La luz menguante de la ciencia griega aún brillaba en el período del temprano Imperio. Un médico griego, Dioscórides, sirvió en los ejércitos romanos bajo Nerón. Su principal interés residía en el uso de plantas como fuente de drogas. A este respecto, escribió cinco libros que constituyeron la primera farmacopea sistemática y sobrevivieron a lo largo del período medieval.
Aproximadamente por la misma época, vivió en Alejandría Herón, tal vez el más ingenioso inventor e ingeniero de la antigüedad. Es muy famoso por haber concebido una esfera hueca con mangos curvos dentro de la cual podía hervirse agua. El vapor, al salir con fuerza por los mangos, hacía girar la esfera (precisamente, el principio de muchas regaderas automáticas actuales). Se trata de una máquina de vapor muy primitiva, y si la sociedad de la época hubiera sido diferente, cabe imaginar que tal mecanismo habría dado origen a una revolución industrial como la que se produjo, de hecho, sólo diecisiete siglos más tarde. Herón también estudió la mecánica y observó la conducta del aire, temas sobre los que escribió obras muy avanzadas para su época.
Sin embargo, por alguna razón, la luz de la literatura y la ciencia que tanto había brillado en los tiempos inciertos y agitados de tiranos como Calígula, Nerón y Domiciano, fue apagándose hasta convertirse en una débil llama bajo el gobierno suave e ilustrado de los emperadores que siguieron a Nerva.
El hecho de que un oriundo de las provincias como Trajano pudiera convertirse en emperador y ser popular era también un signo de que el Imperio se estaba transformando en algo más que el ámbito dominado por Italia que Augusto había tratado de hacer de él. La fuerza de los hechos estaba restaurando la gran concepción de Julio César de un Imperio basado en la cooperación de todas las provincias, de un extremo a otro, y en la participación de todos en el gobierno.
En el momento de la muerte de Nerva, Trajano se hallaba inspeccionando el ángulo formado por el Rin y el Danubio, tan recientemente fortificado por Domiciano, y sólo volvió a Roma cuando estuvo totalmente satisfecho de su seguridad. El hecho de que su ausencia no diera origen a desórdenes revela la ansiedad con que Italia había recibido la serenidad del reinado de Nerva y su decisión de hacer que continuara.
En 99, Trajano entró en Roma en triunfo y su poderosa personalidad logró someter completamente a la guardia pretoriana.
Pero en el exterior, Trajano dio un nuevo curso a la política romana. Desde la derrota de Varo en Germania, noventa años antes, la política de Roma había sido esencialmente defensiva. Las extensiones territoriales se habían hecho a expensas de los reinos satélites o en rincones aislados como Britania o la región del Rin y el Danubio, pero esto no afectó a la decisión básica de no buscarse problemas con enemigos poderosos.
Trajano no seguiría el mismo camino. En su opinión, Roma se estaba ablandando por falta de buenos enemigos, blandura que llegó a su colmo con la disposición de Domiciano de comprar la paz a los dacios. Trajano estaba decidido a terminar con esta vergüenza y por ende a reavivar las virtudes militares de Roma mediante una dura lucha. Por ello, casi tan pronto como se estableció en Roma, se preparó para ajustar cuentas con Dacia.
Primero, puso fin al tributo, y cuando Decébalo (que aún estaba vivo y aún era el rey de los dacios) respondió con rápidas correrías por el Danubio, Trajano condujo su ejército hacia el Este en 101. Lanzándose hacia el Norte, después de cruzar el Danubio, los soldados romanos llevaron la guerra, con todo rigor, al mismo territorio dacio. En dos años, Decébalo fue totalmente derrotado y se vio obligado a aceptar una paz por la cual se permitía a los romanos mantener guarniciones en el país.
El nuevo estado de cosas era tan humillante para Decébalo como la paz de Domiciano había sido humillante para Roma. Los romanos no se tomaron la molestia de no herir los sentimientos de Decébalo o de salvar las apariencias para él. En 105, reinició la guerra y, en una segunda campaña, los dacios sufrieron una derrota aún peor que la anterior, y Decébalo, desesperado, se suicidó.
Esta vez, Trajano no se anduvo con medias tintas. En 107 anexó toda Dacia y la convirtió en una provincia romana. Luego estimuló al asentamiento de colonias y villas romanas por toda la nueva provincia, que se romanizó rápidamente. Las regiones costeras al norte del mar Negro y al este de Dacia no fueron anexadas realmente a Roma, pero en ellas había desde hacía largo tiempo ciudades de habla griega y ahora formaron un protectorado romano. Esto significaba que cada centímetro de costa dentro del estrecho de Gibraltar estaba ahora bajo el control de un solo gobierno. Esto nunca había ocurrido en toda la historia antes del Imperio Romano, ni iba a ocurrir otra vez después de él.
