Read El que habla con los muertos Online
Authors: Brian Lumley
—Hay algo que no acabo de entender. —Y tras reír con cierta histeria, continuó—: En realidad, hay muchísimas cosas que no entiendo, aunque hasta ahora al menos podía creer en ellas. Pero esto me cuesta mucho más.
—¿Y de qué se trata? —preguntó la aparición.
—Hoy es lunes. Sir Keenan será incinerado mañana. La policía no ha podido descubrir nada, y es casi blasfemo mantener su cadáver en la condición en que se encuentra.
—Es verdad —concedió su interlocutor.
—Bien. La cuestión es que yo sé que gran parte de lo que usted me ha contado es cierta, y sospecho que también lo es el resto. Me ha dicho cosas que sólo sir Keenan y yo sabíamos. Pero…
—¿Pero qué?
—¡Pero su historia va más allá del presente! —estalló Kyle—. He verificado sus fechas, y usted me ha estado hablando sobre el próximo miércoles, para el que todavía faltan dos días. Según su relato, Thibor Ferenczy todavía no está muerto, y no lo estará hasta el miércoles por la noche.
Después de un instante, el otro respondió:
—Me doy cuenta de que esto le debe de parecer muy extraño. El tiempo, Alec, es relativo, como el espacio. En verdad, están estrechamente relacionados. Iré aún más lejos:
todo
es relativo. Hay un gran proyecto universal…
Algo se le escapaba a Kyle; por un momento, sólo vio lo que quería ver.
—¿Usted también puede ver el futuro? —Su rostro tenía una expresión de intenso asombro—. ¡Y yo que pensaba que ése era mi talento! Pero que pueda ver el futuro con tal claridad es casi increí… —Kyle se interrumpió bruscamente.
Como si las cosas no fueran ya bastante fantásticas, algo aún más increíble se le había pasado por la cabeza.
Puede que su visitante lo leyera en su rostro, pero lo cierto es que sonrió, una sonrisa tan transparente que incluso dejaba pasar la luz que penetraba por la ventana.
—¿Qué sucede, Alec?
—¿Dónde… dónde está usted? —preguntó Kyle—. Quiero decir, su yo verdadero, físico. ¿Desde dónde me está hablando? O mejor dicho, ¿desde
cuándo?
—El tiempo es relativo —respondió el otro, sin dejar de sonreír.
—Usted me habla desde el futuro, ¿verdad? —susurró Kyle. Era la única respuesta posible. Sólo así el espectro podía saber todas estas cosas, podía hacer lo que hacía.
—Usted me será muy útil —dijo el fantasma, asintiendo—. Además de la videncia, parece poseer una aguda intuición. O tal vez es parte del mismo talento. Pero ahora,
¿no
cree que deberíamos seguir?
Kyle, todavía atónito, cogió el lápiz.
—Sí, será mejor que continuemos, será mejor que me lo cuente todo, hasta el final.
Moscú, un viernes por la tarde, en el piso de Dragosani en la calle Pushkin.
Cuando Dragosani entró por fin en su piso y se sirvió un vaso de whisky ya comenzaba a oscurecer. Los trenes en los que regresó de Rumania habían sido horriblemente lentos, y la ausencia de Batu hizo que el viaje le pareciera mucho más largo. La ausencia de Batu, sí, y la creciente sensación de apremio, de que estaba siendo empujado hacia un colosal enfrentamiento. El tiempo pasaba deprisa y todavía tenía muchas cosas que hacer. Estaba exhausto, pero no podía descansar. Un instinto lo incitaba a seguir, le advertía que no se detuviera en su trayectoria.
Después de un segundo whisky, y cuando ya se sintió un poco mejor, Dragosani telefoneó al
château
Bronnitsy y se cercioró de que Borowitz todavía estaba de duelo en su
dacha
de Zhukovka. Después pidió hablar con Igor Vlady, pero éste ya se había marchado a su casa. Dragosani lo llamó entonces allí, y le preguntó si podía ir a verlo. El otro le dijo enseguida que sí.
