Read El Séptimo Secreto Online
Authors: Irving Wallace
Tovah presentó a Kirvov al hombre que estaba esperando, un tipo más alto que Kirvov, con las facciones bronceadas y regulares de un actor de cine o un atleta.
Tovah dijo:
—Nicholas, quiero que conozcas a Chaim Golding, un amigo de Berlín. —Y dirigiéndose a Golding dijo—: Éste es Nicholas Kirvov de Leningrado. Ya te he hablado de él. El perseguidor de Hitler.
Golding dio un paso al frente para estrecharle la mano, pero Kirvov sostuvo su mano sólo un momento, y luego volviéndose hacia Tovah dijo:
—Escucha, Tovah. No tengo tiempo para relaciones sociales ahora. Quizás en otra ocasión. De momento hay problemas. Emily ha desaparecido. No sé qué ha pasado. Debo localizar a Rex y acudir a la policía. Te lo contaré todo cuando estemos solos. —Lanzó a Golding una mirada de nerviosismo y disculpa al mismo tiempo—. Esto es... un asunto privado. Ahora debo marcharme.
Tovah le volvió a agarrar por el brazo y dijo:
—¿Avisar a la policía? Ni hablar... Siéntate. El señor Golding conoce a la policía.
—Pero...
—Siéntate —insistió Tovah en un tono autoritario que Kirvov nunca le había oído—. Puedes hablar delante de Chaim Golding. —Dirigió a Golding una mirada interrogativa, y éste asintió con un movimiento de cabeza. Tovah continuó diciendo a Kirvov—: Si tenemos problemas, el señor Golding nos será más útil que la policía de Berlín. —Luego añadió bajando la voz—: Nicholas, Chaim Golding es del Mossad, y yo también.
Kirvov se mostró desconcertado por un momento.
—¿Del Mossad?
—Servicio de inteligencia israelí —dijo Tovah—. Yo soy periodista, es cierto, pero es sólo mi cobertura como agente del Mossad. Chaim Golding es mi jefe inmediato, director de la importante sección de Berlín.
Kirvov expresó un destello de reconocimiento.
—Mossad. Quieres decir, la operación Entebbe y todo eso. Sí he leído cosas sobre vosotros. — Se sentó en el borde de una silla—. Sin embargo, la policía...
—No te preocupes por la policía —dijo Tovah, sentándose y haciendo una pausa mientras Chaim Golding se instalaba en su silla enfrente a ellos—, el Mossad local del señor Golding es más poderoso... y de más confianza que la policía de Berlín. Ahora cuéntanos qué pasó con Emily.
Kirvov empezó a resistirse de nuevo:
—No creo que haya tiempo para esto...
—Tiene que haber tiempo —insistió Tovah—. Debemos hablar antes de actuar. No tenemos opción. Dinos cuándo viste por última vez a Emily.
Kirvov explicó rápidamente lo que había pasado desde que él y Emily se separaron de Tovah en la Ku'damm.
—Vine directamente aquí para informar a Rex, y avisar a la policía para que fuerce la entrada, entre en el local e investigue.
—La policía no forzará la entrada ni investigará nada —dijo Tovah terminantemente—. Son los últimos a quienes debe comunicarse esto.
Kirvov estaba absolutamente perplejo.
—¿Qué quieres decir?
Tovah dijo con firmeza:
—Cuando Emily y tú os marchasteis para seguir a Evelyn Hoffmann, yo perseguí a su amigo Wolfgang.
—¿Sí? ¿Y qué pasó?
—Le seguí directamente hasta un edificio de cuatro plantas en Platz der Luftbrücke 6 —dijo Tovah—. Sobre la entrada del edificio había un letrero. Decía: «Der Polizeipräsident in Berlin.» ¿Entiendes lo que significa, Nicholas?
—La jefatura de la policía de Berlín.