Dacia nunca fue una provincia tranquila. Más allá de ella, al norte y al este, había otras hordas de tribus bárbaras, y Dacia no estaba protegida por barreras naturales de importancia. Por eso, estaba expuesta a perennes correrías. Durante el siglo y medio que formó parte del Imperio, probablemente costó a Roma más de lo que valía, aunque sirvió como tapón para las ricas provincias del Danubio meridional.
Extrañamente, las huellas de la ocupación romana son mucho más claras en Dacia que en tierras situadas al sur que fueron romanas durante períodos muchos más largos, antes y después. Lo que antaño fue Dacia es hoy Rumania, o, más correctamente, Romania. Su mismo nombre recuerda a Roma, y los habitantes modernos afirman enfáticamente que son los descendientes de los viejos colonos romanos de tiempos de Trajano. Sin duda, la lengua rumana está estrechamente emparentada con el latín. Es clasificada como una lengua romance (junto con el francés, el italiano, el español y el portugués) y se ha mantenido a lo largo de siglos, mientras un mar de lenguas eslavas descendió del Norte y pasó, bordeándola, al Sur.
En honor de su victoria en Dacia, Trajano hizo erigir, en el Foro Romano, una magnífica columna de 33 metros que aún permanece en pie en la Roma actual. En ella se representa la historia de las campañas de Dacia, en un bajorrelieve en espiral que contiene más de 2.500 figuras humanas. Allí aparece casi todo tipo de escena bélica, desde la preparación de la guerra hasta batallas reales, la captura de prisioneros y el triunfante retorno final a Roma.
En lo interior, Trajano adoptó la política paternalista y humanitaria de Nerva. Hasta aumentó la subvención para niños necesitados. Esto, claro está, no era sólo cuestión de humanidad. El índice de natalidad del Imperio estaba declinando
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, y la posibilidad de que hubiese una escasez de soldados era un peligro real. Proteger a las familias pobres con hijos estimulaba la producción de futuros soldados, según se esperaba.
Es importante recordar, incidentalmente, que el índice de mortalidad en el Imperio Romano era mucho más elevado que en las naciones modernas tecnológicamente avanzadas, y la esperanza de vida era inferior. Por ello, un descenso del índice de natalidad en Roma era algo mucho más serio de lo que sería un descenso análogo en el mundo actual. Decir que el descenso del índice de natalidad hoy sería un «suicidio racial» y usar como ejemplo el Imperio Romano es ignorar completamente las diferencias fundamentales en la situación de entonces comparada con la actual.
Pero la larga ausencia de Roma por parte de Trajano, por mucho que aumentara la gloria en lenta decadencia de las armas romanas, tuvo también sus desventajas. En su ausencia, el gobierno de las provincias tendió a corromperse. Las ciudades, particularmente en el Este, se volvieron cada vez más incapaces de manejar sus asuntos financieros. Se necesitaba cada vez más la intervención y supervisión del gobierno central, no sólo para la reforma fiscal, sino también para la construcción de caminos y otras obras públicas.
En 111, por ejemplo, Trajano tuvo que enviar a Plinio el Joven (Gaius Plinius Cecilius Secundus) como gobernador de Bitinia para que reorganizase la provincia. (Plinio el Joven era sobrino del Plinio que murió en la erupción del Vesubio, llamado a veces Plinio el Viejo).
El joven Plinio era amigo de varias de las grandes figuras literarias del período, particularmente de Marcial y Tácito, y él mismo escribió algo de tanto en tanto. Es más conocido por sus cartas, que escribió con vistas a una publicación futura, por lo que cabe preguntarse hasta qué punto arrojan luz sobre su personalidad.
Para la gente de hoy es importante, sobre todo, una carta que envió a Trajano desde Bitinia. Al parecer, los cristianos eran castigados meramente por ser cristianos, y Plinio pensó que si podía persuadirse a la gente a que se retractara y dejase de ser cristiana, debía ser perdonada, aunque admitiese haber sido cristiana antes. Además, Plinio se resistía a actuar contra las personas sobre la base de acusaciones anónimas. Además, se inquietaba por el hecho de que los cristianos no vivían como criminales, sino que parecían vivir de acuerdo con un elevado código moral. Plinio señaló que el cristianismo se estaba difundiendo rápidamente y que sólo la suavidad, no la severidad, podía detener su difusión.
