Read El que habla con los muertos Online
Authors: Brian Lumley
—Y, por supuesto, usted investigó al asunto —dijo Dragosani.
—Lo hice. Me fue difícil consultar los registros, pues casi todos habían sido destruidos durante la guerra. Pero no había duda de que la casa había pertenecido desde antiguo a los Ferenczy, y nunca hubo una mujer entre ellos. Una familia de célibes, al parecer.
Dragosani se sintió de repente insultado, aunque no entendía por qué se sentía ofendido. O tal vez era sólo su inteligencia la que se sentía insultada.
—¿Célibes? —dijo con malhumor—. No, no lo creo.
Giresci hizo un gesto de asentimiento. En verdad, él también estaba enterado de la rapaz naturaleza de los wamphyri.
—No, claro que no —dijo, de acuerdo con Dragosani—. ¿Un vampiro célibe? ¡Ridículo! La codicia es la fuerza que mueve al vampiro. Codicia de poder, de carne, de sangre. Pero escuche esto:
»En mil ochocientos cuarenta un tal Bela Ferenczy se puso en camino, a través de los Cárpatos meridionales, para ir a visitar a un primo que vivía en las montañas de la frontera norte austro-húngara. Esto está bien documentado; en verdad, el viejo Bela parece que se ocupó de manera especial de que la gente se enterara de que se marchaba a visitar a su pariente. Instaló a un hombre en su casa para que la cuidara mientras él estaba fuera, por cierto, no un hombre del lugar, sino un gitano; alquiló un coche con cochero incluido para la primera parte del viaje, hizo las reservas para los correspondientes enlaces en los puertos más altos, y completó todos los preparativos que en aquellos tiempos eran necesarios para viajar por esas regiones. Además, hizo correr la voz en la zona de que aquél era un viaje de despedida. En el último año Bela había envejecido mucho, de modo que todos aceptaron que viajaba para despedirse de sus parientes lejanos.
»Haga memoria, en aquella época éramos aún Moldavia-Valaquia. En Europa la revolución industrial estaba en su apogeo; en todas partes lo estaba, menos aquí. Nosotros, aislados como siempre, estábamos atrasados. Todavía faltaba más de una década para que se construyera la línea férrea Lemberg-Galatz. Las noticias viajaban con suma lentitud, y era muy difícil mantener archivos y registros. Le digo esto para destacar que, en este caso, hubo buenas comunicaciones y han quedado documentos.
—¿De qué caso me habla? —preguntó Dragosani.
—El caso de la repentina muerte de Bela Ferenczy cuando su coche cayó a un precipicio a causa de una avalancha en uno de los puertos más altos. La noticia del accidente llegó muy rápido aquí; el gitano que cuidaba de la casa del anciano llevó el testamento sellado de Ferenczy al secretario del registro civil; se hizo público sin demora, y se supo que la casa Ferenczy y las tierras eran para un «primo», un tal Giorg, quien al parecer ya estaba enterado de la situación y de su calidad de heredero.
—Y, claro está, tiempo después llegó Giorg Ferenczy y tomó posesión de sus propiedades. Era, o lo parecía, mucho más joven que Bela, pero el parecido familiar era evidente —aventuró Dragosani.
—¡Exactamente! —exclamó Giresci—. Ha seguido mi razonamiento. Después de vivir aquí cincuenta años, período en el que un hombre normalmente envejecería, Bela había decidido que ya era hora de que «muriese» y dejara el lugar a su «heredero».
—¿Y después de Giorg?
—Faethor, claro está. —Giresci se rascó la barbilla, pensativo—. A menudo me he preguntado qué habría sucedido si yo no lo hubiera matado la noche del bombardeo, si hubiera sobrevivido. ¿Habría reaparecido después de la guerra con la identidad de otro Ferenczy, para reconstruir la casa y continuar como antes? Pienso que la respuesta es sí, probablemente sí. Los wamphyri rara vez abandonan su territorio.