—Sí, y en seguida descubrí que el hombre al que seguía era Wolfgang Schmidt, el jefe de policía. ¿Comprendes lo que estoy diciendo? El jefe de la policía de Berlín está relacionado con la Hoffmann. La misma mujer que había visitado a Klara Fiebig, la antigua propietaria de tu cuadro de Hitler. Muy sospechoso. Como periodista autorizada, no tuve problemas para pasar del mostrador de información, en donde supe la identidad de Schmidt, al departamento de publicidad. Salí con un retrato muy encantador del jefe Wolfgang Schmidt. Por supuesto, se lo pasé a Chaim Golding.
Golding dio señales de vida, se inclinó en su silla, y dijo a Kirvov en voz baja:
—Schmidt pudo entrar en la policía de Berlín y ascender hasta su cargo después de la guerra porque sus credenciales eran excelentes. Tenía pruebas de haber sido un enemigo de Hitler, y uno de los cabecillas en la conspiración del conde Von Stauffenberg para asesinar a Hitler en 1944. Conoce la conspiración de Von Stauffenberg contra Hitler, ¿verdad?
—Leí algo sobre ello cuando era joven, en los libros soviéticos de historia de guerra —dijo Kirvov.
Para refrescarle la memoria —dijo Golding— le diré que Klaus von Stauffenberg era un aristócrata y un poeta que fue oficial con Hitler. Von Stauffenberg siempre se había opuesto secretamente a Hitler por su abuso del poder. Von Stauffenberg y otros, que ocupaban también cargos importantes, decidieron deshacerse de Hitler. Llevaron a cabo seis intentos que fracasaron o fueron abortados. Finalmente, después de que la invasión de Rusia resultara un fiasco, Von Stauffenberg decidió acabar de una vez con Hitler. Cuando en una ocasión le convocaron a Prusia oriental para reunirse con Hitler y con dos docenas de altos mandos nazis, en un edificio de madera, la Guarida del Lobo, Rastenberg, en Prusia oriental, Von Stauffenberg metió un par de bombas de relojería de un kilo en su maletín. Asistió a la reunión celebrada en torno a una mesa de conferencias y dejó su maletín apoyado contra una tabla vertical que sostenía la mesa. Cuando faltaban siete minutos para que explotara la bomba, Von Stauffenberg se excusó diciendo que debía salir a llamar por teléfono. Mientras tanto el coronel Heinz Brandt encontró que el maletín le molestaba y lo apartó a un lado, alejándolo de Hitler. Luego explotaron las bombas, destrozando la sala. Murieron cuatro personas, pero Hitler no. Sólo sufrió heridas superficiales y quemaduras. Mientras tanto, Von Stauffenberg regresó a Berlín, creyendo que Hitler había muerto. Él y otros conspiradores comenzaron a comunicar órdenes para la toma de posesión del gobierno. Por supuesto, Hitler le cogió como a los demás. Se llevaron a cabo unas siete mil detenciones, y dos mil sospechosos fueron ejecutados. Von Stauffenberg fue fusilado. Tuvo suerte. Otros fueron agarrotados con cuerdas de piano en las barracas de Plotzensee y luego colgados de ganchos para la carne. Según los informes del gobierno, unos cuantos conspiradores escaparon, y uno de ellos fue Wolfgang Schmidt. Tenía credenciales firmadas por el propio von Stauffenberg agradeciéndole su participación en contra de Hitler. Schmidt, con esas credenciales, fue bien recibido en el departamento de policía de Berlín y ahora es el jefe de policía. Todo en perfecto orden...
—Impresiona bastante —reconoció Kirvov.
—... excepto por un detalle —dijo Golding—. Las credenciales de Schmidt estaban falsificadas.
—¿Eran falsas? —preguntó Kirvov.
—Wolfgang Schmidt fue desde el principio un nazi a carta cabal y sigue siéndolo hoy. Schmidt fue uno de los guardias de las SS más leales y preferidos de Hitler en Berghof, la residencia de Hitler situada encima de Berchtesgaden. Hitler le confió incluso la protección de Eva Braun. Cuando el fin se aproximaba, Hitler cogió algunos de los documentos confiscados a Von Stauffenberg, los hizo falsificar y los entregó a Schmidt como un regalo de despedida. Con esta nueva personalidad, Schmidt finalmente se incorporó a las fuerzas de policía de Berlín de la posguerra. Este nazi secreto, camuflado, es hoy aquí el jefe de la policía.
