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Authors: Brandon Mull

Fablehaven (9 page)

—Es delicioso —contestó Kendra.

—Está hecho con la misma leche que habéis probado hoy en el jardín. La misma que toman las hadas. Prácticamente, es el único alimento que comen. Cuando la bebe un mortal, los ojos se le abren para ver un mundo no visto. Pero el efecto desaparece al cabo de un día. Lena os preparará una taza cada mañana para que podáis dejar de birlársela a las hadas.

—¿De dónde sale? —preguntó Kendra.

—La fabricamos con un procedimiento especial en el granero. Allí dentro tenemos también algunas criaturas peligrosas, por lo que sigue siendo territorio prohibido.

—¿Por qué todo es territorio prohibido? —preguntó Seth, a modo de queja—. Nos hemos adentrado cuatro veces en el bosque y siempre hemos salido bien.

—¿Cuatro veces? —preguntó el abuelo.

—Siempre antes del aviso —puntualizó Seth a toda prisa.

—Bueno, sí, aún no teníais los ojos abiertos para ver lo que realmente había a vuestro alrededor. Y tuvisteis suerte. A pesar de no ver las criaturas encantadas que pueblan el bosque, hay muchos parajes en los que podríais haberos aventurado y de los que no habríais salido vivos. Por supuesto, ahora que podéis verlas, las criaturas que hay allí pueden interactuar con vosotros mucho más fácilmente, así que el peligro es mucho mayor.

—No te ofendas, abuelo, pero ¿ésa es toda la verdad? —preguntó Kendra—. Nos has contado ya un montón de versiones diferentes sobre por qué el bosque es territorio vedado.

—Ya habéis visto a las hadas —replicó él.

Kendra se inclinó hacia delante.

—Puede que la leche nos haya provocado alucinaciones. Puede que fueran hologramas. Puede que tú estés contándonos todo el rato las cosas que tú piensas que nos vamos a creer.

—Entiendo tu preocupación —respondió el abuelo—. Quería protegeros de la verdad sobre Fablehaven, a no ser que vosotros mismos la descubrieseis. No es precisamente el tipo de información que me apetecía soltaros nada más llegar. Ésta es la verdad. Lo que os estoy diciendo ahora es la verdad. Tendréis numerosas oportunidades de confirmar mis palabras.

—Entonces, los animales que vimos en el estanque son en realidad otras criaturas, igual que las mariposas son hadas —dedujo Kendra.

—Exactamente. El estanque puede ser un lugar peligroso. Volved allí ahora, y encontraréis simpáticas náyades que os llamarán para que os acerquéis a la orilla, y para tiraros al agua y que os ahoguéis.

—¡Qué crueles! —exclamó Kendra.

—Depende de cómo lo mires —replicó el abuelo, que extendió las manos—. Para ellas, vuestra vida es tan ridículamente corta que mataros se considera algo absurdo y divertido. No más trágico que aplastar una polilla. Además, tienen derecho a castigar a los intrusos. La isla del centro del estanque es un santuario dedicado a la reina de las hadas. Ningún mortal tiene autorización para pisar ese lugar. Sé de un encargado de la reserva que quebrantó esa norma. Nada más poner el pie en la isla secreta, se transformó en una nube de pelusa de diente de león, ropas incluidas. La brisa lo esparció y nunca más se supo de él.

—¿Por qué quiso ir? —preguntó Kendra.

—La reina de las hadas está considerada como la figura más poderosa de todo este mundo. El encargado se encontraba en serios apuros y acudió para rogarle su ayuda. Por lo visto, no la impresionó.

—O sea, que el hombre no tenía ningún respeto hacia lo que era territorio prohibido —concluyó Kendra, lanzando una elocuente mirada en dirección a Seth.

—Exactamente —reconoció el abuelo.

—¿La reina de las hadas vive en esa islita? —preguntó Seth.

—No. Es sólo un santuario dedicado a ensalzarla. Este tipo de santuarios abundan en la finca, y todos ellos pueden ser peligrosos.

—Si el estanque es peligroso, ¿por qué cuenta con un cobertizo lleno de botes? —preguntó Kendra.

—Un encargado anterior de la reserva sentía fascinación por las náyades.

—¿El diente de león? —preguntó Seth.

—Otro —respondió el abuelo—. Es una larga historia. Preguntadle a Lena alguna vez; creo que ella la conoce bien.

Kendra cambió de posición en aquella enorme silla.

—¿Por qué vivís en un lugar tan espeluznante?

El abuelo apoyó los brazos cruzados en el escritorio.

—Sólo da miedo si te metes en los lugares en los que no debes estar. Toda esta reserva es terreno consagrado, gobernado por leyes que las criaturas que moran aquí no pueden violar. Sólo en este suelo sagrado los mortales pueden interactuar con estos seres con cierto grado de seguridad. Siempre que los mortales se queden en su territorio, estarán protegidos por los estatutos fundacionales de la reserva.

—¿Estatutos? —preguntó Seth.

