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Authors: Kate Lord Brown

Tags: #Intriga, #Drama

El jardín de los perfumes (40 page)

—No, no estaría bien. —Freya miró de reojo la mesa llena de vasos.

—Bobadas. No estoy paralítico, Frey. Y ahora… —Se puso la niña en la cadera y la miró a los ojos—: Jovencita, tienes a uno de los mejores expertos en mariposas de Inglaterra para cuidarte. No sé nada de galletas, pero puedo aburrirte mortalmente con las mariposas. —Charles le guiñó un ojo a Freya, que reía entre lágrimas—. Vete a dormir.

Esa noche, mientras Freya disfrutaba de su primera noche de sueño ininterrumpido desde hacía semanas, Charles paseó por la sala de estar con una gasa encima del chaleco, balanceando a Liberty arriba y abajo contra el hombro.

—Tienes un aguante increíble —le dijo. Se paró y miró a la pequeña—. ¡Oh, madre mía! Me parece que has… —Hizo una mueca—. Espero que lleves pañal. —Charles fue con recelo a la cocina—. Veamos. Me parece que Freya tiene unos cuantos secándose por ahí. —Dejó a la niña encima de una toalla limpia, sobre la mesa de la cocina, y ella lo miró chupándose el pulgar—. ¿Te encuentras mejor ahora? —le dijo en voz baja—. Bueno. ¿Cómo…? —Se rascó la cabeza—. Se lo he visto hacer a Freya. No puede ser tan difícil. —Miró a su alrededor—. ¿Agua tibia? ¿Algodón o algo? —Rebuscó debajo del fregadero y echó en un cuenco agua de la pava a la que añadió agua fría. Se rascó otra vez la cabeza—. ¡Ya lo sé! Tengo algodón en el estudio. —Volvió con un frasco de vidrio—. Es un trabajo más sucio que cloroformizar mariposas, pero vamos allá. —Le desabrochó con cuidado la camiseta a Liberty—. ¡Oh, Dios! Esto es… —Hizo una mueca y le dio la risa histérica. Descolgó un pijama limpio del tendedero—. ¿Probamos? —Frunció los labios—. Uf. ¿Cómo puede alguien tan pequeño fabricar todo esto? —Apartó la cara mientras la limpiaba—. Podrías echarme una mano, ¿no? Acabas de pisarla. —Por fin consiguió ponerle el pañal y el pijama—. Vale, no está mal, y no te he pinchado con el imperdible. —Retrocedió para admirar su trabajo. El pañal limpio le llegaba a las rodillas—. No es una gran obra pero con suerte durará hasta mañana. —Se la llevó a la sala de estar y se tendió en el sofá con la niña encima de la barriga.

Despertó a Freya el ruido de las botellas de leche que estaba dejando el lechero en la puerta, al pie de la ventana de su cuarto. Como siempre, fue en Tom en lo primero que pensó. No sabía nada de él desde hacía meses y por fin la tarde anterior se había dicho que no había esperanza: la había olvidado.

Le pareció oír decir a su enfermera jefe: «Sonreíd, chicas. Nada de lágrimas, sed fuertes.» Suspiró y se desperezó. «Qué maravillosa noche de sueño.» Abrió los ojos de golpe.

—¡Liberty! —exclamó, y se sentó como levantada por un resorte. Al pie de su cama, la cuna estaba vacía—.¡Charles! —chilló, poniéndose su viejo batín azul de franela. Se levantó disparada de la cama y bajó corriendo a la planta baja—. Charles, dónde…

Se paró de golpe y sonrió. Charles roncaba en el sofá con la niña al lado, intentando jugar con el montón de mariposas de papeles de colores que le había fabricado.

54

LONDRES, enero de 2002

—¡Freya! —Charles entró a trompicones en el invernadero—. ¡Freya!

—Estoy en la cocina —le gritó ella.

En la casa sonaba el tema principal de
The Archers
. Freya levantó los ojos de las tartaletas en forma de corazón que estaba preparando.

