Fabulosas narraciones por historias (33 page)

—Pues venga, vamos a rompérsela —propuso inmediatamente Martini. Que le parecía bien, que valía, aceptó Santos; pero lo dijo sin ganas porque tenía la cabeza en otra parte:

—Hablando de otra cosa, Martini; ¿tú crees que Patricio y María Luisa van en serio?

Martini se inclinó sobre la mesa y le miró a los ojos. Por un momento a Santos le pareció que estaba frente a Homero Mur.

—Santos, olvídate de la mujer de Babenberg. Ya sé que te gusta, pero no tienes nada que hacer con ella. Por el momento Patricio sólo le ha tocado los pies; pero dentro de poco le va a tocar el resto. Se nota a la legua. Yo creo que hasta Babenberg lo sabe porque lo de la cena de nochevieja fue escandaloso. Y no seas ridículo, Santos; no pongas esa cara de amante traicionado porque tú no conoces de nada a esa mujer, perdona que te diga; la has visto una vez en tu vida y ni siquiera iba vestida de mujer, sino de cazador.

Santos pensó que tenía razón Pátric: algunas veces Martini se tomaba demasiado en serio su papel de rebelde y se merecía que le dieran una hostia en las collejas.

—Eso lo dirás tú. No tienes ni puta idea de lo que siento por esa mujer ni de mi relación con ella, así que no seas tan espabilado.

Iba a contestarle Martini, cuando alguien los interrumpió:

—¡Eh! ¿Y esas caras tan largas?

Alzaron la vista y vieron a María Catarata completamente empapada. Le hicieron sitio con desgana. Venía habladora y con deseos confesos de encontrarse con ellos. Llevaba días y días buscándolos por todas partes: en Madrid no se hablaba de otra cosa que no fuera la paliza infligida en el cuerpo de Juan Ramón Jiménez, a quien habían dejado medio muerto, y de su expulsión de la Residencia. Santos y Martini se sorprendieron de que unos sombrerazos se hubieran convertido en paliza infligida; y con mal disimulada paciencia contestaron a todas las preguntas de María Catarata. El interrogatorio duró dos rondas de scotch, al cabo de las cuales Martini no lo aguantó más, dijo que se marchaba y se largó. En un periquete, sin saber cómo ni por qué, Santos y su ebriedad se quedaron solos frente a la argentina.

—¿Qué te pasa a vos que tenés esa cara? —le preguntó. Santos estaba lo suficientemente borracho para contestar; pero María Catarata, cuyas percepciones discurrían paralelas a la realidad sin coincidir con ella en ningún punto, creyó que Santos necesitaba más alcohol, y pidió otra ronda para que cantara. Santos, que hubiera hablado de todos modos, se desahogó. Le dijo que estaba locamente enamorado de una mujer que se acostaba día y noche con Patricio; pero que, aunque esto le jorobaba, le jorobaba más haber encontrado a Patricio extrañamente cambiado después de las navidades. Él, Santos, acababa de llegar y le había notado muy lejano, como si nunca hubieran sido amigos.

—¡Figúrate! ¡Él y yo, que hemos pasado tantas alegrías y tantas penas, tanta salud y tanta enfermedad! —exclamó Santos sumergido plenamente en su característico y ebrio delirio sentimental. María Catarata entendía muy bien estas percepciones ultrasensoriales. Él, intentó explicarle, estaba recién llegado de su pueblo; y ésa era una sensación que acompañaba siempre al que regresaba. Se lo decía ella, que acababa prácticamente de venir de la Argentina. Y añadió:

—Además, ¿sabés?, Pátric es un tipo pragmático, camaleónico, demoníaco y mimético. Tan pronto puede ser Pigmalión como Cenicienta; Cenicienta como Tom Sawyer; Tom Sawyer como Rimbaud, Rimbaud como Benavente; Pátric es perro y dragón; dragón y hiena, hiena y león…

—León y cerdo, y ya está bien, por favor —pidió Santos, a quien las esdrújulas y enumeraciones de María Catarata habían terminado por marearle. Las ansias de vomitar le enmudecieron. María Catarata miró sus ojos mortecinos y no pensó que Santos estuviera a un paso de las arcadas, sino que su vida era prosaica y estaba falta de estímulos poéticos:

—Vamos a danzar bajo la lluvia —le propuso.

