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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

El descubrimiento de las brujas (51 page)

BOOK: El descubrimiento de las brujas
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—Matthew, deja a Diana. —Ysabeau se mostraba indiferente, y mi propia fe en él permanecía incólume. Él quería asustarme por alguna razón, pero yo no estaba en peligro, no como había sucedido con Domenico.

—Ella cree que me conoce,
maman
—susurró—. Pero Diana no sabe lo que se siente cuando el deseo de cálida sangre aprieta en el estómago de tal manera que uno se vuelve loco de necesidad. Ella no sabe cuánto deseamos sentir la sangre de otro corazón palpitando por nuestras venas. O lo difícil que es para mí estar aquí, tan cerca, y no saborearla a ella.

Ysabeau se puso de pie pero permaneció donde estaba.

—Éste no es el momento de enseñarle nada, Matthew.

—Ya lo ves, no se trata sólo de que podría matarte directamente —continuó, ignorando a su madre. Sus ojos negros resultaban hipnóticos—. Podría alimentarme de ti lentamente, tomando tu sangre y dejando que vuelva a reponerse, para empezar de nuevo al día siguiente. —Su mano pasó de sujetar mi barbilla a rodear mi cuello, y su dedo pulgar acarició el pulso en mi garganta como si estuviera calculando precisamente dónde iba a hundir sus dientes en mi carne.

—¡Basta! —reaccioné con brusquedad. Sus tácticas intimidatorias habían ido demasiado lejos.

Matthew me dejó caer con brusquedad sobre la mullida alfombra. Cuando sentí el impacto, el vampiro ya estaba al otro lado de la habitación, dándome la espalda y con la cabeza inclinada.

Me quedé mirando el dibujo de la alfombra debajo de mis manos y rodillas.

Un remolino de colores, demasiados como para distinguirlos, se movió ante mis ojos.

Eran hojas que bailaban contra el cielo: verde, marrón, azul, oro.

—Son tu madre y tu padre —estaba explicando Sarah con su voz tensa—. Han sido asesinados. Están muertos, mi amor
.

Deslicé mi mirada desde la alfombra hacia el vampiro que permanecía de espaldas a mí.

—No. —Sacudí la cabeza.

—¿Qué ocurre, Diana? —Matthew se volvió. La preocupación desplazaba al depredador momentáneamente.

El remolino de colores atrajo mi atención otra vez: verde, marrón, azul, oro. Eran hojas, atrapadas en un remolino sobre un charco de agua, para caer en el suelo alrededor de mis manos. Un arco, curvado y lustroso, reposaba junto a flechas desparramadas y una aljaba medio vacía.

Cogí el arco y sentí que la cuerda tirante me cortaba la piel.

—Matthew —le advirtió Ysabeau, olfateando el aire con delicadeza.

—Lo sé. Puedo olerlo también —dijo él sombríamente.

«Es tuyo —susurró una voz extraña—. No debes dejarlo ir».

—Lo sé —murmuré con impaciencia.

—¿Qué es lo que sabes, Diana? —Matthew dio un paso hacia mí.

Marthe corrió a mi lado.

—Déjala —dijo entre dientes—. La niña no está en este mundo.

Yo no estaba en ningún lugar, atrapada entre el dolor terrible de perder a mis padres y la certeza de que pronto Matthew también se habría ido.

«Ten cuidado», me advirtió la voz extraña.

—Es demasiado tarde para eso. —Levanté mi mano del suelo y la estrellé contra el arco, que se rompió en dos—. Demasiado tarde.

—¿Para qué es demasiado tarde? —preguntó Matthew.

—Estoy enamorada de ti.

—No puede ser —replicó aturdido. La habitación estaba en completo silencio, salvo por el crepitar del fuego—. Es demasiado pronto.

