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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

El Mago (35 page)

—Algo grandioso, muy grandioso, ha estado en el jardín —dijo sin dirigirse a nadie en particular.

Flamel alzó la cabeza.

—¿Reconocéis algún olor? —preguntó.

Saint-Germain respiró profundamente.

—Serpiente —respondió sin vacilar—, pero no es el hedor de Maquiavelo —concluyó mientras salía hacia Si jardín e inhalaba hondamente—. Aquí fuera el olor es más intenso —comentó. Después, tosió y añadió—: Esta peste es más nauseabunda, mucho más fétida... Es el aroma de algo muy, muy antiguo.

Atraído por las alarmas de los automóviles, el conde cruzó el jardín, se encaramó sobre uno de los muros destrozados y echó un vistazo hacia el callejón. Las sirenas de casas y coches sonaban sin parar, sobre todo en el lado izquierdo, y algunas casas del final de la callejuela tenían las luces encendidas. En la beca de la angosta calle, podía vislumbrar los restos de un coche negro.

—Sea lo que sea lo que nos haya atacado —dijo mientras se dirigía hacia la cocina—, hay un coche de doscientos mil euros aparcado al final de la calle hecho trizas.

—Nidhogg —murmuró Flamel horrorizado. Después, asintió; ahora todo tenía sentido. Un instante después, agregó—: Las Dísir han traído a Nidhogg. Pero ni siquiera Maquiavelo se atrevería a traer algo así a una ciudad. Es demasiado precavido.

—¿Nidhogg? —preguntaron Juana y Sophie al mismo tiempo, mirándose la une a la otra.

—Imagináoslo como una mezcla entre un dinosaurio y una serpiente —explicó Flamel—. Probablemente, tiene más años que este planeta. En mi opinión, la criatura ha capturado a Scathach y Josh las ha seguido.

Sophie negó con la cabeza, muy segura de sí misma.

—El jamás haría eso, le aterran las serpientes.

—Entonces, ¿dónde está? —preguntó Flamel—. ¿Dónde está Clarent? Es la única explicación, Sophie: ha cogido la espada y ha salido en busca de la Sombra.

—Pero yo escuché cómo pedía ayuda...

—Tú escuchabas que gritaba el nombre de Scathach, quizá estaba llamándola.

Saint-Germain asintió.

—Tiene sentido. Las Dísir sólo querían a Scathach. Nidhogg la atrapó y salió corriendo. Seguro que Josh les ha seguido.

—Quizá atrapó a Josh y fue Scathach quien les siguió —sugirió Sophie—. Eso es típico de ella.

—El monstruo no tiene interés alguno en Josh. Sencillamente, se lo habría engullido. No, él ha ido por decisión propia.

—Eso demuestra una gran valentía —confesó Juana.

—Pero Josh no es valiente... —empezó Sophie. Aunque justo cuando lo estaba diciendo, supo que eso no era completamente cierto. Siempre la había defendido en el colegio, la había protegido. Pero ¿por qué habría seguido a Scatty? Sophie sabía que a su hermano no le agradaba mucho la Guerrera.

—La gente cambia —dijo Juana—. Nadie permanece igual.

El ruido era más intenso ahora, una mezcla cacofónica de sirenas de policía, ambulancias y bomberos.

—Nicolas, Sophie, debéis iros —ordenó Saint-Germain rápidamente—. Creo que la policía está a punto de llegar; vendrán muchos agentes con una infinidad de preguntas. Y no creo que las podamos contestar. Si os encuentran aquí, sin papeles ni pasaporte, me temo que os arrestarán para interrogaros —dijo mientras sacaba una cartera de cuero sujeta al cinturón mediante una cadena—. Aquí tenéis algo suelto.

—No puedo... —empezó el Alquimista.

—Cógelo —insistió Saint-Germain—. No utilices tus tarjetas de crédito; Maquiavelo puede rastrear tus movimientos —continuó—. No sé cuánto tiempo estará aquí la policía. Si me deshago de ellos, me reuniré con vosotros esta tarde a las seis en la pirámide de cristal del Louvre. Si no estoy allí a las seis, intentaré acudir a medianoche y, si no aparezco, volveré a las seis de la madrugada.

—Muchas gracias, viejo amigo —agradeció Nicolas. Después, se volvió hacia Sophie y añadió—: Recoge algo de ropa para ti, también para Josh, y todo lo que creas que necesites; no regresaremos aquí.

—Te ayudaré —se ofreció Juana, saliendo rápidamente de la cocina junto a Sophie.

El Alquimista y su antiguo aprendiz permanecieron entre las ruinas de la cocina, escuchando cómo las dos mujeres subían las escaleras.

—¿Qué piensas hacer con el bloque de hielo del vestíbulo ? —preguntó Nicolas.

