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Authors: Oliver Sacks

Tags: #Ciencia,Ensayo,otros

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (23 page)

17. Un pasaje a la India

Bhagawhandi P., una muchacha india de diecinueve años con un tumor maligno en el cerebro, fue admitida en nuestra institución en 1978. El tumor (un astrocitoma) se había manifestado por primera vez cuando tenía siete años, pero por entonces era de escasa malignidad y estaba bien delimitado, lo que permitió una resección completa y una recuperación completa de la función, y Bhagawhandi pudo volver a hacer vida normal.

Esta tregua duró diez años, durante los cuales vivió una vida plena, con una plenitud agradecida y consciente, porque sabía (era una chica inteligente) que tenía una «bomba de tiempo» en la cabeza.

El tumor volvió a aparecer a los dieciocho años, mucho más expansivo y maligno ya. No era posible además extirparlo. Se efectuó una descompresión para permitir que se expandiera… y fue así, con debilidad y parálisis del lado izquierdo, con ataques esporádicos y otros problemas, como ingresó en nuestra institución.

Al principio se mostró bastante animosa, parecía aceptar plenamente el destino que le aguardaba, pero deseaba aún relacionarse y hacer cosas, disfrutar y experimentar mientras pudiese. A medida que el tumor iba creciendo y avanzando hacia el lóbulo temporal y la descompresión empezaba a hincharse (le administramos esteroides para reducir el edema cerebral) los ataques se hicieron más frecuentes… y más extraños.

Los primeros ataques habían sido convulsiones de
grand mal
, y siguió teniendo ataques de este tipo de vez en cuando. Los nuevos tenían un carácter completamente distinto. No perdía la conciencia, sino que parecía (y se sentía) como «ensoñando»; y era fácil apreciar (y confirmar con un electroencefalograma) que había pasado a tener ataques del lóbulo frontal frecuentes, que, como nos enseñó Hughlings Jackson, suelen caracterizarse por «estados de ensoñación» y «reminiscencia» involuntaria.

Esta ensoñación vaga adquirió pronto un carácter más definido, más concreto y más visionario. Adquirió la forma de visiones de la India (paisajes, aldeas, casas, jardines) que la muchacha reconocía inmediatamente como los lugares que había conocido y amado de niña.

—¿Y eso te molesta? —le preguntamos— . Podemos cambiar la medicación.

—No —dijo, con una plácida sonrisa— . Me gustan esos sueños… me llevan otra vez a casa.

A veces aparecía gente, normalmente de su familia o vecinos de su aldea natal; a veces se hablaba, o se cantaba o se bailaba; en una ocasión estaba en la iglesia, en otra en el camposanto; pero en general eran las llanuras, los campos, los arrozales próximos a la aldea, y las montañas bajas y suaves que se alzaban en el horizonte.

¿Eran sólo ataques del lóbulo temporal? Esto parecía en un principio, pero luego empezamos a estar ya menos seguros; porque los ataques del lóbulo temporal (como destacó Hughlings Jackson, y como pudo confirmar Wilder Penfield por estimulación del cerebro al descubierto, ver «Reminiscencia») suelen tener un formato bastante fijado: Una sola escena o canción, que se repite invariablemente, acompañada de un foco igualmente fijo en el córtex. Sin embargo los sueños de Bhagawhandi no tenían ese carácter fijo, desplegaban panoramas en cambio constante y paisajes que se disolvían ante sus ojos. ¿Estaba entonces intoxicada y alucinaba debido a las enormes dosis de esteroides que estaba recibiendo? Esto parecía posible, pero no podíamos reducir los esteroides… habría entrado en coma y se habría muerto en unos cuantos días.

Y una «psicosis de esteroides», en caso de que fuese eso, suele ser desorganizada y agitada, mientras que Bhagawhandi estaba siempre lúcida, tranquila, serena. ¿Podían ser fantasías o sueños, en el sentido freudiano? ¿O el tipo de locura-ensueño (oneirofrenia) que puede producirse a veces en la esquizofrenia? Tampoco podíamos estar seguros de eso; porque aunque había una especie de fantasmagoría, los fantasmas eran claramente recuerdos todos ellos. Se producían con conciencia y juicio normales (Hughlings Jackson, como hemos visto, habla de una «duplicación de la conciencia»), y no estaban evidentemente «hipercateterizados», o cargados de impulsos apasionados. Se parecían más a ciertos cuadros, o poemas sinfónicos, unas veces felices, otras tristes, evocaciones, re-evocaciones, visitas de ida y vuelta a una niñez estimada y feliz.

Día a día, semana a semana, los sueños, las visiones, se hicieron más frecuentes, más profundos. No eran ya esporádicos, sino que ocupaban la mayor parte del día. La veíamos como arrebatada, como en un trance, los ojos cerrados a veces, otras abiertos pero mirando sin ver, y siempre con una sonrisa dulce, misteriosa en la cara. Si alguien se acercaba a ella o le preguntaba algo, como tenían que hacer las enfermeras, ella respondía inmediatamente, con lucidez y cortesía, pero se tenía la sensación, incluso entre el personal más prosaico, de que estaba en otro mundo y de que no debíamos molestarla. Yo compartía este sentimiento y, aunque sentía curiosidad, me resistía a indagar. Una vez, sólo una vez, le dije:

—¿Qué pasa, Bhagawhandi?