—¿Por qué tienen los vampiros una actitud tan extraña respecto del tiempo? —medité en voz alta, todavía atrapada en una mezcla desconcertante de pasado y presente. Sin embargo, la palabra «amor» había provocado en mí sentimientos de posesión que me trajeron al presente—. Las brujas no tienen siglos para enamorarse. Lo hacemos rápido. Sarah dice que mi madre se enamoró de mi padre en cuanto lo vio. Te amo desde que decidí no golpearte con un remo en el muelle de la ciudad de Oxford. —La sangre en mis venas empezó a zumbar. Marthe parecía sobresaltada, lo cual sugería que ella también podía escuchar ese zumbido.

—Tú no lo entiendes. —Parecía que Matthew, al igual que el arco, podría partirse en dos de golpe.

—Sí que lo entiendo. La Congregación tratará de detenerme, pero no me va a decir a quién debo amar. —Cuando mis padres me fueron arrebatados, yo era una niña sin capacidad de decisión y hacía lo que la gente me decía. Pero ya era una mujer adulta, e iba a luchar por Matthew.

—Las insinuaciones de Domenico no son nada comparadas con lo que puedes esperar de Peter Knox. Lo que ha ocurrido hoy fue un intento de acercamiento, una misión diplomática. No estás preparada para enfrentarte a la Congregación, Diana, aunque tú no lo creas. Y si te rebelaras, ¿qué pasaría entonces? Traer esos viejos enfrentamientos a la superficie puede hacer que todo quede fuera de control, exponiéndonos así a los humanos. Tu familia podría sufrir. —Las palabras de Matthew eran brutales, con la intención de detenerme y hacerme reconsiderar mi postura. Pero nada de lo que dijera superaba lo que yo sentía por él.

—Te amo y no voy a detenerme. —De esto yo también estaba segura.

—No estás enamorada de mí.

—Yo decido a quién amar, cómo y cuándo. Deja de decirme lo que debo hacer, Matthew. Mis ideas sobre los vampiros pueden ser románticas, pero vuestras actitudes respecto a las mujeres necesitan una revisión a fondo.

Antes de que pudiera responder, su teléfono empezó a saltar sobre el escabel. Dejó escapar una maldición en occitano que debió de ser realmente impresionante, porque incluso Marthe se mostró escandalizada. Estiró la mano hacia abajo y cogió el teléfono antes de que cayera al suelo.

—¿Qué ocurre? —dijo, con sus ojos fijos en mí.

Se oían débiles murmullos en el otro extremo de la línea. Marthe e Ysabeau intercambiaron miradas de preocupación.

—¿Cuándo? —La voz de Matthew sonó como un disparo—. ¿Se han llevado algo? —Arrugué el entrecejo al escuchar la cólera en su tono—. Gracias a Dios. ¿Hay algún daño?

Algo había ocurrido en Oxford en nuestra ausencia, y parecía que se trataba de un robo. Suponía que habría sido en el Viejo Pabellón.

La voz en el otro lado del teléfono continuó. Matthew se pasó una mano sobre los ojos.

—¿Qué más? —preguntó, alzando la voz.

Hubo otro largo silencio. Se volvió y se dirigió hacia la chimenea. Puso su mano derecha bien abierta sobre la repisa superior.

—Se acabó la diplomacia. —Matthew maldijo entre dientes—. Estaré ahí en unas horas. ¿Puedes recogerme?

Regresábamos a Oxford. Me puse de pie.

—Muy bien. Llamaré antes de aterrizar. Marcus, averigua quiénes, además de Peter Knox y Domenico Michele, son miembros de la Congregación.

¿Peter Knox? Las piezas del rompecabezas empezaban a encajar. En ese momento me quedó claro por qué Matthew había regresado a Oxford con tanta rapidez cuando le dije quién era el mago vestido de
tweed.
Eso explicaba también por qué estaba tan ansioso de apartarme de allí en ese momento. Estábamos violando el acuerdo, y Knox estaba encargado de hacerlo cumplir.

Matthew se mantuvo unos momentos en silencio tras cortar la comunicación, con un puño apretado como si estuviera resistiéndose al impulso de golpear la repisa de piedra para dominarla.

—Era Marcus. Alguien trató de entrar por la fuerza al laboratorio. Tengo que regresar a Oxford. —Se volvió. Sus ojos carecían de toda expresión.

