Levantó la vista hacia él y asintió.
—Soy la secretaria personal del señor Kalamack. Trabaja por las mañanas y a última hora de la tarde, así que tengo jornada partida. De ocho a doce de la mañana y de cuatro a siete de la tarde. Tardé un poco en acostumbrarme, pero con cuatro horas para mí en la sobremesa tengo más tiempo para pasarlo con… Dan —dijo—. Por favor —suplicó la joven de pronto mirándonos alternativamente a Edden y a mí—, sé que le ha pasado algo malo. ¿Por qué nadie quiere ayudarme?
Me revolví incómoda en la silla al verla luchar por mantener la compostura. Se sentía impotente. Yo la entendía mejor de lo que pensaba. Sara Jane era la última de una larga lista de secretarias al servicio de Trent. Durante el tiempo que fui un visón, la escuché durante su entrevista pero no pude advertirla mientras Trent la engatusaba con medias verdades. A pesar de su inteligencia no fue capaz de resistir su encantadora y extravagante oferta. Junto con la oferta de empleo, Trent le había ofrecido a su familia la oportunidad de oro para salir de su semiesclavitud. Y además Trent Kalamack era un jefe verdaderamente benevolente. Ofrecía altos salarios y magníficos beneficios. Le daba a la gente lo que desesperadamente necesitaba, pidiéndoles a cambio nada más que su lealtad. Para cuando se daban cuenta de lo lejos que debía llegar esa lealtad, ya sabían demasiado para escapar.
Sara Jane se había librado de la granja, pero Trent la compró, probablemente para garantizarse que ella mantenía la boca cerrada cuando averiguase sus negocios ilegales con las drogas y con los solicitados biofármacos de ingeniería genética, prohibidos durante la Revelación. Casi había logrado hacer salir a la luz toda la verdad, pero el único testigo, aparte de mí, murió en la explosión de un coche.
En el ámbito público, Trent era concejal del ayuntamiento, intocable gracias a su inmensa riqueza y sus generosas donaciones a las asociaciones caritativas y a los niños desfavorecidos. En el ámbito privado, nadie sabía si era humano o inframundano. Ni siquiera Jenks había podido averiguarlo, algo inusual para un pixie. Trent manejaba en la sombra gran parte de los negocios sucios de Cincinnati y tanto la AFI como la si venderían su alma por llevarlo ante los tribunales. Y ahora el novio de Sara Jane había desaparecido.
Carraspeé al recordar la tentadora oferta que me había hecho Trent. Al ver que Sara Jane recuperaba el control de nuevo le pregunté:
—¿Ha dicho que Dan trabajaba en Pizza Piscary's?
Ella asintió.
—Es repartidor. Así es como nos conocimos. —Se mordió el labio y bajó los ojos.
El amuleto detector de mentiras seguía verde. Piscary's era un restaurante de inframundanos que servía desde sopa de tomate hasta tarta de queso para sibaritas. Se comentaba que el propio Piscary era uno de los vampiros maestros de Cincinnati. Por lo que había oído era bastante agradable, no era avaricioso con sus capturas, y era de carácter equilibrado. Oficialmente llevaba muerto los últimos trescientos años, aunque por supuesto sería más viejo. Mientras más amable y civilizado parecía un vampiro no muerto, más depravado resultaba ser por lo general. Mi compañera de piso lo consideraba una especie de pariente amable, lo que me hacía sentirme irritada y confusa.
Le di a Sara Jane otro pañuelo y ella me sonrió débilmente.
—Puedo ir hoy a su apartamento —dije—. ¿Podría esperarme allí con la llave? A veces un profesional puede detectar cosas que a otros les pasan desapercibidas. —Jenks resopló y crucé las piernas, golpeando debajo de la mesa para hacerlo saltar por los aires. Sara Jane pareció aliviada.
—Oh, gracias, señorita Morgan —dijo efusivamente—. Puedo ir ahora mismo. Solo tengo que llamar a mi jefe y decirle que llegaré un poco más tarde. —Cogió su bolso como si estuviese lista para salir volando de la sala—. El señor Kalamack me dijo que podía tomarme el tiempo que necesitase esta tarde.
Miré a Jenks, que zumbaba para llamar mi atención. Me echó una mirada de preocupación como diciendo «Te lo dije». Qué amable era Trent dejando a su secretaria todo el tiempo que necesitase para encontrar a su novio cuando probablemente estuviese encerrado en un armario para que ella mantuviese la boca cerrada.
—
Mmm
, mejor esta noche —dije acordándome del pez—. Tengo que solucionar un par de cosas. —E improvisar unos cuantos hechizos, revisar mi pistola de bolas de líquido y recoger mis honorarios…
—Por supuesto —dijo volviéndose a acomodar con la expresión ensombrecida.
—Y si no encontramos nada allí daremos el siguiente paso —dije intentando que mi sonrisa fuese tranquilizadora—. ¿Nos vemos en el apartamento de Dan sobre las ocho?
Percibiendo el tono de despedida en mi voz asintió y se levantó. Jenks revoloteó y se elevó también.
—De acuerdo —dijo Sara Jane—. Está en Redwood…
Edden arrastró los pies.
