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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Fundación y Tierra (40 page)

BOOK: Fundación y Tierra
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—Pero eso ocurre por culpa de nuestro lenguaje y no de Fallom —repuso Bliss—. Ningún idioma humano ha tenido en cuenta el hermafroditismo. Y me alegro de que hayas suscitado esta cuestión, porque también he pensado mucho al respecto. Decírmelo, como se empeña en hacer Bander, no es ninguna solución. Es un pronombre empleado para designar objetos para los cuales el sexo es irrelevante, y no existe ningún pronombre para objetos que son sexualmente activos en ambos sentidos. Entonces, ¿por qué no elegir arbitrariamente uno de los pronombres? Yo veo a Fallom como una niña. Tiene la voz aguda de las hembras y es capaz de tener hijos, característica vital de la femineidad. Pelorat está de acuerdo. ¿Por qué no lo estás tú también? Dejemos que sea «ella».

Trevize se encogió de hombros.

—Muy bien. Parecerá un poco raro que ella tenga testículos, pero sea como tú quieres.

Bliss suspiró.

—La mala costumbre de tomarlo todo en son de broma es clásica en ti mas como sé que te hallas bajo una fuerte tensión, te lo perdono. Pero emplea el pronombre femenino para Fallom, por favor.

—Lo haré. —Trevize vaciló; pero no pudo contenerse y dijo—: Cada día pareces más la madre adoptiva de Fallom. ¿Es que quieres tener un hijo y crees que Janov no puede dártelo?

Bliss abrió mucho los ojos.

—¡Él no está aquí para eso! ¿Has pensado que le empleo como medio para tener un hijo? En todo caso, ahora no estoy para tener hijos. Y cuando llegue el momento, tendrá que ser un gaiano, algo que Pel no podría proporcionarme.

—¿Quieres decir que tendrás que rechazar a Janov?

—En absoluto, sólo será una separación temporal. Incluso podría tener a mi hijo por inseminación artificial.

—Presumo que sólo lo tendrás cuando Gaia decida que es necesario, cuando se produzca un vacío por la muerte de un fragmento humano gaiano ya existente.

—Es una manera muy cruda de decirlo, pero bastante acertada. Gaia tiene que estar bien proporcionada en todas sus partes y relaciones.

—Lo mismo que los solarianos.

Bliss apretó los labios y su semblante palideció un poco.

—De ninguna manera. Los solarianos producen más de lo que necesitan y destruyen el excedente. Nosotros producimos sólo lo que necesitamos y nunca tenemos que destruir nada. Es como cuando tú sustituyes las capas externas de tu piel, que se están gastando, elaborando otras nuevas sin una célula de más.

—Sé lo que quieres decir —dijo Trevize—. Pero espero que tengas en cuenta los sentimientos de Janov.

—¿En relación con un posible hijo? Nunca hemos discutido ese tema, ni lo discutiremos.

—No, no me refiero a eso. Me choca que cada vez te muestres más interesada por Fallom. Janov puede sentirse postergado.

—No está postergado, y Fallom le interesa tanto como a mí. Ella es otro punto de mutuo compromiso que nos une todavía más. ¿No serás tú el que se siente postergado?

—¿Yo? —dijo él, sinceramente sorprendido.

—Sí, tú. Yo no comprendo a los Aislados más de lo que tú comprendes a Gaia, pero tengo la impresión de que te gusta ser el punto central de atención en esta nave, y puedes sentirte desplazado por Fallom.

—Acabas de decir una tontería.

—No más que tu sugerencia de que estoy descuidando a Pel.

—Entonces, firmemos una tregua. Yo trataré de ver a Fallom como una niña y no me preocupare demasiado de cómo corresponder a los sentimientos de Janov.

Bliss sonrió.

—Gracias. Entonces, todo está bien.

Trevize se volvió, pero Bliss dijo:

—¡Espera!