—Tenemos un congelador horizontal enorme en el sótano. Intentaré ocultarlo allí hasta que se marche la policía. ¿Y las Dísir? ¿Crees que están muertas?

—Las Dísir son casi imposibles de matar. Sólo asegúrate de que el hielo no se derrita demasiado pronto.

—Una de estas noches lo trasladaré hasta el Sena y lo

lanzaré al río. Con algo de suerte, no se derretirá hasta alcanzar Rouen.

—¿Qué piensas contarle a la policía? —preguntó Flamel mientras señalaba con la mano la devastación que les rodeaba—. ¿ Qué les dirás sobre esto ?

—¿Explosión de gas? —sugirió Saint-Germain.

—Esa explicación cojea un poco —respondió el Alquimista con una sonrisa, recordando lo que le dijeron los mellizos cuando él expuso la misma sugerencia.

—¿Que cojea?

—Sí, y mucho.

—Entonces supongo que llegué a casa y me encontré con todo esto —dijo—, lo cual se acerca bastante a la realidad. No tengo ni idea de cómo ha ocurrido —añadió con una amplia sonrisa algo picara y maliciosa—. Podría vender la historia y las fotografías a algún periódico. Fuerzas misteriosas destrozan la casa de una estrella del rock.

—Todo el mundo creerá que se trata de un truco publicitario.

—Sí, seguro que sí. ¿Y sabes qué? Justo acabo de editar mi nuevo disco. Creo que sería una publicidad ideal.

La puerta de la cocina se abrió y Sophie y Juana entraron. Ambas se habían cambiado de ropa. Ahora llevaban pantalones téjanos, camisetas de algodón y unas mochilas idénticas.

—Yo les acompañaré —dijo Juana antes de que Saint-Germain pudiera formular la pregunta—. Necesitan un guía y un guardaespaldas.

—¿Crees que merecería la pena discutir esto contigo? —preguntó el conde.

—No.

—Eso me temía —confesó mientras abrazaba a su esposa—. Por favor, ten cuidado, ten mucho cuidado. Si Maquiavelo o Dee se han atrevido a traer a esa criatura a la ciudad, significa que están desesperados. Y los hombres desesperados realizan actos estúpidos.

—Así es —convino Flamel—, así es. Y los hombres estúpidos cometen errores.

35

osh seguía observando por encima del hombro, intentando así orientarse. Cada vez se estaba alejando más de la casa de Saint-Germain y empezaba a preocuparle perderse. Pero ahora no podía volver atrás; no dejaría a Scatty en manos de aquella criatura. Si lograba localizar el Arco de Triunfo, ubicado en lo alto de los Campos Elíseos, Josh podría guiarse para llegar a la casa del conde. De forma alternativa, todo lo que tenía que hacer era seguir la estela de coches de policía, de bomberos y ambulancias que recorrían a toda prisa la avenida principal en la misma dirección que él.

Intentaba no reflexionar demasiado sobre lo que estaba haciendo porque, si lo hacía, eso significaba asumir que estaba persiguiendo a un monstruo con forma de dinosaurio por las calles de París, entonces se detendría y Scatty... Bien, no sabía exactamente lo que le ocurriría a la Guerrera. Pero fuera lo que fuese, no sería nada bueno.

Seguir a aquella criatura era más que sencillo. Nidhogg corría en línea recta, estrellándose así contra los infinitos callejones paralelos a los Campos Elíseos. Tras él, una estela de devastación. Pisoteaba los coches aparcados en la acera y corría por encima de los capós, dejándolos aplastados y llanos. Cuando se adentraba en una calle angosta, su cola golpeaba las contraventanas de las tiendas a ambos lados de la calle, haciendo añicos el cristal que las protegía. Las alarmas antirrobo se añadieron al estruendo de las demás sirenas.

De repente, una figura blanca captó toda su atención.

Josh había vislumbrado aquella figura blanca en el exterior de la casa de Saint-Germain. Supuso que era uno de los cuidadores del monstruo. Y ahora parecía como si también estuviera persiguiendo a la criatura... lo cual significaba que había perdido completamente el control. Alzó la mirada, intentando adivinar la hora. El cielo comenzaba a empalidecerse por los primeros rayos de sol, lo que significaba que estaba corriendo hacia el este. ¿Qué iba a suceder cuando la ciudad se despertara y encontrara un monstruo prehistórico correteando por las calles? Todos entrarían en un estado de pánico; sin duda, la policía y el ejército entrarían en acción. Josh había intentado abatir al monstruo con su espada; pero aquello no había servido de nada. Por eso, tenía la sensación de que las balas resultarían igual de inútiles.

Las calles cada vez se estrechaban más, convirtiéndose así en serpenteantes callejones, de forma que la criatura se vio obligada a reducir el paso porque se golpeaba con los muros de los edificios. Josh descubrió que estaba acercándose a la misteriosa figura blanca. Presumió que se trataba de un hombre, pero no estaba del todo seguro.