—Ya le indico yo a la señorita Morgan dónde está, señorita Gradenko.
—Sí, gracias. —Su sonrisa empezaba a parecer forzada—. Es que estoy tan preocupada…
Disimulé rebuscando en mi bolso para guardar el amuleto detector de mentiras y saqué una de mis tarjetas de visita.
—Por favor, llámeme a mí o a la AFI si sabe algo de él antes —le dije entregándosela. Ivy había mandado imprimir las tarjetas y resultaban muy profesionales.
—Sí, lo haré —murmuró moviendo los labios después al leer «Encantamientos Vampíricos», el nombre que Nick le había puesto a la agencia de Ivy y mía. Cruzamos miradas cuando se guardó la tarjeta en el bolso. Le di la mano y advertí que su apretón era más firme esta vez. Sus dedos, sin embargo, seguían igual de fríos.
—La acompaño a la salida, señorita Gradenko —dijo Edden abriendo la puerta. Tras su sutil gesto me hundí de nuevo en la silla a esperar.
Jenks hizo zumbar sus alas para llamar mi atención.
—No me gusta —dijo cuando nuestras miradas se cruzaron.
Un arrebato de ira me poseyó.
—No mentía —dije a la defensiva. Jenks apoyó las manos en las caderas y lo espanté de mi vaso de plástico para dar un sorbo al café templado—. Tú no la conoces, Jenks. Odia a las alimañas, pero intentó evitar que Jonathan me atormentase, a pesar de que pudo costarle el puesto.
—Le dabas lástima —dijo Jenks—. Pobrecito visón con conmoción cerebral.
—Me daba parte de su almuerzo al ver que no comía aquel asqueroso pienso.
—Las zanahorias estaban drogadas, Rachel.
—Ella no lo sabía. Sara Jane lo sufrió tanto como yo.
El pixie se elevó quince centímetros frente a mí, reclamando mi atención.
—Eso es lo que quiero decir. Trent podría estar usándola para volver a llegar hasta ti y ella ni siquiera tiene por qué saber nada.
Lo empujé con un suspiro.
—Está atrapada. Tengo que ayudarla si puedo. —Levanté la vista al abrir Edden la puerta y asomar la cabeza. Tenía puesto un sombrero de la AFI y quedaba un poco raro con su camisa blanca y pantalones caqui haciéndome señas para que fuese con él.
Jenks se posó en mi hombro.
—Tus «impulsos rescatadores» van a acabar contigo —me susurró cuando alcanzaba el pasillo.
—Gracias, Morgan —dijo Edden cogiendo mi depósito con el pez y acompañándome a la salida.
—No hay problema —dije al entrar en las oficinas traseras de la AFI. El bullicio de la gente me rodeó y mi tensión se alivió por la bendita autonomía de la que disfrutaba—. No mentía en nada aparte de en lo de que tenía la llave para sacar al gato. Pero eso te lo podría haber dicho sin necesidad de amuleto. Te llamo para contarte lo que vea en el apartamento de Dan, ¿hasta qué hora puedo llamarte?
—Oh —dijo Edden en voz alta al pasar por el mostrador de recepción y dirigiéndose a la soleada acera—, no será necesario, señorita Morgan. Gracias por tu ayuda. Estaremos en contacto.
Me detuve de golpe, sorprendida. Un rizo suelto me rozó el hombro cuando las alas de Jenks entrechocaron con un ruido áspero.
—¿Pero qué rayos pasa? —musitó.
Noté que me ardía la cara al darme cuenta de que me estaba despachando.
—No he venido hasta aquí para invocar un cutre amuleto detector de mentiras —dije iniciando la marcha de nuevo bruscamente—. Ya te he dicho que iba a dejar a Kalamack en paz. No te interpongas en mi camino y déjame hacer lo que mejor se me da.
Tras de mí, las conversaciones se iban apagando. Edden no vaciló ni un instante en su lento camino hacia la puerta.
—Es un asunto de la AFI, señorita Morgan. Deja que te ayude.
Lo seguí pegada a sus talones sin importarme las sombrías miradas que me echaban.
—Esta misión es mía, Edden —dije casi gritando—, tu gente lo va a echar a perder. Son inframundanos, no humanos. Puedes llevarte todo el mérito. Lo único que quiero es que me paguen. —Y ver a Trent en la cárcel, añadí para mis adentros.
Empujó una de las hojas de cristal de la puerta doble. El asfalto recalentado por el sol arrojó una oleada de calor cuando salí pisando fuerte tras él y estuve a punto de empujar al bajito capitán contra el edificio cuando lo vi hacer señas a un taxi.
—Me ofreciste este caso y lo voy a llevar yo —exclamé, sacándome de la boca un rizo que el viento había echado contra mi cara—. ¡Y no un estirado listillo arrogante con un sombrero de la AFI que se cree que es lo más grande desde la Revelación!
—Vale —dijo en voz baja y sorprendida di un paso atrás. Dejó mi depósito de agua en la acera y se metió el sombrero de la AFI en el bolsillo trasero—, pero de aquí en adelante estás oficialmente fuera del caso.
