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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Histórico

Episodios de una guerra (15 page)

Era el día de Navidad y Jack, Stephen y Babbington comieron con el capitán Lambert y el general Hislop y su edecán. Fue una comida abundante, compuesta de gansos, pasteles y pudín, pero Jack notó que Lambert miraba angustiado la botella del espantoso vino y sintió pena por él. Jack también había sido un capitán sin más dinero que el de su paga que se veía obligado a invitar a huéspedes sedientos y de apetito voraz. Los soldados estaban bastante alegres, aunque el general Hislop habló del efecto perjudicial que los recientes acontecimientos tendrían en la India, donde la fuerza moral era tan importante. Y los demás hicieron lo que pudieron. Pero, a pesar de la fingida alegría, no fue un banquete agradable, y Stephen se alegró cuando el capitán Lambert se brindó a enseñarles la fragata.

Tardaron mucho en recorrerla, puesto que Jack y Lambert se detuvieron delante de cada uno de los cañones de dieciocho libras, las carroñadas de treinta y dos libras y los cañones largos de nueve libras para hablar de sus cualidades. Pero por fin terminaron y Jack y Stephen se fueron a la cabina de trabajo del oficial de derrota. Se sentaron y empezaron a comerse las galletas que tenían en los bolsillos, pues ambos podían estar comiendo siempre y lo hacían mecánicamente.

Su futuro estaba claro. La
Java
había capturado una presa, un mercante norteamericano bastante grande, e iba a reunirse con ella en las inmediaciones de Salvador, donde ambos barcos iban a repostar agua. Esa presa, el
William
, era una embarcación lenta y el capitán Lambert la había dejado atrás para perseguir al navío portugués que la
Java
había alcanzado cuando el cúter la había visto. Ellos se pasarían al
William
dentro de unos días y se irían en él a Halifax o se embarcarían en otro barco en Salvador y se irían directamente a Inglaterra. La
Acasta
todavía estaba haciendo el bloqueo de Brest al mando de un capitán suplente, Peter Fellowes, que la mantendría en actividad hasta que llegara Jack.

—Me alegro de que Lambert haya conseguido por fin una presa decente —dijo Jack—. Es un hombre desafortunado y, sin embargo, no existe ninguno que necesite más el dinero que él, pues tiene media docena de hijos y su esposa está enferma. Nunca ha tenido suerte. Si capturaba un mercante, era capturado por otros antes de que lo llevara hasta Inglaterra y de los tres navíos enemigos que apresó, dos se hundieron delante de sus propios ojos y el tercero no fue comprado por el Gobierno para la Armada porque lo había dañado mucho con los disparos. Luego permaneció en tierra un par de años, viviendo en posadas de Gosport con toda su familia, en una situación condenadamente difícil. Y ahora le han asignado la
Java
, y estar al mando de ella es muy caro. Está ansioso por luchar contra los norteamericanos, como todos nosotros, pero le han ordenado ir a Bombay con un montón de huéspedes en el barco, por lo que no tendrá ni la oportunidad de destacarse ni muchas posibilidades de capturar presas. Podrían haber enviado a Hislop en uno de los barcos que hacen el comercio con India. Ha sido una crueldad atarle las manos a un tipo como Lambert, que es uno de los capitanes que mejor sabe luchar de toda la Armada. ¡Y qué tripulación le han dado!

—¿Qué ocurre con los tripulantes? ¿No están contentos con él? ¿Son rebeldes?

—No, no, parece que son hombres leales. ¡Dios les proteja! Sin embargo, no creo que haya entre ellos ni cien buenos marineros. No me explico cómo consiguieron apresar el
William
, pues muchos de ellos son campesinos y tipos de baja ralea. Pocas veces he visto bajar los mastelerillos con tanto desorden. Al verlo me acordé de nuestros primeros días en el
Polychrest
. Y en cuanto a los cañones de proa, cuando llamaron a todos a sus puestos… Pero no es justo criticar a Lambert y a sus oficiales. Sólo hace cuarenta días que salieron de Spithead y tuvieron mal tiempo durante los primeros veinte, así que no han tenido tiempo de adiestrar a los hombres en el manejo de los cañones. Seguro que lo harán más adelante, pues Lambert da mucha importancia a la artillería y Chads, el primer oficial, se guía por principios científicos y le encantan los cañones.