—Pero si sabían todo esto...
—¿Por qué no desenmascararlo? Porque, amigo mío, no sabíamos todo esto hasta que Tovah comprobó su identidad y nos llevó a investigar su caso. Como ve, señor Kirvov, no podemos fiarnos de la policía de Berlín. Cualquier esfuerzo por rescatar a la señorita Ashcroft, dondequiera que esté en el café Wolf, pasaría a través del jefe Schmidt. Le aseguro que el jefe Schmidt encontraría algún pretexto para no colaborar. De hecho, supondría un mayor peligro para todos ustedes. ¿Lo entiende ahora, señor Kirvov?
Kirvov estaba horrorizado.
—Sí, sí. Lo entiendo. Pero...
—Algo hay que hacer por la señorita Ashcroft, desde luego. Debemos encontrarla lo antes posible. Pero quienes seguirán la pista de su desaparición serán ustedes, todos ustedes, junto con los agentes del Mossad. Aquí somos clandestinos, pero somos fuertes y estamos bien equipados. Por nuestra parte, rodearemos inmediatamente el café Wolf y lo mantendremos bajo vigilancia.
—¿Pero qué podemos hacer nosotros? —preguntó Kirvov.
—Usted y Tovah deben consultar con el señor Foster ahora mismo. Tovah le vio hace un rato. Por lo que he oído, seguramente tiene algo que decir. En este caso, Tovah nos lo comunicará. Y si no, intentaremos instigar alguna acción nosotros mismos. No será fácil. Recuerde, cualquiera que sea el enemigo, tiene al jefe de la policía de Berlín de su lado. Ahora, suban a hablar con el señor Foster. Espero que podamos actuar a tiempo para... para salvar a la señorita Ashcroft del peligro.
Kirvov y Tovah se pusieron rápidamente en pie y Golding también se levantó.
—Sólo una cosa más, señor Kirvov —dijo Golding—, un detalle incidental, divertido y posiblemente revelador respecto a ese café Wolf. ¿Sabe usted que cuando presentaron por primera vez a Adolf Hitler a Eva Braun en esa tienda de fotografía, Hitler dijo llamarse señor Wolf? Sí, señor Wolf. Ahora, por favor, apresúrense.
Rex había regresado al Kempinski a esperar a Emily, después de haber supervisado la excavación del búnker del Führer. Andrew Oberstadt confiaba en que su equipo nocturno forzaría la salida de emergencia a primera hora de aquella misma noche. Foster, encorvado sobre el plano del búnker del Führer que estaba extendido en el escritorio del cuarto de estar, había estado meditando varios aspectos de la estructura y había llegado a ciertas conclusiones.
Foster había telefoneado incluso al arquitecto Zeidler para hacerle una pregunta sobre el plano del búnker del Führer.
Cuando sonó el timbre, Foster fue a abrir impacientemente. Quería contarle a Emily lo que tenía pensado, y volver luego con ella a la zona fronteriza de Alemania oriental.
Al abrir la puerta no ocultó su decepción. Delante suyo estaban Tovah y Kirvov.
—Ah, hola —dijo Foster—. Creí que era Emily.
—Venimos a hablarte de Emily —dijo Kirvov.
Foster les hizo pasar a la habitación. Ambos se sentaron y él volvió al escritorio, mirándolos atentamente. Sus expresiones eran sombrías y Foster comenzó a preocuparse.
—¿De qué se trata? —preguntó—. ¿Se encuentra bien Emily?
—No estamos seguros —contestó Kirvov—. Déjame que te explique...
Cuando Kirvov terminó, Foster estaba lívido pero se dominaba.
—¿Por qué no intentaste entrar detrás de ella, Nicholas?