Trajano respondió brevemente, aprobó la acción de Plinio de perdonar a quienes se retractasen, ordenó ignorar las acusaciones anónimas y, además, afirmó que no se debía estar a la búsqueda de cristianos. Si se informaba legítimamente que lo eran y se los condenaba legítimamente, entonces debían ser castigados de acuerdo con la ley, decía Trajano, pero Plinio no debía salir a buscarlos. (Indiscutiblemente, Plinio y Trajano, en lenguaje moderno, eran «blandos con el cristianismo».)
Plinio murió no mucho después de escribir esa carta, probablemente mientras aún prestaba servicios como gobernador de Bitinia.
El período de paz posterior a la campaña dacia no duró mucho, pues surgieron problemas en el Este. Los dacios habían pedido ayuda a Partía, la vieja enemiga de Roma, y Trajano no lo olvidó. Además, Armenia aún era el Estado tapón en disputa entre los dos grandes imperios. La última lucha se había producido en la época de Nerón, y desde entonces Armenia había estado en un delicado equilibrio.
Pero en 113, el rey parto Cosroes puso un gobernante títere en Armenia y rompió la tregua de cincuenta años. Fue una locura de Partia, pues pasaba desde hacia varias décadas por periódicas guerras civiles entre pretendientes rivales al trono, mientras que Roma atravesaba un período de fortalecimiento. En efecto, durante los veinte años anteriores, fuerzas romanas habían estado avanzando poco a poco hacia el Este, hasta las tierras fronterizas de Arabia. La ciudad comercial de Petra, al sudeste de Judea, junto con la península del Sinaí, entre Judea y Egipto, fueron anexadas en 105 y convertidas en la provincia romana de Arabia. Esto consolidó la posición romana en el Este y la fortaleció para una guerra con Partia.
Cosroes se apercibió sin duda de su error, pues hizo un rápido esfuerzo para aplacar a Trajano. Pero era demasiado tarde, pues Trajano no estaba dispuesto a transigir. Avanzó hacia el Este en 114, se apoderó de Armenia casi sin lucha y la convirtió directamente en una provincia romana. Luego dobló al sudeste, avanzó hacia la capital parta, Ctesifonte, que tomó, y después atravesó toda la Mesopotámia hasta llegar al golfo Pérsico.
Ese fue el punto oriental más lejano al que llegaron las legiones romanas, y cuando Trajano, que tenía sesenta años, miró a través del golfo en dirección a Persia y la India, donde cuatro siglos y medio antes Alejandro Magno había ganado enormes victorias, exclamó tristemente: « ¡Sí yo fuera más joven! ».
En ese momento, el Imperio Romano llegó a su máxima extensión. En 116 (860 A. U. C.), Trajano convirtió a Asiria y Mesopotámia en provincias de Roma y estableció las fronteras orientales del Imperio en el río Tigris.
La superficie del Imperio Romano, unido por 290.000 kilómetros de caminos, era de aproximadamente de 9.000.000 kilómetros cuadrados, de modo que tenía más o menos el tamaño de los Estados Unidos de América en la actualidad. Su población debe de haber sido de un poco más de 100.000.000 de habitantes, y la ciudad de Roma contaba con alrededor de 1.000.000 de habitantes. El Imperio tenía una gran extensión, aun para los tiempos modernos, y en comparación con los Estados que habían existido antes en la zona mediterránea (excepto el Imperio Persa, de vida relativamente corta) era absolutamente monumental. No cabe extrañarse de que causara una impresión tan profunda a los hombres de los siglos que siguieron inmediatamente a la muerte de Augusto que ni siquiera todos los desastres que más tarde sufriría el Imperio bastarían para borrar el recuerdo de su grandeza.
Pero era más fácil derrotar a los partos que consolidar la victoria. Casi inmediatamente, reanudaron la guerra, y Trajano, al tener noticia de desórdenes en otras partes del Imperio, se vio obligado a retirarse un poco de los lejanos puntos a los que había llegado. En 117, en el camino de vuelta a Roma, murió en el sur de Asia Menor.
Alrededor de 106, al parecer, Trajano había elegido a su sucesor. Este era Adriano (Publius Aelius Hadrianus), hijo de un primo de Trajano. Adriano prestó buenos y fieles servicios en la campaña de Dacia y se casó con una sobrina nieta de Trajano. A la muerte de éste, se convirtió en emperador sin disputa alguna, y mediante una liberal gratificación a los soldados se aseguró de que no tendría problemas. Abandonó la costumbre romana de afeitarse, que se remontaba a tres siglos atrás, y fue el primer emperador que llevó barba.