—¿Por qué motivo cuando tú sugeriste hacer una descarga de verdad, real, Lambert dijo que había que respetar la norma y que ya le habían reprendido por sobrepasar la cantidad permitida?

—Es que en la Armada hay una norma estricta que establece que durante los primeros seis meses de una misión, un capitán no puede disparar al mes una cantidad de balas superior a un tercio del número de cañones de su barco y después de los seis meses, no más de la mitad de esa cantidad.

—Entonces tú has violado esa norma casi todos los días, porque recuerdo muy pocas veces en las que no hayas ordenado disparar los cañones después de llamar a todos a sus puestos. Ya veces has hecho disparar todos juntos, los de ambos costados, a la vez que las armas ligeras desde las cofas, usando incluso los grilletes giratorios.

—Sí, pero usaba balas y pólvora que había conseguido como botín o que había comprado. La mayoría de los capitanes que pueden permitirse comprarlas y dan importancia a la artillería, se saltan la norma. Lambert no puede permitírselo, y aunque Chads sí podría permitírselo, no puede demostrar que tiene ventaja sobre él.

—Así que el señor Chads es rico… ¿Ha conseguido muchos botines?

—Que yo sepa, no. Encontró un modo más sencillo de hacer dinero: rescató a la única hija de un rico mercader turco con gran valentía, en un coche tirado por cuatro caballos. Según dicen, consiguió treinta mil libras.

El señor Chads era rico, pero no orgulloso ni impaciente. Varios días después, cuando habían avistado las montañas de Brasil y esperaban encontrar de un momento a otro al
William
, Stephen le vio una mañana muy temprano en la proa, explicándole a una brigada de artilleros, dispuestos pero muy tontos, cómo debían apuntar los cañones. Les repitió una y otra vez a ellos y al guardiamarina encargado de la brigada cómo sacar, guardar, cargar, apuntar y disparar los cañones. Él mismo movía los aparejos y el espeque y trataba de que aprendieran a elevarlos, a hacer un disparo de punto en blanco y a apreciar la diferencia entre los disparos hechos cuando el barco subía en el balanceo y cuando bajaba y les alababa por el esfuerzo que realizaban. Logró evitar que las cureñas les destrozaran los pies a dos de los campesinos más torpes y prometió que dentro de poco dispararían de verdad una andanada a un blanco. Por último, les enseñó cómo colocar los pesados cañones de dos toneladas tras las portas y cómo atarlos para que no rodaran de un lado a otro de la cubierta. Luego, secándose la cara, fue hasta donde estaba el doctor y dijo:

—Lo harán muy bien. Son hombres buenos, sensatos y tenaces.

—Sin duda, es necesario saber apreciar las distancias, los ángulos y las direcciones para elegir el momento adecuado para disparar un cañón cuando están en movimiento la cubierta y el objetivo.

—Así, es, doctor, así es —dijo Charles—, pero es asombroso lo que puede hacer la práctica. Algunos hombres aprenden enseguida, pues sólo hay que usar la vista y el tacto, y después de un par de meses ya disparan extraordinariamente bien a mil yardas de distancia.

—¡Cubierta! —gritó el serviola desde lo alto con un tono tranquilo—. ¡Barco por la amura de estribor!

—¿Es el
William
? —preguntó el oficial de guardia.

—Es el
William
, señor —respondió el serviola después de una pausa—, y se acerca con rapidez.

Chads miró hacia la remota costa brasileña, situada al oeste, y dijo:

—Estoy contento de que la presa se haya reunido con nosotros, pues en su tripulación hay dos de mis mejores artilleros y un campesino que ha hecho grandes progresos, pero lamento que se vayan usted y los demás tripulantes del
Leopard.

