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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El nombre del Único (47 page)

Malys empezaba a hartarse de esta batalla que ya no le resultaba divertida. Si se lo proponía, podía emplearse a fondo si la situación lo requería, y ahora extendió las alas con intención de cobrar velocidad. Atraparía a ese cadáver, le arrancaría la carne putrefacta de los huesos, que machacaría uno a uno hasta convertirlos en polvo y haría lo mismo con su jinete.

Galdar jamás había visto algo moverse tan deprisa. Filo Agudo y él volaron en pos de Malys, pero no podrían alcanzarla ni en sueños, no antes de que hubiese matado a Mina.

La Roja exhaló una llamarada.

El minotauro lanzó un grito desafiante y taconeó los flancos del Azul. Si no podía salvar a Mina, al menos la vengaría.

Al oír el chorro de fuego expelido, el dragón muerto agachó la cabeza, con el hocico apuntando hacia abajo, y extendió las correosas alas. La bola de fuego estalló en su vientre y se extendió por las alas. Galdar bramó de rabia, pero su alarido cambió por un grito de júbilo.

La Dragonlance brillaba entre las llamas. Mina levantó el arma y la movió para que Galdar viera que estaba sana y salva. El cuerpo y las alas correosas del dragón muerto habían actuado como un escudo contra el fuego, protegiéndola. Sin embargo, la maniobra había tenido un precio. Las alas del cadáver estaban en llamas, y zarcillos de humo serpenteaban en el aire. Tanto daba si el cadáver no sentía dolor ni podía morir, porque sin la membrana de las alas no podía mantenerse en vuelo.

El dragón muerto empezó a perder altitud mientras las llamas ondeaban a lo largo de los restos del esqueleto de las alas.

—¡Mina! —gritó Galdar, presa de una desgarradora aflicción. No podía salvarla.

Consumidas las alas por el fuego, el dragón muerto caía describiendo una espiral.

Convencida de que uno de sus enemigos estaba acabado, Malys volvió su atención hacia el minotauro. A Galdar no le preocupaba lo que le pasara. Ya no.

—Takhisis —oró—, yo no importo, pero salva a Mina. Sálvala. Lo ha dado todo por ti. ¡No permitas que muera!

En respuesta a su plegaria, apareció un tercer dragón. Éste no estaba muerto ni vivo. Imprecisas, insustanciales, las cinco cabezas de aquel dragón fluyeron por el cuerpo del dragón muerto. La diosa en persona se había unido a la batalla.

Las alas correosas del dragón muerto empezaron a brillar con una luz fantasmagórica. Las llamas aún no se habían consumido cuando el cadáver del reptil salió de la caída en espiral a poquísima distancia del suelo.

Galdar lanzó un sonoro vítor al tiempo que agitaba la pica con la esperanza de apartar de Mina la atención de la Roja.

—¡Ataca! —bramó.

Filo Agudo no necesitaba que lo azuzara, pues ya se zambullía en un impresionante picado. El Dragón Azul abrió las fauces y Galdar sintió un retumbo en el vientre del reptil. Un rayo salió disparado de la boca del Azul. Chisporroteando y siseando, el rayo alcanzó a Malys en la cabeza. La onda de la violenta descarga que siguió casi desmontó a Galdar de la silla.

Malys se sacudió espasmódicamente conforme la chispa eléctrica se propagaba por su cuerpo. Por un instante Galdar pensó que el rayo había acabado con ella, y el corazón le brincó en el pecho. El relámpago desapareció. Malys sacudió la cabeza, aturdida, como un luchador que recibe un puñetazo en la nariz; después la levantó, abrió las fauces y se lanzó hacia ellos.

—¡Acércame más! —gritó Galdar.

Filo Agudo obedeció y descendió sobre Malys, a escasa distancia de la cabeza de la Roja. Galdar lanzó la pica con todas sus fuerzas contra el ojo del reptil. El arma se clavó en el globo ocular, lo vio enrojecer al tiempo que la Roja parpadeaba frenéticamente.

