Read El quinto día Online

Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

El quinto día (71 page)

—Sí —dijo con desgana—. Sería posible.

Lo sabía. Johanson tenía su propia teoría sobre el asunto. Y Peak, a quien no le gustaba que los civiles interrumpieran a los oficiales, estaba molesto.

Li se divertía.

Cruzó las piernas, se reclinó en su asiento y recibió una mirada interrogativa de Vanderbilt. El hombre de la CÍA parecía suponer que ella le había adelantado algunas cosas a Johanson. Le devolvió la mirada, sacudió la cabeza y siguió escuchando la exposición de Peak.

—Sabemos que las ballenas agresivas son exclusivamente ballenas no residentes —estaba diciendo Peak—. Las residentes forman parte del repertorio fijo de un sitio, por decirlo de algún modo. Las migratorias, en cambio, recorren trayectos largos, como las ballenas grises y las jorobadas; o dan vueltas mar adentro, como las llamadas orcas
offshore
. A partir de estos datos, y con una cierta cautela, hemos elaborado la siguiente teoría: creemos que la causa del cambio de comportamiento de estos animales se encuentra en el exterior, concretamente, en alta mar.

En la pantalla apareció un mapamundi en el que estaban marcadas las zonas donde habían atacado las ballenas. Un área coloreada en rojo cubría desde Alaska hasta el cabo de Hornos y otras zonas se extendían a ambos lados del continente africano y a lo largo de Australia. Luego el mapa desapareció y dio paso a otro. También en éste había zonas costeras con fondo de color.

—El número total de especies marinas cuyo comportamiento se dirige claramente contra el ser humano está aumentando de forma espectacular. Frente a las costas de Australia se acumulan los ataques de tiburones, y lo mismo sucede frente a Sudáfrica. Ya nadie sale a nadar o a pescar. Las redes para tiburones, que normalmente bastan para mantener alejados a los animales, cuelgan hechas jirones sin que nadie pueda decir con certeza qué las destruye. Nuestros sistemas ópticos contribuyen poco a la dilucidación, y los países del Tercer Mundo apenas disponen de robots subacuáticos.

—¿No cree que son sólo casualidades? —preguntó un diplomático alemán.

Peak sacudió la cabeza.

—Lo primero que se aprende en la marina, señor, es a evaluar correctamente el peligro que implica un tiburón. Son animales peligrosos, pero en principio no son agresivos. Ni siquiera les gusta mucho comernos. La mayor parte de ellos escupen en seguida un brazo o una pierna.

—¡Vaya consuelo! —murmuró Johanson.

—Sin embargo, algunas especies parecen haber cambiado de opinión en cuanto al sabor de la carne humana. En el término de pocas semanas se ha multiplicado por diez el número de ataques de tiburones. Miles de tiburones azules, que en realidad viven en alta mar, entran en las plataformas continentales. Tiburones mako, blancos y martillo aparecen en grupos como si fueran lobos, caen sobre una zona costera y ocasionan inmensos daños en muy poco tiempo.

—¿Daños? —Preguntó un diputado francés con fuerte acento—. ¿Qué significa eso? ¿Víctimas mortales?

«¿Y qué va a ser, idiota?», pareció pensar Peak.

—Sí, víctimas mortales —dijo—. También atacan botes.


¡Mon Dieu!
¿Qué puede hacerle un tiburón a un bote?

—No se engañe. —Peak esbozó una leve sonrisa—. Un tiburón blanco adulto puede hundir un bote a embestidas o a dentelladas. Incluso se han documentado ataques de tiburones a balsas con náufragos. Si participan varios animales, casi no hay esperanza de sobrevivir.

Luego mostró la imagen de un pulpo pequeño, bastante bonito, cuyo cuerpo estaba cubierto por manchas de color azul intenso.