—También yo lo lamento. Me hubiera gustado volver a ver su invento y conocer algunos detalles que no pude entender bien.

El señor Chads había inventado un dispositivo para hacer más precisos los disparos de los cañones en la mar, el cual podía ser manejado por cualquiera con un poco de inteligencia, y había pasado la tarde del jueves explicándole su funcionamiento a Stephen.

—Pero creo que será mejor que recoja mis pertenencias —añadió.

Y no eran pocas. Los oficiales de la
Java
habían agasajado a los tripulantes del
Leopard
y Stephen tenía ahora más pañuelos que nunca. Pero aquella palabra le había hecho recordar sus especímenes perdidos, si bien trató de olvidarlos inmediatamente. Una mujer a quien apreciaba mucho le había dicho una vez que era absurdo pensar en el pasado si no era agradable y él trataba de seguir esa recomendación, pero no le servía de mucho porque aquel triste recuerdo continuaba acudiendo a su mente. Tampoco le había servido de mucho a la dama en cuestión, porque la pena la consumía desde que había muerto su primo Kevi, un joven que servía en el Ejército austriaco.

Tardaba mucho en empaquetar sus cosas y no lo hacía bien. Si Killick no hubiera ido a ayudarle, después de haber hecho el equipaje de Jack, Stephen habría estado mirando los pañuelos, las corbatas y los calzoncillos gruesos hasta que el toque del tambor anunciara la cena.

—Vamos, señor, dese prisa —dijo Killick malhumorado—. El
William
ya ha llegado. No encontraremos una cabina decente si no se da prisa. El señor Babbington, el señor Byron y los malditos cadetes están corriendo por el mercante como hurones y se cogerán todas las cabinas decentes.

Entonces le dio la vuelta a la bolsa de tela.

—Así no está bien —dijo y empezó a meter las cosas otra vez con movimientos rápidos y sin hacer ruido y su mal humor se cambió en amabilidad—. Hay mucho jaleo en cubierta, señor. Hay un barco en alta mar y todos en el alcázar están mirándolo con sus telescopios. Algunos dicen que es un barco portugués.

—¿Qué tipo de barco?

—Un antiguo barco de línea al que le han reducido la altura cortándole la cubierta superior. Tiene una sola fila de cañones. Seguro que conoce usted ese tipo de barcos. Pero Bonden ha estado en el tope durante las últimas horas y jura que es la
Constitution
porque la ha visto e incluso subió a bordo de ella para visitar a su amigo Joe Warren cuando estaba en el Mediterráneo, jugando con los países islámicos. Pero no se preocupe, señor, porque usted estará a salvo. Se encontrará a bordo del
William
y,además, en una cabina decente, dentro de cinco minutos, o me dejo de llamar Preserved Killick.

Nadie en el alcázar estaba tan seguro como Bonden, pues a esa distancia era fácil equivocarse al determinar la identidad y el tamaño de una embarcación y había muchas posibilidades de que aquel fuera el barco portugués que, como todos sabían, estaba navegando por aquellas aguas. No obstante eso, cuando Stephen llegó allí encontró una atmósfera de optimismo y esperanza. Incluso su colega, el señor Fox, un hombre de mediana edad, taciturno y encorvado, se había transformado y ahora parecía tener la misma edad que sus ayudantes, le brillaban los ojos y estaba erguido. Volvió su rostro enrojecido hacia Stephen y dijo:

—¡Qué alegría, doctor Maturin! ¡Parece que el enemigo está a sotavento!

Stephen miró hacia el suroeste y vio los blancos destellos de unas velas y oyó que el capitán Lambert le decía a Jack:

—Sólo es una posibilidad, desde luego, pero me acercaré para echarle un vistazo. Tal vez a usted y a sus hombres les gustaría pasarse al
William
ahora. Voy a enviarlo a Salvador.

—Creo que hablo también por los tripulantes del
Leopard
cuando digo que sufriría una gran decepción si tuviera que irme ahora y que preferiría quedarme —dijo Jack con una sonrisa.