—¿Ahora? ¿Con la que está cayendo? —fue lo único que acertó a preguntar antes de que la argentina le arrastrara fuera.

Esto, dicho así, queda muy bonito; pero, en realidad, Santos se dejó hacer porque, superada la crisis digestiva, vio claramente que si lograba comportarse como un demente, pasaría, como premio, la noche acompañado, y se preguntó si María Catarata tendría pelos en las tetas.

Caía con tanta violencia el agua sobre el suelo, que tenían que gritar para poder oírse. Era infernal, si es que este adjetivo puede aplicarse a una situación acuática.

—¿No es maravilloso? —preguntó a voces María Catarata abriendo los brazos y mirando al cielo. Lo que son las percepciones: a Santos le parecía que no, que no era maravilloso; pero no dijo nada. Él, que como buen fuentelmongino era propenso a las pulmonías, iba a coger una bien gorda. Se lo dejó entrever. Pero María Catarata (Santos se daría cuenta más tarde) reaccionaba con violencia cuando la obstinada realidad pugnaba por entrar en su vida fabulosa:

—Sos un burgués. Seguro que jugás a la lotería. ¡Sentí la lluvia, sentila nomás! —gritaba María Catarata dando vueltas sobre sí misma con los brazos en cruz. Santos estaba parado frente a ella como un pasmarote, intentando hacer el duende sin resultado. Tenía las manos en los bolsillos del impermeable, los hombros encogidos y el cuello levantado; pero todo era inútil porque sentía cómo sus huesos iban absorbiendo lentamente toda la humedad del mundo. Y todo, por follar. Pues no folló, mira tú por dónde; y además, a la mañana siguiente el gilipollas no podía tenerse en pie de fiebre.

«Estimado Dr. Moore:

»Le escribo para hacerle partícipe de mi experiencia y también, de paso, algunas preguntas. Siempre he pensado que el pueblo hispanoamericano era inferior y nunca lo he considerado digno de atención; pero desde que conocí a Hechicera del Río Bravo, mi imagen estereotipada de este pueblo ha cambiado radicalmente. Yo he sido virgen toda mi vida, hasta que, como he mencionado anteriormente, conocí a Hechicera, que primero me conquistó y después me colonizó. Ella fue durante muchos años la novia de mi amigo Anselmo. Cuando él la dejó, ella se vino abajo, y no volvimos a verla en muchos meses, hasta hace unas semanas concretamente, que coincidimos por casualidad en un bar. La encontré mucho más guapa; le habían crecido las tetas y se le habían quitado todos los granos de la cara. Anselmo, a quien no le gusta recordar el pasado, nos dejó solos. Como yo prefiero las cosas claras, le dije que la encontraba más guapa, que le habían crecido las tetas y que se le habían quitado aquellos horrorosos granos de la cara. Ella me dijo lo mismo a mí (lo de las tetas, no), y con respecto a ella su opinión era que estaba flaquita, flaquita. Para demostrármelo se acarició el pecho por encima de la ropa.

»—Yo creo que tienes bastante carne para tocar —le dije, y ella, que estaba dispuesta a salirse con la suya, me cogió la mano, y se la llevó hasta su abdomen.

»—Vení, tocá —dijo—. Verás como no.

»Yo toqué su tripita, y después bajé hasta las piernas y metí la mano por debajo de la falda.

«Urinarias. Lo más eficaz, rápido, reservado y económico. Ambos sexos. Sin lavajes, inyecciones ni otras molestias, y sin que nadie se entere, sanará rápidamente de la blenorragia, gonorrea (gota militar), cistitis, prostatitis, leucorrea (flujos blancos en las señoras) y demás enfermedades de las vías urinarias en ambos sexos, por antiguas y rebeldes que sean, tomando durante unas semanas cuatro o cinco Cachets Moore por día. Calman los dolores al momento y evitan complicaciones y recaídas. Pida folletos gratis a Farmacia Collazo. Hortaleza, 2. Madrid. Precio 17 pesetas.

