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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

El Mago (31 page)

—Los Inmemoriales no fueron los primeros en pisar esta tierra —explicó—. Fueron... otros —añadió, pronunciando esta última palabra despacio y con sumo cuidado—. Los Inmemoriales utilizaron a Nidhogg y a otras criaturas primordiales como armas en la Gran Guerra para destruirlos definitivamente.

Un Maquiavelo completamente sorprendido contempló a Dee, que también tenía una expresión de asombro por la repentina revelación de Dagon.

El conductor abrió la boca intentando esbozar algo parecido a una sonrisa, mostrando así su mandíbula de dientes puntiagudos.

—Probablemente, deberíais saber que la última vez que un grupo de Dísir utilizó a Nidhogg, perdió el control sobre la criatura. Las devoró a todas. Durante los tres días que tardaron en capturar a la criatura y encadenarla a las raíces del Yggdrasill, el Nidhogg aniquiló a la tribu Anasazi en lo que ahora es Nuevo México. Se dice que la criatura se dio un banquete de diez mil humanos y que todavía seguía con hambre.

—¿Estas Dísir pueden controlarlo? —reclamó Dee.

Dagon se encogió de hombros.

—Trece de las guerreras Dísir más intrépidas no fueron capaces de controlarlo en Nuevo México... —Quizá deberíamos... —empezó Dee. Maquiavelo se puso tenso de repente. —Demasiado tarde —murmuró—. Ya está aquí.

29

e voy a dormir.

Sophie Newman se detuvo ante la puerta de la cocina, con un vaso de agua en la mano. Después, miró hacia atrás, hacia su hermano, que seguía sentado en la mesa.

—Francis va a enseñarme algunos hechizos de fuego específicos por la mañana. Me ha prometido que me mostraría el truco de los fuegos artificiales.

—Genial, así no tendremos que volver a comprar fuegos artificiales para el Cuatro de julio.

Sophie esbozó una exhausta sonrisa.

—No te quedes mucho tiempo más, está a punto de amanecer.

Josh se llevó otro mordisco de tostada a la boca.

—Sigo en el horario Pacífico —dijo con la boca llena—. Pero tengo que levantarme en pocos minutos. Scatty quiere que continuemos el entrenamiento con la espada mañana. La verdad es que tengo muchas ganas.

—Mentiroso, mentiroso.

El joven gruñó.

—Bueno, tú tienes tu magia para protegerte... En cambio, todo lo que tengo yo es esta espada de piedra.

El rencor era claramente perceptible en su voz, pero

Sophie se obligó a sí misma a no comentárselo. Empezaba a cansarse de las quejas continuas de su hermano. Jamás había pedido que fuera Despertada; jamás había querido conocer la magia de la Bruja ni la de Saint-Germain. Pero había ocurrido y estaba intentando lidiar con ello. Su hermano tenía que aceptarlo de una vez por todas.

—Buenas noches —se despidió Sophie.

Cerró la puerta, dejando así a su hermano solo en la cocina.

Cuando se acabó el último pedazo de la tostada, recogió el plato y el vaso y los colocó sobre el fregadero. Dejó verter algo de agua sobre el plato y un segundo más tarde lo puso sobre el escurreplatos ubicado detrás del fregadero de cerámica. Agarró la jarra de agua filtrada, se sirvió un vaso y salió de la cocina, dirigiéndose hacia un diminuto jardín exterior. Aunque casi había amanecido, no sentía ni una gota de cansancio. Una vez más, se recordó a sí mismo que había dormido durante casi todo el día. Más allá de la pared, Josh apenas lograba vislumbrar el horizonte parisino bañado por la cálida luz de las farolas. Miró hacia arriba, pero no avistó ni una sola estrella. Se acomodó en un escalón y respiró hondamente. El aire era frío y húmedo, igual que el de San Francisco, aunque carecía del aroma familiar a sal marina que tanto añoraba; en cambio, estaba cubierto por varios perfumes extraños, algunos de los cuales le resultaban agradables. Sintió cómo una brisa le recorría el cuerpo, inhaló con fuerza y los ojos se le humedecieron. Percibió el desagradable olor de contenedores de basura a rebosar y de fruta podrida. Entonces detectó el nauseabundo hedor que le recordaba a algo, o a alguien. Cerrando la boca, inhaló profundamente, intentando identificar el aroma: ¿qué era? Era algo que había olisqueado recientemente...