—Está de parto, Frey. Acaba de llamar un tipo que se llama Luca no sé qué.

—Luca de Santangel. Es el nieto de Macu. —Freya se desempolvó las manos.

—¡Dios santo! ¿Macu tiene nietos? —Charles se dejó caer en una silla de la cocina.

—Charles, Macu tiene bisnietos. ¿Cuántos años te crees que tenemos? ¿Veinte? —Siguió metiendo cucharadas de mermelada de fresa en los moldes.

—Sí, supongo, a veces —dijo él—. No puedo creer que nuestra Em vaya a ser mamá.

—¿Ya te has decidido?

—¿Acerca de qué?

—De España, Charles. Si no vienes, iré yo sola. Em lo ha arreglado para tener a una joven niñera que la ayudará durante las primeras semanas, así que no nos necesita de inmediato. He pensado que tal vez dentro de uno o dos meses, cuando el tiempo mejore.

—Ya veo. Te será beneficioso, creo, un descanso al sol después de todos los problemas que has tenido con Delilah.

—Puedo manejarla. —Freya miró las pulcras hileras de corazones—. Estoy preocupada por Emma. No lo soportaría si todo esto se interpusiera entre nosotras después de tanto tiempo.

—Los secretos tienen la asquerosa costumbre de revelarse. —Charles pasó el dedo por la harina de la mesa—. Te dije que tendríamos que haberles contado la verdad hace años.

—¡No lo hiciste! —exclamó Freya—. Fuiste tú quien empezó con esto. Por tu culpa toda nuestra vida se ha construido partiendo de una mentira.

—Frey, recuerdo claramente haberte dicho cuando Libby cumplió los dieciocho que debíamos…

—Paparruchas. —Se puso de pie, apoyándose pesadamente en el bastón—. Si se lo hubiéramos contado, lo primero que habría hecho habría sido marcharse corriendo a España para intentar encontrar a Jordi y Rosa, y todavía no era seguro. Las represalias continuaron durante años. —Freya abrió la puerta del viejo horno—. Maldita sea —se quejó cuando se quedó con el tirador en la mano.

Charles murmuró entre dientes.

—Dámela. —Le quitó el tirador de la mano y lo volvió a colocar.

—Dijiste que lo habías arreglado.

—¿Otra mentira?

—No empieces, Charles. —Freya se volvió con la bandeja de tartaletas y dio un traspié. La bandeja chocó contra el suelo—. ¡Mira lo que me has hecho hacer! —gritó, mirando las tartaletas rotas y la mermelada en el antiguo suelo de madera.

—¡Carajo! Perdón, Frey.
—Ming
fue a fisgar y olisqueó una tartaleta antes de volver la cola—. Aunque incluso el gato opina que tus pastas parecían un poco secas.

Freya se rio a su pesar, cogiendo la escoba.

—Además, ¿por qué horneabas corazones? Faltan un par de semanas para san Valentín.

—Iba a mandárselos en un paquete a Em —repuso ella, limpiando el desastre—. ¿No te acuerdas? Solíamos hacerlos todos los años. —Parpadeó rápidamente y Charles notó que le temblaba la voz, así que se le acercó arrastrando los pies y le pasó un brazo por los hombros.

—Venga, muchacha…

—No te atrevas a decir que «mantenga el tipo». —Apagó el horno.

—Iba a preguntarte si estaría bueno un Bloody Mary en el club, a la salud del bebé.

Freya dejó la escoba y se agarró a su brazo.

—Buena idea. ¿Crees que Em nos perdonará algún día? —le preguntó mientras renqueaban por la casa—. Antes, cuando he hablado con ella, parecía tan enfadada…

—Todo esto ha sido una verdadera conmoción para ella. —Charles cogió la capa de lana gris del perchero de la entrada y se la tendió—. Pronto lo veremos.

—No lo soporto. Temía que llegara este día. —Le alisó la bufanda a Charles—. He temido perderlas toda la vida.

—¿Se lo dirás? —Charles no era capaz de mirarla—. ¿Le dirás lo que hice?