Vlady vivía en un pequeño piso propiedad del Estado, no muy lejos del domicilio de Dragosani, pero éste de todas formas cogió el coche. Antes de que transcurrieran diez minutos estaba sentado en el saloncito de Vlady con un vaso de vodka en la mano.
—¿Y bien, camarada? —preguntó Vlady cuando terminaron con los consabidos saludos y demás preliminares—. ¿En qué puedo servirlo?
Vlady contempló con curiosidad, con una mirada especulativa, los grandes anteojos oscuros de Dragosani y sus demacradas facciones.
Dragosani hizo un gesto afirmativo con la cabeza, como si de manera silenciosa confirmara algo, y dijo:
—Veo que me estaba esperando.
—Sí, se me ocurrió que era probable que nos viéramos —respondió con cautela Vlady.
Dragosani se decidió a ir directo al grano. Si Vlady no daba las respuestas apropiadas, lo mataría. A la larga, era probable que lo matara de todos modos.
—Muy bien, aquí estoy —dijo—. Y ahora, dígame, ¿qué va a pasar?
Vlady era un hombre pequeño y moreno y, por lo general, era como un libro abierto. Ahora alzó una ceja, adoptó una expresión levemente sorprendida y preguntó:
—¿Qué va a pasar con qué, o con quién?
—Mire, dejémonos de rodeos. Usted sabe perfectamente por qué he venido. Por eso le pagan, por su habilidad para ver las cosas por anticipado. Así que le repito la pregunta: ¿qué va a pasar?
Vlady, ceñudo, preguntó:
—¿Quiere decir con Borowitz?
—Para empezar, sí.
El rostro de Vlady se volvió extrañamente imperturbable, casi frío.
—Morirá —dijo sin emoción alguna—. Mañana, alrededor de mediodía, de un ataque al corazón. Sólo que… —se interrumpió, con cara de preocupación.
—¿Qué?
—Un ataque al corazón —repitió Vlady, encogido de hombros.
Dragosani hizo un gesto de asentimiento, suspiró y se distendió un poco.
—Sí —dijo—. Así será. ¿Y qué sucederá conmigo… y con usted?
—Nunca me leo el futuro —dijo Vlady—. Me tienta hacerlo, claro está, pero es muy frustrante conocer el futuro y no poder cambiarlo. Da miedo, además. En cuanto al suyo… es un poco extraño.
A Dragosani esto no le gustó nada.
—¿Qué tiene de extraño? —preguntó; eso podía ser algo muy importante.
Vlady cogió los vasos y sirvió más vodka.
—Ante todo, seamos sinceros el uno con el otro —dijo—. Camarada, yo no soy su rival. No tengo ninguna ambición con respecto a la Organización E. Absolutamente ninguna. Sé que Borowitz había pensado en mí, junto con usted, como su sucesor, pero no me interesa. Creo que usted debería saberlo.
—¿Y se hará a un lado para hacerme un favor?
—No le hago un favor a nadie —dijo el otro—, simplemente no quiero el puesto. Yuri Andrópov no descansará hasta hacernos polvo, aunque tenga que dedicar a eso toda su vida. La verdad, me gustaría no tener nada que ver con la organización. ¿Sabía usted que soy arquitecto, Dragosani? Y me gustaría más estar leyendo los planos de un edificio antes que el futuro.
—¿Y por qué me cuenta esto? —preguntó Dragosani, con curiosidad—. No tiene que ver con nada.
—Sí, tiene que ver con mi vida. Y yo quiero vivir, Dragosani. Como puede ver, sé que el ataque al corazón de Borowitz está relacionado con usted. Y si usted puede atacar al general y vencerlo, ¿qué posibilidad tengo yo? No soy valiente, Dragosani, y tampoco estúpido. La Organización E es toda suya…
Dragosani se inclinó hacia adelante. Sus ojos eran aguijones de luz roja que traspasaban los cristales oscuros de las gafas.
