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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

El Imperio Romano (3 page)

Después de la ocupación romana de Egipto, el gobernador, Cayo Petronio, respondió a una incursión etíope lanzando una expedición de represalia en 25 a. C. Marchó hacia el Sur y ocupó parte de Etiopía, pero a Augusto esto le pareció una acción inútil. Etiopía estaba demasiado lejos para ser de alguna utilidad a Roma, y no compensaba los gastos de dinero y hombres. Hizo volver al ejército y en lo sucesivo hubo una paz ininterrumpida en la frontera meridional de Egipto. (Un intento poco entusiasta de cruzar el mar Rojo desde Egipto y apoderarse del sudoeste de Arabia también fue suspendido por Augusto.)

Al sudeste de Siria y Judea estaba el desierto árabe, que, como el Sahara, representaba un límite para las armas romanas y una protección contra un ataque enemigo en esa dirección. En años posteriores, el ámbito romano se expandió un poco en el desierto, pero no muy lejos.

Al este la situación era más peligrosa. Allí estaba la única potencia organizada que lindaba con los dominios romanos y era realmente independiente y hasta hostil a Roma. Era Partia, que se extendía por la región ocupada principalmente por el Irán moderno.

Partia era realmente una restauración de la antigua monarquía persa, que había sido resquebrajada y destruida tres siglos antes por Alejandro Magno. («Partia» es una forma de «Persia».) La cultura griega había penetrado en el ámbito parto bajo los sucesores de Alejandro, pero nunca echó allí raíces fuertes.

La mayor parte de la sección asiática del imperio de Alejandro cayó en manos de su general Seleuco, después de la muerte de Alejandro, por lo cual se la llamó el Imperio Seléucida. Cuando éste se debilitó, las tribus partas conquistaron su independencia, alrededor del 250 a. C., y extendieron su poder hacia el Oeste a expensas de sus viejos amos.

En 64 a. C. Roma se anexó el resto del Imperio Seléucida (por entonces limitado a Siria) e hizo de él una provincia. Entonces, se enfrentó directamente con Partia, en el Este. En 53 a. C. (700 A. U. C.), un ejército romano atacó a Partia sin que mediase provocación alguna y sufrió una catastrófica derrota. Partia se apoderó de las banderas de las legiones derrotadas, algo que para Roma era una gran deshonra.

Quince años más tarde, ejércitos romanos invadieron Partia nuevamente y lograron algunas victorias. Esto constituyó de algún modo una venganza, pero Partia conservaba las banderas capturadas. Después de esto, empezó un largo tira y afloja entre Roma y Partia, en el que el reino de Armenia era la cuerda que se tiraba de una y otra parte.

Armenia está ubicada en el borde oriental de Asía Menor, inmediatamente al sur de los montes del Cáucaso. Los ejércitos romanos penetraron primero en Armenia por el 70 a. C. e impusieron su influencia sobre el reino. Pero tan pronto como los romanos ponían a uno de sus satélites en el trono armenio, los partos se las arreglaban para reemplazarlo por otro de los suyos.

Augusto no se sintió en condiciones de resolver el problema mediante una gran conquista. Era una pesada tarea reformar la política financiera del Imperio, y el dinero era escaso. Los gastos de una guerra contra los partos seguramente harían fracasar sus reformas y podía enfrentarse con una derrota que arruinase su prestigio. Por ello, decidió ejercer una presión cuidadosa, mínima, sobre Partia.

Como de costumbre, dos candidatos —un títere romano y otro parto— reñían por el trono armenio. Usando como excusa el pedido de ayuda por el títere romano, Augusto envió un ejército romano a Armenia bajo el mando de su hijastro. El títere romano fue puesto en el trono, y el títere parto fue derrotado y muerto.

Partia no estaba con ánimo de combatir, pues tenía sus propios problemas internos, y cuando Augusto insinuó su disposición a firmar un tratado de paz, aprovechó de buena gana la oportunidad. En 20 a. C. se restableció la paz y Partia convino en devolver los pendones de batalla capturados treinta y tres años antes. El honor romano quedó satisfecho y la prudencia de Augusto fue magníficamente recompensada.

(Sin embargo, Armenia no quedó firmemente en manos romanas. Durante mil años iba a ser un Estado tapón que caía bajo la influencia romana o escapaba de ella según las mareas cambiantes de la guerra.)

Los germanos

Al norte de la parte europea del imperio la situación era también diferente. Allí no había desiertos casi vacíos de hombres, ni había un reino establecido y más o menos civilizado con el cual pudiera firmarse la paz. En cambio, había montañas y bosques sin caminos habitados por guerreros bárbaros. Los romanos los llamaban «Germani», de donde proviene nuestra voz «germanos».