—Así es, señor —dijo Babbington.

—Es cierto —dijo Byron—. Es cierto.

Aunque eso era lo que Lambert esperaba, las palabras le llenaron de satisfacción y las acogió con una sonrisa. Luego ordenó virar.

La fragata viró despacio, describiendo una suave curva, y se situó con el viento por babor, al igual que el barco desconocido, que continuaba alejándose hacia alta mar. El
William
también viró, pues ambos debían seguir el mismo rumbo hasta que doblaran un cabo un poco más al sur, pero era un barco lento y la
Java
lo dejó atrás en cuanto los tripulantes largaron las juanetes e inclinaron las vergas de las sobrejuanetes.

En la
Java
había muchos buenos marineros, eso estaba claro, pues las vergas de las sobrejuanetes habían subido con bastante rapidez. Jack bajó a buscar su telescopio y cuando en la jarcia ya quedaban pocos hombres, subió hasta la cruceta para observar el distante barco. Se detuvo en la cofa, pues aunque había perdido cincuenta y seis libras, según la pesa del contador, le parecía que llevaba a cuestas un gran peso; era obvio que todavía no había recuperado sus fuerzas, a pesar de que llevaba días comiendo bien. Pero no podía ver nada desde la cofa porque se lo impedía el velacho, así que después de un rato siguió subiendo. Llegó por fin a la cruceta y notó que estaba empapado en sudor. «Haría el ridículo si me desplomara sobre ellos», pensó mientras miraba hacia el abarrotado alcázar, ahora tan lejano. Desde esa altura, el alcázar parecía más estrecho y las chaquetas rojas de los infantes de marina, las camisas blancas de los apresurados marineros, las chaquetas azules de los oficiales y la chaqueta negra del pastor, que brillaban a la luz del sol, parecían motas. Sin embargo, no había muchas posibilidades de que se cayera, pues había estado tantas veces en aquel aireado lugar que podía asirse tan firmemente como un mono. Sin pensarlo siquiera, se puso en la posición cómoda en la que se colocaba cuando era guardiamarina y se descolgó el telescopio del hombro. El viento del noreste soplaba con fuerza, por lo que la
Java
había podido alcanzar más de nueve nudos de velocidad, y mientras Jack extendía el telescopio hasta su máxima longitud, se preguntaba cuánto tiempo mantendría Lambert desplegadas las sobrejuanetes. La fragata tenía tendencia a hundir la proa, como todas las embarcaciones francesas en que Jack había navegado, y él hubiera preferido que tuviera desplegadas las alas bajas y las altas, pero era Lambert quien debía decidir en ese asunto. El tenía su propio criterio sobre cómo gobernar un barco y también sobre cómo entablar un combate.

Se agachó para mirar por debajo de la tensa juanete de proa, dirigió el telescopio hacia el barco desconocido, lo enfocó y estuvo mirándolo atentamente largo tiempo. Sí, era una fragata, no había duda, y estaba situada por la amura de estribor de la
Java
yse adentraba en el océano. No podía contar sus portas, pero enseguida advirtió que estaban muy altas, lo que le hacía suponer que era una embarcación potente, grande y muy estable. Aunque también llevaba desplegadas las sobrejuanetes, no se inclinaba a causa de la fuerza del viento, lo cual era otro indicio de que era muy estable. Tal vez navegaba a la mayor velocidad que podía, pero a juzgar por su estela ancha y turbulenta, la velocidad no era muy grande y seguramente la
Java
podría darle alcance. Sin embargo, no tenía desplegadas las alas bajas de barlovento ni las bonetas ni las monteras, por lo que no era una embarcación que huía sino que intentaba atraer a la
Java
para que se alejara de la costa y del
William
—que podría ser su aliado y combatir como un barco de guerra— para que se adentrara en el océano, donde tendrían todo el espacio del mundo. Jack asintió con la cabeza y pensó que aquella era una buena jugada y que el hombre que estaba al mando de la fragata la gobernaba bien.

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