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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Intrépido (12 page)

—Entendido.

Tal vez el
Resistente
ya se hubiera ido para siempre, si bien a bordo del
Intrépido
aquello era algo que todavía no se sabía con seguridad. Pero no tardaría en saberse, seguro. Geary distrajo su atención de la batalla por un momento, observando como las naves de la Alianza caían en la zona especial del pozo de gravedad que estaba alrededor de aquella estrella que reunía las condiciones adecuadas para permitir la transición hacia el espacio de salto a través del cual se podría llegar a otras estrellas que se encontraban solo a semanas o meses de viaje.

—El plan de la comandante Crésida estipulaba que las naves podrían realizar los saltos hoy a una velocidad máxima de una décima parte de la velocidad de la luz —recordó Geary.

—Correcto —confirmó Desjani.

Los sistemas de transmisión de salto alcanzaron esa posibilidad antes de que la hipernet hiciese detener su investigación y desarrollo.

—Bien —contestó Geary en un tono desprovisto de emoción—. Ninguna de nuestras naves tendrá que ralentizar su marcha para poder hacer el salto.

La
Titánica
estaba a punto de llegar al lugar deseado, pero los vectores de movimiento de las naves síndicas de vanguardia estrechaban la distancia que las separaba a toda velocidad. La nave de caza asesina síndica más cercana, la que había conseguido pasar a duras penas la barrera del
Resistente
, quedó despedazada en enormes fragmentos al recibir el impacto de los espectros lanzados por la escolta de la
Titánica
. Otras naves síndicas intentaban en vano alcanzar la gran nave de la Alianza y se quedaban sin armas de interceptación en el momento de tratar de detener a la
Titánica
y a sus escoltas antes de que se desvanecieran en el punto de salto. Otras naves síndicas más que se encontraban al frente de la flota, todas ellas unidades ligeras, empezaron a desmoronarse al recibir los ataques de artillería de las naves pesadas de la Alianza que todavía no habían realizado el salto. Las naves de caza asesinas síndicas que habían sobrevivido a los ataques frenaron súbitamente y cambiaron a toda prisa los vectores, tratando de inutilizar alguna nave más de la Alianza antes de que pudiera realizar el salto sin ser aniquiladas.

Cuando Geary miró hacia atrás, ya no quedaba nada del
Resistente.
Una zona cada vez más grande de restos y gases en medio de la flota síndica indicaba en qué punto había tenido lugar el deceso.
Que las estrellas te sirvan de guía y que nuestros antepasados te reciban con los brazos abiertos, Michael Geary. Hasta que nos volvamos a encontrar de nuevo en ese lugar.

—Mensaje a todas las naves que queden. Salten lo antes posible. Repito. Salten lo antes posible. Ya, ya, ya.

3

Los saltos espaciales no habían cambiado ni lo más mínimo. Geary sabía que no debería haberse esperado muchos cambios (¿qué podía significar un siglo en estándares humanos dentro de la inmensidad vital del universo?), pero no había podido evitar que le persiguiera el temor de que los nuevos sistemas hipernéticos pudieran ser visibles de algún modo a través del vacío. Por el contrario, el espacio de salto ofrecía la misma vista que conocía: un negro mate interminable que siempre parecía estar a punto de convertirse en gris oscuro. En medio de aquella inmensidad centelleaba algún que otro destello de luz que no seguía ningún patrón conocido y cuya causa, incluso entonces, seguía siendo desconocida.

—Los tripulantes dicen que las luces son los hogares de nuestros antepasados —musitó Desjani.

Geary volvió la vista hacia la capitana.

—Eso mismo decían en mi tiempo —corroboró Geary.

No sentía demasiadas ganas de hablar, pero tenía la sensación de que debía hacerlo. Desjani se había tomado la molestia de ir a visitarlo a aquel gran camarote que en cierta ocasión había pertenecido al almirante Bloch y que ahora era su casa. Geary no añadió que desde que fue rescatado no había sido capaz de mirar al gris infinito del espacio de salto sin que le empezaran a doler los huesos, como si el frío que había experimentado durante la hibernación no lo hubiera acabado de abandonar nunca.

Desjani se quedó mirando al visualizador un momento antes de hablar.

—Algunos de los tripulantes dicen que usted ha estado allí. Donde brillan las luces. Dicen que estuvo esperando allí hasta ahora, hasta el momento en el que la Alianza lo necesitó —apuntó Desjani.

Geary empezó a reírse, incapaz de resistirse a pesar de que era consciente de que el momento no era especialmente distendido.

—Creo que si hubiera tenido alguna opción de elegir —señaló Geary—, no habría escogido jamás regresar en este momento.

—Bueno —rebatió Desjani—, no dicen que usted eligiera el momento. Dicen que usted hacía falta.

—Ya veo. —Geary dejó de reírse y la miró—. ¿Y usted qué cree?

—¿La verdad? —murmuró ella.

—Eso es precisamente lo que siempre quiero oír de usted —ratificó Geary.

Desjani sonrió.

—Está bien —aceptó Desjani—. Creo que si son nuestros antepasados quienes intervinieron directamente en el curso de los acontecimientos y eligieron traerlo a esta flota en el momento en el que lo hicieron, pues bien estuvo.