Ahora corría con facilidad y ni siquiera jadeaba; suponía que todas las semanas y meses de entrenamiento de fútbol empezaban a surtir efecto. Sus zapatillas de deporte no producían sonido alguno en el pavimento, de forma que el joven asumió que aquella figura no sospecharía que la seguían. Después de todo, ¿quién estaría lo suficientemente loco como para correr tras un monstruo con tan sólo una espada como protección? Sin embargo, a medida que se iba aproximando, empezó a distinguir que la silueta también llevaba una espada en una mano y algo parecido a un martillo gigantesco en la otra. Reconocía aquella arma del videojuego World of Warcraft: era un martillo de guerra, una variante feroz y mortal de la maza. Acercándose todavía más, Josh descubrió que aquella persona iba ataviada con una armadura de malla blanca, botas metálicas y un casco con velo de malla que le cubría el cuello. No obstante, ni siquiera se sorprendió.

Después, de forma inesperada, la figura cambió radicalmente.

Ante él, la persona que parecía una guerrera con armadura se transformó en una joven de cabellera rubia, poco mayor que él, que lucía una chaqueta de cuero, unos pantalones téjanos y unas botas. Sólo la espada y el martillo de guerra la hacían extraordinaria. De pronto, desapareció por una esquina.

Josh frenó el paso: no quería abalanzarse sobre una mujer con una espada y un martillo de guerra. Y, reflexionando sobre ello, llegó a la conclusión de que probablemente no sería tan joven.

Hubo una explosión de ladrillos y cristales y Josh retomó el ritmo y giró la esquina. Después, se detuvo. La criatura se había atascado en un callejón. Josh adelantó unos metros con precaución; parecía como si el monstruo se hubiera adentrado en una calle angosta como una lanza. Pero esa callejuela en particular se torcía al final y después se estrechaba. El monstruo se había quedado obstruido en el embudo del callejón, justo entre los dos edificios que se alzaban a ambos lados. Intentando propulsarse hacia delante, procuraba ejercer presión para salir de ahí. Embestía hacia un lado y el otro, rompiendo las paredes de ladrillo y los vidrios, que rociaban la calle. Se produjo un movimiento en una ventana cercana y Josh distinguió a un hombre que alargaba el cuello por la ventana, con una expresión de terror en el rostro, inmóvil al observar al monstruo embotellado delante de su casa. Un bloque de hormigón del tamaño de un sofá se desplomó sobre la cabeza de la criatura, pero, aparentemente, ésta ni tan siquiera se dio cuenta.

Josh no tenía la menor idea de qué hacer. Necesitaba llegar hasta Scatty pero eso significaba adelantar a la criatura y, sencillamente, no había espacio suficiente. Observó cómo aquella joven rubia corría por el callejón. Sin vacilar, ésta saltó sobre la espalda del monstruo y trepó con destreza hacia su cabeza, con los brazos extendidos y las armas preparadas.

Josh intuyó que la joven estaba a punto de matar a la criatura, de forma que sintió una oleada de alivio. Quizá así podría alcanzar y salvar a Scatty.

Sentada a horcajadas sobre el cuello de la criatura, la mujer embistió al cuerpo inmóvil de la Guerrera.

El grito de horror de Josh se perdió entre el estruendo de sirenas.

—Señor, tenemos un informe sobre un... incidente —dijo un oficial de policía completamente pálido mientras entregaba el teléfono a Nicolás Maquiavelo—. El oficial de la RAID exige hablar con usted personalmente.

Dee agarró al italiano por el brazo y le zarandeó con brusquedad.

—¿Qué ocurre? —exigió Dee en un francés perfecto mientras Maquiavelo escuchaba atentamente la llamada. Intentando ahogar el ruido exterior, el italiano apoyó un dedo sobre el oído.

—No estoy seguro, señor. Debe tratarse de una equivocación, sin duda —informaba el agente mientras soltaba unas risas temblorosas—. A unas calles de aquí, la gente está denunciando que hay un... un monstruo atrapado entre dos edificios. Sé que es imposible... —Su voz perdió intensidad mientras se volvía para observar lo que una vez había sido un edificio de tres plantas y que ahora estaba reducido a escombros.

Maquiavelo devolvió el teléfono móvil al agente.

—Consígueme un coche —ordenó.

—¿Un coche?

—Sí, un coche y un mapa.

—Sí, señor. Puede coger el mío.

Ese agente en cuestión había sido de los primeros en atender las docenas de llamadas telefónicas de ciudadanos alarmados. Había vislumbrado a Maquiavelo y a Dee corriendo por el callejón donde se había producido la explosión y estaba convencido de que ellos habían tenido algo que ver. Sus gritos se habían apagado al descubrir que aquel anciano de cabello canoso ataviado con un traje negro era, de hecho, el presidente de la DGSE.

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