Trevize la miró y dijo, en tono un poco cansado:

—¿Qué?

—Veo claramente, Trevize, que estás triste y deprimido. No voy a sondear tu mente, pero tal vez quieras explicarme qué es lo que anda mal. Ayer dijiste que había un planeta apropiado en este sistema solar y parecías muy satisfecho. Supongo que todavía está allí. El descubrimiento no fue una equivocación, ¿verdad?

—Hay un planeta adecuado en el sistema y sigue estando allí —dijo Trevize.

—¿Tiene las dimensiones debidas?

Trevize asintió con la cabeza.

—Si es adecuado, es que las tiene. Y también está a la distancia conveniente de la estrella.

—Entonces, ¿qué es lo que anda mal?

—Ahora estamos lo bastante cerca para analizar la atmósfera. Resulta que no tiene ninguna digna de tal nombre.

—¿No tiene atmósfera?.

—Ninguna digna de darle ese nombre. Es un planeta inhabitable, y no hay otro alrededor del Sol que tenga las condiciones mínimas de habitabilidad. El resultado de nuestro tercer intento es igual a cero.

Pelorat, con aire grave, no quería interrumpir el desconsolado silencio de Trevize. Observaba a éste desde la puerta de la cabina-piloto, esperando, por lo visto, que Trevize iniciase una conversación. Pero éste no lo hacía. Parecía haberse encerrado en un obstinado silencio.

Por fin, Pelorat no pudo soportarlo más y dijo, con voz bastante tímida:

—¿Qué hacemos ahora?

Trevize levantó la cabeza, miró a Pelorat un momento, se volvió y dijo:

—Estamos apuntando hacia el planeta.

—Pero si no hay atmósfera…

—El ordenador dice que no hay atmósfera. Hasta ahora siempre me había dicho lo que yo quería oír y yo lo había aceptado. Ahora me ha dicho algo que yo no quiero oír, y voy a comprobarlo. Si el ordenador puede equivocarse alguna vez, espero que sea ésta.

—¿Crees que se equivoca?

—No, no lo creo.

—¿Puedes imaginarte alguna razón de que esté equivocado?

—No, no puedo.

—Entonces, ¿por qué te preocupas, Golan?

Y Trevize se volvió al fin de cara a Pelorat, contraído el rostro casi desesperadamente.

—¿No ves, Janov, que es lo único que puedo hacer? Nos llevamos un chasco en los dos primeros mundos, en lo tocante a la situación de la Tierra, y lo propio parece que va a ocurrir en el tercero. ¿Qué puedo hacer ahora? Acaso ir de un mundo a otro, echarle un vistazo y decir: «Discúlpenme, ¿dónde está la Tierra?» La Tierra ha borrado su pista demasiado bien. No ha dejado huellas en parte alguna. Empiezo a creer que lo ha dispuesto de manera que seamos incapaces de seguir una pista aunque ésta exista.

Pelorat asintió con la cabeza y dijo:

—También yo he estado pensando en eso. ¿Te importa que lo discutamos? Sé que te sientes desgraciado, viejo amigo, y que no tienes ganas de hablar; por consiguiente, si quieres que te deje solo, lo haré.

—Adelante, habla —contestó Trevize, con una voz que parecía un gruñido—. Te escucharé. ¿Acaso puedo hacer algo mejor?

—Realmente, no parece que tengas ganas de que hable, pero quizá nos haga bien a los dos —dijo Pelorat—. Por favor, interrúmpeme cuando creas que no puedes aguantarlo más. A mí me parece, Golan, que la Tierra no tiene que tomar sólo medidas pasivas y negativas para ocultarse. No tiene que borrar simplemente sus huellas. ¿No podría establecer pistas falsas y trabajar activamente para esconderse de esa manera?