«Hechicera me dejaba hacer, riendo. De repente noté que todo se quedaba a oscuras. Al principio me asusté; pero luego me di cuenta de que simplemente había cerrado los ojos y de que eso que se movía dentro de mi boca era la lengua de Hechicera, que además me estaba haciendo una paja por debajo de la mesa.

»—He tenido que esperar a que Anselmo, tu amigo, me deje, para poder hacer lo que siempre he deseado —susurró—. Che, Víctor (yo me llamo Víctor, que no lo he dicho), vámonos de aquí; este lugar me agobia; y además quiero que metas esto.

»Fuera llovía a muerte, y por un instante Hechicera no supo qué hacer. Enseguida reaccionó y se dio cuenta de que debía caminar bajo la lluvia. La voluntad de un hombre es contraria a su erección; y la mía entonces era tan grande que podía colgarme el impermeable. Hechicera se quitó los zapatos, la falda, la blusa y la ropa interior; y se quedó en cueros bajo la lluvia, exhibiendo un cuerpo de ensueño. Estas cosas no te las crees hasta que te pasan. Ella debió de verme tan parado que se arrodilló y me desabotonó la bragueta. Aunque esto debe de ser corriente en la capital, yo, que soy tan de mi pueblo, al ver ese gesto tan masculino que es empuñar una polla y chuparla con la boca a punto de reventar, me excité muchísimo.

»—Jodéme, Víctor; jodéme aquí, ahora, bajo la lluvia —me pidió Hechicera en una pausa que hizo para tomar aire.

«Muchas veces había pensado con quién y de qué manera haría el primer acto de mi vida. Yo, que siempre he sido un gran pajillero, había imaginado un montón de aventuras, pero todas tenían lugar bajo techo y sobre una cama. Jamás imaginé que la primera vez fuera a ser de aquel modo, en plena acera de la calle Torrijos, lloviendo a mares como no había visto llover nunca en mi vida, como si Madrid se hubiera convertido de repente en una ciudad del Trópico. Con los pantalones por los tobillos me puse encima de Hechicera, cuyas piernas me enlazaron, y empecé a cabalgarla como suponía yo que debía de hacerse. Llevé mi boca al lugar donde sin duda debían de estar los pezones. Lo que somos los seres humanos: no quise reconocer que tenían pelos y preferí pensar que era un efecto del agua. Hechicera se dio cuenta de que yo era un potrillo virgen, y trató de dirigirme; pero fue inútil porque derramé a ciegas, sin saber cómo ni adonde. Mis espermatozoides se diluyeron en la lluvia tropical de Madrid, y a saber dónde fueron a parar. La pobre Hechicera se quedó con las ganas.

»Dr. Moore, ¿hay algún modo de curar la eyaculación precoz? ¿Es malo hacer el acto matrimonial en las calles? Y bajo la lluvia, ¿es mejor, peor o indiferente? ¿La sífilis pica? Capaz de haber cogido un pasmo, ¿verdad?

»Víctor (Piscis). Madrid.»

«Historias»,
La Pasión,
30 (febrero de 1924), págs. 23-25.

—Yo no soy especialista, pero no hace falta serlo para darse cuenta de que lo que usted tiene es un principio de pulmonía —opinó Homero Mur. Santos les había pedido a Pátric y Martini que fueran a buscarle; y ellos, olvidando momentáneamente sus diferencias, habían ido de incógnito a por él. Homero Mur no dudó en acercarse al hotel Victoria, reconoció a Santos como mejor supo e instruyó a sus amigos sobre las medicinas que debían comprarle. A Santos le dejó bien claro que tenía que guardar cama. Luego, en conversación más relajada, sentados a horcajadas con el respaldo de la silla por delante, le preguntaron por las cosas en la Residencia. Homero Mur les informó con palabras graves:

—Los supongo enterados de lo de Cristóbal Heado.

No. Ellos no estaban enterados de nada.

—No ha regresado después de las vacaciones de Navidad.

