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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

El descubrimiento de las brujas (60 page)

BOOK: El descubrimiento de las brujas
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—Deja de hablar con acertijos, Matthew —intervino Ysabeau bruscamente—. Ya no tengo paciencia para eso.

Matthew me miró con remordimiento antes de responder.

—La Congregación está interesada en el Ashmole 782 y en el misterio de cómo Diana lo consiguió. Las brujas han estado vigilando el manuscrito por lo menos durante tanto tiempo como yo. Nunca adivinaron que serías tú quien iba a reclamarlo. Y nadie imaginó que yo sería el primero en llegar a ti.

Los viejos temores salieron a la superficie diciéndome que había algo raro muy dentro de mí.

—Si no hubiera sido por Mabon —continuó Matthew—, poderosas brujas habrían ido a la Bodleiana, brujas que conocían la importancia del manuscrito. Pero estaban ocupadas con el festival y bajaron la guardia. Dejaron la tarea a esa bruja joven, y ella permitió que tú y el manuscrito os escaparais por entre sus dedos.

—Pobre Gillian —susurré—. Peter Knox debe de estar furioso con ella.

—Efectivamente. —Matthew tensó la boca—. Pero la Congregación también te ha estado vigilando a ti por razones que van mucho más allá del libro y que tienen que ver con tu poder.

—Desde cuándo…? —No pude terminar mi frase.

—Probablemente toda tu vida.

—Desde que mis padres murieron. —Los recuerdos inquietantes de la infancia volvieron a mí, como sentir el hormigueo de la atención de una bruja mientras estaba en los columpios de la escuela y la mirada fría de un vampiro en la fiesta de cumpleaños de una amiga—. Me han estado vigilando desde que mis padres murieron.

Ysabeau abrió la boca para hablar, vio la cara de su hijo y cambió de idea.

—Si te tienen a ti, tendrán el libro también, o eso es lo que creen. Tú estás conectada con el Ashmole 782 de alguna poderosa manera que no comprendo todavía. Y creo que ellos tampoco.

—¿Ni siquiera Peter Knox?

—Marcus ha estado haciendo preguntas por ahí. Es hábil para conseguir información de las personas. Por lo que hemos conseguido averiguar, Knox todavía está perplejo.

—No quiero que Marcus se arriesgue…, no por mí. Tiene que mantenerse fuera de esto, Matthew.

—Marcus sabe cómo cuidarse.

—Yo también tengo cosas que decirte. —Podría perder mi tranquilidad del todo si me dieran una oportunidad de reconsiderar la situación.

Matthew cogió mis dos manos, y sus fosas nasales se dilataron ligeramente.

—Estás cansada —dijo—, y hambrienta. Tal vez sea mejor esperar hasta después del almuerzo.

—¿Puedes oler cuando tengo hambre? —pregunté incrédula—. Eso no es justo.

Matthew echó la cabeza hacia atrás y se rió. Mantuvo mis manos en las suyas, empujándolas detrás de mí, de modo que mis brazos adquirieron forma de alas.

—Y eso lo dice una bruja, que podría, si quisiera, leer mis pensamientos como si estuvieran escritos en la cinta de un teletipo. Diana, querida mía, sé cuándo cambias de idea. Sé cuándo tienes malos pensamientos, como lo divertido que sería saltar la cerca del picadero. Y muy claramente sé cuándo tienes hambre —explicó, y me besó para dejar claro lo que había dicho.

—Hablando del hecho de que soy una bruja —dije, ligeramente sin aliento cuando él terminó—, hemos confirmado la capacidad del manantial de brujos en la lista de las posibilidades genéticas.

—¿Qué? —Matthew me miró con preocupación—. ¿Cuándo ha ocurrido eso?

—En el momento en que te fuiste de Sept-Tours. No me permití llorar mientras tú estuviste aquí. Pero tan pronto como te fuiste, lloré… mucho.

—Ya has llorado antes —dijo pensativamente, llevando mis manos hacia delante otra vez. Les dio la vuelta y revisó las palmas y los dedos—. ¿El agua salió de tus manos?

—Salió de todas partes —expliqué. Enarcó sus cejas, alarmado—. De mis manos, de mi pelo, de mis ojos, de mis pies…, incluso de mi boca. Fue como si no quedara nada de mí, y lo que quedaba no era más que agua. Pensé que nunca más iba a sentir otro sabor que el de la sal.

—¿Estabas sola? —La voz de Matthew se volvió aguda.

—No, no, por supuesto que no —dije apresuradamente—. Marthe y tu madre estaban allí. Sólo que no podían acercarse a mí. Había mucha agua, Matthew. Y viento también.

—¿Cómo conseguiste que se detuviera? —preguntó.

—Ysabeau.

Matthew miró largamente a su madre.

—Ella me cantó.

Los pesados párpados del vampiro bajaron, ocultando sus ojos.

—Hubo un tiempo en que ella cantaba continuamente. Gracias,
maman
.

Esperé a que él me dijera que ella solía cantarle y que Ysabeau no había sido la misma desde que Philippe murió. Pero no mencionó ninguna de esas cosas. En cambio, me envolvió en un feroz abrazo y traté de que no me molestara el hecho de que él no me confiara esas partes de sí mismo.

