Read El Imperio Romano Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

El Imperio Romano (6 page)

Posteriormente, hubo historiadores que afirmaron que Tiberio había preparado todo de un modo malvado y engañoso con la ayuda de su madre, Livia. Se relataron cuentos de que envenenó a los nietos de Augusto, de que intervino en la muerte del mismo Augusto, etcétera. Se ennegreció su figura y se lo presentó como un monstruo de crueldad y lujuria.

En realidad, nada de esto es creíble. Los autores que nos cuentan estas cosas eran miembros del partido senatorial de un par de generaciones después, quienes suspiraban por los que creían que habían sido los buenos viejos tiempos. Sentían rencor hacia los emperadores que habían puesto fin a la república y se deleitaban escribiendo historias escandalosas sobre ellos. Escuchar a estos historiadores es como escuchar a los columnistas chismosos de los periódicos sensacionalistas y creer todo lo que dicen sobre las celebridades.

Finalmente, en 14 (767 A. U. C.), Agusto yacía en su lecho de muerte. Tenía setenta y siete años y había reinado cuarenta y tres. Entre sus últimas palabras dirigidas a quienes lo rodeaban, se cuentan las siguientes: «¿Creéis que he desempeñado bien mi papel en la vida? Si es así, aplaudid.»

Ciertamente, desempeñó bien su papel en la vida. El Imperio estaba bien afirmado, y sus cinco millones de ciudadanos y casi cien millones de no ciudadanos estaban en paz. Todos los siglos de luchas de la historia antigua parecían haber llegado a su culminación en este último «gobierno mundial» pacífico e ilustrado.

Sólo era menester conservarlo así el mayor tiempo posible.

Tiberio

Cuando Augusto agonizaba, Livia (quien vivió quince años más, pues murió en 29 a la notable edad, para aquellos tiempos, de ochenta y seis años), envió mensajeros a Tiberio. Estaba en camino hacia Iliria para emprender una campaña, pero al recibir el mensaje, se puso inmediatamente al mando del ejército y retornó a Roma para asumir el cargo de emperador.

Como había hecho antaño Augusto, ofreció ceder todos los poderes y restaurar la república, pero, nuevamente, esto sólo era un recurso para obligar al Senado a otorgarle esos poderes personalmente. Así, sería emperador por la voluntad del Senado tanto como por la de Augusto, y su posición sería totalmente legal y doblemente segura. El Senado lo comprendió, y comprendió también los peligros de la anarquía que sobrevendría si, por un extraño azar, Tiberio hablase en serio.

Se apresuraron a otorgarle todo el poder imperial.

Al subir al poder, Tiberio tuvo que hacer frente a la rebelión de algunas legiones del Danubio y del Rin. Envió a su hijo Druso César (llamado a veces Druso el Joven, para distinguirlo de Druso el Viejo, que había sido el hermano de Tiberio) para que se hiciese cargo de las legiones danubianas. Druso el Joven se las arregló para hacer entrar por vereda a los amotinados.

La situación en el Rin era más peligrosa. Desde la derrota de Varo, la frontera del Rin era particularmente vulnerable, y hubo que hacer esfuerzos especiales para mantener elevada la moral allí. Los soldados romanos del Rin habían idolatrado a Druso el Viejo, quien en el 15 a. C. tuvo un hijo llamado Germánico César en honor de las victorias de su padre sobre los germanos. El niño sólo tenía seis años cuando murió su padre, pero cuando Arminio obtuvo su gran victoria sobre las legiones de Varo, Germánico tenía veinticuatro años y era un gallardo joven y el modelo del joven noble romano. Más aún, se casó con Agripina, la virtuosa nieta de Augusto.

Augusto estaba tan impresionado por su nieto político que lo envió a la frontera del Rin junto con Tiberio en los críticos días posteriores a la derrota de Varo. Actuaron allí con eficacia, y cuando Augusto estaba arreglando las cosas para que Tiberio le sucediese en el trono imperial, el viejo emperador insistió en que Tiberio adoptase a Germánico como su hijo y heredero, con exclusión del propio hijo de Tiberio. Éste así lo hizo.

En 14, Germánico fue enviado al Rin por segunda vez, y solo, mientras Tiberio fue enviado a Iliria. Cuando Augusto murió y Tiberio retornó para recibir los honores imperiales del Senado, Germánico permaneció en el Rin y tuvo que hacer frente a las legiones que se habían rebelado repentinamente.

Los soldados pedían más paga y, en esencia, menos horas de servicio, pues se quejaban de que las campañas eran demasiado duras. Germánico, con una mezcla de tacto, afabilidad y firmeza, y con la oferta de mayor paga, se ganó a las legiones.

Para tenerlas ocupadas y brindarles la excitación de la victoria, las condujo a Germania una vez más. Derrotó a los germanos en varias batallas y les demostró que la victoria sobre Varo fue una excepción, y no sería fácil que se repitiese. Hasta condujo su ejército por el Teutoburger Wald, donde hallaron los descoloridos huesos de las tres legiones de Varo y enterraron los restos. Germánico tuvo ocasión de luchar contra Arminio y sus germanos, y los derrotó, haciendo con ellos gran carnicería y recuperando los pendones perdidos por las legiones de Varo.