Le explicaron que el Temario había sido expulsado de la Residencia junto a ellos, y que era natural que no hubiera regresado.

—Es lo mismo que dice Pepe Moreno.

—Moreno normalmente miente; pero en este caso tiene razón —observó Patricio.

—En este caso también miente. Estoy convencido de que le han matado —aseguró Homero Mur.

Santos percibió esta frase en la lejanía, a causa de la fiebre. Pero Pátric y Martini la oyeron muy cerca. A Martini le atrajo la idea, y preguntó cómo le habían asesinado.

—En realidad no lo sé; ni siquiera sé dónde está el cadáver, pero tengo la certeza de que le han eliminado. Ustedes conocen a Cristóbal tan bien como yo, o mejor; saben que no es una persona fácil de amedrentar. ¿Realmente creen que, con lo tozudo que era, iba él a abandonar la Residencia así como así, sin volver a dar señales de vida, a causa de una simple expulsión? Ninguno de sus amigos sabe nada de él, hace tiempo que su familia no tiene noticias, y creo que incluso ha puesto ya una denuncia. Yo no tengo esperanzas de que la Guardia Civil encuentre nada.

—Que busquen en Albacete. Estoy seguro de que el Temario está en Albacete con el Vacunin —dijo Patricio riéndose maliciosamente.

—No, no está. Los Republicanos han hecho averiguaciones. Vacunin no sabe nada de él. Les digo que Cristóbal Heado está muerto Y esto, con ser una tragedia, no es lo más grave. Lo más grave es que nunca se sabrá a ciencia cierta quién le ha matado; jamás encontraremos el cadáver. Lo malo es que los asesinos no serán castigados nunca. Y lo peor es que nos cruzamos con ellos todos los días; lo peor es que nos escupen en la cara su impunidad y su prepotencia; lo peor es que pasarán a la historia inmaculados, y nuestros nietos creerán que fueron prohombres, artistas e intelectuales; nadie sabrá que tienen la conciencia y las manos manchadas de sangre y traición. Eso es lo peor. Se lo dije a Santos antes de que los expulsaran, y se enfadó mucho conmigo. Quiero decírselo a ustedes aunque se enfaden también: tengan cuidado porque están ustedes jugando con fuego y con individuos poderosos y sin escrúpulos; gente a la que sus sueños, sus ilusiones y sus vidas no le importan un carajo, por más que les hagan creer lo contrario. Todo el dinero de Babenberg procede por una parte de la venta de armamento a los aliados (operación que ocultó a los alemanes), y por otra de la venta de munición a espaldas de aquéllos. Babenberg es un mercader que compra y vende con la misma pasión cañones y poetas, si es que éstos dan dinero. Babenberg les dijo a Ortega, a Juan Ramón Jiménez, a Moreno, a Jiménez Fraud, a Ramón Gómez de la Serna y a Carlos Hernando: tomen este dinero; hagan cuantas Residencias de Estudiantes quieran, pero a cambio multiplíquenme por diez esta cantidad en un plazo equis; yo aumento mi patrimonio y ustedes pasan a la historia, ¿qué les parece? Ellos dijeron trato hecho y se pusieron manos a la obra. Proyecto: la Generación Poética de los Años Veinte. Prohibido leer novelas; prohibido leer a Galdós; todo el mundo a leer poesía de tuberculosos; si usted quiere ser moderno y estar a la altura de los tiempos, lea literatura vanguardista; si no, está usted acabado y además es de derechas. Pero resulta que ustedes, sin saberlo, con sus bromitas y sobre todo con esa dichosa novela realista que ha escrito usted, Cordero, les están estropeando el negocio. Al parecer, por lo que he oído, su novela es muy buena; pero representa exactamente lo contrario de lo que quieren promocionar, y le tienen miedo; tienen miedo de que sea un éxito. Por eso no la van a publicar nunca. Pero es que, como sigan dando la lata, los van a dejar fuera de circulación, como han hecho con el pobre Cristóbal. Ustedes son los enemigos naturales del barón, y sin embargo él se está haciendo íntimo de ustedes; qué quieren que les diga, me huele mal.

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