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, en varios lugares nos han hablado de la radiactividad de la Tierra, y ese aspecto podría estar encaminado a hacer que se desista de todo intento de localizarla. Si fuese realmente radiactiva, sería inabordable por completo. Ni siquiera seríamos capaces de poner el pie en ella. Ni los robots exploradores, si los tuviésemos, podrían sobrevivir a la radiación. Entonces, ¿por qué buscarla? Y si no es radiactiva, permanece inviolada, salvo en el caso de algún acercamiento accidental, e incluso entonces, podría tener otros medios de ocultarse.

Trevize sonrió forzadamente.

—Aunque parezca extraño, Janov, también yo he pensado así. Incluso se me ocurrió que aquel improbable satélite gigante hubiese sido inventado e incorporado a las leyendas del planeta. En cuanto al gigante gaseoso, con su monstruoso sistema de anillos, es igualmente improbable y puede ser también simulado. Tal vez todo haya sido planeado para que busquemos algo que no existe, de manera que si cruzásemos el sistema planetario correcto y viésemos la Tierra, prescindiésemos de ella porque carece de un satélite grande o de un pariente con tres anillos o de una corteza radiactiva. Al no reconocerla, no soñaríamos siquiera en examinarla. Y todavía me imagino algo peor.

Pelorat pareció abrumado.

—¿Puede haber algo peor?

—Sí, cuando tu mente desvaría en medio de la noche y empieza a registrar el vasto reino de la fantasía buscando algo que puede hacer más profunda tu desesperación. ¿Y si la capacidad de la Tierra para ocultarse es definitiva? ¿Y si nuestras mentes pueden ser cegadas? ¿Y si podemos pasar junto a la Tierra, con su satélite gigante y con su lejano gigante gaseoso con anillos, y no ver nada de ello? ¿Y si lo hemos hecho ya?

—Pero si tú crees esto, ¿por qué vamos a…?

—No digo que lo crea. Estoy hablando de fantasías locas. Seguiremos mirando.

Pelorat vaciló y después dijo:

—¿Durante cuánto tiempo, Trevize? Llegará un momento en que tendremos que renunciar.

—¡Nunca! —repuso enérgicamente Trevize—. Si tengo que pasar el resto de mi vida yendo de un planeta a otro y preguntando: «Por favor, señor, ¿dónde está la Tierra?», lo haré. En cualquier momento, si lo deseáis, puedo llevaros a Bliss y a ti, e incluso a Fallom, a Gaia, y continuar yo solo.

—¡Oh, no! Sabes que yo no te dejaré, Golan, y tampoco lo hará Bliss. Saltaremos contigo de un planeta a otro, si hemos de hacerlo. Pero, ¿por qué?

—Porque yo debo encontrar la Tierra, y porque la encontraré. No sé cómo, pero la encontraré. Ahora, mira, estoy tratando de alcanzar una posición desde la que pueda estudiar el lado iluminado del planeta sin que su Sol esté demasiado cerca; por consiguiente, déjame tranquilo un rato.

Pelorat calló, pero no se marchó. Siguió observando mientras Trevize estudiaba la imagen del planeta, iluminado en más de la mitad, en la pantalla. Pelorat no veía gran cosa, pero sabía que Trevize, en conexión con el ordenador, lo observaba en mejores condiciones.

—Hay una neblina —murmuró Trevize.

—Entonces tiene que haber una atmósfera —exclamó Pelorat.

—Pero puede no ser importante. No lo bastante para que haya vida en él, pero sí para que sople un débil viento que levante polvo. Es una característica muy conocida de planetas con atmósferas tenues. Incluso puede haber pequeños casquetes polares. Ya sabes, un poco de agua convertida en hielo en los polos. Este mundo es demasiado cálido para que haya bióxido de carbono en estado sólido. Tendré que pasar el mapa por el radar. Si lo hago así, podré trabajar con más facilidad en el lado oscuro.

—¿De veras?

—Sí. Hubiese debido probarlo primero, pero con un planeta virtualmente sin aire y, por ende, sin nubes, parecía natural hacer el intento con luz visible.