—¿Va todo bien? —Ysabeau lanzó una mirada de preocupación en dirección a mí.

—No lograron atravesar los controles de seguridad. De todas formas, tengo que hablar con los funcionarios de la universidad para asegurarme de que el que lo haya hecho no tenga éxito la próxima vez. —Nada de lo que Matthew estaba diciendo tenía sentido. Si los ladrones habían fracasado, ¿por qué no estaba aliviado? ¿Y por qué sacudía la cabeza mirando a su madre?

—¿Quiénes han sido? —pregunté temerosa.

—Marcus no está seguro.

Eso era raro, dado el fino sentido del olfato de los vampiros.

—¿Fueron humanos?

—No. —Volvíamos a las respuestas monosilábicas.

—Traeré mis cosas. —Me volví hacia las escaleras.

—Tú no vienes. Te quedas aquí. —Las palabras de Matthew me obligaron a detenerme.

—Prefiero estar en Oxford —protesté—. Contigo.

—Oxford no es seguro por el momento. Regresarás cuando lo sea.

—¡Acabas de decirme que debemos regresar! Decídete, Matthew. ¿Cuál es el peligro? ¿El manuscrito y las brujas? ¿Peter Knox y la Congregación? ¿O Domenico Michele y los vampiros?

—¿No me has oído? ¡Yo soy el peligro! —La voz de Matthew sonó penetrante.

—Claro que te he oído. Pero me estás ocultando algo. Es tarea del historiador revelar los secretos —le aseguré en voz baja—. Y soy muy buena en eso. —Abrió la boca para hablar, pero lo detuve—: No más excusas ni falsas explicaciones. Vete a Oxford. Yo me quedaré aquí.

—¿Necesitas algo de arriba? —preguntó Ysabeau—. Deberías llevar un abrigo. Llamarás la atención de los humanos si sólo llevas un jersey.

—Sólo mi portátil. Mi pasaporte está en el maletín.

—Lo traeré. —Deseosa de tener un respiro de todos los Clermont por un momento, corrí escaleras arriba. En el estudio de Matthew miré la habitación que tenía tanto de él.

Las superficies plateadas de la armadura parpadeaban a la luz del fuego y atraían mi atención mientras un revoltijo de caras daba vueltas brillando en mi mente. Las visiones eran tan veloces como los cometas en el cielo. Había una mujer pálida con enormes ojos azules y una dulce sonrisa; otra mujer cuya barbilla firme y hombros cuadrados emanaban determinación; un hombre con nariz de halcón terriblemente dolorido. Había otras caras también, pero la única que reconocí fue la de Louisa de Clermont, mostrando los dedos cubiertos de sangre que goteaba delante de su cara.

El hecho de resistir la atracción de la visión ayudó a que los rostros se desvanecieran, pero mi cuerpo se estremeció y en mi mente sólo había perplejidad. El informe de ADN había indicado que podía esperar que llegaran las visiones. Pero no había habido ninguna advertencia de su llegada, como tampoco sucedió la noche anterior cuando floté en los brazos de Matthew. Era como si alguien hubiera quitado el tapón de una botella y mi magia, por fin liberada, se apresurara a salir.

Cuando saqué el cable del enchufe lo metí en el maletín de Matthew, junto con el ordenador. Su pasaporte estaba en el bolsillo delantero, tal como él había dicho.

Al volver al salón, Matthew estaba solo, con las llaves en la mano y una chaqueta deportiva de ante echada sobre los hombros. Marthe hablaba entre dientes y paseaba de un lado a otro en el gran salón contiguo.

Le entregué el ordenador y me mantuve a cierta distancia para resistir mejor el impulso de tocarlo otra vez. Matthew se metió las llaves en un bolsillo y cogió el maletín.

—Sé que esto es difícil. —Su voz sonaba baja y extraña—. Pero tienes que dejar que yo me ocupe de esto. Y necesito saber que tú estás a salvo mientras lo hago.

—Estoy a salvo contigo, dondequiera que estemos.