—Pero su trabajo consiste en informar a Borowitz de esta clase de cosas, Igor —dijo con voz ronca—. Sobre todo si le conciernen a él. ¿Me está diciendo que no le ha dicho nada? ¿O acaso él ya sabe que yo… estoy implicado en esto?
Vlady hizo un gesto negativo y se irguió en el asiento. Durante un instante se sintió casi hipnotizado por Dragosani. La mirada del hombre era como la de una serpiente. ¿O quizá como la de un lobo? En todo caso, no enteramente humana.
—No sé por qué le he contado todo esto —dijo por fin—. Por lo que sé, lo puede haber enviado el mismo Borowitz.
—Si así fuera, ¿usted no lo sabría? —preguntó Dragosani—. ¿Acaso no lo habría visto, gracias a su talento?
—¡No puedo verlo todo! —replicó Vlady.
—De acuerdo. No, no me envió Borowitz. Y ahora dígame la verdad. ¿Sabe el general que morirá mañana? Y si lo sabe, ¿sospecha que yo seré el causante de su muerte? Respóndame, estoy esperando.
Vlady se mordió los labios e hizo un gesto negativo.
—No, no lo sabe —murmuró.
—¿Por qué no se lo ha dicho?
—Por dos razones. La primera, aunque lo supiera no podría cambiar nada. Y la segunda, odio al viejo bastardo. Tengo una novia y quiero casarme. Lo he deseado durante diez años, pero Borowitz dice que no. Me necesita totalmente concentrado en mi trabajo, y según él, demasiado sexo arruinaría mi talento. Maldito sea el bastardo, me raciona las relaciones con mi novia.
Dragosani se echó hacia atrás en el asiento y soltó la risa. Vlady vio su enorme boca abierta, y sus afilados dientes, y una vez más tuvo la sensación de que estaba hablando con un extraño animal y no con un hombre.
—¡Típico de Borowitz! —dijo Dragosani cuando por fin dejó de reír—. Bien, Igor, creo que ya puede hacer planes para la boda. Sí, podrá casarse cuando lo desee.
—Pero usted querrá que siga en la organización, ¿verdad? —dijo Igor, y no parecía entusiasmado ante la perspectiva.
—Por supuesto —respondió Dragosani—. Usted es demasiado valioso para trabajar como arquitecto. ¿Pero la organización? Eso no es más que un comienzo; en la vida hay cosas más importantes. Cuando todo esto termine, yo subiré como la espuma. Y usted conmigo.
Vlady le respondió con una mirada enigmática. Y Dragosani, de repente, tuvo la seguridad de que le ocultaba algo.
—Usted iba a decirme qué había visto en mi futuro —le recordó—. No sería mala idea que lo hiciera ahora, puesto que hemos terminado con Borowitz. Me parece que dijo que había visto algo… extraño.
—Sí, extraño —estuvo de acuerdo Vlady—. Claro que puedo equivocarme. De todas formas, mañana lo sabrá —dijo, y tuvo un nervioso estremecimiento al ver la expresión de Dragosani.
—¿Qué significa que mañana lo sabré? —preguntó el nigromante mientras se ponía lentamente de pie—. ¿Me ha entretenido para hacerme perder el tiempo, para confundirme con trivialidades, sabiendo que mañana me sucederá alguna cosa? ¿A qué hora? ¿Y dónde?
—Mañana por la noche, y en el
château
—respondió Vlady—. Será algo importante, pero no sé nada más.
Dragosani comenzó a pasearse por la habitación, e intentó encontrar pistas de aquello en su propia mente.
—¿Será la KGB? ¿Es posible que encuentren tan rápido el cadáver de Borowitz? No lo creo. Y aunque lo hicieran, ¿por qué habrían de sospechar de la organización? ¿O de mí? Después de todo sólo habrá sido un ataque al corazón. Eso le puede suceder a cualquiera. ¿O es alguien que pertenece a la organización? ¿Tal vez usted, Igor, que se lo ha pensado mejor? —Vlady se apresuró a hacer un gesto negativo—. ¿Será un sabotaje? —Dragosani continuó paseándose—. Y si lo es, ¿de qué tipo? —Dragosani hizo un furioso gesto de negación—. No, no puede ser. ¡Maldito sea, Igor, usted sabe más de lo que dice! ¿Qué es exactamente lo que ha visto?