—Me estoy muriendo —contestó— . Me voy a casa. Regreso al lugar del que vine… sí, podríamos decir que es mi regreso.

Pasó otra semana y entonces dejó de reaccionar ya a los estímulos externos, parecía completamente encerrada en un mundo propio y, aunque tenía los ojos cerrados, aún seguía presente en su rostro aquella sonrisa serena y feliz.

—Está haciendo su viaje de regreso —decía el personal— . Pronto llegará allí.

Tres días después murió… ¿o deberíamos decir «llegó», después de completar su viaje a la India?

18. El perro bajo la piel

Stephen D., veintidós años, estudiante de medicina, consumo de drogas (cocaína, PCP y sobre todo anfetaminas).

Sueño vivido una noche, soñó que era un perro, en un mundo increíblemente rico y significativo en olores. («El olor feliz del agua… el recio olor de la piedra.») Al despertar, se encontró precisamente en un mundo así. «Como si hubiese sido hasta entonces totalmente ciego a los colores y me encontrase de pronto en un mundo lleno de color.» De hecho tuvo una potenciación de la visión cromática («era capaz de diferenciar docenas de marrones donde antes habría visto sólo marrón. Mis libros forrados de piel, que parecían similares antes, tenían ahora todos ellos matices completamente diferentes y diferenciables»). Y una potenciación espectacular de la percepción visual eidética y de la memoria («antes no podía dibujar nunca, no podía "ver" cosas en el pensamiento, pero de pronto era como si tuviera en la mente una cámara lúcida: Lo "veía" todo, como proyectado sobre el papel, y me limitaba a dibujar los perfiles que "veía". De pronto podía hacer los dibujos anatómicos más precisos»). Pero lo que realmente transformó su mundo fue la exaltación del
olfato
: «Yo había soñado que era un perro (fue un sueño olfativo) y despertaba y me hallaba en un mundo infinitamente fragante… un mundo en el que todas las demás sensaciones, aunque estuviesen potenciadas, palidecían frente al olfato». Y con todo esto le sobrevino una especie de emoción trémula y anhelante y una nostalgia extraña como de un mundo perdido, medio olvidado y medio recordado
[1]
.

«Entré en una tienda de perfumes», continuó, «hasta entonces no había sido demasiado sensible a los olores, pero ahora distinguía instantáneamente uno de otro, y cada uno de ellos me parecía único, evocador, todo un mundo». Se dio cuenta de que podía distinguir a todas sus amistades (y a todos los pacientes) por el olor: «Entraba en la clínica, olfateaba como un perro, e identificaba así, antes de verlos, a los veinte pacientes que había allí. Cada uno de ellos tenía una fisonomía olfativa propia, un rostro de olor, mucho más vivido y evocador, y fragante, que cualquier rostro visual». Podía oler las emociones de los demás (miedo, alegría, sexualidad) lo mismo que un perro. Podía identificar las calles, las tiendas, por el olor… podía orientarse y andar por Nueva York, infaliblemente, por el olor.

Experimentaba un cierto impulso de olerlo y tocarlo todo («Nada era realmente real hasta que lo tocaba y lo olía») pero lo reprimía, si había testigos, por parecerle impropio. Los olores sexuales eran excitantes y estaban potenciados… pero de todos modos no más, en su opinión, que los de comida y que otros olores. El placer olfativo era intenso (también lo eran las sensaciones olfativas desagradables) pero le parecía, más que un mundo de meras sensaciones placenteras o desagradables, un todo estético, una concepción global, un nuevo significado total, que le rodeaba. «Era un mundo abrumadoramente concreto, de detalles», decía, «un mundo abrumador por su inmediatez, por su significación inmediata.» Un poco intelectual hasta entonces, e inclinado a la reflexión y la abstracción, el pensamiento, la abstracción y la categorización pasaron a resultarle un tanto difíciles e irreales, dada la inmediatez perentoria de cada experiencia.

De modo un tanto brusco, después de tres semanas, cesó esta extraña transformación: su sentido del olfato, todos sus sentidos, volvieron a la normalidad; se vio de nuevo, con una sensación mixta de alivio y de pérdida, en su viejo mundo de palidez y nebulosidad sensorial, sin concreción, abstracto. «Me alegro de haber vuelto», decía, «pero es una pérdida tremenda, también. Ahora veo a lo que renunciamos siendo civilizados y humanos. Necesitamos también lo otro, lo "primitivo"».

Han transcurrido dieciséis años, y los tiempos de estudiante, los tiempos de las anfetaminas, quedaron muy atrás. No ha habido ninguna recurrencia de nada remotamente similar. El doctor D. es un joven internista de bastante éxito, amigo y colega mío de Nueva York. No es que se lamente pero a veces siente una cierta nostalgia: «Aquel mundo de olor, aquel mundo fragante», exclama. «¡Tan vivido, tan real! Era como una visita a otro mundo, un mundo de percepción pura, rico, vivo, autosuficiente, pleno. ¡Ay, si pudiese volver de vez en cuando y ser de nuevo un perro!»