—Así pues, ¿usted está convencido de que Bela, Giorg y Faethor eran uno y el mismo?
—Por supuesto. Creía que eso ya había quedado claro. ¿Acaso no me lo dijo él mismo, cuando se jactó de su intervención en las batallas de Silistria y Constantinopla? Y antes de Bela fueron Grigor, Karl, Peter y Stefan, y el Señor sabe cuántos otros, hasta llegar a Faethor Ferrenzig, el príncipe, y probablemente hubo otros antes que él. Éste era su territorio, ¿no se da cuenta? Su dominio. Y en los viejos tiempos, cuando los wamphyri eran príncipes o boyardos, defendían lo que era suyo con verdadera ferocidad. Por eso se unió a la cuarta cruzada, para mantener a sus antiguos y a sus futuros enemigos fuera de sus tierras.
Sus
tierras, ¿lo comprende? No importa qué rey, o gobierno, o sistema esté en el poder, el vampiro considera que el lugar donde está su hogar le pertenece. Luchó para protegerse y para proteger su monstruosa herencia; no por una banda de canallas extranjeros venidos de Occidente. Usted ha visto la cruz de los cruzados mutilada en el reverso de mi medallón. Cuando ellos lo deshonraron, él se burló de los cruzados, les escupió a la cara.
—¿Y ha conseguido usted investigar su nombre hasta tiempos tan remotos? Quiero decir, ¿hasta el año mil doscientos cuatro, en Constantinopla? —dijo Dragosani con una voz en la que se percibía su respeto y temor, y acaso envidia, por el vampiro.
Giresci lo miró con la cabeza un poco ladeada.
—Y su historia, Dragosani, ¿cómo es?
—Muy poco brillante. Vulgar, creo.
—¡Mmmm! Bueno, hay muchos apellidos que provienen de la cuarta cruzada, pero le costaría encontrar un Ferenczy o un Ferrenzig entre ellos. Sin embargo, él estuvo allí, puede estar seguro. ¿Que cómo lo sé? Bien, usted está hablando con quien es, probablemente, la máxima autoridad en ese particular baño de sangre, y he descubierto cosas que estoy seguro han pasado inadvertidas a otros historiadores. Claro está que yo tenía una ventaja: sabía qué buscaba: mis objetivos eran específicos, pero en el proceso de seguir la pista del vampiro he cubierto un terreno muy basto. Hombre, podría escribir un libro sobre la cuarta cruzada, al menos desde Hungría a Constantinopla. ¡Señor, aquello tiene que haber sido un infierno! ¡Qué batalla! Y tenga la seguridad que allí donde la lucha era más encarnizada, estaba este hombre y la horda de energúmenos que mandaba. El también estuvo cuando cayó la ciudad, cuando él y su banda de mercenarios enloquecidos se entregaron al saqueo y al pillaje, sin que nadie pudiera controlarlos. Sí, y sus excesos se extendieron como un cáncer; todo el ejército se unió a ellos. Violaron, robaron y asesinaron durante tres largos días…
»El papa Inocencio III, que había organizado la cruzada, horrorizado ante el giro que había tomado, no pudo recuperar el mando. Los cruzados se habían comprometido a rescatar los Santos Lugares, pero Inocencio y su nuncio fueron obligados a eximirlos de ese voto. El papa se lavó las manos ante el asunto, pero mediante comunicados secretos ejerció el escaso poder que aún le quedaba, ordenando que aquellos directamente responsables de "graves actos de excesiva y perversa crueldad" no debían recibir "gloria ni ricas recompensas" debido a su barbarie, y que no se "mencionaran sus nombres, ni se les ofreciera respeto o consideración".
»Bueno, no fue necesario buscar muy lejos para encontrar un chivo expiatorio; cierto "valaco reclutado en Zara" cumplía con todos los requisitos. Y no era un inocente. Al principio los cruzados lo habían honrado y ascendido; puede que, secretamente, lo envidiaran o le temieran, pero entonces lo despojaron de todas sus condecoraciones y lo degradaron, y su nombre fue borrado de todos los documentos. Él, en venganza, se burló de ellos por su hipocresía, y después de estropear el emblema de la campaña, la cruz de su medallón, regresó con sus hombres a su tierra, orgulloso y feroz bajo el estandarte del demonio, el murciélago y el dragón.