Sacudió la cabeza.

—Mi nombre tenía que haber sido suficiente para protegerte. Pero no ha sido así.

—Dejarme aquí no es la respuesta. No comprendo todo lo que ha ocurrido hoy, pero el odio de Domenico va más allá de mí. Quiere destruir a tu familia y todo lo que más te importa. Domenico podría decidir que éste no es el momento adecuado para continuar con su
vendetta
. Pero ¿Peter Knox? Él quiere el Ashmole 782 y cree que yo puedo conseguírselo. No se dejará apartar tan fácilmente. —Me estremecí.

—Aceptará un trato si se lo propongo.

—¿Un trato? ¿Qué puedes ofrecerle?

El vampiro se quedó en silencio.

—¿Matthew? —insistí.

—El manuscrito —dijo categórico—. No me ocuparé de él… ni de ti… si él promete hacer lo mismo. El Ashmole 782 no ha sido perturbado durante un siglo y medio. Dejaremos que siga así.

—No puedes hacer un trato con Knox. No se puede confiar en él. —Me sentí horrorizada—. Además, tú tienes todo el tiempo que sea necesario para esperar por el manuscrito. Knox, no. Tu trato no le resultará atractivo.

—Deja que yo me ocupe de Knox —dijo con aspereza.

Le lancé una mirada furiosa.

—Tengo que dejar que tú te ocupes de Domenico y que te ocupes de Knox. ¿Qué crees que voy a hacer yo? Me dijiste que no era una doncella afligida. Entonces deja de tratarme como si lo fuera.

—Supongo que me merecía eso —dijo lentamente; sus ojos parecieron más negros—, pero tú tienes mucho que aprender sobre los vampiros.

—Eso es lo que me dice tu madre. Pero a lo mejor tú también tienes que aprender de las brujas algunas cosas. —Aparté el mechón de pelo que tenía sobre mis ojos y crucé los brazos sobre mi pecho—. Ve a Oxford. Aclara lo que ocurrió allí. —«Sea lo que sea que no quieres compartir conmigo»—. Pero, por el amor de Dios, Matthew, no negocies con Peter Knox. Decide tú lo que sientes por mí…, no porque el acuerdo lo prohíba ni porque la Congregación lo quiera, ni tampoco por lo que Peter Knox y Domenico Michele te hayan dicho para asustarte.

Mi amado vampiro, con una cara que sería la envidia de un ángel, me miró con tristeza.

—Ya sabes lo que siento por ti.

Sacudí la cabeza.

—No. No lo sé. Cuando estés preparado, me lo dirás.

Matthew luchó contra algo en su interior, pero guardó silencio. Sin pronunciar palabra, se encaminó hacia la puerta que daba al gran salón. Cuando llegó a ella, me dirigió una larga mirada de copos de nieve y escarcha antes de cruzarla.

Marthe lo recibió en el gran salón. Él la besó con delicadeza en ambas mejillas y rápidamente dijo algo en occitano.


Compreni, compreni
—dijo ella, asintiendo con la cabeza con vehemencia y mirándome a mí, que estaba detrás de él.

—Mercés amb tot meu còr —replicó él en voz baja.

—Al rebèire. Mèfi.

—T’afortiss. —Matthew se volvió hacia mí—. Y tú me prometerás lo mismo…, que tendrás cuidado. Escucha a Ysabeau.

Partió sin una mirada ni un contacto final y alentador.

Me mordí el labio y traté de tragarme las lágrimas, pero no pude evitar que se deslizaran por mis mejillas. Después de tres pasos lentos hacia las escaleras de la torre de vigilancia, empecé a correr mientras las lágrimas me cubrían la cara. Con una expresión comprensiva, Marthe me dejó ir.

Cuando salí al aire frío y húmedo, el estandarte de los Clermont flameaba suavemente de un lado a otro y las nubes seguían oscureciendo la luna. La oscuridad me envolvió desde todas las direcciones y la única criatura que la mantenía a raya se marchaba en aquel instante, llevándose la luz consigo.

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