—Éste es el
Hapalochlaena maculosa
, el pulpo de anillos azules. Mide veinte centímetros de longitud, habita en Australia, Nueva Guinea y las islas Salomón y es uno de los animales más venenosos de la Tierra. Al morder inyecta enzimas tóxicas en la herida. Uno casi no lo nota, pero dos horas después está totalmente muerto. —La serie de fotos continuó con seres vivos de aspecto un tanto extraño—. Peces piedra, peces araña, peces escorpión, gusanos de fuego, conidae: hay muchísimos animales venenosos en los mares. Por lo general utilizan el veneno para defenderse. Sobre la frecuencia de sus ataques también tenemos datos de cierto valor informativo. Por otra parte, en el caso de muchos animales la estadística ha subido notablemente, y por una razón muy sencilla: ciertas especies que antes se camuflaban y ocultaban han comenzado a atacarnos.

Roche se inclinó hacia Johanson.

—¿Cree usted que algo que es capaz de cambiar el comportamiento de un tiburón puede hacerlo también con un cangrejo? —Lo escuchó susurrar Li—. ¿Usted qué opina?

—No le quepa la menor duda.

Peak informó sobre los enormes bancos de medusas que se habían convertido en una verdadera invasión y amenazaban a Sudamérica, Australia e Indonesia. Johanson escuchaba con los ojos semicerrados. Últimamente la fragata portuguesa estaba inoculando un tóxico que provocaba la muerte en segundos.

—Para simplificar hemos clasificado los acontecimientos en tres categorías —dijo Peak—: cambios de comportamiento, mutaciones y catástrofes ambientales, los cuales se condicionan mutuamente. Hasta ahora hemos hablado de comportamientos anormales. En el caso de las medusas, parecen darse sobre todo las mutaciones. Las avispas marinas siempre se desplazan con rapidez, pero últimamente se han convertido en auténticas maestras. Parecen patrullas. Da la impresión de que quisieran limpiar zonas enteras de toda presencia humana, sin que podamos hacer mucho contra ellas. El turismo de buceo está prácticamente paralizado, pero los más afectados son los pescadores.

Apareció la imagen de un buque factoría de los que procesaban la captura a bordo para convertirla en conservas.

—Éste es el
Anthanea
. Hace dos semanas su tripulación pescó una gran cantidad de avispas marinas o, mejor dicho, de unos animales que creemos que eran o pudieron haber sido Chironex flecken. Lamentablemente, en lugar de devolverlos rápidamente al mar, cometieron el error de abrir las redes, de modo que descargaron en cubierta varias toneladas de auténtico veneno. Algunos trabajadores murieron en el acto; otros después, cuando los tentáculos, de varios metros de longitud y del espesor de un pelo, se esparcieron por el barco. Ese día llovió, así que el agua extendió por todos lados los restos de las medusas. Nadie sabe cómo llegó finalmente el veneno al agua potable, pero el caso es que el
Anthanea
quedó prácticamente arrasado. Desde entonces se tiene más cuidado y se dispone de trajes especiales, pero eso no modifica en nada el mal general. En muchas partes del mundo, las flotas ya no capturan peces, sino veneno.

«Ya no capturan peces porque no quedan —pensó Johanson—.Deberías haber mencionado los hechos por orden, Peak. Aun cuando ésa no sea la verdadera causa de lo que está sucediendo».

¿O quizá sí lo era?

Por supuesto que era la causa. Una entre muchas otras.

Pensó en los gusanos.

Esos organismos mutantes de repente parecían saber lo que hacían. ¿Acaso nadie veía lo que estaba sucediendo? Se enfrentaban a los síntomas de una enfermedad cuyo agente patógeno se hallaba en todo y no se evidenciaba en nada, un camuflaje magistral. Salvo unos cuantos ejemplares, los seres humanos había vaciado el mar de peces y ahora los bancos que quedaban habían aprendido a eludir las trampas mortales mientras ejércitos de soldados armados de tóxicos le daban el resto a la arruinada industria pesquera.