—Lo que hicimos —lo tranquilizó Freya—. No, a menos que me vea obligada. Emma ya está pasando por suficientes cosas.

55

LONDRES, mayo de 1941

Freya estaba tendida con las sábanas enrolladas y Liberty dormía pacíficamente a su lado. Soñaba en Valencia, en el día en que un escuadrón enemigo rodeó el puerto. Era un día de feria para los niños. La había conmovido que a pesar del recrudecimiento de la guerra mantuvieran aquella celebración para los pequeños, como todos los años. Le había dado a Rosa un descanso y se había llevado a Liberty a ver las casetas de figuritas de cartón piedra. Los rostros de Mickey Mouse, Félix el gato, el pato Donald, Sancho Panza y Don Quijote se le aparecían ahora bamboleantes y macabras. Había caído un chaparrón y los críos se habían refugiado en manada debajo de un enorme Mickey Mouse. Freya protestó en sueños. Corría, empujando el cochecito bajo la lluvia, por los oscuros naranjales. El cochecito era cada vez más grande mientras corrían entre los árboles y las raíces se enredaban en las ruedas. Más arriba, a la luz de la luna, veía a Tom esperándola.

—Freya —la llamaba, haciéndole gestos para que se acercara—. Freya…

—¿Mmmm? —Parpadeó. La luz gris del amanecer londinense entraba por la ventana. La lluvia primaveral caía tras la vieja ventana de guillotina, que temblaba por culpa del viento.

—Freya. —Charles la sacudió para despertarla y ella se apoyó en los codos, con cuidado, para no despertar a la niña dormida a su lado.

—¿Qué pasa?

—Gritabas en sueños.

—No era más que un sueño, creo… —Freya descartó el recuerdo de Tom. A medida que los meses se iban convirtiendo en años, había aceptado su pérdida como otra más de las muchas de la guerra—. Recordaba cuando te llevaron al hospital de la frontera —mintió.

—Fuiste muy valiente. —Charles se sentó en el borde de la cama—. Nunca te había visto llorar hasta entonces. —Meditó un instante—. Incluso yo lloré, un poco, cuando me amputaron el brazo. —Sonrió sin alegría—. Uno se aficiona bastante a sus extremidades. Sin embargo, al menos no terminé con los durmientes en la lavandería, ¿eh?, a pesar de tus cuidados.

Freya le dio un codazo. Miró a Liberty que se movía dormida.

—Menos mal. Ahora somos todo lo que tiene. Me gustaría que tuviera una verdadera familia, como tuvimos nosotros, en la que crecer. Aunque perdimos a mamá y papá, teníamos muchos recuerdos felices. —Le acarició la cabeza a la niña—. Siempre supimos quiénes éramos, de dónde procedíamos. —Miró a Charles—. Tenemos que asegurarnos de que esté a salvo. Si la adopto legalmente…

—Frey, no te preocupes…

—Es que estuve hablando con una de las chicas del comité de niños vascos. Los malditos fascistas vienen hasta aquí persiguiendo a los niños refugiados, Charles. ¿Qué vamos a hacer? ¿Y si vienen por Liberty?

—¿Qué podemos hacer? —Charles frunció el ceño.

—He estado pensando que la casa de Cornwall…

—Apenas es habitable, Frey. ¿No te acuerdas de lo caída que está? Era el único lugar que podíamos permitirnos con lo poco que nos quedaba de la herencia. La compré pensando en nuestro futuro, pero no hemos tenido dinero para arreglarla todavía.

—Charles, después de vivir en las condiciones en las que vivimos en España, nos parecerá un palacio.

—¿Quieres decir que te estás planteando irte?

Freya notó el dolor en su voz.

—No para siempre, Charles. Y tú también puedes venir.

—No. Uno de los dos tiene que trabajar y no serviré para pescar con este brazo. —Reflexionó un momento—. Debería volver a mis mariposas. Al menos solo hace falta un brazo para la red y estoy seguro de que en mi antigua facultad me aceptarán de nuevo para dar clase. Le escribiré a Imms. —Miró a Freya—. Eres tremendamente valiente, Frey. Te prometo que todo irá bien. Voy a ocuparme de las dos.

