—Eso no importa —dijo Christian—. Sé que Francis es mucho mejor que el Congreso, el club Sócrates y los terroristas.
—Siempre me ha asombrado tu abrumadora lealtad para con Francis Kennedy —dijo
El Oráculo
—. Se oyen algunos rumores, un tanto maliciosos, que dicen que tú eres como un negro que hace todo el trabajo sucio. Lo que resulta extraño, porque tú tienes mujeres, y él no, no, al menos, desde la muerte de su esposa, hace tres años. Pero ¿por qué la gente que rodea a Kennedy le tiene una veneración tan peculiar, a pesar de que se le tiene por un zoquete político? Pensar en todas esas leyes reformistas y regulatorias que intentó hacer aprobar por ese dinosaurio de Congreso. Creía que tú eras más astuto, aunque me imagino que te viste arrollado. Sin embargo, para mí es un misterio el insólito afecto que sientes por él.
—Es el hombre que yo siempre hubiera querido ser —dijo Christian—. Es así de sencillo.
—En tal caso, tú y yo no podremos seguir siendo por mucho mástiempo amigos —replicó
El Oráculo
—. Yo nunca me he interesado por Francis Kennedy.
—Es mejor que cualquier otra persona —dijo Christian—. Le conozco desde hace más de veinte años y es el único político que ha sido honrado con el pueblo y que no miente a la gente. Es un hombre religioso, aunque no creo que lo sea por verdadera fe, sino más bien como una forma de humildad.
—El hombre al que acabas de describir jamás podría haber sido elegido presidente de Estados Unidos —dijo
El Oráculo
con sequedad. Pareció lanzar de pronto su cuerpo de insecto hacia adelante, y sus brillantes manos apergaminadas manejaron los controles de la silla de ruedas.
El Oráculo
se reclinó. Con su traje oscuro, la camisa marfileña y el sencillo nudo azul de su corbata, el rostro iluminado parecía un trozo de madera de caoba—. Su encanto se me escapa, pero nunca habíamos hablado de eso. Ahora debo advertirte. Todo hombre comete muchos errores durante su vida. Eso es humano e inevitable. El secreto consiste en no cometer nunca el error que te lleve a la destrucción. Ten cuidado con tu amigo Kennedy, tan bueno, y recuerda que el mal surge a menudo del deseo de hacer el bien. Los próximos días serán terriblemente peligrosos. Hazme caso.
—El carácter no es algo que se cambie —dijo Christian confiadamente.
—Sí, sí que cambia —replicó
El Oráculo
moviendo las manos como las alas de un pájaro—. El dolor puede cambiar el carácter. La pena también. El amor y el dinero, desde luego. Y el tiempo lo erosiona. Déjame contarte una pequeña historia. Cuando yo era un hombre de cincuenta años, tenía una amante treinta años más joven que yo. Ella tenía un hermano unos diez años mayor, es decir, de unos treinta años. Fui el guía de la joven, como lo he sido de todas mis mujeres jóvenes. Sus intereses me importaban mucho. Su hermano era un excelente corredor de bolsa en Wall Street, pero también era un hombre descuidado, algo que más tarde le acarreó grandes problemas. Yo nunca he sido celoso, y ella salía con hombres jóvenes. Pero el día que cumplió veintiún años, su hermano dio una fiesta y, como broma, contrató a un hombre para que hiciera una sesión de
strip-tease
delante de ella y de sus amigas. Aquello se comentó mucho, y ellos no mantuvieron en secreto el asunto. Yo siempre hesido un hombre muy consciente de mi fealdad, de mi falta de atractivo físico para las mujeres. Así que aquello me pareció una afrenta, algo indigno de mí. Todos seguimos siendo amigos y ella continuó su camino, se casó e hizo carrera. Yo continué teniendo amantes jóvenes. Diez años más tarde, el hermano tuvo graves problemas financieros, como suele suceder con muchos de esos tipos de Wall Street. Fue una cuestión de comisiones internas, del manejo fraudulento de un dinero que se le había confiado. El problema fue lo bastante grave como para que tuviera que pasar un par de años en prisión, lo que, desde luego, fue el final de su carrera.