—Lo pensé, incluso pensé entrar después de que hubieran cerrado —contestó Kirvov—. Pero no sabía si yo podría volver a salir de allí, y en ese caso, nadie sabría lo que nos había pasado a ninguno de los dos. Ella antes de entrar...
—¡Desde luego fue una estupidez por parte suya! —le interrumpió Foster, nervioso—. Lo siento. Sigue contando.
—Ella estaba dispuesta a entrar sola —intentó explicar Kirvov—. Antes de hacerlo, me dijo que si no volvía a salir, que te buscara y que tú llamaras a la policía...
—Debemos avisar a la policía ahora mismo.
Foster estaba a punto de coger el teléfono, cuando Tovah negando con la cabeza dijo:
—No servirá de nada, Rex. Ahora me toca a mí. Déjame explicarte.
Le contó a toda prisa lo del Mossad y ella, y luego lo que pudo sobre los antecedentes de Wolfgang Schmidt.
—¡Maldita sea! —exclamó Foster furioso—. Y yo acudí a Schmidt a pedir su ayuda después de que casi asesinan a Emily. Este nazi hijo de puta. —Respiró a fondo y dijo—: Bueno, se acabó la policía. ¿Y adónde nos lleva eso?
—Debemos recurrir a la ayuda del Mossad, Rex —le dijo Tovah.
—¿Crees que Golding puede realmente ayudarnos?
—Puede y lo hará. Es un asunto arriesgado, pero el Mossad está preparado para actuar dentro de Berlín. Aparte de los agentes entrenados de la organización, no sé cuántos clandestinos debe de haber en la ciudad, hay centenares de reservas entre la población berlinesa, antinazis de todo tipo y sus descendientes, expertos en todo, desde armamento hasta máquinas, y a todos ellos se les puede ordenar hacer lo que sea necesario por la causa. La eliminación de los últimos vestigios del Tercer Reich es lo único que les preocupa. De todos modos, Chaim Golding quiere saber qué crees que puede hacerse, antes de arriesgarse a tomar medidas más patentes.
—No debemos hacer nada espectacular —dijo Foster—. Ni siquiera actuar directamente. La policía podría interferirse y detenerlo todo. —Giró hacia su escritorio y repasó rápidamente los planos del búnker extendidos delante suyo—. La verdad es que tengo una idea.
Foster dijo mientras seguía estudiando el esquema del búnker del Führer:
—Hay algo verdaderamente extraño en este plano del búnker del Führer. Cualquier arquitecto lo vería en seguida. En realidad consulté con Zeidler este proyecto suyo. Él también notó que no era del todo correcto. Dijo que el propio Hitler le ordenó trazarlo de este modo, y Zeidler sólo pudo seguir órdenes. Pero en realidad falta algo, y si es lo que pienso, me indicaría la localización del séptimo búnker.
Kirvov estaba confundido:
—¿De qué séptimo búnker?
—De éste. —Foster tiró de un segundo plano situado debajo del plano del búnker del Führer—. El búnker subterráneo que Hitler ordenó construir y que nunca ha sido identificado. Ahora tengo una idea de dónde podría estar. Todo depende de lo que encuentre cuando nuestra excavación penetre en el búnker del Führer.
—¿Piensas entrar en el búnker del Führer? —preguntó Tovah sorprendida.
Foster estaba poniéndose la chaqueta.
—Esta noche. Seguramente cuando vuelva a la zona fronteriza el lateral del montículo estará ya excavado y abierto el acceso al búnker del Führer.
—¿Crees que todavía existe? —preguntó Kirvov.
—¿Por qué no? Se construyó originalmente a gran profundidad y se reforzó con cemento y acero. Ni siquiera los bulldozers rusos pudieron después hacer mella en él, al menos no en la zona más profunda que utilizaba Hitler, abajo de todo.
—No puedes ir solo —dijo Tovah protestando—. Tal vez yo pueda...
—Yo tengo el permiso de entrada —dijo Foster— y tú no. Tú y Nicholas quedaos aquí, e informad a Golding de lo que voy a hacer. Si os necesito, me pondré en contacto de alguna manera, podéis estar seguros.