Eso fue todo. Y el ataque le había salido caro.

La maniobra de Filo Agudo los había acercado demasiado al reptil para poder ponerse fuera de su alcance. El golpe no había retirado de la lucha a Malys como Galdar esperaba. La enorme pica parecía ridícula, insignificante, hincada en el ojo de la Roja. Debía de tener el mismo efecto que si a él se le hubiera metido una pestaña.

La colosal cabeza se irguió y Malys se lanzó contra ellos, chasqueando las fauces.

Galdar sólo tenía una posibilidad de salvarse. Saltó de la silla, se aferró al cuello de Filo Agudo, y aguantó. Malys hincó los dientes en el cuerpo del Azul y la silla desapareció en sus fauces.

La sangre manó a borbotones de los flancos de Filo Agudo. El Azul bramó de dolor y de rabia mientras se debatía desesperadamente contra su atacante, arremetiendo con las zarpas traseras y las delanteras, asestando golpes con la cola. Galdar no podía hacer otra cosa que aguantar como fuera. Salpicado con la cálida sangre del Azul, el minotauro siguió agarrado desesperadamente al cuello del dragón.

Malys sacudió a Filo Agudo como haría un perro con una rata para romperle la columna vertebral. Galdar escuchó un escalofriante crujido de huesos, y Filo Agudo lanzó un horrible grito de dolor.

* * *

Mina miró hacia arriba y vio al Azul entre las fauces de Malys. No localizó a Galdar y dio por hecho que el minotauro había muerto. El corazón se le puso en un puño. Entre todos los que la servían, era al que más apreciaba. La joven distinguía claramente la herida en el vientre de la hembra de dragón; una mancha brillante de color rojo oscuro se marcaba sobre las escamas rúbeas, pero no era una herida mortal.

Las alas del dragón muerto estaban en llamas y éstas se iban extendiendo hacia el cuerpo. A no tardar, estaría sentada en un dragón de fuego. Sentía el calor, pero esto sólo era una molestia; estaba centrada en su enemiga. Sabía lo que tenía que hacer para derrotarla.

—¡Takhisis, lucha a mi lado! —gritó y, levantando la lanza, apuntó hacia arriba.

La joven oyó una voz, la misma que la había llamado cuando tenía catorce años. Había huido de su hogar para ir en busca de aquella voz.

—Estoy contigo —dijo Takhisis.

La diosa extendió los brazos y éstos se convirtieron en alas de dragón. Las del dragón muerto, ardiendo, se alzaron en el aire impulsadas por las de la diosa. Volaron más y más rápido, el viento avivando las llamas del dragón, agitándolas de forma que el fuego se arremolinó alrededor de Mina. La armadura la protegía de las llamas, pero no de su calor. Imbuida en el espíritu de la diosa, no sintió la quemadura, a pesar de que el metal caliente empezó a chamuscarle la piel. Veía claramente que la victoria debía ser suya. El vientre herido de la Roja se encontraba más y más cerca. La sangre de Malys goteó sobre el rostro levantado de Mina.

Y entonces, de repente, Takhisis desapareció.

Mina percibió la ausencia de la diosa como una ráfaga de aire frío que le cortó la respiración, dejándola medio ahogada, jadeando. Ahora se hallaba sola; sola sobre un dragón que el fuego estaba desintegrando. Su diosa la había abandonado y Mina no sabía la razón.

«Quizá —pensó, frenética—, esto es una prueba.»

Takhisis ya la había sometido a pruebas así antes, cuando Mina encontró al Único y se ofreció como su servidora. Aquellas pruebas habían sido duras, exigiendo que demostrara su lealtad con sangre, de palabra y obra. No había fallado ni una sola. Sin embargo, ninguna había sido tan rigurosa como ésta. No sobreviviría a ella, pero eso daba igual porque, en la muerte, estaría con su diosa.