El mar mataba a los humanos.

«Y tú has matado a Tina Lund —pensó Johanson serenamente—. La convenciste para que no renunciara a Kare Sverdrup. Ella te escuchó y por eso se marchó a Sveggesundet».

¿Era culpa suya?

¿Cómo iba a saber lo que sucedería? Probablemente Lund también habría muerto si hubiera estado en Stavanger. ¿Y qué habría sucedido si le hubiera aconsejado que tomara el próximo vuelo a Hawai o a Florencia? ¿Acaso se sentiría feliz por haberla salvado?

Cada uno de ellos luchaba contra sus propios demonios. Bohrmann se torturaba pensando que debería haber alertado antes al mundo. Sin duda. ¿Pero alertarlo de qué? ¿De una suposición? ¿De una experiencia desagradable? Habían trabajado a toda velocidad para obtener certezas. Al final no habían sido lo suficientemente rápidos, pero al menos lo habían intentado. ¿Era Bohrmann culpable?

¿Y Statoil? Finn Skaugen estaba muerto. Se hallaba en el puerto de Stavanger cuando llegó la gigantesca ola. Ahora Johanson veía al gerente petrolero bajo otra luz. Skaugen había sido un manipulador. Quería encarnar la buena conciencia de un sector ruin, ¿pero había dado los pasos correctos? También Clifford Stone había sido víctima de la catástrofe, ¿pero había merecido que lo tildaran de monstruo calculador como había hecho Skaugen?

Gusanos, medusas, ballenas, tiburones.

Peces inteligentes. Alianzas. Estrategias.

Johanson pensó en su casa destruida en Trondheim. Curiosamente, el hecho de haberla perdido lo agobiaba poco. Su auténtico hogar no estaba allí sino a orillas de unas aguas cristalinas que en las noches claras reflejaban el universo. Allí se había mirado a sí mismo y se había creado un refugio de belleza y de verdad. La cabaña era su creación, la encarnación de sí mismo. Albergaba el espacio que jamás habría podido convertir en un hogar en una vivienda alquilada.

No había vuelto al lago desde el fin de semana con Tina.

¿Habría cambiado algo también allí?

Las aguas del lago eran tranquilas. No obstante, la idea lo preocupaba. Tendría que ir y fijarse tan pronto como pudiera. No importaba cuánto trabajo tuviera.

Peak mostró una nueva imagen.

Un bogavante. No, los restos de un bogavante. El animal parecía haber reventado.