La primera experiencia romana con los germanos tuvo lugar en 113 a. C., cuando los cimbrios y los teutones abandonaron sus tierras tribales de alguna parte de la costa norte alemana y se desplazaron hacia el Sur. Finalmente fueron derrotados en el sur de la Galia y el norte de Italia, pero Roma quedó herida. Comprendió que en el Norte apuntaba un serio peligro.

El peligro fue eliminado en parte en el 51 a. C., cuando Julio César conquistó la Galia y estableció el poder romano sobre el río Rin. Si las legiones romanas acampaban estratégicamente a lo largo de la costa occidental del Rin, esos ejércitos y el mismo Rin serían una formidable barrera contra los germanos, barrera que, de hecho, se mantuvo (aunque con ocasionales filtraciones) durante más de cuatro siglos.

César fue aún más allá. En dos ocasiones, en 55 a. C. y 53 a. C., envió pequeñas fuerzas a efectuar incursiones del otro lado del Rin, en Germania. No lo hizo con la intención de conquistar la Germania, sino para que los germanos adquirieran conciencia del poderío romano y mantenerlos en calma. Al este de la Galia, la frontera romana era menos satisfactoria. Corría a lo largo de una desigual línea de territorio montañoso que no estaba muy bien definido ni era fácil de defender. Pero a unos 250 kilómetros al norte de la frontera corría el gran río Danubio, que atraviesa Europa de Oeste a Este. Parecía necesario llegar al Danubio e interponer allí otra barrera claramente marcada y fácil de defender entre los dominios romanos y los bárbaros del Norte.

Por ello, Augusto envió sus ejércitos hacia el Norte en la principal guerra agresiva de su reinado. Pero ni siquiera este avance constituyó un verdadero imperialismo: fue un anhelante intento de llegar a una línea que pudiese ser defendida; una tentativa de conquistar para poner fin con seguridad a las conquistas.

Lenta y tenazmente, los ejércitos romanos avanzaron, primero, apoderándose de las regiones montañosas alpinas que formaban un semicírculo alrededor del norte de Italia. Luego, en 24 a. C., Augusto fundó la ciudad de «Augusta Pretoria» («Augusto el General»), ciudad que sobrevive con el nombre de Aosta.

Los territorios situados al norte y el este de los Alpes también fueron ocupados. Iliria se hizo romana, y al este de ella se creó la provincia de Mesia (que abarcaba lo que es hoy el sur de Yugoslavia y el norte de Bulgaria). Al norte de Italia e Iliria, la tierra del Danubio luego fue dividida en tres provincias, que eran, de Oeste a Este, Recia, Nórica y Panonia. Aproximadamente, corresponden a las modernas Baviera, Austria y Hungría occidental, respectivamente.

Para el 9 a. C. las legiones romanas estaban apostadas a lo largo del Danubio desde su desembocadura hasta su fuente. Hubo algunas rebeliones que fue menester aplastar más tarde, pero esto sólo es un detalle. El único territorio de toda la región que mantuvo su autogobierno fue Tracia (en lo que es hoy el sur de Bulgaria). Puesto que Tracia no estaba realmente sobre el Danubio, y puesto que los caciques locales estaban firmemente bajo influencia romana, quedó sin ser anexada durante otro medio siglo.

Habría sido conveniente para Augusto dejar las cosas así, y con toda probabilidad ésta fue su intención. Desgraciadamente, a menudo es más fácil hacer la guerra que establecer la paz. Los germanos no deseaban el establecimiento del fuerte poderío romano sobre la Galia. Teniendo en consideración la historia pasada de Roma, parecía casi seguro que luego Roma trataría de conquistar la Germania.

Varias tribus germánicas intentaron formar una confederación, para presentar un frente unido contra los romanos. Además, hicieron todo lo posible por fomentar la revuelta en la Galia. En ambos aspectos, tuvieron algún éxito, pero no el suficiente. Era difícil unir a todas las tercas tribus germánicas, y algunas rechazaban todo intento de llevar una acción unificada. Por añadidura, las rebeliones galas fueron aplastadas tan pronto estallaron.

A los generales romanos de la región les parecía que el paso sensato siguiente era invadir Germania. Era el único modo de asegurar la pacificación de la Galia y podía servir para impedir la formación de una peligrosa unión germánica en caso de que las pendencieras tribus hallasen alguna vez un jefe dinámico que pudiera imponerles la unidad contra su voluntad.

Los generales a los que aludimos eran dos hijastros de Augusto.

Augusto nunca tuvo hijos propios, pero en 38 a. C., antes de llegar al poder, se enamoró y se casó con Livia Drusila, joven —sólo tenía diecinueve años— astuta y capaz, apropiada en todo aspecto para ser la esposa de Augusto. Cuando éste (todavía llamado Octavio a la sazón) se enamoró de ella, ya estaba casada, pero eso no constituía ningún obstáculo en la Roma de aquellos tiempos. Augusto obligó a su marido a divorciarse de ella. (Había tenido antes dos esposas, de las cuales se había divorciado. El divorcio era muy fácil en la Roma de entonces, y muy común entre las clases superiores.)