Mina deseó que el dragón muerto, que ahora era de fuego, siguiera volando y, ya se debiera a su fuerza de voluntad o a que el propio impulso del reptil bastó, lo cierto es que ascendieron los últimos metros.

El dragón en llamas se estrelló contra el cuerpo de Malys con una fuerza tremenda. La sangre que manaba de la herida empezó a burbujear y a hervir por el intenso calor del fuego.

La joven enarboló la lanza y la hincó con todas sus fuerzas en el vientre de la hembra Roja. El arma penetró a través de las escamas debilitadas y abrió un tajo en la carne.

Envuelta en sangre y fuego, Mina sostuvo con firmeza la lanza y rezó a la diosa esperando que ahora la considerase digna de ella.

* * *

Malys sintió dolor, un dolor tan intenso como jamás había experimentado. Era tan espantoso que soltó al Azul. El sonido de sus bramidos fue horrible, tanto que Galdar deseó poder taparse los oídos para no tener que escucharlos. Sin embargo, no le quedó más remedio que aguantar, pues si se soltaba se precipitaría a la muerte. Filo Agudo y él descendieron en espiral, y los Señores de la Muerte, que antes se divisaban pequeños allá abajo, se elevaron imponentes hacia el minotauro. Las afiladas e irregulares rocas del terreno montañoso harían del aterrizaje un impacto demoledor.

Filo Agudo estaba mortalmente herido, pero seguía vivo y, con increíble coraje, se esforzaba desesperadamente para mantener el control del vuelo. Aunque sabía que él estaba condenado, luchaba para salvar a su jinete. Galdar hizo todo cuanto pudo por colaborar, agarrándose bien e intentando no moverse. Cada aleteo del animal debía ser un sufrimiento espantoso, porque Filo Agudo jadeaba y se estremecía de dolor, pero iba descendiendo poco a poco. Sus ojos vidriosos buscaron un lugar despejado donde aterrizar.

Asido al cuello del dragón, Galdar alzó la vista y vio a Mina a horcajadas sobre unas alas de fuego. Ahora todo el cuerpo del dragón ardía y las llamas se extendían por la Dragonlance. El dragón de fuego embistió a Malys, golpeándola en el vientre. Mina clavó la lanza justo en la herida que ya estaba abierta, y el vientre de la Roja se desgarró. Un inmenso chorro de sangre negra brotó de la hembra de dragón.

—¡Mina! —gritó Galdar con angustia y desesperación en el momento en el que el ensordecedor rugido de Malys ahogaba su bramido.

Malys lanzó su grito de muerte. Lo conocía. Lo había escuchado a menudo. Se lo había oído lanzar al Azul cuando le partió la columna vertebral. Ahora le tocaba a ella. El grito de muerte ascendió por su garganta en un borboteo de dolor y rabia.

Cegada por la sangre de la Roja, abandonada por su diosa, Mina siguió sosteniendo firmemente la Dragonlance. La hundió más en la espantosa herida, guiando la punta hacia el corazón de Malys.

La hembra Roja murió en ese instante, en el aire. Su cuerpo se precipitó desde el cielo y se estrelló contra las rocas de los Señores de la Muerte arrastrando con ella a quien la había matado.

36

Luz cegadora

Los defensores de Sanction habían contenido tanto la emoción, su tensión era tal, que estallaron en un clamor cuando el colosal cuerpo rojo de Malys emergió de entre las nubes.

Los gritos cesaron y el valor se esfumó cuando el miedo al dragón rompió sobre Sanction como un maremoto que aplastó esperanzas y sueños y puso a todas las personas de la ciudad cara a cara con su propia muerte. Los arqueros que debían disparar flechas a las relucientes escamas tiraron los arcos, se echaron al suelo y allí se quedaron, temblando y sollozando. Los hombres de las catapultas dieron media vuelta y huyeron de sus puestos.