Freud escribió en varias ocasiones que el sentido del olfato del hombre era una «baja», algo reprimido en el desarrollo y la civilización, al asumir la posición erguida y al reprimir la sexualidad primitiva pregenital. Hay informes de potenciaciones específicas (y patológicas) del olfato en parafilias, en el fetichismo y en regresiones y perversiones relacionadas
[2]
. Pero la desinhibición que aquí se describe parece mucho más general, y aunque relacionada con la agitación (probablemente una agitación dopaminérgica inducida por las anfetaminas) no era específicamente sexual ni se relacionaba con una regresión sexual. Puede producirse una hiperosmia similar, a veces paroxísmica, en estados potenciados por hiperdopaminérgicos, como en el caso de algunos postencefalíticos a los que se administra L-Dopa, y algunos pacientes del síndrome de Tourette.

Lo que constatamos, al menos, es la universalidad de la inhibición, incluso al nivel perceptivo más elemental: la necesidad de inhibir lo que Head consideraba primordial y lleno de tono-sentimiento, y que llamaba «protopático», a fin de permitir que aflore lo «epicrítico», elaborado, categorizador, sin contenidos afectivos.

La necesidad de esa inhibición no puede reducirse a lo freudiano, ni debería exaltarse su reducción románticamente a lo Blake. Quizás sea necesario, como da a entender Head, quizás tengamos que ser hombres y no perros
[3]
. Y sin embargo la experiencia de Stephen D. nos recuerda, como el poema de Chesterton «El canto de Quoodle», que a veces necesitamos ser perros y no hombres:

No tienen, no, narices

los hijos caídos de Eva…

¡Ay, para el olor feliz del agua,

el recio olor de una piedra!

POSTDATA

He encontrado recientemente una especie de corolario de este caso: un hombre de grandes dotes que sufrió una lesión en la cabeza, que deterioró gravemente sus áreas olfativas (son muy vulnerables en su largo recorrido por la fosa anterior) y, debido a ello, perdió completamente el sentido del olfato.

Esto le ha sorprendido y desconcertado por sus efectos: «¿El sentido del olfato?» dice. «Nunca había reparado en él. No sueles reparar en él normalmente. Pero cuando lo perdí… fue como quedarse completamente ciego. La vida perdió mucho de su sabor… uno no se da cuenta de hasta qué punto el «sabor» es olor. Uno huele a las personas, huele los libros, huele la ciudad, huele la primavera… puede que no lo haga uno conscientemente, sino como un telón de fondo inconsciente y espléndido de todo lo demás. Todo mi mundo se empobreció radicalmente de pronto…»

Había una sensación intensa de pérdida, y una sensación intensa de anhelo, una verdadera osmalgia: un deseo de recordar el mundo de olores al que no había prestado ninguna atención consciente, pero que había constituido, ahora lo comprendía, el fundamento mismo de la vida. Y luego, unos meses más tarde, para su asombro y gozo, su café matutino favorito, que se había hecho «insípido», empezó a recuperar el sabor. Probó entonces la pipa, llevaba meses sin tocarla, y captó también en ella una chispa del rico aroma que amaba.

Muy emocionado (los neurólogos no albergaban ninguna esperanza de recuperación) volvió a ver a su médico. Pero su médico, tras examinarlo minuciosamente, usando una técnica de «desconocimiento doble», dijo: «No, lo siento, no hay ni rastro de recuperación. Aún padece usted una anosmia total. Sin embargo es curioso que «oliese» la pipa y el café…».

Lo que parece suceder (y es importante que fuesen sólo los rastros olfativos, no el córtex, lo lesionado) es que se ha desarrollado una imaginería olfativa notablemente potenciada, podríamos decir casi que una alucinosis controlada, de modo que al tomar el café o encender la pipa (situaciones normal y previamente llenas de asociaciones olfativas) puede evocar o re-evocar estas sensaciones inconscientemente, y con tal intensidad como para pensar al principio, que son «reales».

Este poder (en parte consciente, en parte inconsciente) se ha intensificado y ampliado. Ahora, por ejemplo, olfatea y «huele» la primavera. Al menos convoca un recuerdo olfativo o imagen olfativa, tan intenso que casi puede engañarse a sí mismo, y engañar a los demás haciendo creer que huele de veras.

Sabemos que esta compensación suele producirse en los ciegos y en los sordos. Pensemos en el sordo Beethoven y en el ciego Prescott. Pero no tengo ni idea de si es algo frecuente en la anosmia.

19. Asesinato

Donald mató a su novia estando bajo la influencia del PCP. No tenía, o no parecía tener, ningún recuerdo del hecho, y ni la hipnosis ni el amital sódico sirvieron para liberar ninguno. No había, por tanto, ésta fue la conclusión cuando compareció en juicio, una represión del recuerdo, sino una amnesia orgánica… el tipo de apagón bien descrito del PCP.

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