A juicio de Tiberio, se había hecho algo muy importante. Los germanos habían recibido una lección y ya no presumirían de su única victoria. Sin embargo, al igual que Augusto, creía que era inútil tratar de restablecer la línea del Elba. Era demasiado costoso, en dinero y en hombres, para el valor que parecía asignarle Tiberio. Por ello, en 16, ordenó a las legiones romanas que volvieran al Rin y llamó a Germánico.

Los cotillas senatoriales de tiempos posteriores estaban seguros de que lo había hecho por celos y que odiaba a su sobrino, de quien se suponía que se sentía receloso por ser su heredero y a quien temía por su popularidad en el ejército. Pero esto no es en modo alguno cierto. El juicio estratégico de Tiberio era correcto. Los germanos
habían
recibido una lección y la frontera del Rin permanecería en calma durante dos siglos más. Por otro lado, Germánico había perdido un considerable número de soldados y sus victorias no habían sido fáciles. De haber continuado su campaña, es muy posible que los germanos con el tiempo llegasen a obtener una segunda victoria, a la que hubiera seguido una invasión germánica de la Galia, con consecuencias imprevisibles.

Parece demostrado que Tiberio no estaba realmente celoso de Germánico por el hecho de que puso al joven en un cargo de poder en la parte oriental del Imperio. Su misión en el Este era dirimir las cuestiones concernientes a Armenia. Partia nuevamente estaba creando problemas allí, como iba a hacerlo muchas veces en el futuro.

Germánico, por desgracia, no tuvo oportunidad de resolver este problema. En 19, murió a la edad de treinta y cuatro años. Esto en sí mismo no tiene nada de sorprendente. Sólo en tiempos modernos se ha hecho posible combatir las enfermedades infecciosas; en la antigüedad, había muchas enfermedades e infecciones que eran fatales y que hoy ni siquiera son serias. La esperanza de vida media en la época romana era mucho más corta que hoy. Aunque algunos individuos, como Augusto y Livia, vivían hasta avanzada edad, el promedio de vida entre los romanos era, probablemente, de unos cuarenta años.

Sin embargo, nunca parecía admitirse esto cuando una figura popular moría joven por alguna causa poco clara, particularmente si podía heredar una posición de poder. Los chismosos de entonces y de épocas posteriores siempre supusieron lo peor y más escandaloso. Inmediatamente surgieron rumores, por ejemplo, de que Tiberio había hecho envenenar a Germánico, y la mujer de éste, Agripina, parece haberlo creído.

Pero Tiberio no tuvo con sus herederos más suerte que Augusto. Si Tiberio envenenó a Germánico para hacer emperador a su propio hijo, esta esperanza quedó frustrada. En 23, Druso el Joven murió a la edad de treinta y ocho años.

Tiberio continuó la política prudente de Augusto tanto en la paz como en la guerra. Al igual que Augusto, no intentó costosas y arriesgadas conquistas extranjeras por mor de la conquista misma. Como Augusto, vigiló para que las provincias fuesen gobernadas honesta y eficientemente. Cuando pudo, aprovechó la oportunidad para unificar el Imperio anexando un reino satélite como provincia, pero no por la fuerza, En cambio, aprovechaba algún momento estratégico, como cuando moría un viejo rey. Así, cuando murió el rey de Capadocia, en el este de Asia Menor, en 17, Tiberio la convirtió en provincia romana.

Tiberio era ya de edad cuando se convirtió en emperador. A los sesenta y cinco años, estaba fatigado, en verdad, y sólo deseaba dejar la carga del gobierno sobre hombros más jóvenes; en otras palabras, deseaba elegir el equivalente de un primer ministro.

Eligió para tal fin a Lucio Sejano. Este era el jefe de la guardia pretoriana, que, bajo Augusto, había sido dispersada por Italia en pequeños destacamentos. Sejano persuadió a Tiberio de que ordenase a esos hombres que se concentraran en un campamento cercano a Roma. Esto hacía que estuviesen más a mano en caso de una emergencia, y aumentaba el poder de Sejano. (También representaba un mayor peligro para el Imperio, como iba a verse en años posteriores.)

Más tarde, corrieron historias que hacían de Sejano un monstruo increíble. Fue él quien, presuntamente, hizo envenenar a Druso, para tener él la posibilidad de subir al trono. Parece probable que el pecado real de Sejano fuese tomar medidas para que el poder de Tiberio sobre el Senado fuese máximo.

Tiberio no tenía el don de Augusto de ganarse a la gente. Mientras que Augusto podía andar por las calles sin protección, Tiberio tenía que hacerse escoltar. A medida que la República retrocedía cada vez más para sumirse en las brumas de la historia, tanto más los senadores se entregaron a exaltar un pasado idealizado. Sejano persuadió a Tiberio a que actuase vigorosamente contra el Principado, y los futuros historiadores senatoriales lo execraron y, en consecuencia, execraron a Tiberio.