Por la época del matrimonio con Livia, ésta ya tenía un hijo de cuatro años y estaba embarazada de otro. Ambos llegaron a ser capaces generales.

El mayor era Tiberio (Tiberio Claudio Nerón César), quien, cuando sólo tenía veinte años, ya luchaba en las campañas contra los cántabros en el norte de España. Dos años después, en 20 a. C., fue él quien condujo los ejércitos romanos a Armenia e hizo posible recuperar las banderas romanas de los partos. Luego fue enviado en ayuda de su hermano menor, Druso (Claudio Nerón Druso), en las batallas del norte de Italia que condujeron al establecimiento de la frontera en el Danubio.

En 13 a. C., Tiberio y Druso fueron enviados a la Galia para custodiar el Rin, pero hubo revueltas a lo largo del Danubio y Tiberio tuvo que acudir al escenario de la guerra. Druso quedó solo en el Rin, y actuó bien. Cuando una tribu germánica hizo una incauta correría por la Galia, en 12 a. C., Druso la rechazó y luego la persiguió al otro lado del Rin. En los tres años siguientes hizo marchas y contramarchas, siempre victorioso (aunque una vez cayó en una emboscada y habría sido derrotado si los germanos —demasiado seguros de la victoria— no se hubiesen descuidado y caído en el desorden en su anhelo de comenzar el saqueo).

En 9 a.C. (744 A. U. C.), Druso llegó al río Elba, a 400 kilómetros al este del Rin, línea que es hoy la frontera entre Alemania Occidental y Alemania Oriental.

Es concebible que, bajo la dirección de Druso, Roma habría conquistado Germania, y la historia del mundo hubiera sido diferente. Hasta es posible que Roma hubiese podido avanzar hasta la línea de los ríos Vístula y Dniester, que corren del mar Báltico al mar Negro. Esta habría sido una frontera mucho más corta que el Rin y el Danubio, y mucho más fácil de defender. Los germanos del interior del Imperio hubiesen sido civilizados y romanizados y... bueno, la imaginación se sobresalta, y de todos modos no ocurrió, de modo que, ¿para qué seguir hablando de ello?

En el camino de vuelta del Elba al Rin, el caballo de Druso tropezó y lo arrojó al suelo. Las heridas que sufrió fueron fatales. Sólo tenía treinta y un años cuando murió, y su muerte fue una gran pérdida para Roma.

Augusto inmediatamente reemplazó a Druso por Tiberio, y las cosas podían haber seguido bien. Tiberio procedió a asegurarse de que los germanos no se volviesen demasiado confiados por la muerte de Druso. Repitió la hazaña de su hermano de llevar su ejército ida y vuelta entre el Rin y el Danubio.

Desgraciadamente, Tiberio estaba pasando por una tragedia personal.

Al parecer, Augusto tenía una hija, Julia, de su primer matrimonio, y puesto que ella era su único descendiente, los hijos que ella tuviese podían suceder a Augusto como emperador. Ella tenía cinco vástagos, tres de ellos varones, pero en 12 a. C. su marido murió y quedó viuda a la edad de veintisiete años. Livia, su madrastra, vio aquí una oportunidad. Si podía arreglar un matrimonio entre la joven viuda y su hijo Tiberio, esto aumentaría la probabilidad de que Tiberio fuese el siguiente emperador, si los hijos de Julia eran demasiado pequeños para gobernar cuando Augusto muriese. Pues entonces Tiberio no sólo sería hijastro de Augusto, sino también su yerno.

Augusto fue convencido por Livia (quien ejercía gran influencia sobre él). Sólo había un obstáculo para el plan de Livia. Tiberio, según parece, estaba ya casado con una mujer a la que amaba tiernamente. Pero Augusto lo obligó a divorciarse y a casarse con Julia, que era una mujer frívola e inmoral a quien el sombrío y moral Tiberio no soportaba. Este matrimonio forzado desgarró el corazón de Tiberio y le dejó una marca de la que nunca se recuperaría.

Después de su campaña en Germania, Tiberio sintió que no podía soportar más la situación y obtuvo permiso para retirarse a la isla griega de Rodas, donde podía estar lejos de su odiada segunda mujer y ahogar sus penas en el exilio.

Augusto, en verdad, estaba colérico ante esta conducta de su reciente yerno, pues pensaba que era abandonar sus deberes militares y comportarse de modo insultante con Julia. Por ello, más tarde, cuando Tiberio pidió permiso para retornar a Roma de su exilio autoimpuesto, primero se le rehusó y luego se le concedió sólo a regañadientes. En realidad, no volvió a intervenir en asuntos de Estado hasta el año 5, cuando fue necesario apelar a sus servicios militares para aplastar una rebelión en Panonia. Tiberio hizo su labor hábilmente, y en el 9 la región estaba pacificada.

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