—Capitana —repuso Geary—, en caso de que no le haya quedado claro todavía, no soy el
Black Jack
Geary del que usted oyó hablar en el colegio.

—No —suscribió Desjani—. Usted es mejor.

—¿Cómo? —espetó sorprendido Geary.

—Lo digo en serio. —La capitana Desjani se inclinó hacia adelante, gesticulando enfáticamente con una mano—. Un héroe legendario puede servir de inspiración, pero no es de mucha ayuda cuando hay que llevar a cabo acciones concretas. No estoy segura de que el
Black Jack
Geary del que siempre oí hablar hubiera sido capaz de conducir a esta flota fuera del sistema de los síndicos. Usted sí lo ha hecho.

—¡Porque todos ustedes piensan que yo soy
Black Jack
Geary! —saltó Geary.

—¡Pero es que usted es ese hombre! —insistió Desjani—. Si no lo fuera, entonces todos los que hubiéramos sobrevivido estaríamos ahora de camino a los campos de trabajo síndicos. Usted sabe que es así. Si no hubiera estado usted aquí, la flota habría sido destruida.

Geary blandió una mueca de disgusto.

—Está dando por sentado que nadie más hubiera estado a la altura de las circunstancias. Piense en usted, o en el capitán Duellos, por ejemplo.

—Los capitanes Faresa y Numos están los dos por encima de mí en cuanto a grado de veteranía, y el capitán Duellos también. Ninguno de los tres me hubiera seguido. Tal vez alguno de nosotros hubiera intentado huir hacia el punto de salto, pero no habríamos sido suficientes para poder tener una oportunidad de sobrevivir a un largo viaje de regreso a casa. No, la flota se habría desmembrado y habría ido pereciendo nave a nave. —Desjani puso cara de angustia, pero inmediatamente volvió a sonreír—. Usted lo evitó.

Geary se encogió de hombros, evitando responder directamente a lo que Desjani estaba planteando.

—¿Me había dicho que tenía algo para mí? —cambió de tercio Geary.

—Sí —respondió Desjani—. Ha recibido un mensaje de la comandante Crésida, de la
Furiosa.

Geary la miró con cierta confusión.

—¿Lo transmitió antes de que saltáramos? —apuntó Geary.

—No. Hace bastante tiempo que se desarrolló un método para transmitir mensajes en el espacio de salto. No podemos emitir flujos de datos de mucha capacidad, pero sí hacer llegar mensajes sencillos —expuso Desjani.

—Oh —musitó Geary.

El capitán reflexionó un momento sobre la expresión «hace bastante tiempo» antes de recordar qué le había llevado a hacer la pregunta.

—¿Qué quiere la comandante Crésida? —Desjani le pasó a Geary una agenda electrónica. Él la miró y leyó el breve mensaje que había en ella—. ¿Ha puesto su cargo a mi disposición?

Desjani meneó la cabeza mientras Geary volvía a alzar la vista hacia ella.

—No he leído el mensaje, capitán Geary. Era algo personal y estaba dirigido a usted.

—Oh. —
Tengo que dejar de decir eso
—. Bueno, pues sí. Pone su cargo a mi disposición por lo que ha ocurrido con el
Resistente.

El mero hecho de mencionar el nombre hizo que los recuerdos recientes le dejaran la misma sensación que una patada en el estómago.

—Pero usted ordenó que…

—El capitán del
Resistente
se ofreció voluntario —aseveró Geary, con una voz que hasta a él le sonó lóbrega—. No. El plan que ella desarrolló precisaba del sacrificio de otra nave para asegurarse de que la
Titánica
llegaba al punto de salto.

Geary se vino abajo, mirando la libreta y preguntándose si iba a necesitar otro chute de medicamentos o si simplemente era que estaba reaccionando al estrés de tener que pensar en lo que había ido mal y en los costes que ello había supuesto.
Crésida lo intentó. Cuando todo el mundo se quedó sentado pensando en cómo planear sus funerales, ella ofreció aquel plan. A Michael Geary le caía bien, creo. Y yo di el visto bueno a aquel plan. Yo.

—No creo que hubiera otra forma de sacar a la
Titánica
de aquí. No con lo que Crésida tenía a su disposición. —Desjani lo observó sin decir ni una palabra—. ¿Puedo escribir mi respuesta aquí?

—Sí —respondió Desjani—. Cuanto más corta mejor, claro.

Geary cogió el lápiz óptico y empezó a escribir.

Para la comandante Crésida, ASN de la Furiosa. Solicitud denegada. Sigue contando con mi entera confianza. Atentamente, John Geary, capitán, ASN.

Geary se la volvió a entregar a Desjani, que le miró interrogante. Geary le hizo una señal para que leyese la respuesta. Al hacerlo, Desjani asintió con la cabeza y después sonrió levemente.

—Justo lo que esperaba de usted, señor —concluyó.

Geary la miró, con una sensación de vacío en su interior. Todo lo que hago lo interpretan como algo que esperarían de
Black Jack
Geary. ¡O alguien incluso mejor que el legendario
Black Jack
Geary! Que nuestros antepasados nos asistan. ¿Por qué no pueden conocerme como lo que soy, igual que me conozco yo a mí mismo?