Trevize guardó silencio durante largo rato, mientras la pantalla se poblaba de reflejos de radar que producían casi la abstracción de un planeta, algo que un artista del período cleoniano habría podido producir. Después, dijo enfáticamente, prolongando el sonido:

—Bien…

Y calló de nuevo.

—¿Qué significa este «bien»? —estalló Pelorat al fin.

Trevize lo miró brevemente.

—No puedo ver ningún cráter.

—¿Ningún cráter? ¿Es eso bueno?

—Inesperado por completo —dijo Trevize, sonriendo—. Y muy bueno. En realidad, puede ser magnífico.

Fallom se hablaba con la nariz pegada al ojo de buey de la nave, desde la cual podía ver un pequeño segmento del universo tal como aparecía a simple vista, sin ser ampliado por el ordenador.

Bliss, que había estado tratando de explicarle qué era aquello, suspiró y dijo a Pelorat en voz baja:

—No sé hasta qué punto lo comprende, querido Pel. Para ella, la mansión de su padre y una pequeña parte de la finca en que se levantaba aquélla era todo el universo. No creo que hubiese salido nunca de noche y visto las estrellas.

—¿De veras lo crees así?

—Si. No me atreví a mostrarle ninguna parte del universo hasta que conoció el vocabulario suficiente para comprenderme un poco, y ha sido un acierto que tú puedas hablar con ella en su propia lengua.

—Lo malo es que no la domino —dijo Pelorat en son de disculpa—. Y el universo es bastante difícil de comprender cuando se ve de pronto por primera vez. Ella me dijo que, si esas pequeñas luces son mundos gigantescos, como Solaria (desde luego, son mucho mayores), no pueden estar flotando en la nada. Dice que deberían caer.

—Y tiene razón, juzgando por sus conocimientos. Las preguntas que hace son sensatas, y, poco a poco, irá comprendiendo. Al menos, tiene curiosidad y no se espanta.

—El caso es, Bliss, que yo también siento curiosidad. Fíjate en cómo cambió Golan al descubrir que no hay cráteres en el mundo al que nos dirigimos. Yo no tengo la menor idea de lo que eso significa. ¿Y tú?

—Ninguna. Sin embargo, él entiende mucho más que nosotros de planetologia. Sólo podemos presumir que sabe lo que está haciendo.

—Ojalá yo lo supiese.

—Bueno, pregúntaselo.

Pelorat hizo una mueca.

—Siempre tengo miedo de importunarle. Estoy seguro de que piensa que yo debería saber todas estas cosas sin necesidad de que él me las diga..

—Eso es una tontería, Pel —dijo Bliss—. Él no vacila en preguntarte acerca de cualquier aspecto de las leyendas y mitos de la Galaxia que considera que pueden serle de utilidad. Siempre estás dispuesto a contestarle y explicárselo; ¿por qué no habría de estarlo él? Ve y pregúntaselo. Si le molesta, tendrá una ocasión de practicar la sociabilidad y ese acto será bueno para él.

—¿Quieres venir conmigo?

—No, por supuesto que no. Voy a quedarme con Fallom y seguir tratando de meterle en la cabeza el concepto del universo. Ya me contarás después lo que él te haya contestado.

Pelorat entró tímidamente en la cabina-piloto. Le encantó observar que Trevize estaba silbando y se hallaba de un claro buen humor.

—¡Golan! —dijo, lo más animadamente que pudo.

Trevize levantó la cabeza.

—¡Janov! Siempre entras de puntillas como si pensaras que es un delito distraerme. Cierra la puerta y siéntate. ¡Siéntate! Mira esto. Señaló el planeta en la pantalla y prosiguió:

—Sólo he encontrado dos o tres cráteres, todos ellos pequeñísimos.

—¿Importa eso mucho, Golan?

—¿Si importa? ¡Claro que importa! ¿Cómo puedes preguntar algo así?

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