—Hollywood lo llamaría el mensajero del horror —dijo Peak con una sonrisa torcida—. En este caso la denominación da en el clavo. En la Europa central se está propagando una epidemia cuya causa está en animales como éste. Le debemos al doctor Roche el hecho de que el polizón esté en gran medida identificado. Se trata de una alga unicelular que pertenece al género
Pfiesteria piscicida
, una de las sesenta especies conocidas de dinoflagelados que se consideran tóxicas.
Pfiesteria
es la más dañina. En la costa este de Estados Unidos, sobre todo en las aguas costeras de Carolina del Norte, sufrimos ataques devastadores hace unos años, cuando diversos ejemplares de
Pfiesteria
acabaron con miles de millones de peces. Sus cuerpos muertos flotaban sobre las aguas con heridas abiertas y carcomidas. Fue un desastre económico para los pescadores, pero también un desastre sanitario. Muchas personas padecían trastornos psicológicos y tenían úlceras llenas de sangre en los brazos y las piernas, así que se vieron obligadas a abandonar sus empleos. Y, además, los científicos que estudiaban a
Pfiesteria
sufrieron daños de salud persistentes... —Hizo una breve pausa—. En 1990, un investigador llamado Howard Glasgow estaba limpiando los acuarios de un laboratorio especialmente acondicionado para el estudio de estas algas en la Universidad de Carolina del Norte cuando de pronto le sucedió algo sumamente extraño. Su cerebro trabajaba al máximo, pero su cuerpo se movía como en cámara lenta, los miembros no le respondían. Esta extraña enfermedad fue el primer indicio de que las toxinas de
Pfiesteria
también pueden llegar al aire, de modo que Glasgow ordenó que trasladaran las muestras a un laboratorio de seguridad. Desgraciadamente, unos obreros habían instalado el sistema de ventilación al revés y lo habían conectado con el despacho de Glasgow. Éste inhaló el aire envenenado durante seis meses sin saberlo. Sentía dolores de cabeza tan intensos que apenas podía trabajar. Perdía el equilibrio y su hígado y sus riñones empezaron a descomponerse. Cuando hablaba con alguien por teléfono, a los cinco minutos ya no recordaba la conversación. Vagaba por la ciudad sin encontrar su casa, olvidaba su número de teléfono y su nombre. Para la mayoría estaba claro que tenía un tumor cerebral o que sufría de Alzheimer, pero Glasgow se negaba a creerlo. Al cabo de un tiempo se sometió a diversas pruebas en la universidad de Duke y, efectivamente, los resultados dieron algo muy distinto: su sistema nervioso había estado expuesto durante meses a un ataque químico. Más tarde otros investigadores que estuvieron en contacto con
Pfiesteria
enfermaron de pulmonía y de bronquitis crónica. Y todos ellos fueron perdiendo paulatinamente la memoria debido a la acción de un organismo desconocido.

Peak presentó una serie de micrografías hechas con un microscopio electrónico que mostraban diversas formas de vida. Algunas parecían amebas con protuberancias en forma de estrella, otras se asemejaban a bolas escamadas o peludas y otras tenían aspecto de hamburguesas en cuyo interior se retorcían tentáculos espiralados.

—Todo estos seres son
Pfiesteria
—dijo Peak—. El alga cambia de aspecto en cuestión de minutos; puede aumentar diez veces su tamaño, enquistarse, romper el quiste y mutar de unicelular inocuo a una zoospora sumamente tóxica.
Pfiesteria
adopta hasta veinticuatro formas distintas, y cada vez que lo hace modifica sus propiedades. Ahora se ha logrado aislar el tóxico. El doctor Roche y su equipo están trabajando para poder descifrarlo cuanto antes, pero tienen más dificultades que los investigadores de nuestro país. Y es que, al parecer, el organismo que llegó a la red de alcantarillado no es
Pfiesteria piscicida
, sino una variedad incomparablemente más peligrosa. La traducción literal de
Pfiesteria piscicida
es «
Pfiesteria
que come peces». El doctor Roche ha bautizado al ejemplar que descubrió como
Pfiesteria
homicida: «
Pfiesteria
que come humanos».

Peak expuso las dificultades que tenían para dominar el alga. El nuevo organismo se multiplicaba muy rápidamente en diversos ciclos. Una vez que llegaba al circuito de agua, no había forma de deshacerse de él. Se filtraba en la tierra y segregaba su veneno, que era prácticamente imposible de filtrar. Y ahí residía el problema principal. Muchas de las víctimas eran devoradas por
Pfiesteria
. Tenían úlceras por todo el cuerpo que no se cerraban, sino que se inflamaban y supuraban. Pero el veneno era aún peor. Aun cuando las autoridades no escatimaban esfuerzos a la hora de limpiar los canales y conductos, no podían impedir que el organismo se propagara en otras partes. Intentaron combatirlo con calor y ácido, con productos químicos, pero si continuaban con tales medidas sólo acabarían sustituyendo un mal por otro.

Other books

The Orpheus Descent by Tom Harper
A Small Colonial War (Ark Royal Book 6) by Christopher Nuttall, Justin Adams
Sometime Soon by Doxer, Debra
Harbor Lights by Sherryl Woods
The Providence Rider by Robert McCammon
A Lady Never Lies by Juliana Gray


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024