y aquellas mentes se cruzaban con la suya en el reino informe del pensamiento. Vislumbró vagamente algunos rostros, como reflejos en el agua, de personas que reconoció de forma difusa. Sabía que eran parientes y conocidos que dormían o estaban inmersos en la meditación. De algún modo había entrado en sus pensamientos; algunos de ellos despertarían con el recuerdo de haberlo visto en sueños. Pasó ante ellos sin intentar hablarles. Ninguno tenía nada que ver con su búsqueda.

A lo lejos distinguió una gran estructura resplandeciente que le resultaba conocida por anteriores visitas a este mundo, y supo que era la Torre en la que años antes había recibido el adiestramiento. Por lo general la evitaba en sus viajes, y procuraba no pasar siquiera cerca de ella; ahora sintió que se acercaba más y más. A medida que se aproximaba, la estructura fue cobrando forma y solidez. Aquí se habían entrenado generaciones de telépatas, que habían explorado el supramundo desde esta base. No era raro que la Torre se irguiera firme como un hito en el supramundo. Seguramente Calista hubiera venido aquí, pensó, de haber estado en las planicies y libre.

Damon se hallaba ahora en la llanura, justo debajo de la enorme estructura de la Torre. Hierba, árboles y flores habían empezado a tomar forma a su alrededor, ya que su propio recuerdo y las visualizaciones combinadas de todos los que habían acudido al supramundo desde la Torre los mantenían relativamente sólidos. Caminó por entre los familiares árboles y las flores perfumadas con un doloroso sentimiento de pérdida, de nostalgia, casi de anhelo. Cruzó el portal bastante brillante, y se detuvo por un instante sobre las piedras que recordaba. De repente, ante él, apareció una mujer con el rostro cubierto, pero aun a través de los velos la reconoció. Era Leonie, la hechicera Celadora de la Torre durante la época en que él había permanecido allí. Tenía el rostro un tanto difuso: en parte era el rostro que él recordaba; y en parte era su rostro actual.

—Leonie —la llamó, y la figura se solidificó, adquiriendo una forma más clara y definida que incluía también las pulseras gemelas con forma de serpiente que siempre usaba.

—Damon. —Su voz dejaba traslucir un leve reproche—. ¿Qué estás haciendo en la planicie esta noche?

Él le mostró el broche plateado en forma de mariposa, y lo sintió frío y sólido entre los dedos. Escuchó su propia voz extrañamente suave.

—Estoy buscando a Calista. Ha desaparecido y su hermana gemela no puede hallarla en ninguna parte. ¿No la has visto por aquí?

Leonie pareció confusa.

—No, querido mío. También nosotros la hemos buscado, pero no está en ninguna parte de la planicie a donde hayamos podido llegar. De vez en cuando llego a percibir en alguna parte su presencia viva, pero la busque donde la busque no logro llegar hasta ella.

Damon se sintió profundamente inquieto. Leonie era una poderosa y experta telépata, conocía todos los niveles accesibles del supramundo. Caminaba por ese ámbito con tanta soltura como en el plano sólido de los cuerpos. El hecho de que la desdicha de Calista le resultara conocida, y que ella misma no pudiera localizar a su pupila y amiga, resultaba ominoso. ¿En qué mundo se ocultaba Calista?

—Tal vez tú puedas hallarla donde yo fracaso —indicó Leonie con suavidad—. Los lazos de sangre son un vínculo profundo, y pueden lograr contacto allí donde la amistad o la afinidad fracasan. De algún modo creo que está allí. —Leonie alzó un brazo de sombras y señaló. Damon se volvió en la dirección indicada y sólo distinguió una espesa y brumosa oscuridad—. Esa oscuridad es nueva en esta planicie, y ninguno de nosotros ha podido atravesarla, al menos no todavía. Cuando nos movemos en esa dirección, somos arrojados hacia atrás, como por una fuerza. No sé qué nuevas mentes se desplazan en este nivel, pero no han venido aquí con nuestro permiso.

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