—Acuerdos. En concreto, un tratado ratificado por todos los seres del mundo de la fantasía que moran aquí, un tratado que estipula un nivel de seguridad para los cuidadores mortales. En un mundo en el que el hombre mortal se ha convertido en la fuerza dominante, la mayoría de las criaturas encantadas ha huido a refugios como éste.

—¿En qué consisten esos estatutos? —preguntó Kendra.

—Los detalles concretos son complejos, con gran número de limitaciones y excepciones. En términos generales, se basan en la ley de la cosecha, la ley de la retribución. Si no molestas a las criaturas, ellas no te molestarán a ti. Es lo que te garantiza protección cuando no eres capaz de verlas. Al no poder interactuar con ellas, en general, ellas se comportan del mismo modo contigo.

—Pero ahora podemos verlas —observó Seth.

—Motivo por el cual debéis ser cautos. Las premisas fundamentales de la ley son: daño por daño, magia por magia, violencia por violencia. Ellas no iniciarán los problemas, a no ser que vosotros quebrantéis las normas. Tenéis que abrir vosotros la puerta. Si las acosáis, estaréis abriendo la puerta a que ellas os acosen a vosotros. Hacedles daño, y ellas podrán haceros daño a vosotros. Utilizad magia con ellas, y ellas usarán la magia con vosotros.

—¿Que utilicemos magia? —preguntó Seth, entusiasmado.

—Se supone que los mortales no están hechos para usar la magia —respondió el abuelo—. Nosotros somos seres «no mágicos». Pero he aprendido unos cuantos principios prácticos que me ayudan a resolver algunas situaciones. Nada del otro mundo...

—¿Puedes convertir a Kendra en un sapo?

—No. Pero ahí fuera hay seres que sí podrían. Y yo no sería capaz de devolverla a su estado original. Por eso necesito terminar lo que estoy diciendo: violar las normas puede incluir entrar en lugares en los que no tenéis permiso. Hay unas fronteras geográficas establecidas que ciertas criaturas pueden cruzar y que otras, entre las que se cuentan los mortales, no tienen permiso para franquear. Las fronteras funcionan como una manera de contener a las criaturas más siniestras sin provocar alboroto. Si entráis allí donde no debéis, podríais abrir la puerta a feroces reacciones de parte de poderosos enemigos.

—O sea, que al jardín sólo pueden pasar criaturas buenas —dedujo Kendra.

El abuelo adoptó un semblante muy serio.

—Ninguna de estas criaturas es buena. No del modo que nosotros entendemos por bueno. Ninguna es inofensiva. Gran parte de lo moral es propio de los mortales. Las mejores criaturas que hay aquí son, simplemente, no malvadas.

—¿Las hadas no son inofensivas? —preguntó Seth.

—No están ahí para hacer daño a nadie, pues de lo contrario no les permitiría estar en el jardín. Supongo que son capaces de actos buenos, pero normalmente no los harían por lo que nosotros consideraríamos «los motivos adecuados». Tomemos el caso de los duendes. Los duendes no arreglan las cosas para ayudar a la gente. Arreglan cosas porque se lo pasan bien arreglando cosas.

—¿Las hadas hablan? —preguntó Kendra.

—A los humanos, no mucho. Tienen un idioma propio, pero rara vez hablan entre sí, salvo para intercambiar insultos. La mayoría no se digna nunca emplear el lenguaje de los humanos. Todo lo consideran inferior a ellas. Las hadas son unas criaturas presumidas y egoístas. Os habréis dado cuenta de que he dejado sin agua todas las fuentes y todos los bebederos de pájaros del jardín. Cuando están llenos, las hadas se reúnen a contemplar su reflejo el día entero.

—¿Kendra es un hada? —preguntó Seth.

El abuelo se mordió el labio y clavó la vista en el suelo, tratando evidentemente de reprimir una carcajada.

—Un día sacamos un espejo al jardín y se agolparon a su alrededor —le explicó Kendra, haciendo caso omiso, forzadamente, tanto al comentario como a la reacción—. No entendía qué demonios estaba pasando.

El abuelo recobró la compostura.

—Exactamente el tipo de alarde que yo trataba de evitar al vaciar todos los bebederos. Las hadas son sumamente engreídas. Fuera de una reserva como ésta, no permitirían que un mortal posase siquiera los ojos en ellas. Dado que consideran que mirarse a sí mismas es el colmo de los deleites, niegan ese placer a los demás. La mayoría de las ninfas tiene la misma mentalidad.

—¿Por qué aquí no les importa? —quiso saber Kendra.

—Sí que les importa. Pero no pueden esconderse cuando bebéis su leche, por lo que han llegado a acostumbrarse, a su pesar, a que los mortales las veamos. Hay veces en que me tengo que reír. Las hadas fingen que no les importa lo que los mortales pensemos de ellas, pero vosotros intentad hacerle un cumplido a una: se ruborizará, y las demás se apiñarán a su alrededor esperando su turno. Cualquiera diría que les da vergüenza.

—Yo creo que son preciosas —afirmó Seth.

—¡Son bellísimas! —coincidió el abuelo—. Y pueden resultar útiles. Ellas se ocupan de casi todas las labores de jardinería. Pero ¿buenas? ¿Inofensivas? No tanto...

Kendra apuró lo que le quedaba de chocolate.