Serpiente.

Josh dio un brinco. En París no había serpientes, ¿verdad? En el pecho, Josh sentía su corazón empezando a latir con más fuerza. Le aterraban las serpientes, un miedo espeluznante cuyo origen empezó cuando él tenía diez años. Había estado acampando junto a su padre en el monumento nacional de Wupatki, en Arizona, cuando se resbaló en un sendero y se deslizó por una pendiente, aterrizando directamente sobre un nido de serpientes de cascabel. Una vez se hubo sacudido el polvo de la ropa, se dio cuenta de que estaba tumbado junto a una serpiente de casi dos metros. La criatura levantó su cabeza en forma de cuña y permaneció mirando fijamente al muchacho con sus ojos negro azabache durante poco más de un segundo, aunque a Josh le pareció una eternidad. Después, el muchacho intentó escabullirse de allí, demasiado aterrorizado y jadeante como para gritar. Jamás logró entender por qué aquella serpiente prefirió no atacarlo, aunque su padre le explicó que las serpientes de cascabel son bastante tímidas y que, probablemente, habría acabado de comer. Tuvo pesadillas sobre el incidente durante varias semanas, y cuando se despertaba de forma repentina, sentía ese olor a almizcle en la nariz.

Ahora, percibía ese mismo olor.

Un olor que se intensificaba por momentos.

Josh empezó a subir las escaleras otra vez. De pronto, se produjo el sonido típico de escarbar, como cuando una ardilla está trepando por el tronco de un árbol. Entonces, justo delante de él, al otro lado del patio, unas garras, cada una del mismo tamaño que sus manos, aparecieron sobre la pared. Se movían lentamente, realizando movimientos delicados, buscando un agarre. De forma inesperada, las garras se clavaron hondamente en los antiguos ladrillos del muro. Josh se quedó petrificado, sin respiración.

Los brazos estaban cubiertos por una piel curtida y nudosa... y entonces asomó la cabeza de un monstruo por la pared. Era una especie de bloque largo, con dos aletas redondas al final de un morro despuntado y uniforme que aparecía encima de una boca. Unos ojos sólidos y negruzcos se hundían tras unas depresiones circulares a cada lado de su rostro. Incapaz de moverse, incapaz de respirar y con el corazón latiendo con tal fuerza que incluso el cuerpo vibraba, Josh observó cómo la criatura giraba la gigantesca cabeza de un lado a otro mientras, en el aire, una lengua bifurcada, larga, blanca y cadavérica, se movía nerviosamente. De repente, la criatura se detuvo y, poco a poco, muy despacio, giró la cabeza y miró a Josh. Con la punta de la lengua saboreó el aire y, segundos más tarde, abrió completamente la boca. Tenía la boca increíblemente grande, lo suficiente como para tragarse a Josh de un mordisco. En ese instante, Josh avistó su dentadura, compuesta por puñales curvados, afilados y desiguales.

Josh quería darse la vuelta y salir corriendo, pero algo se lo impedía. Había algo hipnótico en aquella horrorosa criatura que trepaba por la pared. Durante toda su vida había sentido una fascinación por los dinosaurios: había coleccionado fósiles, huevos, dientes, e incluso coprolitos de dinosaurio. Y ahora estaba ante uno de ellos. Una parte de su cerebro identificó a la criatura, o al menos a lo que se parecía: se trataba de un dragón de Komodo. No alcanzaba más de tres metros de altura en su hábitat natural, pero era evidente que esta criatura era, como mínimo, tres veces mayor que eso.

La piedra se agrietó. Un viejo ladrillo explotó convirtiéndose en mero polvo. Después, un segundo, un tercero.

Entonces se produjo un sonido quebrador, un chasquido y, casi en cámara lenta, Josh fue testigo de cómo la pared, con la criatura clavada en lo más alto de ella, se tambaleaba y se desplomaba sobre el suelo. La puerta metálica se partió en dos, desprendiéndose de todas las bisagras y colisionando directamente con la fuente de agua. El monstruo se golpeó violentamente contra el suelo, inalterable por las piedras que le llovían a su alrededor. El ruido sacudió a Josh, tambaleándole así sobre las escaleras mientras la criatura se incorporaba y se arrastraba por el patio, dirigiéndose hacia la casa. El joven cerró la puerta de un golpe y pasó todos los pestillos. Estaba a punto de volverse cuando, a través de la ventana de la cocina, vislumbró a una figura ataviada con prendas blancas, agarrando algo parecido a una espada. La silueta cruzó el agujero que se había producido en la pared.