Dragosani se mordió el labio un instante antes de decir:
—Supongamos que todo esto es verdad, o que al menos se basa en la verdad. Aun así, hay varias preguntas importantes que todavía no tienen respuesta.
—¿Por ejemplo?
—Ferenczy era un vampiro, y no hay vampiro sin víctimas. Cuando tiene hambre mata con la misma indiferencia que un zorro mata gallinas, y es igualmente implacable. No obstante, su historial está limpio. ¿Cómo pudo vivir siglos en la región sin despertar la más mínima sospecha? Recuerde, Ladislau Giresci, que la sangre es vida. ¿No hubo ningún caso de vampirismo?
—¿Cerca de Ploiesti? No, que yo sepa, no. Yo no he descubierto ninguno en los documentos que he estudiado. —Giresci sonrió con severidad, y se inclinó hacia adelante—. Si usted fuera un vampiro, Dragosani, ¿buscaría a sus víctimas en la puerta de su casa?
—No, supongo que no —respondió Dragosani con la frente ceñuda—. ¿Y dónde, pues?
—Al norte, mi amigo, en los Cárpatos meridionales. ¿Dónde sino en los Alpes de Transilvania, en los que al parecer tienen su origen todas las historias de vampiros? Slanic y Sinaia en las estribaciones, Brasov y Sácele después de pasar el puerto. Y todas estas poblaciones están a menos de ochenta kilómetros de la casa de Ferenczy, y la gente las evita a causa de su terrible reputación.
—¿Incluso en nuestros días? —Dragosani fingió sorpresa, pero recordaba lo que le había dicho Maura Kinkovsi al respecto hacía tres años.
—Las historias resisten el paso del tiempo, Dragosani, sobre todo si son de terror. Los montañeses no quieren correr ningún riesgo. Si alguien muere joven, y no hay una razón clara y evidente, el cadáver no se librará de la estaca. En cuanto a historias de vampirismo modernas, la última niña que murió a causa de la mordedura de un vampiro era de Slanic, y esto ocurrió en el invierno de mil novecientos cuarenta y tres. Y la enterraron con una estaca en el corazón, como habían hecho antes con muchos otros inocentes. Sólo ese año hubo en los pueblos de los alrededores once casos.
—¿Dice que fue en mil novecientos cuarenta y tres?
Giresci asintió con la cabeza.
—Sí, y ya veo que usted ha establecido la relación. Tiene razón, eso sucedió pocos meses antes de la muerte de Ferenczi. Ella fue su última víctima, o al menos la última de la que tenemos noticia. Claro que, a causa de la guerra, él debe de haberse cuidado mucho menos; era mucho más fácil deshacerse de las víctimas. Puede que matara a muchísima gente de la que no sabemos nada, gente que simplemente desapareció durante los ataques aéreos que hubo por los alrededores, y créame que fueron muchos. —Giresci hizo una pausa—. ¿Alguna otra pregunta?
—Usted dijo que todas esas poblaciones estaban en las montañas, a unos ochenta kilómetros de Ploiesti. Es una región muy accidentada, con colinas de más de setecientos metros. ¿Cómo se las arreglaba Ferenczy? ¿Se convertía en un murciélago y volaba hacia sus cotos de caza?
—La tradición dice que los vampiros tienen ese poder. Pueden convertirse en murciélagos, lobos, fantasmas, e incluso en pulgas, mosquitos y arañas. Pero yo pienso que no es verdad. No he encontrado ninguna prueba de que así sea. Pero usted quiere saber cómo llegaba hasta sus víctimas. No lo sé con seguridad. Tengo una hipótesis, pero no puedo probarla.