»Para entonces yo ya tenía sesenta años y seguía siendo amigo de ambos. Nunca me pidieron ayuda, quizá porque, en realidad, no sabían todo lo que yo podía hacer. Podría haberle salvado, pero no moví un solo dedo. Le dejé caer por la cloaca. Diez años más tarde se me ocurrió pensar que no le había ayudado debido a aquella pequeña y estúpida ocurrencia suya de permitir que su hermana viera el cuerpo de un hombre mucho más joven que yo. No se trató de celos sexuales, sino de la afrenta causada a mi poder, o al poder que yo creía poseer. He pensado en eso a menudo. Y es una de las pocas cosas de las que me avergüenzo en la vida. Jamás me habría sentido culpable de un acto así a los treinta o a los setenta años. ¿Por qué a los sesenta? El carácter cambia. Ése es el verdadero triunfo del hombre, y también su tragedia.
Christian tomó un sorbo del brandy que
El Oráculo
había servido. Era delicioso, y muy caro.
El Oráculo
siempre servía lo mejor. Christian lo disfrutó, aunque nunca se le ocurriría comprarlo, pues por muy rico que fuera tenía la sensación de que no merecía tratarse tan bien a sí mismo.
—Yo te he conocido toda la vida —dijo—. Desde hace más de cuarenta y cinco años, y tú no has cambiado. Y vas a cumplir cien años dentro de una semana. Sigues siendo el gran hombre que yo siempre pensé que eras.
—Sólo me has conocido en mi vejez —replicó
El Oráculo
sacudiendo la cabeza—, desde los sesenta a los cien años. Eso no significa nada. El veneno ya ha desaparecido a esa edad, así como la fortaleza para imponerlo. No es nada extraño ser virtuoso en la ancianidad, como sabía muy bien ese charlatán de Tolstoi. —Hizo una pausa y suspiró—. Y ahora, ¿qué me dices de esa gran fiesta decumpleaños? Creo que nunca le he caído muy bien a tu amigo Kennedy, y sé que fuiste tú quien expuso la idea de la fiesta en el Jardín Rosado de la Casa Blanca para convertirla en un gran acontecimiento entre los medios de comunicación. ¿Está aprovechando esta situación de crisis para librarse del compromiso?
—No, no —contestó Christian—. Él valora el trabajo que has hecho en tu vida. Y desea ofrecerte esa fiesta. Oliver, fuiste y aún eres un gran hombre. Continúa igual. Demonios, ¿qué significan unos pocos meses después de cien años? —Hizo una pausa, antes de añadir—: Pero si lo prefieres, y puesto que no te gusta Francis, podemos olvidarnos de sus grandes planes para tu fiesta de cumpleaños, las noticias en los medios de comunicación, y tu nombre y fotografía en todos los periódicos y en la televisión. Siempre puedo organi-zarte una pequeña fiesta privada y dar por zanjado el asunto.
Dirigió una sonrisa a
El Oráculo
, para demostrarle que estaba bromeando. A veces el anciano tomaba sus palabras demasiado literalmente.
—Gracias, pero no —dijo
El Oráculo
—. Quiero tener algo por lo que vivir. Y lo mejor es una fiesta de cumpleaños ofrecida por el presidente de Estados Unidos. Pero déjame decirte una cosa: tu Kennedy es muy perspicaz. Sabe que mi nombre todavía significa algo. La publicidad incrementará su imagen. Tu Francis Xavier Kennedy es tan habilidoso como lo era su tío Jack. En una situación así, Bobby me habría dado una bofetada.