—Así pues, si no nos metemos en el bosque ni entramos en el granero, y no molestamos a las hadas, ¿se portarán bien?

—Sí. Esta casa y la explanada que la rodea son los lugares más protegidos de Fablehaven. Aquí sólo pueden venir las criaturas más amables. Por supuesto, unas cuantas noches al año todas las criaturas campan por sus respetos, y precisamente dentro de poco tendrá lugar una de ellas. Pero ya os contaré más detalles cuando llegue el momento.

Seth se arrimó rápidamente a la mesa.

—Quiero que nos cuentes cosas sobre las criaturas maléficas. ¿Qué hay ahí fuera?

—Por el bien de tus posibilidades de conciliar el sueño por las noches, voy a callarme esa información.

—Yo vi a esa extraña vieja. En realidad, ¿era otra cosa?

El abuelo agarró con fuerza el borde del escritorio.

—Aquel encuentro es un aterrador ejemplo de por qué el bosque es un lugar prohibido. Podría haber resultado desastroso. Te arriesgaste a entrar en una zona muy peligrosa.

—¿Es una bruja? —preguntó Seth.

—Lo es. Se llama Muriel Taggert.

—¿Cómo es posible que pudiera verla?

—Las brujas son seres mortales.

—Entonces, ¿por qué no te deshaces de ella? —le sugirió Seth.

—La choza no es su casa. Es su prisión. Ella encarna los motivos por los que explorar el bosque es una insensatez. Hace más de ciento sesenta años su marido fue el encargado de la reserva. Ella era una mujer inteligente y encantadora. Pero se hizo asidua visitante de algunos de los rincones más oscuros del bosque, donde tuvo tratos con criaturas sucias y desagradables. Ellas le enseñaron. Al cabo de poco tiempo se prendó del poder de la brujería y aquellos seres empezaron a ejercer una influencia considerable sobre ella. Se volvió inestable. Su marido trató de ayudarla, pero ya había enloquecido demasiado.

»Cuando intentó ayudar a algunos de los repugnantes moradores del bosque con un plan de traición y rebelión, su marido pidió auxilio y consiguió que la encarcelasen. Lleva cautiva en esa choza desde entonces, sujeta por los nudos de la cuerda que viste. Que su historia os sirva como otra advertencia más: no tenéis nada que hacer en ese bosque.

—Lo capto —respondió Seth, con expresión solemne.

—Ya basta de parlotear sobre normas y monstruos —exclamó el abuelo, poniéndose en pie—. Tengo cosas que hacer. Y vosotros tenéis un nuevo mundo para explorar. Se acaba el día, salid a aprovecharlo al máximo. Pero permaneced en el jardín.

—¿A qué te dedicas durante todo el día? —quiso saber Kendra, mientras salían del estudio al lado del abuelo.

—Oh, tengo muchas tareas que atender para mantener todo esto en orden. Fablehaven alberga gran cantidad de extraordinarias maravillas y deleites, pero exige mucho mantenimiento. A lo mejor podríais acompañarme alguna vez, ahora que ya conocéis la verdadera naturaleza del lugar. Son trabajos mundanos en su mayor parte. Creo que lo pasaréis mejor jugando en el jardín.

Kendra puso una mano en el brazo del abuelo. —Yo quiero ver el máximo de cosas posible.

Capítulo 6. Maddox

Kendra despertó de golpe con las sábanas por encima de la cabeza, como si estuviera dentro de una tienda de campaña. Se suponía que debía sentirse nerviosa por algo. Tenía la sensación de estar en la mañana de Navidad. O en un día en que no iría al colé porque se marchaban con toda la familia a un parque de atracciones. No: estaba en casa del abuelo Sorenson. ¡Las hadas!

Se quitó las sábanas de encima. Seth yacía con el cuerpo totalmente retorcido, el pelo alborotado, la boca abierta y las piernas enredadas en la ropa de cama. Aún dormido como un tronco. Se habían quedado levantados hasta altas horas, hablando sobre los acontecimientos del día, casi como si fueran un par de amigos, más que hermanos.

Kendra rodó sobre sí misma para levantarse de la cama y se acercó a la ventana en silencio. El sol asomaba por el horizonte oriental, bañando con destellos dorados las copas de los árboles. Cogió algunas prendas sin prestarles mucha atención, bajó al cuarto de baño, se quitó el camisón y se vistió para la jornada.

Abajo, la cocina estaba desierta. Kendra encontró a Lena fuera, en el porche, haciendo equilibrios sobre un taburete. Estaba colgando un móvil de los que hace sonar el viento. Había colgado ya unos cuantos a lo largo del porche. Una mariposa revoloteó alrededor de uno de los móviles, produciendo una sencilla y dulce melodía.

—Buenos días —saludó Lena—. Te has levantado pronto.

—Es que estoy tan ilusionada aún con todo lo de ayer...

Kendra echó un vistazo al jardín. Las mariposas, los abejorros y los colibríes estaban ya haciendo de las suyas. El abuelo tenía razón: muchos se apiñaban alrededor de las fuentes y los bebederos ahora llenos, a admirar su reflejo.

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