Las escaleras que subían a las murallas estaban abarrotadas de tropas aterrorizadas, de manera que nadie podía subir ni bajar. Estallaron peleas cuando los hombres, desesperados, buscaron salvarse a costa de sus compañeros. Algunos estaban tan enloquecidos de miedo que se arrojaron desde lo alto de las murallas. Los que consiguieron mantener el miedo bajo control trataron de calmar a los demás, pero eran tan pocos que sus esfuerzos resultaron vanos. Un oficial que intentó detener la huida de sus empavorecidos hombres acabó atravesado con su propia espada y su cuerpo pisoteado en la estampida.

Los muros de piedra y las verjas de hierro no servían como barrera. Un prisionero del cuartel de la guardia próximo a la Puerta Oeste, Silvanoshei, sintió el miedo retorciéndose en sus entrañas mientras yacía en la dura cama de su oscura celda, soñando con Mina. Sabía que ni se acordaba de su nombre, pero él jamás la olvidaría, y había pasado noches enteras sumido en sueños imposibles en los que ella cruzaba la puerta de esa celda y recorría de nuevo a su lado el oscuro y enmarañado sendero de su vida.

El carcelero había ido a la celda a llevar la ración diaria a Silvanoshei cuando el miedo al dragón irradiado por Malys cayó sobre la ciudad. La tarea del carcelero era aburrida y pesada, y le gustaba alegrarla atormentando a los prisioneros. El elfo era una diana fácil, y, aunque el carcelero tenía prohibido hacer daño físicamente a Silvanoshei, sí podía atormentarlo de palabra. El hecho de que el joven rey no reaccionara ni respondiera nunca no desconcertaba al carcelero, que había imaginado que sus pullas tenían un efecto devastador en el elfo. En realidad, Silvanoshei apenas si escuchaba lo que el hombre decía. Su voz era una más entre tantas: la de su madre, la de Samar, la de su padre perdido, y la de aquella que tantas promesas le había hecho y no había cumplido ninguna. Voces reales, como las de los carceleros, no sonaban tan alto como las que oía en su alma, eran poco más que el parloteo de los roedores que infestaban la celda.

El miedo al dragón se retorció dentro de Silvanoshei, le estrujó la garganta, estrangulándolo, sofocándolo. El terror lo sacó bruscamente del mundo irreal en el que se encontraba, arrojándolo al duro suelo de la realidad. Se quedó acurrucado allí, temeroso de moverse.

—¡Mina, sálvanos! —gimió el carcelero, que temblaba junto a la puerta. Se abalanzó sobre Silvanoshei y lo aferró del brazo con tanta fuerza que casi paralizó al elfo.

Después estalló en sollozos y se abrazó a Silvanoshei como si hubiese encontrado a su hermano mayor.

—¿Qué ocurre? —gritó el joven rey.

—¡El dragón! ¡Malys! —consiguió balbucir el carcelero. Tenía los dientes apretados, de modo que apenas podía hablar—. Ya viene. ¡Vamos a morir todos! ¡Mina, sálvanos!

—Mina —susurró Silvanoshei. El nombre rompió el cerco de miedo que lo atenazaba—. ¿Qué tiene que ver ella con esto?

—Va a luchar contra el dragón —barbotó el carcelero mientras se estrujaba las manos.

En la cárcel estalló el caos cuando los guardias huyeron y los prisioneros se pusieron a chillar y a lanzarse contra los barrotes en un frenético esfuerzo por escapar del terror.

Silvanoshei apartó al tembloroso y balbuciente montón de carne que poco antes era un carcelero. La puerta de la celda estaba abierta, y el elfo echó a correr por el pasillo. Los hombres le suplicaban que los liberase, pero no les hizo caso.

Al salir del edificio, inhaló profundamente el aire limpio del hedor a cuerpos sucios y heces de ratones. Alzó la vista al cielo azul y divisó a la Roja, un inmenso e hinchado monstruo suspendido en el aire. Su mirada anhelante pasó sobre Malys sin el menor interés y siguió recorriendo el cielo en busca de Mina. Por fin la localizó; su vista de elfo era mucho más aguda que la de la mayoría. Distinguía la motita que brillaba plateada a la luz del sol.

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