—¡Usted no comprende! —gritó Vlady—. ¡Hombre, no soy sobrehumano, no puedo ver con exactitud todo el tiempo!
Era verdad, y Dragosani lo sabía. La voz de Vlady indicaba que estaba exasperado; él también deseaba tener una respuesta.
—En ocasiones las cosas son muy confusas, como aquella vez que Andrei Ustinov recibió su merecido. Yo sabía que aquella noche habría jaleo y se lo advertí a Borowitz, pero me era imposible saber quién estaría implicado. Ahora me ocurre lo mismo. Mañana habrá dificultades, y serán grandes. Usted estará en medio del asunto. El problema vendrá de fuera y será grande… realmente grande. De eso estoy seguro, pero no sé nada más.
—Eso no es todo —dijo Dragosani con tono siniestro—. Aún no sé a qué se refería cuando dijo que mi futuro era «extraño». ¿Por qué elude esa cuestión? ¿Estaré en peligro?
—Sí —dijo Vlady—, pero no sólo usted. Todos los del
château
estarán en peligro.
—¡Maldito sea, hombre! —Dragosani golpeó la mesa con el puño—. Según sus palabras, se diría que todos vamos a morir.
Vlady se puso pálido. Dio vuelta la cara, pero Dragosani se inclinó, lo cogió de las mejillas con una de sus grandes manos y lo obligó a mirarlo a los ojos.
—¿Está seguro de que me lo ha dicho todo? —preguntó masticando las palabras—. ¿No puede intentar explicarme qué quería decir cuando utilizó la palabra «extraño»? ¿Acaso ha visto que moriré mañana?
Vlady se soltó y empujó hacia atrás la silla para alejarse de Dragosani. Las blancas marcas dejadas por la presión de los dedos comenzaron a desvanecerse de sus mejillas, y en su lugar aparecieron otras de color rosado. Era indudable que Dragosani era capaz de matar. Vlady debía intentar satisfacer sus demandas.
—Escúcheme —dijo— y trataré de explicárselo como mejor pueda. Después… después usted deberá decidir qué hacer con esta información.
»Cuando miro a un hombre, cuando intento "ver" su futuro, habitualmente percibo una línea recta de color azul que se extiende hacia adelante. Es como una línea trazada sobre una hoja de papel de arriba abajo. Si quiere, llámela la línea de la vida. Su longitud me permite calcular la duración de la vida del hombre. De las anormalidades y desviaciones puedo deducir algunos de los acontecimientos futuros y cómo le afectarán. La línea de Borowitz termina mañana. Al final hay un rizo que indica un problema físico: el ataque al corazón. Sé que usted estará implicado porque su línea de la vida cruza la de Borowitz, ¡y continúa sola hacia adelante!
—Sí, pero ¿por cuánto tiempo? —preguntó Dragosani—. ¿Qué sucederá mañana por la noche, Igor? ¿Es ése el final de mi línea?
Vlady se estremeció.
—Su línea es completamente diferente —respondió por fin—. No sé cómo interpretarla. Hace seis meses Borowitz me pidió que la leyera semanalmente y le pasara la información. Lo intenté, pero fue imposible. Usted tenía tantas desviaciones en la línea de su vida, Dragosani, que no pude decirle nada. Había rizos y vueltas que jamás había visto. Además, a medida que pasaban los meses, lo que había comenzado como una línea única comenzó a dividirse y se abrió en dos líneas paralelas. La nueva no era azul sino roja, otra cosa que tampoco había visto nunca. En cuanto a la línea original, la más antigua, poco a poco también se volvió roja. Usted es… como dos gemelos unidos, Dragosani. No encuentro otra manera de explicarlo. Y mañana…