—Ya no queda ninguno de tus contemporáneos —dijo Christian—, pero tus protegidos son algunos de los hombres y mujeres más grandes del país, y ellos tienen verdaderos deseos de hacerte este honor, incluido el presidente. No olvida que tú le ayudaste en su camino. Incluso ha invitado a tus compañeros del club Sócrates, a pesar de que los odia. Será tu mejor fiesta de cumpleaños.
—Y la última —asintió
El Oráculo
—. Por el momento sólo me mantengo agarrándome por las jodidas uñas. —Christian se echó a reír.
El Oráculo
nunca había utilizado palabras soeces hasta la edad de noventa años, y ahora lo hacía con la inocencia de un niño—. Bien, eso está arreglado —siguió diciendo—. Y ahora déjame decirte algo sobre los grandes hombres, incluidos Kennedy y yo mismo. Esa clase de personas terminan por consumirse a sí mismas y a quienes les rodean. No es que reconozca que tu Kennedy es un gran hombre. Después de todo, ¿qué ha hecho de notable, excepto convertirse en presidente de Estados Unidos? Y eso no es más que un truco de ilusionista. Y a propósito, ¿sabes que en el mundo del espectáculo se considera que el mago no tiene ningún talento artístico? —Al hacer la pregunta,
El Oráculo
ladeó la cabeza, pareciéndose asombrosamente a una lechuza—. Estoy dispuesto a admitir que Kennedy no es el político típico. Es un idealista, es mucho más inteligente y tiene moral, aunque me pregunto si la rigidez sexual resulta saludable. Pero todas esas virtudes son obstáculos para la grandeza política. ¿Un hombre sin vicios? ¡Es como un barco de vela sin vela!
—Si desapruebas sus acciones, ¿qué curso seguirías tú? —preguntó Christian.
—Eso no es importante —contestó
El Oráculo
—, En estos tres años aún está medio dentro y medio fuera, y eso siempre es fuente de problemas. —Ahora, los ojos de
El Oráculo
se pusieron vidriosos—. Espero que eso no interfiera durante demasiado tiempo en mi fiesta de cumpleaños. Qué vida he tenido, ¿eh? ¿Quién ha tenido una vida mejor que yo? Pobre al nacer, sólo pude disfrutar de la riqueza que gané después. Un hombre feo que aprendió a conquistar y a disfrutar de las mujeres hermosas. Dotado de un buen cerebro, aprendí lo que era la compasión mucho mejor que la genética; de una energía enorme, suficiente para ir más allá de la ancianidad; de una buena constitución, que me ha permitido no estar nunca realmente enfermo en mi vida. ¡Sí, ha sido una vida estupenda, y prolongada! Y quizá sea ése el problema, que ha sido un poco demasiado prolongada. No puedo soportar mirarme al espejo, pero, como ya te he dicho, nunca fui agraciado. —Guardó silencio durante un rato, antes de añadir con brusquedad-: Abandona el servicio del gobierno. Apártate de todo lo que está sucediendo ahora.
—No puedo hacer eso —dijo Christian—. Es demasiado tarde.
Estudió la cabeza del anciano, punteada por los cromosomas de la muerte, y se maravilló ante aquel cerebro que seguía estando tan vivo. Miró fijamente aquellos ojos cargados por la edad, envueltos como por un mar neblinoso e infinito. ¿Llegaría él alguna vez a ser tan viejo, con el cuerpo marchito como el de un insecto muerto?
Y mientras
El Oráculo
le observaba a su vez, pensó en lo transparentes que eran todos ellos, tan faltos de astucia como niños pe-queños ante sus padres. Para
El Oráculo
era evidente que había dado su consejo demasiado tarde, que Christian se traicionaría a sí mismo y, en cierto modo, se sintió estimulado por ello.
Christian terminó de beberse el brandy y se levantó, dispuesto a marcharse. Arropó al anciano con las mantas y llamó para que acudiera una de las enfermeras. Luego se inclinó sobre la piel abrillantada de la oreja de
El Oráculo
y susurró:
—Dime la verdad sobre Helen du Pray, ya que ella fue una de tus protegidas antes de casarse. Sé que tú arreglaste lo de su primera entrada en la política. ¿Llegaste a tirártela o ya eras demasiado viejo?