A medida que pasaba el día, la felicidad de Matthew por estar en casa comenzó a resultar contagiosa. Después de comer nos fuimos a su estudio. En el suelo, delante de la chimenea, él descubrió casi todos los sitios en los que yo tenía cosquillas. En ningún momento me condujo al otro lado de los muros que él había tan cuidadosamente construido para mantener a las criaturas lejos de sus secretos.

Una vez extendí la mano con dedos invisibles para situar una grieta en las defensas de Matthew. Me miró con sorpresa.

—¿Has dicho algo? —preguntó.

—No —contesté, retirándome apresuradamente.

Disfrutamos de una cena tranquila con Ysabeau, que acompañó al desenfado de Matthew. Pero también lo observó atentamente con una mirada de tristeza en su rostro.

Después de la cena me puse mi pobre imitación de pijama; pensé en el cajón de su escritorio, preocupada porque mi olor pudiera estar en el terciopelo que cubría el acolchado de los sellos, y me forcé a dar las buenas noches antes de que Matthew se retirara, solo, a su estudio.

Apareció poco después vestido con un par de pantalones de pijama anchos a rayas y una camiseta negra desteñida; descalzo.

—¿Quieres el lado izquierdo o el derecho? —preguntó con toda tranquilidad, esperando junto a la columna de la cama con los brazos cruzados.

Yo no era vampiro, pero podía girar mi cabeza lo suficientemente rápido cuando era necesario.

—Si no te importa, preferiría el izquierdo —dijo seriamente—. Me va a resultar más fácil relajarme si estoy entre tú y la puerta.

—Como…, como quieras —respondí tartamudeando.

—Entonces métete en la cama y ponte al otro lado. —Matthew me quitó las mantas de la mano, e hice lo que me pedía. Se metió debajo de las sábanas detrás de mí con un gruñido de satisfacción.

—Ésta es la cama más cómoda de la casa. Mi madre no cree que haya que preocuparse por buenos colchones, ya que pasamos poco tiempo durmiendo. Sus camas son un purgatorio.

—¿Vas a dormir conmigo? —pregunté con voz aguda, tratando sin éxito de parecer tan indiferente como él.

Matthew estiró el brazo derecho y me atrajo hacia él hasta que mi cabeza quedó apoyada en su hombro.

—Eso pensaba —respondió—. Aunque en realidad no voy a dormir.

Acurrucada contra él, puse mi palma abierta sobre su corazón para saber cada vez que latía.

—¿Qué vas a hacer?

—Mirarte, por supuesto. —Sus ojos brillaban—. Y cuando me canse de hacer eso, si me canso —me dio un beso sobre cada párpado—, leeré. ¿Las velas te molestarán?

—No —respondí—. Tengo un sueño profundo. Nada me despierta.

—Me gustan los desafíos —dijo en voz baja—. Si me aburro, inventaré algo que te despertará.

—¿Te aburres fácilmente? —bromeé, estirando la mano hacia arriba y metiendo los dedos en su pelo, desde la nuca.

—Tendrás que esperar y ver —dijo con una gran sonrisa pícara.

Sus brazos estaban fríos y resultaban tranquilizadores, y la sensación de seguridad en su presencia resultaba más sedante que cualquier canción de cuna.

—¿Terminará esto alguna vez? —pregunté en voz baja.

—¿La Congregación? —preguntó Matthew con preocupación—. No lo sé.

—No. —Alcé la cabeza sorprendida—. No me importa eso.

—¿A qué te refieres, entonces?

Lo besé en la boca, extrañada.

—A esta sensación cuando estoy contigo…, como si estuviera completamente viva por primera vez.

Matthew sonrió con una expresión inusitadamente dulce y tímida.

—Espero que no.

Suspiré satisfecha, bajé la cabeza sobre su pecho y me dormí sin soñar en nada.

Capítulo
27

A
la mañana siguiente se me ocurrió que mis días con Matthew, hasta el momento, habían caído en una de estas dos categorías: o bien él dirigía el día, manteniéndome segura y cerciorándose de que nada alterara sus cuidadosos arreglos, o el día se desarrollaba sin orden alguno. Hasta no hacía mucho tiempo, lo que ocurría en mi quehacer cotidiano había sido determinado por listas y planes cuidadosamente elaborados.

Ese día, yo me encargaría de todo. Ese día, Matthew tendría que dejarme entrar en su vida de vampiro.

Desgraciadamente, mi decisión estaba destinada a arruinar lo que prometía ser un día estupendo.

Empezó al amanecer, con la proximidad física de Matthew, que envió la misma oleada de deseo a través de mí que había sentido el día anterior en el patio de entrada. Era más eficaz que cualquier despertador. Su reacción fue también gratificantemente inmediata, y me besó con entusiasmo.

—Creía que nunca te despertarías —masculló entre los besos—. Temí que iba a tener que enviar a alguien al pueblo a buscar a la banda, y el único trompetista que sabía tocar diana se murió el año pasado.

Acostada a su lado, noté que no llevaba la
ampulla
de Betania.