Pero, en realidad, ¿cuánto los conozco yo a ellos?

Geary volvió a mirar a la capitana Desjani, tratando de verla como si fuera la primera vez.

—Por cierto, ¿cuál es su nombre de pila? —preguntó Geary.

Desjani sonrió un instante.

—Tanya —respondió.

—Creo que no conozco a ninguna otra Tanya —apuntó Geary.

—Hubo un tiempo en el que el nombre se hizo muy popular. Ya sabe cómo funcionan estas cosas. Muchas mujeres de mi generación se llaman Tanya.

—Sí. Los nombres vienen y van, ¿verdad? ¿De dónde es usted? —continuó Geary.

—Kosatka —dijo ella.

—¿De verdad? Yo he estado en Kosatka —aseveró Geary.

Desjani parecía incrédula.

—¿En los bordes o en el interior del sistema? —inquirió Desjani

—En los bordes. —Los recuerdos se desvanecieron y dejaron un fulgor agradable a su paso—. Por aquel entonces era solo un oficial subalterno. Enviaron mi nave a Kosatka dentro de una comitiva oficial que representaba a la Alianza en una boda real. Algo realmente gordo. Todo el planeta se volvió loco con aquella boda y ellos se comportaron de una manera extraordinariamente amable con nosotros. Nunca he bebido ni comido tanto gratis —Geary vio que, a juzgar por su rostro, Desjani no sabía de qué le estaba hablando—. Supongo que no fue algo que pasara a la historia.

—Esto, no. Me imagino que no. —Desjani sonrió cortésmente—. Kosatka ya no le presta tanta atención a la familia real como antes.

Geary asintió con la cabeza, tratando de mantener la sonrisa intacta.

—Supongo que lo que ayer fueron fastos y pompas inolvidables, hoy ya es algo que se olvida con facilidad —agregó.

—No obstante, no estoy segura de que alguien recuerde que usted estuvo en Kosatka. Eso es algo especial. ¿Le gustó? —prosiguió Desjani.

La sonrisa de Geary volvió a ser auténtica.

—Sí. No recuerdo que hubiera ningún enclave espectacular ni nada por el estilo, pero parecía un sitio realmente agradable y acogedor. Parte de la tripulación hablaba incluso de irse a vivir allí cuando se jubilasen. —Geary forzó una carcajada—. Apuesto a que las cosas han cambiado ahora.

—No tanto —repuso Desjani—. Hace mucho tiempo que no paso por casa, pero así es como la recuerdo yo también.

—Claro que sí. Es su casa. —Ambos se quedaron sentados en silencio durante un momento hasta que Geary exhaló pesadamente—. ¿Y cómo está nuestra casa?

—¿Señor? —inquirió Desjani.

—Nuestra casa. La Alianza. ¿Qué aspecto tiene? —especificó Geary.

—Pues… sigue siendo la Alianza. —Desjani meneó la cabeza y su rostro pareció mucho mayor y más cansado que un momento antes—. Ha sido una guerra muy larga. Se han dedicado tantos esfuerzos a lo militar, a construir más naves, más defensas, más fuerzas de infantería… Y han sido tantos los jóvenes que han tenido que meterse en estas cosas… Todos nuestros mundos tienen una riqueza enorme cuando se unen, pero ahora todo eso ha desaparecido.

Geary frunció el ceño y se miró las manos porque no quería ver la cara de Desjani justo en ese momento.

—Dígame la verdad. ¿Van ganando los síndicos?

—¡No! —La respuesta llegó tan rápida que a Geary le dio por pensar que debía de reflejar una especie de fe ciega más que un análisis profesional—. Pero nosotros tampoco —admitió Desjani—. Es demasiado complicado. Las distancias que hay entre las cosas, la capacidad de cada bando para recuperarse de las bajas y reclutar nuevas fuerzas, el equilibrio armamentístico… —Desjani soltó un suspiro—. La guerra lleva mucho tiempo en un punto muerto.

Punto muerto. Tenía sentido, por las razones exactas que le había indicado Desjani. Tanto la Alianza como los Mundos Síndicos eran demasiado grandes como para ser derrotados a no ser que transcurriesen varios siglos de guerra.

—¿De todos modos, por qué cojones empezarían los Mundos Síndicos una guerra que no se puede ganar? —se preguntó Geary.

Desjani se encogió de hombros.

—Ya sabe lo que son. Un estado corporativo dirigido por dictadores que se autoproclaman siervos de un pueblo al que esclavizan. Los mundos libres de la Alianza suponían una amenaza constante para los dictadores de los Mundos Síndicos, ya que no eran sino ejemplos vivientes de que el gobierno representativo y las libertades civiles podían coexistir con un nivel de seguridad y prosperidad superior al que los síndicos podrían siquiera soñar. Por eso la Federación Rift y la República Callas acabaron uniéndose a la Alianza en esta guerra. Si los síndicos consiguen aplastar a la Alianza, irán después a por los mundos libres que queden —vaticinó Desjani.

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