56

VALENCIA, enero de 2002

La camilla rodaba por el pasillo de la zona de quirófanos y las ruedas chirriaban en el linóleo. Emma veía el parpadeo de las luces en el techo. La habitación estaba oscura cuando la empujaron al interior. Los fluorescentes zumbaron, se iluminó y oyó que encendían una radio. Sonó música pop de los ochenta.

—Ahora, Emma —le dijo amablemente el anestesista—, relájate. —Le cogió los brazos y se los puso abiertos en cruz sobre una tabla que cruzaba la mesa de operaciones.

Emma cerró los ojos. Las horas habían ido pasando mientras ella estaba acostada en la habitación del hospital.

—Por favor, ¿puedo caminar?

—No. —La enfermera la había explorado—. No va bien. Has roto aguas pero apenas has dilatado.

Emma había gemido. Las contracciones eran más intensas y seguidas y el dolor atroz.

—Tranquila —le había dicho la enfermera, y Emma había pensado: «¿Qué? ¿Tranquila? Hija de… no tienes ni idea…» Otra oleada de dolor la había recorrido de pies a cabeza.

—Necesito control dolor… —había jadeado, incapaz de decirlo correctamente en español.

—No, imposible. —La enfermera había negado con la cabeza.

—Epidural. —Emma había apretado los dientes, alzando la cabeza de la almohada, y fulminado con la mirada a la mujer—. ¡Ahora!

La enfermera había fruncido los labios.

—Se lo pediré a su marido.

«¿Marido?», había pensado Emma, siguiendo con los ojos a la mujer vestida de verde mientras esta salía al pasillo. Se le había nublado la vista con la vuelta del dolor. Había inspirado hondamente pero sentía como si cada átomo de su cuerpo se estuviera contrayendo y expandiendo a la velocidad de la luz. Había oído voces. Luca. Se había quedado.

—Si no es su marido no puede firmar el documento —había dicho la enfermera.

—Soy tan bueno como su marido —Luca le había cogido la mano a Emma, que se la había estrujado al notar la siguiente contracción.

—¡Oh, Dios! ¿Qué puedo hacer?

—La epidural, ya —había jadeado Emma.

—Pónganle la epidural —le había dicho Luca a la enfermera—. Que venga el médico. ¡Ahora mismo! Firmaré lo que quieran. Estoy con Emma, somos pareja, el bebé es mío. —La había mirado fijamente para que lo confirmara.

—Sí —había gritado ella.

Luca se había vuelto hacia la enfermera.

—¿Tengo que ir a buscar yo al médico?

Le había sostenido la mano mientras le administraban la inyección. Frescor y alivio entumecedor. Se había recuperado y le costaba menos respirar.

—Gracias —le había susurrado a Luca, que le acariciaba el pelo—. Gracias por quedarte. No sé lo que habría hecho… —De pronto se había dado cuenta de que llevaba una bata quirúrgica azul abierta por detrás.

—Cuando los he visto llevarte parecías tan perdida… y tan valiente. —Tenía los ojos enrojecidos y con ojeras—. Me ha recordado… —Sacudió la cabeza—. Da igual. Espero que no te importe lo que he dicho, eso de que somos pareja y el bebé… —Le cogió la mano a Emma—. He hablado con el médico. —Bajó la mirada—. El motivo por el que tienes tanto dolor es que el bebé no puede salir.

—Oh… —A Emma se le llenaron los ojos de lágrimas. Miraba el monitor en el que se veían reflejados los latidos del corazón del bebé—. Está… Todo va a ir bien, ¿verdad?

La habitación se había llenado de médicos y enfermeras.

—Sí, claro que sí. Emma, yo…

—Emma —lo había interrumpido un hombre en bata de quirófano, inclinándose sobre ella para que lo viera—. Tu bebé está sufriendo. Tenemos que sacarlo lo antes posible.

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