—¿Cuál es su hipótesis? —preguntó Dragosani, y esperó con cierta ansiedad la respuesta de Giresci. Él sabía la respuesta, o creía saberla, pero ahora le interesaba descubrir el alcance de la inteligencia de Giresci. Y el peligro que esta inteligencia representaba.
¿Qué?
Dragosani se obligó una vez más a sentarse derecho en la silla.
¿Qué le sucedía? ¿Qué diablos andaba mal en sus procesos mentales?
—Un vampiro —respondió el otro con lentitud, formulando con cuidado sus pensamientos— no es humano. Lo que vi la noche de la muerte de Ferenczy me convenció de esto. ¿Qué es, entonces? Es una criatura extraña, un cohabitante del cuerpo y la mente humana. Es, en el mejor de los casos, simbiótico, una criatura
gesta/t
, y en el peor, un parásito, una horrible lamprea.
«¡Correcto!», pensó Dragosani de inmediato, pero no dijo nada en voz alta. Se sentía mareado y confuso. Sabía a ciencia cierta que Giresci estaba en lo cierto en su juicio sobre el vampiro, pero
¿cómo
lo había sabido? Y mientras se preguntaba qué le estaba pasando, Dragosani se oyó preguntar:
—Pero ¿no es una criatura sobrenatural? Tiene que serlo, para hacer lo que hace y lograr que no lo descubran en tanto tiempo.
—No es sobrenatural, no —dijo Giresci—. ¡Sobrehumano! ¡Hipnótico, magnético! Una criatura de ilusiones, no un mago pero sí un gran ilusionista. ¡No un murciélago, pero sí silencioso como un murciélago! ¡No un lobo, sólo rápido como un lobo! No es una pulga, sino un monstruo con el apetito de sangre de una pulga… a una escala sin precedentes. Ésa es mi idea del vampiro, Dragosani. ¿Y qué son ochenta kilómetros para una criatura semejante? El saludable paseo de una tarde. Él sería capaz de impulsar su cascarón humano a esfuerzos inimaginables…
«Es cierto, todo es cierto», estuvo de acuerdo Dragosani, pero sólo mentalmente; en voz alta dijo:
—Usted dijo que ese apellido, Ferenczy, es muy común. ¿Por qué, siendo tan inteligente, y teniendo en cuenta los resultados obtenidos con su investigación, no ha seguido el rastro de otros Ferenczy? Usted ha dicho que los vampiros son territoriales, y que esta región perteneció a Faethor. Tienen que haber existido otros territorios… y señores que ejercían su dominio sobre ellos… o lo ejercen.
Su voz era áspera como una lima. Y una vez mas, Giresci pareció desconcertado.
—¡Otra vez se me ha adelantado! —respondió finalmente el anciano—. Es usted muy agudo, Dragosani, muy astuto. Si Faethor Ferenczy, sin ayuda alguna, tuvo bajo su férula durante setecientos años a Moldavia y a la Transilvania oriental, ¿qué sucedió con el resto de Rumania? ¿Es eso lo que quiere decir?
—Rumania, Hungría, Grecia… y todos los lugares donde viven los vampiros.
—¿Donde viven? ¡Dios no lo quiera, Dragosani!
—Bueno, como usted quiera —replicó Dragosani—. Donde vivían, pues.
Giresci se apartó un poco de Dragosani.
—A finales de la década de mil novecientos veinte, en los Alpes, fue destruido un castillo Ferenczy por una explosión. Fue atribuida a una acumulación de gas metano en las bodegas y mazmorras. Era un lugar de mala fama y nadie lo echó de menos. El dueño, según los indicios, desapareció junto con el castillo. Era un barón, o conde, o algo por el estilo. Se llamaba Janos Ferenczy. ¿Pero documentación sobre lo sucedido, registros, historia? ¡Olvídese! Esa página en la historia ha sido borrada con más cuidado que la intervención de Faethor en la cuarta cruzada. Lo que para mí, claro está, lo hace aún más sospechoso.