—Nunca fui demasiado viejo hasta después de los noventa —contestó
El Oráculo
sacudiendo la cabeza—. Y déjame decirte que uno sólo empieza a sentirse realmente solo cuando deja de funcionar la polla. Ella no se encaprichó de mí. Yo no era ninguna belleza. Debo decir que me sentí desilusionado porque era muy hermosa y muy inteligente, y ésa siempre ha sido mi combinación favorita. Nunca pude amar a las mujeres inteligentes y feas, ya que se parecían demasiado a mí mismo. Podía amar a las mujeres hermosas y estúpidas, pero cuando, además, eran inteligentes, me sentía en el cielo. Helen du Pray..., ah, sabía que llegaría lejos. Era una mujer muy fuerte, con una voluntad poderosa. Sí, lo intenté, pero nunca lo conseguí, aunque debo decir que fue un raro fracaso en mí. Pero siempre hemos continuado siendo buenos amigos. Eso sí que fue una demostración de talento por su parte, rechazar sexualmente a un hombre y, sin embargo, seguir siendo amiga íntima de él. Es algo muy raro. Fue entonces cuando me di cuenta de que era una mujer realmente ambiciosa.
Christian le tocó la mano, sintiéndola como si fuera una cicatriz.
—Te llamaré o pasaré a verte todos los días —dijo—. Te mantendré al corriente de todo.
Una vez que Christian se hubo marchado,
El Oráculo
estuvo muy ocupado. Tenía que transmitir la información que Klee le había dado al club Sócrates, cuyos miembros eran figuras importantes dentro de la estructura de Estados Unidos. No consideró que eso fuera una traición para con Christian, a quien quería realmente. El amor siempre era algo secundario.Y tenía que hacer algo; su país estaba navegando por aguas peligrosas. Su deber consistía en ayudar a guiarlo hacia cauces tranquilos. ¿Y qué otra cosa podría hacer un hombre de su edad, algo por lo que mereciera la pena vivir? Además, y en honor a la verdad, siempre había despreciado la leyenda de los Kennedy. Ahora se le presentaba una oportunidad de destruirla para siempre.
Finalmente,
El Oráculo
permitió que la enfermera le mimara un poco y le preparara la cama. Recordaba a Helen du Pray con afecto, y ahora sin desilusión. Ella había sido muy joven, con poco más de veinte años y una belleza resaltada con una vitalidad tremenda. Él la había aleccionado a menudo acerca del poder, su adquisición y sus usos y, lo que era más importante, la abstención de utilizarlo. Y ella le había escuchado con la paciencia que se necesita para adquirir poder.
Le dijo que uno de los mayores misterios de la humanidad era la forma en que la gente actúa en contra de sus propios intereses. A menudo la gente arruina su vida por cuestiones de orgullo. La envidia y el autoengaño conducen a las personas por caminos que llevan directamente hacia la nada. ¿Por qué es tan importante para la gente conservar la autoimagen? Había quienes jamás se someterían servilmente, quienes nunca engañarían, mentirían, retrocederían o traicionarían. Había otros capaces de vivir inmersos en la envidia y los celos de los demás, más felices que ellos...
Le había ofrecido una argumentación muy densa, y ella la había comprendido a fondo. Luego lo rechazó y continuó adelante sin su ayuda, para alcanzar su propio sueño de poder.
Uno de los problemas de tener una mentalidad tan clara como una campana, sobre todo cuando se tienen cien años, es que se puede ver la incubación de la villanía inconsciente en uno mismo, descubriéndola a partir del pasado. Se había sentido mortificado cuando Helen du Pray se negó a hacer el amor con él. Sabía que ella tenía otros amantes, y que no era realmente una mujer remilgada. Pero él aún había sido vanidoso a los setenta años, por muy extraño que eso le pareciera.