—¿Dónde está tu amuleto de peregrino? —Era una oportunidad perfecta para que me hablara acerca de los caballeros de Lázaro, pero no la aprovechó.

—Ya no lo necesito —dijo, distrayéndome al enroscar un mechón de mi pelo alrededor de su dedo para luego echarlo a un lado y poder besarme la sensible y delicada piel de detrás de la oreja.

—Dímelo —insistí, retorciéndome para apartarme un poco.

—Después —dijo, y sus labios se movieron hacia abajo, hasta donde el cuello se encuentra con el hombro.

Mi cuerpo frustró cualquier intento adicional de una conversación sensata. Ambos actuábamos por instinto, tocando a través de las barreras de la delgada ropa y descubriendo los pequeños cambios —un escalofrío, la piel que se eriza, un gemido suave— que prometían la llegada de un placer mayor. Cuando creció mi insistencia y traté de tocar la piel desnuda, Matthew me detuvo.

—No te apresures. Tenemos tiempo.

—¡Vampiros! —fue todo lo que pude decir antes de que interrumpiera mis palabras con su boca.

Todavía estábamos detrás de las cortinas de la cama cuando Marthe entró en la habitación. Dejó la bandeja del desayuno sobre la mesa con un ruido indiscreto y echó leña al fuego con el entusiasmo de un escocés lanzando troncos. Matthew echó una ojeada fuera, proclamó que era una mañana perfecta y declaró que yo estaba hambrienta.

Marthe estalló en una serie de expresiones en occitano y se fue, tarareando una canción entre dientes. Él se negó a traducir aduciendo que la letra era demasiado obscena para mis delicados oídos.

Esa mañana, en lugar de observarme comer en silencio, Matthew se quejó de que estaba aburrido. Lo hizo con una chispa pícara en los ojos mientras movía nerviosamente los dedos sobre los muslos.

—Iremos a cabalgar después del desayuno —le prometí, llevando el tenedor con huevos a mi boca y tomando un sorbo de té hirviendo—. Mi trabajo puede esperar hasta más tarde.

—Cabalgar no será suficiente —susurró Matthew.

Besarlo sirvió para aplacar su aburrimiento. Cuando mis labios alcanzaron cierto grado de irritación y comprendí mejor la interconexión de mi propio sistema nervioso, Matthew finalmente reconoció que ya era hora de ir a cabalgar.

Él bajó para cambiarse mientras yo me duchaba. Marthe subió para retirar la bandeja, y le conté mis planes mientras me sujetaba el pelo en una gruesa trenza. Abrió los ojos desmesuradamente al oír la parte importante, pero aceptó enviarle un pequeño paquete de sándwiches y una botella de agua a Georges para que lo pusiera en la alforja de
Rakasa.

Después de eso, lo único que faltaba era informar a Matthew.

Tarareaba sentado a su escritorio mientras aporreaba el ordenador y de vez en cuando estiraba la mano para revisar los mensajes en su teléfono. Levantó la vista y sonrió.

—¡Ya estás aquí! —exclamó—. Creía que iba a tener que ir a pescarte para sacarte del agua.

El deseo me atravesó y mis rodillas se aflojaron. Las sensaciones estaban exacerbadas sabiendo que lo que estaba a punto decir iba a borrarle la sonrisa de la cara.

«Por favor, que esto sea lo correcto», me susurré a mí misma al apoyar mis manos en sus hombros. Matthew inclinó la cabeza hacia atrás, contra mi pecho, y me sonrió.

—Bésame —ordenó.

Obedecí sin pensarlo demasiado, asombrada por lo relajados que estábamos ambos. Esto era tan diferente de los libros y las películas, donde el amor aparecía como algo tenso y difícil… Amar a Matthew era mucho más como llegar a puerto que ir hacia una tormenta.

—¿Cómo lo consigues? —le pregunté, sujetando su cara entre mis manos—. Me siento como si te hubiera conocido siempre.

Matthew sonrió con aire de felicidad, dirigió su atención al ordenador y cerró los distintos programas. Mientras lo hacía, absorbí su olor especiado y le alisé el pelo sobre la curva del cráneo.

—¡Qué agradable sensación! —dijo, apoyando más la cabeza sobre mi mano.

Había llegado el momento de arruinarle el día. Me agaché y apoyé la barbilla en su hombro.

—Llévame a cazar.

Todos los músculos de su cuerpo se pusieron tensos.

—Eso no tiene gracia, Diana —replicó en un tono glacial.

—No es mi intención ser graciosa. —Dejé la barbilla y las manos donde estaban. Trató de apartarme encogiéndose, pero no lo dejé. Aunque no tenía yo el valor de mirarlo a la cara, no iba a escaparse—. Tienes que hacerlo, Matthew. Tienes que saber que puedes confiar en mí.

Se puso de pie con brusquedad, sin dejarme otra opción que la de apartarme y dejarlo ir. Matthew se alejó a grandes zancadas, y movió la mano hacia el sitio donde solía llevar su
ampulla
de Betania. No era una buena señal.

—Los vampiros no llevan de caza a los de sangre caliente, Diana.

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