No sólo el Senado representaba un peligro posible. Agripina, la viuda de Germánico, parece haber intrigado contra Tiberio, de quien sospechaba que había envenenado a su marido, y soñado con colocar a uno de sus hijos en el trono. Sejano convenció a Tiberio de que la exiliara, en el 30, y murió tres años más tarde, aún en el exilio.

En 26, Tiberio se sintió bastante seguro de la capacidad de Sejano para manejar el gobierno y pensó que podía retirarse completamente de los asuntos de Estado y aliviar su pena por la muerte de su hijo. Así, estableció su residencia en la isla de Capri, en la bahía de Nápoles, para un descansado retiro.

Más adelante, el rumor popular atribuyó a Tiberio todo género de crueldades y de orgías lascivas en la isla, pero es difícil imaginar algo más ridículo que tales historias. En primer lugar, Tiberio había llevado una vida austera y abstemia, y no es probable que se abandonen hábitos de toda una vida. En segundo lugar, tenía sesenta y ocho años cuando se retiró a Capri, y es poco probable que hubiese podido entregarse a tales orgías, aunque hubiese querido hacerlo.

Pero en su ausencia, Sejano parece haber llegado a ciertos extremos. Las leyes contra la traición fueron endurecidas hasta el punto de que toda declaración descuidada que pudiese ser interpretada como rechazo de Tiberio o el principado podía ser causa de una sentencia de muerte. La gente era estimulada a denunciar tales declaraciones y era recompensada por ello, por lo que no cabe sorprenderse de que a veces esos informes fuesen falsos. Los delatores profesionales fueron uno de los horrores del período.

Sejano quizás estimuló deliberadamente el reinado del terror con la intención de quebrar la voluntad del Senado, si es que aún era necesario quebrarla.

Pero, con el tiempo, el receloso Tiberio abrigó sospechas hasta de Sejano. El primer ministro planeaba casarse con la nieta de Tiberio, y también puede que pensara en sucederle. Tiberio tal vez se encolerizó por esto. Sea como fuere, en 31 el Emperador envió una carta desde Capri denunciando a Sejano, y el hasta entonces todopoderoso primer ministro fue ejecutado de inmediato.

Calígula

Tiberio murió en 37 (790 A. U. C.), después de un reinado de treinta y tres años, y nuevamente se planteó el problema de la sucesión.

Tiberio no tenía hijos vivos, y Germánico, su sobrino, en un principio su heredero, había muerto hacía tiempo. Pero Germánico había dejado hijos. Algunos estaban ya muertos, pero uno quedaba vivo. Era Cayo César, sobrino nieto de Tiberio, bisnieto de Livia (la esposa de Augusto) por su padre y bisnieto del mismo Augusto, y también de Marco Antonio, por su madre.

Cayo César había nacido en el 12, mientras Germánico y Agripina, su padre y su madre, se hallaban en un campamento en Germania. Pasó sus primeros años entre las legiones, y los rudos legionarios al parecer estaban encantados de la novedad de tener en medio de ellos al pequeño hijo de su comandante. Germánico utilizó al niño en su campaña para mantener alta la moral de los soldados y lo vistió con un uniforme de soldado, inclusive unas pequeñas botas militares. Los soldados quedaron locos de entusiasmo al verlo y llamaron al niño «Calígula» («botitas»). El apodo le quedó, y es conocido en la historia solamente por ese tonto nombre.

Calígula, a diferencia de Augusto y Tiberio, no estaba formado en la vieja tradición de Roma. Había sido criado en la corte imperial, donde, por una parte, fue pretendo como posible heredero y vivió en medio del mayor lujo, y, por la otra, su vida estuvo en constante peligro a causa de las intrigas cortesanas, de modo que se hizo temeroso y receloso. Tuvo como amigos a varios de los príncipes de los reinos satélites orientales, quienes estaban en Roma por una u otra razón. Uno de ellos era Herodes Agripa, nieto del primer Herodes de Judea. De estos amigos, Calígula aprendió a gustar del tipo oriental de monarquía.

El gobierno de Calígula se inició con tranquilidad y fue, de hecho, saludado con regocijo, pues la corte era más alegre que en los días del viejo y sombrío Tiberio, y el joven emperador parecía liberal y agradable. Era tan liberal, en efecto, que gastó alegremente en un año todo el excedente que Augusto y Tiberio habían ahorrado prudentemente en el tesoro durante casi setenta años de cuidadoso gobierno.

Pero en el 38 Calígula cayó gravemente enfermo, y cuando se recuperó todo cambió. No hay duda de que la enfermedad había afectado a su mente y que estuvo totalmente desequilibrado durante los últimos escasos años de su vida. Los futuros historiadores senatoriales hicieron remontar su enfermedad mental a sus años tempranos y lo consideraron un monstruo desde el principio, y aunque indudablemente exageraron, quizás haya algo de verdad en esto.

Other books

Dr. O by Robert W. Walker
Rawhide and Lace by Diana Palmer
Armistice by Nick Stafford
Mustang Moon by Terri Farley
Death Wave by Ben Bova
Sail Away by Lee Rowan


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024