Me quedé boquiabierta al comprenderlo. Oficialmente no estaba allí. Inspirando eliminé la adrenalina de mi organismo. Edden asintió al ver mi rabia esfumarse.
—Te agradezco tu discreción en esto —dijo—. Enviar a Glenn a Pizza Piscary's solo no sería prudente.
—¡Glenn! —exclamó Jenks con un chillido que me chirrió en los oídos y me saltó las lágrimas.
—No —dije—, yo ya tengo a mi propio equipo. No necesitamos al detective Glenn.
Jenks despegó de mi hombro.
—Sí —dijo volando entre el capitán de al AFI y yo con las alas rojas—, no jugamos bien con más gente.
Edden frunció el ceño.
—Este es un asunto de la AFI. Tendrás la presencia de la AFI siempre que sea posible y Glenn es el único cualificado.
—¿Cualificado? —se burló Jenks—. ¿Por qué no admites que es el único de tus agentes que es capaz de hablar con una bruja sin mearse en los pantalones?
—No —dije con firmeza—, trabajamos solos.
Edden se puso junto al depósito de agua con los brazos cruzados, haciendo parecer su achaparrada silueta tan inamovible como un muro de piedra.
—Es nuestro nuevo especialista en inframundanos. Sé que tiene experiencia…
—¡Es un imbécil! —saltó Jenks. Edden no pudo evitar una sonrisa.
—Yo prefiero llamarlo diamante en bruto.
Arrugué los labios.
—Glenn es un chulo, pagado de sí mismo… —tartamudeé buscando algo lo suficientemente despectivo—… un esbirro de la AFI que va a conseguir que lo maten en cuanto se tope por primera vez con un inframundano que no sea tan amable como yo.
Jenks asentía vehementemente con la cabeza.
—Necesita que le den una lección.
Edden sonrió.
—Es mi hijo y no podría estar más de acuerdo con vosotros —dijo.
—¿Que es qué? —exclamé justo cuando un coche de camuflaje de la AFI se detuvo en la acera junto a nosotros. Edden alargó la mano hacia la manecilla de la puerta trasera y la abrió. Edden era obviamente de ascendencia europea y Glenn… Glenn no. Moví la boca intentando encontrar algo que no pudiese interpretarse ni remotamente como racista. Siendo una bruja, era más sensible a ese tipo de cosas.
—¿Y cómo es que no tiene tu apellido? —logré decir.
—Ha usado el de su madre desde que se unió a la AFI —dijo Edden en voz baja—. Se supone que no debería estar bajo mi dirección, pero nadie más quería aceptar el puesto.
Arrugué el ceño. Ahora entendía la fría recepción en la AFI. No era solo por mí. Glenn era nuevo y había aceptado un puesto que todos salvo su padre consideraban una pérdida de tiempo.
—No voy a hacerlo —dije—. Búscate a otra que haga de niñera para tu hijo.
Edden colocó el depósito de agua en la parte de atrás.
—No seas muy dura con él.
—No me escuchas —dije en voz alta, frustrada—. Me has dado este caso. Mis socios y yo agradecemos tu oferta de ayuda, pero fuiste tú quien me llamó. Apártate y déjanos trabajar.
—¡Estupendo! —dijo Edden dando un portazo para cerrar la puerta de atrás del coche—. Gracias por ir con el detective Glenn a Piscary's.
Se me escapó un grito de desesperación.
—¡Edden! —exclamé atrayendo las miradas de la gente que pasaba por la calle—. He dicho que no. Solo ha salido un sonido de mis labios. Un sonido, dos letras, un significado: ¡No!
Edden abrió la puerta del acompañante y me hizo un gesto para que entrase.
—Muchísimas gracias, Morgan. —Echó un vistazo al asiento trasero—. Por cierto, ¿por qué huías de esos hombres lobos?
Mi respiración sonaba lenta y controlada. Maldición.
Edden soltó una risita y me metí en el coche, cerrando de un portazo en un intento por pillar sus regordetes dedos. Mire al conductor con el ceño fruncido. Era Glenn. Parecía tan contento como yo. Tenia que decirle algo.
—No te pareces en nada a tu padre —le solté insidiosamente. Sus ojos miraban fijamente a través del parabrisas.
—Me adoptó cuando se casó con mi madre —dijo con los dientes apretados. Jenks vino volando dejando una estela de polvo pixie al sol.
—¿Eres el hijo de Edden?
—¿Algún problema con eso? —contestó beligerantemente.
El pixie aterrizó en el salpicadero con los brazos en jarras.
—No. Todos los humanos me parecéis iguales.
Edden se inclinó para asomar su redonda cara por la ventana.
—Este es tu horario de clase —dijo entregándome media página amarilla de papel continuo para impresora con agujeros en los bordes—. Lunes, miércoles y viernes. Glenn te comprará los libros que necesites.
—¡Un momento! —exclamé notando que la preocupación me invadía a la vez que el papel amarillo crujía entre mis dedos—. Creía que nada más iba a ir a echar un vistazo por la universidad. ¡No quiero apuntarme a una clase!
—Es la misma en la que estaba el señor Smather. Asiste o no te pagamos.