Josh cogió la espada de piedra del suelo y la estrelló contra la pared.

—¡Despertad! —gritó con una voz aterradora—. ¡Sophie! ¡Flamel! ¡Todos!

La puerta que había detrás de él vibró entre el marco. Echó un rápido vistazo por encima del hombro y vio la lengua viperina del monstruo abriéndose camino entre la madera y el cristal. —¡Ayuda!

El cristal se hizo añicos y la lengua penetró en el interior de la cocina; los platos se cayeron, las jarras se hicieron añicos y los instrumentos de cocina se diseminaron por el suelo. Los objetos metálicos silbaban cuando la lengua los rozaba; la madera se ennegrecía y se pudría; el plástico se derretía. Una gota de saliva corrosiva cayó sobre el suelo, empezó a burbujear y se comió la piedra.

De forma instintiva, Josh arremetió contra la lengua con Clarent. La espada apenas tocó la lengua de la criatura, pero de repente ésta desapareció, introduciéndose otra vez en la boca del monstruo. Se produjo un único movimiento y la criatura chocó la cabeza contra la puerta.

La puerta se hizo astillas de inmediato; las paredes de cada lado se agrietaron al mismo tiempo que las piedras llovían de algún lado. La criatura echó atrás la cabeza y repitió el movimiento, provocando así un agujero descomunal en la cocina. Entonces toda la casa empezó a crujir inquietantemente.

Josh sintió una mano sobre su hombro, y sus latidos bajaron de intensidad.

—Mira lo que has hecho; aún has enfurecido más a la criatura.

Scathach entró a zancadas en la cocina casi en ruinas y se detuvo ante el agujero causado por las envestidas de la criatura.

—'Nidhogg —-dijo. Sin embargo, Josh no sabía si estaba dirigiéndose a él o al monstruo. Y Scathach precisó—: Esto significa que las Dísir no andan muy lejos.

La Guerrera parecía mostrarse satisfecha con las noticias.

Scathach dio un paso atrás en el momento en que la cabeza de Nidhogg golpeó, una vez más, en el agujero de la pared. Sus gigantescas aletas de la nariz se abrieron y la lengua cadavérica fustigó el punto donde, un instante antes, había permanecido la Sombra. Una gota de saliva hizo arder la baldosa, convirtiéndola así en fango líquido. Las armas gemelas de Scathach empezaron a moverse, destellando brillos grises y plateados, y dos largos cortes aparecieron en la carne blanca de la lengua bifurcada de la criatura.

Sin apartar la mirada de Nidhogg, Scathach se dirigió a Josh con tono calmado y tranquilo, y le ordenó:

—Saca a los demás de casa, yo me ocuparé de esto...

Y, entonces, un brazo cuyos extremos eran unas afiladas garras penetró por la ventana, envolvió el cuerpo de la Guerrera en un fuerte asimiento y la golpeó contra la pared con tal fuerza que incluso el yeso se agrietó. La Sombra tenía los brazos pegados al cuerpo, de forma que no podía utilizar sus espadas. La descomunal cabeza de Nidhogg apareció entre el costado derrumbado de la casa. En ese instante, la criatura abrió la boca y la lengua salió disparada hacia Scathach. Una vez consiguiera que su lengua ácida y pegajosa cubriera a la indefensa Guerrera, el monstruo no dudaría en introducírsela en su horripilante mandíbula.

30

ophie bajó volando las escaleras mientras chispas y serpentinas de fuego azul seguían la estela de sus dedos.

Justo cuando el edificio había temblado, Sophie se hallaba cepillándose los dientes en el lavabo de la planta superior. Había logrado escuchar el estruendo de los ladrillos seguido por el grito de su hermano. Había roto el silencio absoluto que reinaba en la casa; para Sophie, era el sonido más aterrador que jamás había oído.

Estaba corriendo por el pasillo cuando, de repente, al pasar junto a la habitación en la que descansaba Flamel, la puerta se abrió. Durante un instante, la joven no reconoció a aquel anciano con expresión confusa que permanecía en el umbral de la puerta. Las bolsas y ojeras de sus ojos estaban teñidas de un color tan oscuro que incluso parecían moratones. Además, la piel se había tornado de un matiz amarillo que resultaba muy poco saludable.

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